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Authors: Dorothy L. Sayers

Tags: #Intriga, Policíaco

El misterio del Bellona Club (12 page)

BOOK: El misterio del Bellona Club
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El señor Murbles y Wimsey intercambiaron una mirada.

—¿Y adónde fueron después?

—Pues después el pasajero me dijo: «¿Conoce el Bellona Club, en Piccadilly?». Y yo le dije, digo: «Sí, señor».

—¿El Bellona Club?

—Sí, señor.

—¿Qué hora era?

—Irían a dar las seis y media, señor. Como le digo, iba muy despacio. Así que lo llevé al club, como me había pedido. Entró, y ya no lo volví a ver, señor.

—Muchísimas gracias —dijo Wimsey—. ¿Parecía disgustado o nervioso mientras hablaba con ese hombre llamado George?

—No, señor, yo no diría eso, pero me pareció que era un poco duro con él, como si lo estuviera riñendo.

—Comprendo. ¿A qué hora llegaron al Bellona?

—Calculo que serían las siete menos veinte, o un poquito más, señor. Había un poco de tráfico. Entre las siete menos veinte y las siete menos diez, que yo recuerde.

—Estupendo. Bien, los dos nos han servido de gran ayuda. Eso es todo por hoy, pero me gustaría que le dieran su nombre y dirección al señor Murbles, en caso de que necesitemos una declaración de alguno de los dos más adelante. Y… eh…

Crujieron un par de billetes, el señor Swain y el señor Hinkins lo agradecieron debidamente y se marcharon, no sin antes haber dejado sus respectivas direcciones.

—Así que volvió al Bellona Club. ¿Para qué, me pregunto? —dijo Murbles.

—Creo saberlo —contestó Wimsey—. Estaba acostumbrado a escribir y solucionar todos sus asuntos allí, y supongo que volvió para escribir unas notas sobre lo que tenía pensado hacer con el dinero que le iba a dejar su hermana. Mire esta hoja, señor. Es la letra del general, como he demostrado esta tarde, y estas son sus huellas dactilares. Y las iniciales «R» y «G» posiblemente corresponden a Robert y George, y los números a las cantidades que pensaba dejarles.

—Parece bastante probable. ¿De dónde la ha sacado?

—Del último cubículo de la biblioteca del Bellona. Estaba dentro del secante.

—La letra es muy temblona y confusa.

—Sí… parece que se va apagando. A lo mejor se mareó y no pudo continuar. O quizá solo estuviera cansado. Tengo que ir allí a averiguar si alguien lo vio aquella noche. ¡Pero maldito sea ese tal Oliver! Él es quien lo sabe. Si pudiéramos localizar a Oliver…

—No hemos recibido respuesta a la tercera pregunta del anuncio —informó Murbles—. He recibido cartas de varios taxistas que llevaron a ancianos al Bellona aquella mañana, pero ninguna descripción se corresponde con el general. Unos llevaban abrigo de cuadros, otros bombín, otros tenían patillas o barba… mientras que nunca se había visto al general sin su sombrero de seda y, por supuesto, los largos bigotes de militar a la antigua usanza.

—No esperaba gran cosa de eso. Podríamos poner otro anuncio, por si alguien lo recogió en el Bellona el diez por la tarde o por la noche, pero me da la impresión de que ese Oliver del demonio se lo llevó en su coche. Si todo lo demás nos falla, tendremos que poner a Scotland Yard tras la pista de Oliver.

—Investigue con cuidado en el club, lord Peter. Ahora parece más que posible que alguien viera allí a Oliver y se fijase en que salían juntos.

—Desde luego. Me voy para allí ahora mismo. Y también voy a poner el anuncio. No creo que debamos recurrir a la BBC, con lo asquerosamente pública que es…

—Eso sería de lo menos aconsejable —replicó el señor Murbles, con expresión de espanto.

Wimsey se levantó, dispuesto a marcharse. El abogado lo alcanzó en la puerta.

—Otra cosa que deberíamos saber es lo que el general Fentiman le dijo al capitán George —dijo.

—No me he olvidado de eso —replicó Wimsey, un tanto incómodo—. Tenemos que saber… sí, desde luego, tenemos que enterarnos de eso.

9

Jota alta

—Oye, Wimsey —dijo el capitán Culyer, del Bellona Club—. ¿No piensas acabar nunca con esa investigación o lo que sea? Los miembros del club se están quejando, en serio, y no me extraña. Tus continuas preguntas les resultan muy molestas, insoportables, y no puedo evitar que piensen que hay algo detrás de todo esto, muchacho. Se quejan de que no los atienden debidamente ni los conserjes ni los camareros porque te pasas el día charlando con ellos, y cuando no estás con ellos, andas por el bar, poniendo la oreja. Si esa es tu forma de hacer una investigación con tacto, preferiría que la hicieras sin tacto. Está resultando muy desagradable, y encima, no acabas tú cuando empieza el otro sujeto.

—¿Quién es el otro sujeto?

—Ese tipejo que está siempre rondando por la puerta de servicio e interrogando al personal.

—No sé nada de él —replicó Wimsey—. No tengo ni idea de quién es. Lamento resultar tan pesado, pero te aseguro que no soy mucho peor que tú en cuanto a dar la lata, solo que he tropezado con una pega. Este asunto (te vas a cansar de oírlo, muchacho) no es tan sencillo como parece. Ese tipo, Oliver, del que ya te he hablado…

—Aquí no lo conocen, Wimsey.

—No, pero puede haber estado aquí.

—Si nadie lo ha visto, no puede haber estado aquí.

—Pues entonces, ¿dónde fue el general Fentiman cuando se marchó? ¿Y cuándo se marchó? Eso es lo que quiero saber. Caray, Culyer, que el vejete era toda una institución. Sabemos que volvió aquí el diez por la tarde: el taxista lo llevó hasta la puerta, Rogers lo vio entrar y dos miembros del club se fijaron en que estaba en el salón de fumadores justo antes de las siete. Tengo ciertas pruebas de que fue a la biblioteca, y de que no se quedó mucho tiempo allí, porque llevaba la ropa de abrigo. Alguien tuvo que verlo salir. Es absurdo. Los criados no pueden estar todos ciegos. No me gusta tener que decirlo, Culyer, pero no puedo evitar pensar que han sobornado a alguien para que se calle la boca… Sí, ya sabía que te iba a molestar, pero ¿cómo explicarlo, si no? ¿Quién es ese tipo que según tú anda merodeando por la cocina?

—Me topé con él una mañana que había bajado a echar un vistazo a los vinos. Por cierto; ha llegado una caja de Margaux y me gustaría que me dieras tu opinión un día de estos. Ese tipo estaba hablando con Babcock, el encargado del vino, y le pregunté con bastante brusquedad qué quería. Me dio las gracias y dijo que venía de parte del servicio de trenes para averiguar algo sobre una caja que se había perdido, pero Babcock, que es una persona muy decente, me contó después que había estado intentando sonsacarlo sobre lo de Fentiman, y me dio la impresión de que no había escatimado dinero. Pensé que era otra de las tuyas.

—¿Es ese tipo un
sahib
?

—¡No, por Dios! Parece un pasante de abogado o algo por el estilo. Un trapichero, vamos.

—Me alegro de que me lo hayas contado. No me extrañaría que él fuera esa pega que me ha surgido. A lo mejor es Oliver intentando despistar.

—¿Sospechas que ese tal Oliver tiene algo que ocultar?

—Pues… sí, creo que sí, pero que me aspen si sé de qué se trata. Creo que sabe algo del viejo Fentiman de lo que nosotros no estamos al corriente. Y por supuesto, sabe cómo pasó aquella noche, y eso es lo que trato de averiguar.

—Pero ¿qué demonios importa cómo pasó la noche? A su edad, no creo que pudiera irse de juerga.

—Podría arrojar luz sobre la hora a la que llegó por la mañana, ¿no?

—Pues… lo único que puedo decir es que ruego a Dios que termines con esta historia lo antes posible. El club se está convirtiendo en un verdadero circo. Casi preferiría que viniera la policía.

—Pues no pierdas la esperanza. A lo mejor viene.

—No lo dirás en serio, ¿verdad?

—Nunca hablo en serio. Es lo que les desagrada a mis amigos de mí. No, sinceramente: voy a intentar montar el menor revuelo posible, pero si Oliver está enviando a sus adláteres a corromper a los empleados de esta casa y a hacerme la puñeta en mis investigaciones, va a resultar muy difícil. Espero que me lo comuniques, si ese tipo vuelve a presentarse por aquí. Me gustaría echarle un vistazo.

—De acuerdo. Y ahora, sé buen chico y lárgate.

—Me voy, con el rabo entre las piernas y las orejas gachas —dijo Wimsey—. Ah, por cierto…

—¡A ver! —exclamó Culyer, exasperado.

—¿Cuándo fue la última vez que viste a George Fentiman?

—Hace siglos que no lo veo. Desde que ocurrió eso.

—Ya me lo imaginaba. Ah, por cierto…

—¿Síii?

—Robert Fentiman se alojaba en el club en aquel momento, ¿no?

—¿En qué momento?

—En el momento en que ocurrió aquello, pedazo de bobo.

—Sí, estaba aquí, pero ahora vive en casa del viejo.

—Sí, ya lo sé. Gracias. Pero me gustaría saber… ¿Dónde vive cuando no está en la ciudad?

—En Richmond, creo. En una pensión, o algo así.

—¿Ah, sí? Muchas gracias. Sí, ahora sí que me voy. Aún más: prácticamente ya me he ido.

Se fue, y no se detuvo hasta llegar a Finsbury Park. George había salido y, naturalmente, también la señora Fentiman, pero la señora de la limpieza le dijo que había oído decir al capitán que iba a Great Portland Street. Wimsey fue tras él. El par de horas que pasó dando vueltas por salones de exposiciones y charlando con los encargados de mostrar los vehículos, casi todos los cuales eran, de una u otra forma, viejos amigos suyos, dieron como resultado el descubrimiento de que la empresa Walmisley-Hubbard iba a contratar a George Fentiman por una semana para que demostrara lo que sabía hacer.

—Oh, lo hará muy bien —dijo Wimsey—. Conduce estupendamente. Sí, sí. Es estupendo.

—Parece un poco nervioso —replicó el viejo amigo de Wimsey que llevaba la exposición de Walmisley-Hubbard—. Necesita animarse un poco, ¿no? Eso me recuerda… ¿Qué te parece si nos tomamos algo rápido?

Wimsey accedió a tomar algo rápido y ligero y después volvió para echar un vistazo a un nuevo tipo de embrague. Prolongó la interesante visita hasta que apareció uno de los «vehículos-tienda» de Walmisley-Hubbard, con Fentiman al volante.

—¡Vaya! —dijo Wimsey—. ¿Qué? ¿Probándolo?

—Sí. Ya le he cogido el tranquillo.

—¿Cree que podría venderlo? —preguntó el viejo amigo de Wimsey.

—Desde luego. En breve aprenderé a lucirlo. Es un vehículo bastante bueno.

—Qué bien. Bueno, supongo que no le importará tomarse algo rápido. ¿Y tú, Wimsey?

Se tomaron una copa rápida juntos. Después, el entrañable y viejo amigo recordó que tenía que marcharse zumbando porque había prometido ir a buscar a un cliente.

—Volverá mañana, ¿no? —le preguntó a George—. Hay un vejete en Malden que quiere hacer una excursión para probar el coche. Yo no puedo ir, así que podría intentarlo usted. ¿De acuerdo?

—Muy bien.

—¡Fenomenal! Le tendré el vehículo preparado para las once. ¡Adelante y hasta pronto!

—Es la alegría de la casa, ¿no? —dijo Wimsey.

—Ya lo creo. ¿Tomamos otra?

—Estaba pensando, ¿y si almorzamos? Si no tienes nada mejor que hacer, acompáñame.

George aceptó y propuso un par de restaurantes.

—No —dijo Wimsey—. Tengo el capricho de ir a Gatti’s, si no te importa.

—En absoluto. Me parece magnífico. Por cierto, he visto a Murbles, y está dispuesto a negociar con MacStewart. Cree que podrá mantenerlo a raya hasta que todo se arregle… si es que se arregla.

—Qué bien —replicó Wimsey distraídamente.

—Y estoy más que contento con la oportunidad de este empleo —añadió George—. Si todo sale bien, las cosas resultarán mucho más fáciles… en más de un sentido.

Wimsey dijo cordialmente que estaba seguro de que así sería y a continuación se sumió en un silencio insólito en él que se prolongó hasta el Strand.

Al llegar a Gatti’s dejó a George en un rincón mientras él iba a charlar con el jefe de camareros, y al acabar la entrevista apareció con una expresión de perplejidad que despertó la curiosidad del capitán, a pesar de sus propias preocupaciones.

—¿Qué pasa? ¿No hay nada que te apetezca comer?

—No, no es eso. Me estaba planteando si tomar
moules marinières
.

—Buena idea.

El rostro de Wimsey se animó, y estuvieron un rato consumiendo mejillones con satisfacción, mudos aunque no precisamente silenciosos.

—Por cierto —dijo Wimsey de repente—. No me contaste que habías visto a tu abuelo la tarde antes de que muriera.

George se sonrojó. Estaba peleándose con un mejillón especialmente elástico, bien aferrado a la concha, y no pudo responder durante unos momentos.

—¿Cómo demonios…? Maldita sea, Wimsey. ¿Eres tú quien está detrás de esa demoníaca vigilancia a la que me tienen sometido?

—¿Vigilancia?

—Sí, eso he dicho: vigilancia. Es absolutamente vergonzoso. Jamás se me hubiera ocurrido que tú tuvieras nada que ver con eso.

—Es que no tengo nada que ver. ¿Quién te vigila?

—Hay un tipo que me sigue a todas partes, un espía. Lo veo a todas horas. No sé si será detective o qué, pero tiene pinta de delincuente. Esta mañana ha venido en el mismo autobús que yo desde Finsbury Park. Ayer me siguió durante todo el día. Seguramente ahora andará rondando por aquí. Es que no lo aguanto más. Como vuelva a verlo le voy a arrancar esa asquerosa cabeza suya a golpes. ¿Por qué tienen que seguirme y espiarme? Yo no he hecho nada. Y ahora empiezas tú.

—Te juro que no tengo nada que ver con que te estén siguiendo. De verdad que no. Además, no contrataría a alguien que se dejara ver por el tipo al que está siguiendo. No. Si empezara a perseguirte, un escape de gas no sería más silencioso y discreto que yo. ¿Qué aspecto tiene ese sabueso incompetente?

—Parece un trapichero o algo. Bajo, delgado, con el sombrero calado sobre los ojos y una gabardina vieja con el cuello subido. Y la barbilla muy azulada.

—Suena a actor en el papel de detective. Desde luego, es imbécil.

—Me crispa los nervios.

—Bueno, bueno. La próxima vez que lo veas, dale un puñetazo.

—Pero ¿qué es lo que quiere?

—¿Cómo voy a saberlo yo? ¿Qué has andado haciendo últimamente?

—Nada, por supuesto. Te lo aseguro, Wimsey: estoy convencido de que hay una especie de confabulación contra mí para meterme en algún lío, o quitarme de en medio, o algo. No lo soporto. Es sencillamente deplorable. Imagínate que ese tipo se pusiera a rondar por Walmisley-Hubbard. Les parecería bonito que su vendedor tuviera detrás a un detective todo el rato, ¿verdad? Justo cuando empezaba a esperar que las cosas irían bien…

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