—No te sigo —dijo Lucie, que se alisó el pelo detrás de la oreja—. Darwin tiene los gemelos...
—Dakota —anunció Catherine triunfalmente—. Sería perfecto, ¿no? Creo que le iría bien alejarse de la ciudad una temporada. Es demasiado tentador...
—¿Qué?
—¿Dakota es una buena canguro?
—Absolutamente magnífica —respondió Lucie—. Pero no se me había ocurrido llevármela a ella... Imaginaba que ya tendría planes para el verano. La tienda y demás.
—Los planes están para cambiarlos —insistió Catherine—. Tú pregúntaselo y ya verás cómo salta de alegría ante la posibilidad de ir a Italia. Además, yo también estaré allí.
—¿Vas a ir a Italia este verano?
En un primer momento, Lucie no supo cómo reaccionar al oírla. ¿Podía ser que se sintiera un poco decepcionada en realidad? Italia era como su cosa especial —quería ver a las socias del club apiñadas a su alrededor mirando sus fotografías y escuchando sus anécdotas— y la idea de que Catherine estuviera allí también hizo que se sintiera un tanto... abatida.
—Me hace mucha falta tomarme unas vacaciones —explicó Catherine—. Llevo semanas en busca de ideas para la boda de Anita y, francamente, estoy exhausta. Es una mujer encantadora, pero como novia es terrible. Nunca se sabe quién puede llegar a convertirse en una novia histérica.
—¿Cuándo va a ser el gran día?
—¡Ay! Ésa es la cuestión —respondió Catherine—. Nadie tiene ni puñetera idea, y menos Anita. Cuando no salimos a mirar zapatos y sombreros se va al apartamento a rebuscar en todos los cajones. No sé si es que ha perdido algo o si está sometida a tanta tensión que se ha trastornado un poco.
Catherine no miraba a Lucie mientras hablaba. De hecho, hacía poco se había encontrado correo comercial de Anita en un cajón junto a la caja registradora de El Fénix. Estaba claro que se lo había llevado allí por error. Entre las circulares y las últimas novedades inmobiliarias había una postal con matasellos del mes de marzo. Catherine se sintió tan avergonzada al verla que volvió a meterla en el cajón de inmediato. Había pasado más de una semana sin mencionarle la postal a Anita, aun cuando iban de compras, comían y charlaban casi a diario. De todos modos, era una postal extraña, pues sólo figuraba la dirección de Anita en el San Remo escrita a la izquierda. No había ningún mensaje. Era como una nota secreta. Tal vez si la humedeciera con limón o la sostuviera a contraluz... Catherine miró a Lucie, que decía atropelladamente.
—¿Y por qué no vas a... Viena? ¿O vuelves a Escocia?
—Ya estuve en los dos sitios el año pasado. Además, ahora que también estaréis tú y Dakota, podemos quedar para tomar unos capuchinos y unas pastas, ¿no?
—Aún no se lo he preguntado a Dakota siquiera. Ni siquiera lo he pensado.
—¿Y qué hay que pensar? Estás entre una desconocida aquí o una desconocida allí —observó Catherine con total naturalidad—. O te llevas a una persona de confianza, y así sabrás que a Ginger la cuidará alguien que la quiere.
—Pero, con dieciocho años, es mucha responsabilidad para todo un verano.
—Lucie, Dakota es, sin duda, demasiado mayor para la edad que tiene. Saldrá bien. Ya lo verás.
—¿Y qué harás tú en Italia mientras yo ruedo y Dakota hace de canguro?
—Bueno, buscaré piezas para la tienda, probaré algunos vinos y esas cosas. Será un buen descanso. Me he quedado atascada en algunos malos hábitos y me gustaría tratar de cambiar las cosas.
Resultaba curioso utilizar Internet. Era eficiente, pues podía introducir los nombres de los lugares que le había dado Catherine y obtener una infinidad de críticas y comentarios sobre prácticamente cualquier cosa. Podía encontrar fotografías de calles, intercambio de apartamentos, blogs sobre las comidas de las líneas aéreas... Era todo un alarde de lo extravagante y lo extraordinario. Sin embargo, siempre cabía el peligro del exceso de información. Buscar en Google a gente del pasado: ¿acaso había un uso de la Web más sensacional? Malgastar el tiempo investigando, como hacía en aquellos momentos, cuando debería estar trabajando. El objetivo de Lucie para aquella jornada había sido avanzar esbozos de tomas e ideas para la serie de vídeos interrelacionados de las sensibleras canciones pop del nuevo álbum de Isabella titulado
Timeless.
Ganó el encargo gracias a su idea de hacer vídeos para cada canción del álbum que pudieran encajarse en una sola historia —un corto musical, en esencia— a la vez que pudiera verse el vídeo de cada canción de manera individual. Era la misma idea de mezclar y combinar prendas sueltas llevada al vídeo musical para crear un conjunto coherente. El concepto argumental de Lucie era que Isabella corriera perseguida por las calles de Roma vestida de época, y su atuendo iría cambiando de período para expresar la idea de que su amor perduraba a través de los siglos. Era más bien malo, cierto, pero a veces eso tenía su propio atractivo.
El problema radicaba en que no podía dejar de abrir nuevas ventanas en el buscador, no podía evitar el deseo de hacer precisamente lo que nunca se había permitido hacer durante más de seis años. Sus dedos flotaron sobre el teclado siguiendo las letras w-i-l-l-g-u-s-t-o-f-s-o-n sin tocarlas. Es muy difícil dar marcha atrás en una decisión que se ha tomado. Eso lo sabía. Aun así, toda la charla sobre que Rosie envejecía y el hecho de que Ginger preguntara por su padre, las noches en vela dándole vueltas a qué pasaría si ocurriera una tragedia. Como lo que le sucedió a Georgia. ¿Dónde estaba el padre biológico de Ginger? ¿Aquel novio eventual que compartió con ella su esperma y que luego se encontró con que Lucie lo plantó? Quizá pudiera conseguir algo como lo de James y Georgia, construirse una familia ahora que se encontraba en una situación distinta en la que le vendría bien un poco de ayuda. Había considerado a Georgia su modelo de conducta en muchos sentidos y ahora que se planteaba todas esas preguntas, ella no estaba allí para poder contestárselas. A veces, cuando pensaban en Georgia, las socias del club se mostraban desconsoladas. En otros momentos resultaba simplemente inconveniente, como cuando hubieran querido pedirle opinión respecto a un punto. O que explicara qué respondió cuando Dakota preguntó por James.
—No lo sé.
Esta fue la respuesta de Dakota cuando se lo preguntó una noche en que había estado haciendo de canguro, y Lucie se advirtió a sí misma que no insistiera, pues imaginaba que estaba andando de puntillas por un terreno emocional peligroso.
—Pero te alegró conocer a James, ¿no?
Un poco de investigación no podía causar mucho daño, se dijo. Al fin y al cabo, necesitaba saberlo.
—Sí, supongo que sí. Era simpático. Divertido. Un poco extraño. Hicimos un montón de cosas los dos juntos.
—Entonces, ¿valió la pena? —quiso saber Lucie.
—Quizá —contestó Dakota—. Aunque en ocasiones solía preguntarme si es que sólo se me permitía tener un padre. Tal vez hubiera algún tipo de cupo. Como si, de no haber entrado él en escena, mi madre quizá no hubiese muerto. Es una tontería, ya lo sé.
—No fue eso lo que ocurrió, Dakota.
—Lo sé. No es más que un pensamiento que se me ocurre a veces. Sólo te lo estaba explicando. Porque es estupendo tener un padre. A veces. Aunque no siempre. Es lo que hay. Él es lo que tengo.
—¿Y si no lo hubieses conocido nunca?
—Entonces no hace falta señalar lo que es obvio, Lucie —dijo Dakota, que hablaba lentamente como si Lucie fuese un poco corta—. No lo hubiera conocido. Las cosas serían como serían.
—Así pues, ¿no es mejor?
—No lo sé —contestó Dakota, que empezó a menear la cabeza y a guardar los libros que había traído para estudiar cuando Ginger se quedara dormida—. Todavía no he perfeccionado mi máquina del tiempo para comparar mi vida real con la alternativa imaginaria.
Tras ello, Lucie fue a echar un vistazo a Ginger, que se había cubierto la cabeza con la colcha, sin duda en un esfuerzo por esconderse de los monstruos que vivían debajo de la cama. (La niña le había contado a Lucie que se llamaban Pipo y Manteca y que les gustaba comer dedos de los pies con sabor a jengibre
[1]
.)
—¿Necesitas a tu padre, pequeña? —susurró a su hija que dormía.
¿Tan sencillo sería?, se preguntó. Georgia quería a James, había que tenerlo en cuenta. Lucie simplemente había disfrutado al acostarse con Will. Y era un tipo interesante. Pero ¿qué iban a hacer? ¿Retomarlo allí donde lo habían dejado? Bueno, ¿y qué si lo hacían? ¿Tan malo sería eso? ¿Compartir una canguro con Darwin y salir juntos un par de veces? Se volvió a mirar el teclado, y el nombre que había escrito con cuidado en la ventana de búsqueda de Google estaba ahí esperándola. Lo único que tenía que hacer era darle a las teclas. Porque había muchas posibilidades de que fuese a encontrar lo que estaba buscando, eso seguro.
Lo único que debía hacer era pulsar.
Lo peor de ser estudiante universitaria era que tenías que regresar a casa en verano. Tenías que volver a instalarte en tu dormitorio de cuando ibas al instituto con sus paredes azules de tu fase oceánica, someterte a las antiguas normas de tu padre porque no valía la pena malgastar energías oponiéndose a ellas cuando de todos modos no era probable que consiguieras nada y recorrer a diario las doce manzanas que había hasta Walker e Hija y esperar a que las tejedoras compulsivas aparecieran y tuviesen su dosis. El resto del día consistía en matar el tiempo, nada más. Forzoso era reconocer que el verano se hacía duro en una tienda de punto, pensó Dakota. Y para ella iba a ser duro.
En ocasiones lo único que quería era estar sentada en la tienda sin más; otros días combatía el impulso de pasar de largo y no detenerse.
Esto era lo que nadie parecía comprender: era una hija sin madre. Y su madre fallecida estaba en cada centímetro de Walker e Hija. Era como enfrentarse a su ausencia sin parar: «Bienvenida a Walker e Hija. Yo soy la hija, Walker está muerta».
Pero, claro, Peri estaba tan ocupada intentando hacerse cargo del establecimiento y convertirlo en una
boutique
de bolsos que la tienda de punto tenía tendencia a perderse en la reestructuración. «¡Que se la quede! Yo no quiero la tienda de mi madre —pensaba Dakota—. Yo quiero a mi madre.»
La pérdida se había convertido en la esencia de quién era. Y se acostumbró a vivir con el pequeño nudo de dolor emocional que siempre estaba presente, oculto en un lugar que nadie podía tocar.
Incluso definía a sus amigos: los que lo sabían y los que no.
Bien entrada la noche, Dakota se concentraba en recordar el sonido de la voz de su madre, estudiando detenidamente sus frases preferidas hasta que estaba segura de tener bien su cadencia y su ritmo. «Eh, bizcochito. Oye. Ni hablar de una tercera ronda.»
En este sentido, podía hacer algo para evitar el olvido.
A veces se sentía enojada, sobre todo cuando gente bienintencionada, personas como sus abuelas Bess y Lillian, no dejaban de repetir una y otra vez que su madre estaba en un lugar mejor. Dakota quería que Georgia la echara de menos, quería que estuviera triste por haber tenido que separarse. Que estuviera en alguna especie de cielo, pero con un poco de melancolía por todo... Cenando con Dios y contándole que su pequeño bizcochito todavía estaba en la tierra. Hacer que Él se compadeciera de las circunstancias.
—Mi experiencia no es la tuya —le gritó a su padre cuando éste le dijo que estaba haciendo teatro y que a él no le hacía ninguna gracia que no trabajara en la tienda las horas suficientes.
—Tienes obligaciones —repuso él—. Responsabilidades. No es lo que querría tu madre.
Dakota no conocía a ningún otro universitario que fuera copropietario de una próspera tienda al por menor. Ellos pasaban los veranos haciendo prácticas y volando a Australia para ir tras los dingos y conseguir créditos extra durante el proceso. Sin embargo, por lo visto, para Dakota iba a ser un verano largo y caluroso, se asaría en el asfalto cuando se dirigiera a la tienda arrastrando los pies y luego escucharía los sermones de Peri sobre esto, lo otro y lo de más allá. Recordaba cuando Peri había sido la persona más guay y encantadora que podría haberse imaginado. Ahora era una gruñona la mayor parte del tiempo. Oh, sí, tenía sus momentos, como cuando le hizo un cambio de imagen a Dakota antes de ingresar en la Universidad de Nueva York, repasando el guardarropa con ella y ayudándola a parecer una versión más sofisticada de sí misma. No obstante, en general, las cosas estaban tensas y, fuera por una o por la otra, se pasaban el día malhumoradas.
Entonces fue cuando Lucie le envió aquel fabuloso correo electrónico. Aunque Dakota se comunicaba con sus amigos sobre todo mediante mensajes de texto, intentaba comprobar el correo electrónico con regularidad. Parecía lo más justo, puesto que tenía en su vida una dotación poco habitual de señoras maduras que todavía pensaban que el correo electrónico era el no va más.
«¿Te interesa ser mi canguro en Italia?» Ésta era la primera línea del mensaje de Lucie. Bueno, sí. Lucie había trazado un plan: ella le proporcionaría el alojamiento, la comida, el coste del vuelo y un pequeño estipendio semanal. A cambio, contaba con que Dakota se responsabilizara por completo de Ginger. Ahora bien —y con esto se sellaba el trato—, Lucie se haría cargo de los costes de ambas para realizar todas las actividades culturales que Dakota quisiera hacer. En resumen, exponer a Ginger a absolutamente todo y tener una experiencia asombrosa. Como solía decirse, no había ni que pensárselo. Además, Dakota sabía que con esta oferta podría salvarse de pasar un verano durmiendo bajo la manta Georgia original, mirando el techo y preguntándose qué podía hacer para evitar el futuro que habían planeado para ella. Sería perfecto.