—¿Y qué puedo hacer por usted?
—Contarme todo lo que sepa sobre la señorita Ann Dorland.
—¿Ann Dorland? ¡Dios del cielo! No se habrá enamorado de ella, ¿verdad? Tengo entendido que le va a caer un montón de dinero.
—Señorita Phelps, tiene usted una mente absolutamente calenturienta. Tome otra tostada. Perdone que me chupe los dedos. No me he enamorado de esa dama. Si así fuera, arreglaría mis asuntos sin necesidad de ayuda. Ni siquiera la he visto nunca. ¿Cómo es?
—¿De aspecto?
—Entre otras cosas.
—Pues no muy agraciada. Tiene el pelo oscuro, liso, con flequillo cortado sobre la frente… como un paje. La frente ancha, la cara cuadrada y la nariz recta… muy bonita. También tiene los ojos bonitos, grises, con las cejas pobladas, que no están nada de moda. Pero tiene la piel mal y es dentona y regordeta.
—Es pintora, ¿no?
—Bueno… pinta.
—Ya. Una aficionada con dinero y estudio.
—Sí. He de decir que la anciana lady Dormer se portó muy bien con ella. Verá, Ann Dorland es una especie de prima lejana de la rama femenina de la familia Fentiman, y cuando lady Dormer se enteró de su existencia, Ann era huérfana e increíblemente pobre. A la anciana le gustó la idea de contar con un poco de vida joven en la casa y se hizo cargo de ella, y lo extraordinario es que no intentó monopolizarla. Le permitió que usara una habitación muy grande como estudio y que llevara a cuantos amigos quisiera, y que entrara y saliera a su antojo… dentro de unos límites, claro.
—Lady Dormer sufrió bastante por unas relaciones opresivas en su juventud —dijo Wimsey.
—Lo sé, pero la mayoría de las personas mayores parecen olvidarse de esas cosas. Estoy segura de que lady Dormer tuvo su buena época. Debía de ser una persona poco corriente. Pero claro, yo no la conocía bien, y tampoco sé gran cosa de Ann Dorland. Daba fiestas; bastante deficientes, por cierto. Y de vez en cuando viene a algún estudio, pero en realidad no es de los nuestros.
—Probablemente hay que ser pobre de verdad y trabajar mucho, ¿no?
—No. Usted, por ejemplo, encaja muy bien, en las raras ocasiones en las que tenemos el placer de verlo. Y no importa no saber pintar. Fíjese en Bobby Hobart, con sus espantosos chafarrinones… es un cielo y todo el mundo lo quiere. Creo que Ann Dorland debe de tener complejo de algo. Los complejos explican muchas cosas, como esa dichosa palabra, hipopótamo.
Wimsey se sirvió miel con generosidad, dando la impresión de que estaba dispuesto a escuchar.
—La verdad es que pienso —prosiguió la señorita Phelps—, que Ann podría haber llegado a ser alguien importante en los negocios. Es lista, y podría dirigir cualquier cosa estupendamente, pero no es creativa. Y, además, hay tantos amoríos en nuestro grupito… y una continua atmósfera de pasión febril resulta muy dura si tú no tienes ninguna.
—¿Está la señorita Dorland por encima de la pasión febril?
—Pues no. Yo diría que le habría gustado bastante, pero no le ha salido nada. ¿Por qué le interesa analizar a Ann Dorland?
—Algún día se lo contaré. No se trata de curiosidad normal y corriente.
—No, por lo general es usted muy decente; de lo contrario, no le estaría contando todo esto. En realidad, pienso que Ann tiene como una idea fija, que no puede resultarle atractiva a nadie, y por eso se pone sentimental y pesada, o grosera y desdeñosa, y nuestra pandilla detesta el sentimentalismo y los desaires. Creo que se ha hartado un poco del arte. La última vez que me contaron algo de ella, le había dicho a no sé quién que se iba a dedicar a la asistencia social, o a cuidar enfermos o algo por el estilo. Creo que es muy sensato. Seguramente se llevará mucho mejor con personas que se dediquen a esas cosas. Son mucho más educadas y estables.
—Comprendo. A ver una cosa… Supongamos que quisiera ver por casualidad, o sea, a propósito, a la señorita Dorland… ¿Dónde tendría posibilidades de encontrármela?
—¡Parece entusiasmado con ella! Yo lo intentaría en la casa de los Rushworth. Les interesa mucho la ciencia, mejorar la parte sumergida y cosas por el estilo. Supongo que Ann está de luto ahora, pero no creo que eso le impida ir a ver a los Rushworth. Sus reuniones no son precisamente frívolas.
—Muchas gracias. Es usted una mina de valiosa información. Y, para ser mujer, no hace demasiadas preguntas.
—Gracias por esas amables palabras, lord Peter.
—Y ahora ya puedo dedicar libremente mi inestimable atención a sus inquietudes. ¿Qué novedades hay? ¿Y quién está enamorado de quién?
—¡Ah, la vida es un absoluto erial! Nadie está enamorado de mí. Y los Schlitzer han tenido una riña más fuerte de lo habitual y se han separado.
—¡No!
—Sí. Solo que, debido a cuestiones económicas, tienen que seguir compartiendo el estudio… ya sabe, esa habitación grande que da a las caballerizas. Debe de resultar muy incómodo, tener que dormir, comer y trabajar en la misma habitación con alguien del que te estás separando. Ni siquiera se hablan, y es muy violento, cuando vas a ver a uno de ellos, que el otro tenga que fingir que ni te ve ni te oye.
—No creo que nadie pueda soportar semejantes circunstancias.
—Es difícil. Olga se ha quedado aquí, pero es que tiene un carácter espantoso. Además, ninguno de los dos quiere dejarle el estudio al otro.
—Comprendo. ¿Pero no hay una tercera persona en la historia?
—Sí. Ulric Fiennes, el escultor, pero no puede llevarla a su casa porque su esposa está allí; y depende de su esposa, pues sus esculturas no dan dinero. Además, está trabajando en un grupo escultórico enorme para la Exposición y no puede sacarlo de allí, porque pesa como veinte toneladas. Y si se marchara con Olga, su mujer lo echaría de casa. Ser escultor es muy incómodo. Es como los que tocan el contrabajo: el equipaje estorba mucho.
—Es verdad. Pero si usted se fugara conmigo, podríamos meter los pastorcitos y pastorcitas de barro en una bolsa.
—Claro, qué divertido. ¿Y adónde nos fugaríamos?
—¿Y si empezáramos esta noche, nos fuéramos a Oddenino’s y después a algún espectáculo… si no tiene nada que hacer?
—Eres un hombre encantador, y desde ahora voy a tutearte, Peter. ¿Vamos a ver
Ni lo uno ni lo otro
?
—¿Eso que tuvo tantos problemas para pasar la censura? Bueno, si quieres… ¿Es especialmente obsceno?
—No, más bien epiceno.
—Ah, ya. Bueno, a mí me parece bien, pero tengo que advertirte de una cosa: que pienso preguntarte qué significan los puntos más escabrosos en voz bien audible.
—En eso consiste para ti la diversión, ¿verdad?
—Pues sí. La gente se pone furiosa. Me chistan y sueltan risitas nerviosas, y con suerte acabo en el bar con un lío estupendo.
—Pues no pienso arriesgarme. Ni hablar. Mira, lo que de verdad me gustaría es que fuéramos a ver
George Barnwell
en el Elephant y cenar
fish and chips
después.
Así lo decidieron, y al considerarla en retrospectiva, aquella noche resultó sumamente fructífera. Acabó con unos arenques a la parrilla en el taller de un amigo, ya de madrugada. Cuando lord Peter volvió a casa encontró una nota en la mesa del recibidor.
Milord:
La persona que ha llamado hoy de Sleuths Incorporated parecía inclinada a compartir la opinión de su señoría, pero estaba vigilando al sujeto y dará más información mañana. Los bocadillos están en la mesa del comedor, por si su señoría necesita un refrigerio.
Su humilde servidor,
M. Bunter
—Cruza la palma de la mano de la gitana con plata —dijo su señoría, y se metió en la cama.
Lord Peter se lleva los triunfos
El informe de Sleuths Incorporated podría resumirse de la siguiente manera: «Nada nuevo y el comandante Fentiman convencido de que no habrá nada nuevo, opinión compartida por Sleuths Incorporated». Lord Peter contestó lo siguiente: «Sigan vigilando y ocurrirá algo antes de que acabe la semana».
Su señoría estaba en lo cierto.
La cuarta noche, Sleuths Incorporated volvía a enviar un informe. El detective encargado del caso había sido relevado a las seis de la tarde por el comandante Fentiman, como estaba previsto, y se había ido a cenar. Al regresar a su puesto, una hora más tarde, el cobrador le entregó una nota que habían dejado para él en el vestíbulo de la estación. Decía así:
Acabo de ver a Oliver subir a un taxi. Lo estoy siguiendo. Comunicaré más detalles a la cantina.
Fentiman
El detective tuvo que volver a la cantina a esperar otro recado. Pero, mientras tanto, el segundo hombre que estaba apostado, como había ordenado su señoría, seguía al comandante sin conocimiento de este. Al poco tiempo pasaron una llamada desde la estación de Waterloo: «Oliver está en el tren camino a Southampton. Lo sigo». El detective llegó a Waterloo cuando el tren ya había salido y cogió el siguiente. En Southampton hizo ciertas averiguaciones y se enteró de que un caballero que respondía a la descripción de Fentiman había provocado un altercado en el momento en que partía el barco de El Havre y había sido inmediatamente expulsado a instancias de un hombre de edad al que parecía haber molestado o agredido. De las investigaciones posteriores entre las autoridades portuarias se desprendía que Fentiman había seguido a aquella persona en el tren y se había mostrado insultante con ella, ante lo cual el guarda lo había reprendido; después volvió a echarle el guante a su presa en la pasarela y trató de impedir que subiera a bordo. El caballero presentó su pasaporte y documentos de identidad para demostrar que era un fabricante jubilado, de nombre Postlethwaite, que vivía en Kew. Fentiman insistió en que era alguien llamado Oliver, de dirección y situación desconocidas, cuyo testimonio se requería para un asunto de familia. Como Fentiman no iba provisto de pasaporte y no parecía poseer autoridad oficial para retener e interrogar a los pasajeros, y como su historia resultaba imprecisa y su actitud agitada, la policía local decidió detenerlo. Se permitió a Postlethwaite que prosiguiera su viaje, tras haber consignado su dirección en Inglaterra y su destino, que, como había sostenido y pudo demostrar con documentos y correspondencia, era Venecia.
El detective fue a la comisaría, donde encontró a Fentiman hecho una furia y amenazando con una demanda por encarcelamiento ilegal. No obstante, el sabueso consiguió que dejaran en libertad a Fentiman, al atestiguar su identidad y buena fe, y tras convencerlo de que prometiera guardar la compostura. Después le recordó que los particulares no tienen derecho a agredir ni a detener a personas pacíficas contra las que no se pueden presentar cargos, y señaló que, una vez que Oliver había negado ser Oliver, lo correcto hubiera sido seguirlo y vigilarlo discretamente, al tiempo que se comunicaba con Wimsey, el señor Murbles o Sleuths Incorporated.
El detective estaba en Southampton, esperando instrucciones de lord Peter. ¿Debía continuar hacia Venecia, enviar a su subordinado, o regresar a Londres? En vista del comportamiento veraz del señor Postlethwaite, parecía probable que se hubiera producido un error en su identificación, pero Fentiman insistía en que no se había equivocado.
Aún conectado a la línea interurbana, lord Peter reflexionó unos momentos y después se echó a reír.
—¿Dónde está el comandante Fentiman? —preguntó.
—Ahora se va a la ciudad, milord. Le he hecho saber que cuento con toda la información necesaria para proceder, y que su presencia en Venecia únicamente contribuiría a entorpecer mis movimientos, una vez se ha dado a conocer al sujeto.
—Sin duda. Bueno, creo que no vendría mal que enviara otro hombre a Venecia, por si acaso la pista fuera buena. Y escuche… —Dio algunas instrucciones más y acabó añadiendo—: Y dígale al comandante Fentiman que venga a verme en cuanto llegue.
—Faltaría más, milord.
—¿Se cumple la profecía de la gitana? —dijo lord Peter al comunicarle la información a Bunter.
El comandante Fentiman fue a casa de lord Peter aquella noche, tan indignado como contrito.
—Lo siento, muchacho. Fue una puñetera estupidez, pero es que perdí los estribos. Ese tipo me sacó de mis casillas cuando negó tranquilamente conocerme a mí o al pobre abuelo y me salió enseguida con pruebas. Desde luego, reconozco que cometí un error. Comprendo que debería haberlo seguido con discreción, pero ¿cómo iba yo a saber que no respondería a su nombre?
—Pero deberías haber imaginado, al no responder él a su nombre, que te habías equivocado o que tenía buenos motivos para huir —replicó Wimsey.
—Yo no lo acusé de nada.
—Claro que no, pero él debió de pensar lo contrario.
—Pero ¿por qué? Es decir, cuando me dirigí a él, solo dije: «Es usted el señor Oliver, ¿no?». Y él me dijo: «Se ha confundido». Y yo le dije: «Seguro que no. Me llamo Fentiman, y usted conocía a mi abuelo, el general Fentiman». Y él dijo que no tenía el gusto. Así que le expliqué que queríamos saber dónde había pasado el viejo la noche antes de su muerte, y me miró como si yo estuviera loco. Eso me molestó y le dije que sabía que era Oliver, y entonces se quejó al guarda. Y cuando lo vi intentando largarse sin más, sin prestarnos ayuda, al pensar en el medio millón de libras me puse tan furioso que lo agarré. «No, ni hablar», le dije… y ahí empezó la historia, ¿comprendes?
—Lo comprendo perfectamente —dijo Wimsey—, pero ¿no comprendes que si realmente es Oliver y se ha largado con tanta complicación, con pasaporte falso y demás, debe de tener algo importante que ocultar?
Fentiman se quedó boquiabierto.
—¿No querrás decir… no querrás decir que hay algo raro en la muerte? ¡No puede ser!
—Desde luego, tiene que pasar algo con Oliver, ¿no? A juzgar por tu actuación…
—Bueno, así mirado, supongo que sí. ¿Sabes una cosa? Que seguramente está metido en algún lío y quiere desaparecer. Deudas, o una mujer o algo. Claro; eso tiene que ser. Y yo he sido muy inoportuno, abalanzándome de ese modo. Así que se ha escabullido. Ahora lo comprendo todo. Bueno, en ese caso tendremos que dejarlo. No podemos hacerlo volver, y, al fin y al cabo, supongo que no podría decirnos nada.
—Es posible, desde luego, pero si tenemos en cuenta que desapareció de Gatti’s, donde tú solías verlo, casi inmediatamente después de la muerte del general, ¿no da la impresión de que tenía miedo de que lo relacionaran con ese hecho concreto?