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Authors: Liza Marklund

Tags: #Intriga, Policiaco

Dinamita (7 page)

BOOK: Dinamita
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Danielsson tragó.

—No —respondió—. En todo el día. Tampoco hemos conseguido hablar con su marido. Pero no escribirá esto, ¿verdad?

—No lo sé —contestó Annika—. ¿Dónde puede estar?

—Creíamos que estaba en casa.

—¿Y eso dónde es? —preguntó Annika y pensó en la imagen del ordenador.

—Aquí en la ciudad. Pero no abre nadie.

Annika tomó aliento y preguntó rápidamente:

—¿Qué clase de amenazas había recibido Christina Furhage?

El hombre jadeó.

—¿Qué? ¿Qué quiere decir?

—Venga —dijo Annika—. Si quiere que no escriba sobre esto tiene que contarme cómo están las cosas de verdad.

—¿Cómo…? ¿Quién ha dicho…?

—No está registrada en el padrón. Eso significa que hay una amenaza concreta contra ella y que un fiscal puede emitir una orden de alejamiento contra la persona que la ha amenazado. ¿Ha ocurrido eso?

—¡Dios mío! —exclamó Danielsson—. ¿Quién se lo ha contado?

Annika suspiró en silencio.

—Está en
Dafa Spar
. Sólo hay que leer entre líneas si se entiende el lenguaje. ¿Hay alguna resolución del fiscal que prohiba acercarse a la persona que ha amenazado a Christina Furhage?

—No puedo decir nada más —respondió el hombre sofocado y colgó.

Annika escuchó un par de segundos el silencio de la línea antes de exhalar un suspiro y colgar el teléfono.

Evert Danielsson levantó la mirada hacia la mujer que estaba en el umbral.

—¿Cuánto tiempo llevas ahí?

—¿Qué haces aquí? —respondió Helena Starke y cruzó los brazos sobre el pecho.

El jefe del comité organizador se levantó de la silla de Christina Furhage y miró aturdido a su alrededor, como si no se hubiera dado cuenta hasta ahora de que estaba sentado en la mesa de la directora general.

—Sí, yo… quería ver una cosa. La agenda de Christina, ver si había escrito algo en su calendario, sobre ir a algún sitio o… pero no la encuentro.

La mujer clavó sus ojos en Evert Danielsson. Él sostuvo la mirada.

—¡Vaya pinta que tienes! —exclamó, sin poder contenerse.

—¡Qué comentario más machista! —respondió ella con una mueca de disgusto y se encaminó al escritorio de Christina Furhage—. Anoche cogí una cogorza y hoy por la mañana vomité sobre la alfombra del vestíbulo. Si dices que es un comportamiento poco femenino, te parto la boca.

El hombre dejó que la lengua se le deslizara involuntariamente sobre los dientes delanteros.

—Hoy Christina debería estar en casa con su familia —dijo Helena Starke y abrió el segundo cajón del escritorio de la jefa de los Juegos—. Eso quiere decir que piensa trabajar en casa en lugar de aquí, en la oficina —aclaró.

El jefe del comité olímpico vio que Helena Starke cogía una gruesa agenda y la abría por el final. Pasó algunas hojas hacia delante. El papel crujía.

—Nada. Sábado dieciocho de diciembre. Está completamente vacío.

—Quizá tenga limpieza de Navidad —comentó Evert Danielsson y ahora él y Helena Starke sonrieron al unísono. La idea de que Christina se pusiera un delantal y se paseara por casa con un plumero era cómica.

—¿Quién era? —preguntó Helena Starke y colocó de nuevo la agenda en el cajón. El jefe del comité observó cómo lo volvía a cerrar meticulosamente y echaba el cerrojo en una esquina del mismo.

—Una periodista del
Kvällspressen
. No recuerdo el nombre.

Helena se guardó la llave en el bolsillo delantero de sus vaqueros.

—¿Por qué dijiste que no habíamos localizado a Christina?

—¿Qué iba a decir? ¿Que no quiere hacer comentarios? Eso sería todavía peor.

Danielsson abrió los brazos.

—La cuestión es —dijo la mujer y se acercó tanto al hombre que éste recibió su aliento cargado de alcohol en la cara—, la cuestión es saber dónde está Christina, ¿o no? ¿Por qué no ha venido? Dondequiera que esté, tiene que ser un lugar donde no pueda recibir noticias, ¿verdad? ¿Dónde coño estará? ¿Tienes alguna idea?

—¿En el campo?

Helena Starke lo observó con ironía.

—¡Por favor! Y ese rollo del terrorismo que sacaste en la rueda de prensa no fue muy inteligente. ¿Qué crees que dirá Christina de eso?

Ahora Evert Danielsson estalló; aquella pesada sensación de fracaso le parecía tan injusta que le agobiaba.

—Eso fue lo que decidimos, ¿no? Tú también estuviste en la reunión. No fue sólo idea mía. Debíamos tomar la iniciativa en el debate y crear rápidamente opinión, estábamos de acuerdo en eso.

Helena le dio la espalda y se dirigió hacia la puerta.

—Resultó un poco embarazoso que la policía lo desmintiera todo con tanto énfasis. En la televisión parecías histérico y paranoico, no era muy favorecedor.

Se dio la vuelta en el umbral y apoyó la mano en el quicio de la puerta.

—¿Te vas a quedar aquí, o cierro con llave?

El jefe del comité abandonó el despacho de Christina Furhage sin decir palabra.

La reunión de redacción tuvo lugar en la mesa de conferencias del director.
Aktuellt
comenzaba dentro de un cuarto de hora y todos los participantes menos Jansson estaban ahí.

—Ahora viene —notificó Annika—. «Sólo va».

«Sólo voy» era una expresión para explicar los retrasos que se debían a la confusión en general u otras minucias: reporteros que no comprendían lo que tenían que hacer o un lector que quería expresar por teléfono su opinión en ese mismo instante. También podía implicar ir al baño o a tomar un café.

Los participantes se prepararon y esperaron en torno a la mesa. Annika revisó sus anotaciones con los puntos que aportaría en la reunión. No tenía una larga lista como Ingvar Johansson, que en ese momento repartía notitas a todos los participantes con la lista de trabajos pendientes. El jefe gráfico Pelle Oscarsson hablaba por el teléfono móvil. El director se balanceaba y miraba sin prestar atención a la televisión sin sonido.

—Sorry
—dijo el redactor jefe de noche cuando entró en la habitación con una taza de café en una mano y un borrador con todas las páginas del periódico en la otra. Aún estaba recién levantado, acababa de tomar el segundo café del día. Por supuesto derramó un poco al cerrar la puerta.

Anders Schyman lo vio y resopló.

—Okey—empezó, apartó una silla y se sentó a la mesa—. Comencemos por el Dinamitero. ¿Qué tenemos?

Annika no esperó a Ingvar Johansson, sino que comenzó a hablar. Sabía que al redactor jefe le gustaba hablar de todo, hasta del área de responsabilidad de ella. No pensaba permitírselo.

—Desde mi punto de vista, habrá cuatro artículos de la sección de sucesos —anunció—. No podemos olvidar la hipótesis terrorista, pero la policía lo quiere matizar. Podría ser un artículo independiente. El caso es que hemos descubierto que la jefa de los Juegos Olímpicos, Christina Furhage, está sometida a algún tipo de amenaza. Está empadronada en la delegación de Hacienda de Tyresö. Además, nadie sabe dónde se encuentra ahora mismo, ni siquiera sus colaboradores más cercanos del comité organizador. Yo escribiré sobre esto.

—¿Qué titular tienes pensado? —preguntó Jansson.

—Algo como «La jefa olímpica vive amenazada» y luego una cita conmovedora de Danielsson: «Es un acto terrorista».

Jansson asintió complacido.

—Luego tenemos, por supuesto, la noticia en sí, que debe elaborarse a conciencia. Se podría hacer con una gran foto de los destrozos con flechas y texto alrededor. Patrik está en ello. Tenemos fotos del estadio de día, tanto desde el aire como desde el tejado de Lumahuset, ¿no es así, Pelle?

El redactor gráfico asintió.

—Sí, creo que las del helicóptero son mejores. Por desgracia, las fotos desde el tejado están muy subexpuestas, es decir, son demasiado oscuras. He intentado aclararlas en el mace, pero están desenfocadas, así que creo que utilizaremos las fotos aéreas.

Jansson escribió algo en su borrador. Annika sintió que la ira se avivaba como un fuego en su interior, ¡maldito jodido fotógrafo Armani que no sabía enfocar ni colocar el diafragma!

—¿Quién sacó las fotos? —preguntó Andres Schyman.

—Olsson —dijo Annika rápidamente.

El director anotó algo.

—¿Qué más?

—¿Quién es la víctima? ¿Hombre, mujer, joven, viejo? El dictamen del forense, la investigación técnica de la policía, ¿de qué pistas hablaba el fiscal general en la rueda de prensa? En eso estamos Berit y yo.

—¿Qué tenemos hasta ahora? —inquirió Schyman.

Annika suspiró.

—Por desgracia no mucho. Trabajaremos en ello durante la noche. Siempre saldrá algo.

El redactor jefe asintió y Annika continuó.

—Luego tenemos el misterio de la víctima, la búsqueda del Dinamitero, pistas, teorías, pruebas. ¿Quién era el hombre de oscuro que estaba junto al estadio antes de la deflagración? ¿Quién es el testigo que lo vio? Patrik, escribe sobre eso. No hemos podido encontrar a Tigern, y la policía tampoco. Según Lindström no es sospechoso de ningún crimen, pero eso es
bullshit
2. Es posible que emitan una orden de busca y captura esta tarde o esta noche, eso debéis controlarlo. Y por supuesto el lado olímpico, pero de eso te encargas tú, Ingvar…

El redactor jefe carraspeó.

—Sí, en efecto. La seguridad en los Juegos Olímpicos. Hemos hablado con Samaranch, del COI, en Lausana; tiene plena confianza en Suecia como organizadora y también confía en que la policía sueca pronto atrapará al criminal, bla, bla, bla… Además, dice que los Juegos no están de ninguna manera en peligro. Luego tenemos el «qué pasa ahora»; lo ha hecho Janet. La gradería se va a reconstruir inmediatamente. El trabajo comenzará tan pronto como los técnicos de la policía hayan acabado su investigación. Se calcula acabarlo en siete, ocho semanas. Después está lo del taxista herido, somos los únicos que lo tenemos, así que haremos bastante con él. Estamos reuniendo documentación sobre los atentados que recordamos en los Juegos Olímpicos. Sobre otros Tigern, a no ser que a éste lo encontremos esta noche. Entonces haríamos algo aparte con él.

—Hay un número de teléfono con su nombre en la guía —intervino Annika—. Le he dejado un mensaje en el contestador, quizá nos llame.

—Okey.Nils Langeby recoge las reacciones en el mundo; habrá un pequeño complemento al lado. Y luego tenemos la reacción de los suecos,
«llama y opina»
acaba de comenzar.

Calló y hojeó sus papeles.

—¿Algo más? —preguntó el director.

—Tenemos las fotos de Henriksson del fuego eterno —dijo Annika—. Salieron en la primera edición, pero el país no las ha visto. Sacó bastantes carretes, quizá nosotros podríamos utilizar alguna variante para el artículo del periódico de mañana sobre la víctima.
¿Recycling?

Pelle Oscarsson asintió.

—Sí, hay cantidad de fotos. Seguro que podemos encontrar una que no sea demasiado parecida.

—Ahora empieza
Aktuellt
—anunció Ingvar Johansson, y subió el volumen con el mando a distancia.

Todos se volvieron concentrados hacia el aparato para ver lo que había reunido la televisión sueca. Comenzaron con imágenes de la rueda de prensa en la jefatura de policía, luego pasaron al estadio durante la mañana, todavía humeante. Después siguieron entrevistas con distintas personas: el fiscal general Lindström, Evert Danielsson, del comité organizador, un inspector, una anciana que vivía junto al estadio y se había despertado con la explosión.

—No tienen nada nuevo —constató Johansson y cambió a la CNN.

Continuaron con la reunión e Ingvar Johansson expuso el resto de asuntos para el periódico del día siguiente. Dejaron el aparato de televisión con el volumen bajo mientras la CNN pasaba su
Breaking News
. Un reportero de la CNN reaparecía de vez en cuando para dar paso a sus colegas, en el cordón policial de la villa olímpica. Tenían otro reportero frente a la jefatura de policía y un tercero en las oficinas centrales del Comité Olímpico Internacional, en Lausana. Los reporteros en directo eran interrumpidos de vez en cuando por reportajes grabados sobre los distintos actos violentos que habían ocurrido años atrás en otros juegos. Personajes famosos internacionales comentaban los hechos; un responsable de prensa de la Casa Blanca hizo una declaración condenando el acto terrorista en Suecia.

Annika se dio cuenta de que ya no escuchaba lo que decía Ingvar Johansson. Cuando éste llegó a las páginas de ocio se disculpó y abandonó la reunión. Se fue otra vez a la cafetería, encargó pasta con gambas, pan y cerveza sin alcohol. Mientras el microondas giraba detrás del mostrador, se sentó y miró fijamente a la oscuridad. Si forzaba la vista y enfocaba con cuidado podía ver las ventanas del edificio de enfrente. Cuando se relajó sólo vio el reflejo de su imagen en el cristal.

Después de comer reunió a su pequeña redacción, Patrik y Berit, y concertó un encuentro con ellos en su despacho.

—Yo escribiré sobre el terrorismo —dijo Annika—. ¿Sabes algo de la víctima, Berit?

—Sí, bastante —contestó la reportera y miró sus anotaciones—. Los técnicos han encontrado una serie de objetos que le pertenecían. Estaban bastante destrozados, pero han constatado que era un maletín, un
filofax
y un teléfono móvil.

Se quedó en silencio y vio que Annika y Patrik abrían los ojos.

—¡Dios mío! —exclamó Annika—. ¿Entonces saben quién es la víctima?

—Seguramente —dijo Berit—, pero se lo callan como muertos. Me costó dos horas sacar esto.

—¡Es magnífico! —comentó Annika—. ¡Fantástico! ¡Qué buena eres! ¡Bravo! Esto no lo he oído en ninguna otra parte.

Se recostó en la silla, riéndose y aplaudiendo. Patrik sonrió.

—¿Cómo te va a ti? —preguntó Annika.

—Estoy con los hechos, puedes verlo, está en el ordenador, reconstruido alrededor de la foto del estadio, como dijiste. De la caza del asesino no tengo demasiado, lo siento. La policía ha ido de casa en casa por el puerto durante el día, pero la gente todavía no se ha mudado a las casas de la villa olímpica, así que la zona está bastante vacía.

—¿Quién es el hombre de oscuro, y quién es el testigo?

—No he conseguido averiguarlo —dijo Patrik.

De repente Annika recordó algo que le había dicho el taxista camino del estadio por la mañana temprano.

—Hay un club ilegal por ahí —comunicó y se enderezó en la silla—. El taxista herido tenía una carrera allí cuando todo estalló. Debe ser alguno de la zona, cliente o personal. Ahí tenemos a nuestro testigo. ¿Hemos hablado con ellos?

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