El club de los viernes se reúne de nuevo (20 page)

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Authors: Kate Jacobs

Tags: #Drama

BOOK: El club de los viernes se reúne de nuevo
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Lo único que podría haberlo mejorado era que pudiera arreglárselas para hablar con Andrew Doyle antes del fin del semestre. Pero, claro, imagínate lo atractiva que parecería tras pasar el verano en Roma...

—No vas a ir.

No había nadie más en la tienda; ni clientes, ni Anita... por lo que Peri no se molestó en hacerse la agradable. El ambiente estaba cargado a causa de la humedad y tenso a causa del tema.

Dakota se cruzó de brazos.

—Perdona, ¿cómo dices?

—Vas a presentarte aquí a trabajar durante el verano, tal como estaba previsto que hicieras —dijo Peri.

—Lo siento —se sublevó Dakota con el dedo apuntando en la dirección aproximada de Peri—, pero la última vez que lo comprobé, este lugar era mío.

—Este lugar era de tu madre —le espetó Peri—. Pero, ¿sabes quién tiene también una tajada? Pues yo. Tu jefa. Y te digo que no puedes presentarte tan campante y anunciar que este verano no vas a aparecer por aquí.

—¿Mi jefa? —Dakota empezó a mover la cabeza—. ¿Qué clase de estupidez es ésa?

—Es la realidad. Eres una niña mimada y todo el mundo baila al son que les tocas en tanto que yo me rompo los cuernos trabajando para procurar que este negocio siga prosperando. —Peri empezó a caminar de un lado a otro de la tienda—. Llevo meses sin decir nada —gritó—. Un cuadro de mujeres que adoraban a tu madre satisfacen todos tus caprichos. Y tú..., tú lo único que haces es escupir en todo el esfuerzo que hizo ella a la menor oportunidad. No quieres presentarte a trabajar, no quieres que se restaure la tienda. ¿Y sabes tal vez a quién le gustaría ir a Italia, Dakota? A mí. Nunca he estado en Italia. Me gustaría sentarme por allí, beber capuchinos y leer la
Vogue
italiana. Pero ¿sabes qué? Tengo que llevar una tienda. Y créeme, querida, tú sí que no eres mi jefa.

—¿Y qué me dices de Anita? ¡Ella estaba aquí mucho antes que tú! —Dakota farfullaba de rabia—. ¿Desde cuándo has empezado a caminar sobre las aguas?

—Desde que invierto mi tiempo en esto. He cumplido con mi deber una y otra vez.

—Así pues, me has odiado desde el principio —aulló Dakota—. Nunca fuiste amiga mía.

—Yo siempre he sido tu amiga —dijo Peri en voz baja. Con calma. Se sentó en una silla tapizada frente a la mesa del centro de la tienda—. Y soy tu amiga ahora. Si no me importarais un comino ni tú ni este negocio, te diría:
Arrivederci!
Pero no voy a dejar que te comportes de esta manera. ¿Quieres ser una persona adulta? Actúa como tal.

¿Y eso qué significaba, a todo esto? ¿Tragarte todas tus emociones y asfixiarte hasta morir en un trabajo que no querías? Dakota miró fijamente a Peri, sintiendo que sus esperanzas para el verano se desvanecían en su interior.

—¡Tú no sabes cómo es esto! —chilló—. Para ti esto no es más que un negocio. Pero para mí es toda mi vida. —Dakota se dirigió al cajón de lanas más cercano y empezó a sacar el cachemir rosado, madeja a madeja, y a amontonarlo en sus brazos—. Éste es construir castillos con la nueva remesa de lanas en el despacho de la trastienda mientras mi madre cuadra los números. Éste es cuando mi padre me regaló mi primera bicicleta —gritó, alargando la mano hacia los estantes para sacar el azul, el gris, el rojo—. Éste es volver de los espectáculos de Broadway con Anita. Éste es mirar el reportaje de Lucie sobre mi madre. Éste es estar sentada con todas vosotras, reunión tras reunión, y tener que escuchar vuestros sentimientos. No me importa. Sí, ya lo sé, si quiero ser adulta tendría que serlo. —Arrojó todo el montón de lana sobre la mesa. Una madeja de lana de merino color púrpura rodó y cayó en el regazo de Peri—. ¡Pero no lo soy! Soy yo. Yo gano. Mi dolor supera el vuestro. El de todo el mundo. Era mi madre y ya no está. Y todo el mundo espera que acceda a llevar la tienda. ¿Quieres saber una cosa? Mi madre quería ser escritora. Se metió en esto del punto porque era pobre y estaba embarazada. La tienda no era su sueño. Esto es un mero segundo plato, y yo ya no lo quiero para ella.

—Cálmate, Dakota —dijo Peri, cuya expresión ya no era severa como hacía unos momentos, sino que tenía arrugas de preocupación—. Eres como una hermana menor para mí. Sólo intentaba lograr que salieras adelante sin ayuda de nadie.

—Y no mejora ni un solo momento. ¿Lo entiendes? —Dakota se dejó caer en otra de las sillas tapizadas y empezó a sollozar histéricamente—. Todo es teatro. Yo sólo quiero un respiro. Quiero dejarlo atrás de una vez por todas. Sólo quiero dejar de estar en la tienda una temporada. Déjame. ¡Todas vosotras! ¿Por qué el club no puede dejarme en paz?

—Vamos, pequeña...

Peri se acercó para abrazarla. Aguantó sin rechistar cuando a Dakota empezó a gotearle la nariz sobre su flamante blusa marrón topo y no se apartó mientras la joven lloraba con desconsuelo.

Llegaron a un acuerdo: si Dakota encontraba a alguien que la sustituyera en la tienda, entonces Peri aceptaría que se fuese.

—Me sorprende que tu padre accediera —comentó Peri mucho después de que se hubiesen apaciguado las lágrimas.

Dakota dio gracias de que el verano fuera una época en la que no había mucho movimiento en la tienda, pues le daba mucha vergüenza la idea de que algún desconocido pudiera ser testigo de su derrumbamiento. O, peor aún, que llegase alguien buscando montones de cachemir rosado y se marchara por temor a que la lana estuviera llena de mocos y manchada de lágrimas.

—Todavía no he hablado con él —admitió Dakota—. Pensé que como tengo dieciocho años...

—¿Te pagas tú la universidad?

—Sabes que no. Se paga gracias a una combinación de su dinero y el de la herencia de mi madre.

—¿Controlas tú ese dinero?

—No, hasta que tenga veinticinco años —respondió, a sabiendas de que Peri ya conocía perfectamente todos esos detalles.

—¿Ves adónde quiero ir a parar con esto? En este país, la edad cronológica no implica que seas adulto. Se trata de quién paga las facturas.

—Así pues, ¿soy una niña porque mi padre me controla con su cartera?

—Es una forma de decirlo. En términos prácticos, significa que tendrá que darte permiso para ir a Italia, o puede que estés desesperada por trabajar aquí en otoño porque la Universidad de Nueva York no recibe su dinero. ¿Entiendes lo que quiero decir?

Dakota siempre dejaba las cosas para más tarde. Por consiguiente, si por ella fuera, no le habría dicho nada a James hasta el momento en que tuviera que subir al avión. Pero entonces cayó en la cuenta de que: a) tenía el pasaporte en la caja fuerte de su padre, y b) éste estaba planeando unas vacaciones para ambos. En consecuencia, elaboró un hermoso pastel de chocolate y fresas, además de comprar comida china para llevar. Dakota era pastelera, no cocinera.

—Tendríamos que celebrar tu primer año de universidad —dijo James mientras levantaba con el tenedor un bocado de masa hojaldrada cubierta de chocolate negro y bayas maduras. Dakota se sintió culpable al imaginarse el dinero que se gastaría en vuelos y guías de viaje si seguía sin decir nada.

—Papá... —dijo. Resultaba extraño recordar que la primera vez que había visto a su padre tenía doce años y que al principio lo llamaba por su nombre de pila. ¡Cómo cambiaban las cosas unos cuantos años y una tragedia compartida!, pensó para sus adentros—. Papá...

—Esto debe de ser grave —comentó James—. Te has dirigido a mí dos veces. Déjame adivinarlo: quieres volar en primera clase. Bueno, creo que puedo arreglarlo.

—No. No es eso.

—No te preocupes —continuó James—. Sé que tienes que trabajar
unos días
en
la tienda.
Nos marcharemos a finales de verano, después de que Peri se haya tomado algún tiempo libre. Entonces no le importará darte un descanso.

—Papá, me gustaría ir a Italia.

—Es una idea magnífica —respondió James—. Acaban de inaugurar dos nuevos hoteles V, en Venecia y en Roma. Aunque allí hará calor.

—No me refiero a eso —explicó Dakota—. Lucie me ha invitado a ir con ella cuando vaya allí a hacer el rodaje para esa estrella del pop italiana. Ya te lo conté.

—Me contaste que Lucie tenía un encargo emocionante —repuso James lentamente—. No me hablaste de este otro asunto.

—Bueno, porque es nuevo.

—¿Y serías su ayudante de producción? ¿Su asistente o algo así? —James frunció el ceño—. No sabía que te interesara el cine, Dakota.

—No, no se trata de eso —aclaró—. Me ha propuesto que vaya para cuidar de Ginger mientras ella trabaja.

—¿Qué? —James miró a Dakota como si la joven hubiera perdido el juicio—. ¿Quieres aceptar un trabajo como niñera de su hija?

—Sí —respondió Dakota—. Me gusta Ginger. Quiero hacer algo diferente.

—A mí también me gusta Ginger, aunque siempre me ha parecido un poco hiperactiva —comentó James—. Pero hay una diferencia enorme entre ser la canguro de alguien algún sábado por la noche y convertirse en su niñera, Dakota. No estoy seguro de sentirme cómodo con la situación. Por mí. Por ti, una joven mujer de color.

—Birracial —lo corrigió—. Soy afro-escocesa.

James no sonrió como hacía normalmente en un intento de seguirle la corriente. Dakota no estaba segura de estar bromeando.

—Este verano podrías hacer un montón de cosas diferentes —señaló James—. Por no mencionar que está la tienda.

—Peri y yo ya hemos hablado de ello.

—¿Antes de discutirlo conmigo siquiera?

James se sentía cada vez más innecesario en la vida de su hija. Ella tenía a Peri, a Anita y a Catherine cuando necesitaba hablar. Y por lo visto, a Lucie para que la llevara a Italia. A Darwin para la crítica de sus trabajos. Y a su padre para hacer... ¿qué? Pagar las facturas. A eso se había reducido todo: él era superfluo. Necesario tan sólo como el cheque de la paga.

—Ocurrió sin más —dijo Dakota, pero su explicación resultó pobre, incluso para ella.

—No —dijo James—. No, no he trabajado toda mi vida para que te conviertas en la niñera de alguien sólo porque crees que las normas no se aplican nunca en tu caso. Tú serás una mujer de negocios. Al final tendrás el control de tu participación en la tienda y puedes ser una socia capitalista o una socia activa. Depende de ti. ¿Quieres hacer otra cosa? Hazte médica, abogada, economista, no me importa —dijo—. Siempre y cuando no hagas pasteles ni le limpies el culo a una niñita blanca.

Y con estas palabras se levantó de la mesa y, a grandes zancadas, cruzó el apartamento hacia el dormitorio principal. Entró en él, luego cerró la puerta con suavidad pero con firmeza y dejó a Dakota llorando por segunda vez en un día.

Capítulo 15

Anita estaba sentada ante la gran mesa de comedor que antes había sido suya —que seguía siendo suya—, esperando a que Catherine trajera el café. Iban a reunirse las dos con la agente inmobiliaria y a recorrer el apartamento y, pese a que Anita estaba dispuesta a desprenderse de él, sentía una mezcla de tristeza y nerviosismo. No oyó el zumbido en el interior de su bolso compacto de piel marrón, el resultado de varios mensajes de texto desesperados que Dakota le había enviado en el curso de la mañana. Y aunque ella siempre estaba preparada para cuidar de su querida nieta postiza, en aquellos momentos tenía unos cuantos problemas propios que requerían cierta atención especial.

Había estado tan distraída mientras se vestía que por inadvertencia se arrancó un botón del traje color crema y tuvo que volver a coserlo antes de salir de casa. Marty le había sugerido que nadie se daría cuenta; no era eso lo que Anita quería oír.

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