Ambas se deshicieron en carcajadas. Nubnofret se incorporó para enjugarse los ojos con el lienzo que llevaba a la cintura. En ese momento entró Wernuro y, tras una reverencia, les sirvió agua, vino y cerveza, con platos de pasteles y golosinas.
—Gracias por el ofrecimiento, Alteza —jadeó Tbubui—, pero creo que prefiero aburrirme sola a que me aburran otros. Tomaré vino —agregó, en respuesta a la muda invitación de Nubnofret.
Wernuro se retiró en silencio.
—Pero ¿qué me dices de Harmin? —insistió Nubnofret. Tenía muy desarrollado el sentido de las jerarquías sociales y del lugar a ocupar en ellas, por lo que no lograba imaginar que una familia de sangre noble no deseara ascender—. ¿No le gustaría tener un puesto en la corte o un nombramiento sacerdotal, al menos?
—No lo creo —replicó Tbubui, sorbiendo su vino—. Heredará mi finca, por supuesto, por pequeña que sea, y dispone ya de la fortuna paterna. Le gusta vivir cómodamente, pero no muestra mucha inclinación por codearse con los poderosos.
La princesa se mostró complacida. El claro interés que Sheritra revelaba por aquel joven había preocupado algo a su madre, por el temor de que él intentara tan sólo acercarse al trono de Egipto.
—Espero que él y Sheritra estén disfrutando del día —dijo, con cautela—. Creo que han ido río arriba a contemplar la vida silvestre de los pantanos y, si tienen suerte, descubrir algún cocodrilo. No los envidio, con este calor.
Tbubui sostenía la taza de vino con sus manos morenas.
—Tenía intención de hablar contigo sobre la princesa —empezó, vacilando—. Tengo entendido que es muy tímida y que desconfía de la gente.
—Así es. —Nubnofret estaba sedienta y había bebido ya la mitad de su vino. Notaba un agradable calor interno que la hacia sentir lánguida—. Sheritra no tiene ninguna confianza en sí misma. Es inteligente y, desde luego, un gran partido para cualquier joven noble con aspiraciones, pero no quiere mirarlos siquiera. Me sorprendió mucho que te aceptara con tanta facilidad.
—Tal vez se da cuenta de que yo disfruto con su compañía. —Tbubui descruzó las piernas para estirarlas y se reclinó un poco más contra las almohadas—. Tengo que pedirte un favor, princesa.
«¡Qué pena!", pensó Nubnofret, con pereza. "Me agrada hacer favores a mis antiguas amigas o a mujeres de mi condición, pero ésta no es una cosa ni la otra. Y empezaba a gustarme.» Aguardó.
—Deja que Sheritra venga a hospedarse en mi casa por un tiempo. Con frecuencia siento la falta de compañía femenina, puesto que vivo con dos hombres. Ella y yo tendríamos mucho que decirnos. Creo que puedo ayudarla a mejorar su aspecto y su confianza. Y ella sabe hacerme reír.
«¿Hacerte reír?", pensó Nubnofret. "¿Sheritra, hacer reír a alguien? Supongo que la invitación no es tan tonta. Khaemuast había hablado de enviar a la niña a casa de la familia Sunero, si yo no dejaba de importunaría. Es que necesita que la importunen.» Empezó a escocerle la familiar exasperación que Sheritra le producía.
—Pero Tbubui, ¿qué pasará con la incipiente relación entre mi hija y tu hijo? —objetó—. No es aceptable situarlos bajo el mismo techo.
—Es mi techo, Alteza —le recordó Tbubui—. Y mis normas de decoro son muy estrictas. La princesa estará acompañada por sus servidores, por supuesto, y por los guardias que Khaemuast considere conveniente incluir en su cortejo. Nuestra casa es un hogar muy formal —concluyó, sonriendo—. Necesitamos algo que la anime.
Nubnofret capituló con una celeridad que debía mucho al vino. Seria muy apacible vivir sin Sheritra durante uno o dos meses. Tal vez consiguiera estrechar otra vez la intimidad con Khaemuast, silos dardos de la personalidad de su hija no se interponían entre los dos.
—No es una princesa cualquiera —recordó a su visita—. Por sus venas corre la sangre de los dioses y, por tanto, debe ser tratada con reverencia y bien custodiada en todo momento. Pero… —sonrió—. Se lo preguntaremos cuando vuelva a casa y lo consultaré con mi esposo, que tiene la última palabra. ¡Dioses, qué calor! ¿No quieres bañarte?
Tbubui hizo un gesto afirmativo y dio las gracias a su anfitriona. Nubnofret llamó a las sudorosas servidoras y pronto estuvieron las dos de pie sobre las baldosas de baño, desnudas y empapadas en fresca agua de loto, con las tazas de vino aún en la mano. Conversaban alegremente sobre el último tratamiento para suavizar el pelo. Al atardecer, cuando llegó Sheritra, ruborosa y animada, las encontró aún sumidas en una intensa conversación, reclinadas en sendas esterillas de junco tendidas junto al estanque. El calor había cedido ya y el prado, los parterres, su madre y la huésped parecían saturados por el esplendor cobrizo de los últimos rayos del sol. Las dos mujeres levantaron la vista con una sonrisa cuando se acercó a ellas por el césped seco. Nubnofret dio unas palmaditas sobre la esterilla, junto a su amplia cadera.
—¿Lo has pasado bien? —preguntó.
La muchacha se dejó caer a la sombra del toldo azul y blanco, notando que las dos jarras de vino estaban vacías y que su madre hablaba con una agradable gangosidad. Se sintió desconcertada, pues Nubnofret rara vez se veía afectada por el vino, pero ello la divirtió secretamente. En la cara de su madre se habían suavizado las arrugas que, a los treinta y cinco años, se iban fijando en una permanente expresión preocu pada y severa. Sus ojos brillantes mostraban una satisfecha pereza.
—Si, por supuesto —respondió Sheritra, agradeciendo la reverencia de Tbubui con un gesto—. Harmin y yo encontramos una pequeña bahía en la orilla del oeste, a unos siete kilómetros de la ciudad, aguas arriba. Allí hay un canal viejo y descuidado que desagua en el Nilo. Estaba atestado de maleza, nidos y animales. Hemos pasado siglos explorándolo, pero no hemos visto ningún cocodrilo. Comimos en la cabina de la barcaza, debido al calor, y Harmin ha vuelto a su casa. —Se volvió hacia Tbubui—. Disculpa, Tbubui. Si hubiera sabido que estabas aquí le habría invitado a pasar, para que regresarais juntos.
—No importa, princesa —repuso la visitante—. Tu madre y yo hemos pasado una tarde deliciosa, libre de toda compañía masculina. Creo que la presencia de Harmin la hubiera echado a perder.
Sheritra las observó con curiosidad. Parecían exudar una esencia de feminidad indolente, un aura de confidencias de mujer compartidas, que la hacía sentir algo incómoda. Ella no tenía amigas intimas y siempre había desdeñado la frívola conversación que le ofrecían las hijas de los conocidos de su padre, unas muchachas estúpidas, que reían como tontas y sólo pensaban en la moda, los cosméticos, los peinados que se llevaban en el Delta y comparar el atractivo de los jóvenes. Trasladó la vista de la cara somnolienta y aturdida de su madre a los miembros de Tbubui, sensualmente extendidos, y tuvo la sensación de que habían tratado ampliamente todos aquellos temas durante la tarde. Nubnofret confirmó su sospecha.
—No hemos hecho nada en todo el día, aparte de beber vino y hablar de cosas sin la menor importancia —explicó—. Me ha sentado bien.
—Yo también he disfrutado —agregó Tbubui—. No tengo compañía femenina y no hablo con mis servidoras.
Lanzó una mirada a Nubnofret, como si esperara algo más, y ésta gruñó:
—Tbubui ha tenido la amabilidad de invitarte a pasar una temporada en su casa. Creo que el cambio podría sentarte bien, Sheritra, site apetece ir. ¿Qué opinas?
La muchacha examinó la cara de su madre y analizó su voz. A veces, aquel tipo de preguntas contenían ya la respuesta que se esperaba. Entonces ella sabía que, en realidad, no le estaban dando a elegir. Pero en esa ocasión no advirtió ninguna coacción oculta ni tampoco identificó, con su extremada sensibilidad, ningún deseo de quitarla de en medio. Nubnofret le sonreía, con sus maquillados ojos reducidos a unas ranuras por el sol.
«Tiempo con Harmin", pensó Sheritra. "Hora tras hora en su compañía, conversando con él, bebiéndole con los ojos, tal vez besándole, tal vez…» Pero aquello no era correcto, no se ajustaba al decoro. Reflexionó sobre ello frunciendo el ceño sin darse cuenta, mientras su madre añadía:
—Bakmut te acompañará, por supuesto, y también un escriba y tu servidora personal. Tu padre te asignará los guardias que convengan. «Y alguien que le informe de todos mis movimientos", agregó Sheritra para si, con melancolía. "Pero así debe ser.»
—¿Qué opina papá? —preguntó.
—Aún no he hablado con él —confesó su madre—. Decidí averiguar primero qué pensabas tú. ¿Y bien?
—¡Ven, princesa! —le urgió Tbubui—. Sería un gran honor contar con tu compañía y tener alguien con quien dialogar. También Harmin se sentirá muy feliz, sin duda.
Miró a Nubnofret de soslayo, insinuando con claridad: «¿Me he excedido?». Pero ella se estaba frotando los dedos con aceite de loto y se limitó a asentir con la cabeza.
—Creo que si —agregó, secamente—. Pero no me opongo, siempre que no se le deje a solas con mi hija. —Súbitamente, levantó la vista—. No estás obligada a ir, Sheritra.
«Pero tú quieres que vaya", pensó Sheritra, con enfado. "Ya veo que sí. Si yo quisiera fastidiarte, bastaría con rechazar la invitación. Pero tú sabes, madre, que no puedo rehusar la oportunidad de estar con Harmin.»
—Por el contrario —dijo—, me encantaría ir. Gracias, Tbubui.
La mujer sonrió con calidez.
—¡Bien! Haré que te preparen un cuarto. Más aún, te cederé mi alcoba, que es la más grande de la casa. Tenemos varias habitaciones vacias.
Sheritra no protestó. Por ser princesa, tenía derecho a ocupar el mejor alojamiento.
—¿Cuándo te gustaría venir? —insistió Tbubui.
Sheritra estudiaba serenamente a su madre.
—Mañana —respondió.
—¡Bien! —repitió la visitante, incorporándose.
En ese momento, Khaemuast surgió de entre las sombras de la terraza y echó a andar hacia ellas acompañado por Hori, que renqueaba torpemente. Tbubui se levantó y les hizo una reverencia tan graciosa que provocó en Sheritra un sentimiento de envidia. «Hace un mes no me hubiera importado", se dijo, "o, en todo caso, no me hubiera importado tan intensamente. Me habría burlado de ella. Ahora quiero poseer esa seguridad desenvuelta, por el bien de Harmin». Mientras se levantaba a su vez para recibir el beso de su padre, Hori le dedicó una sonrisa torcida y se dejó caer en una de las sillas que los sirvientes acercaban a ellos, presurosamente.
—Al parecer —comenzó Khaemuast, posando los ojos en Tbubui, después de saludar a su esposa someramente, pero con calidez—, los hombres venimos a interrumpir un obvio idilio. Se os ve a todas muy satisfechas. ¿Habéis estado solucionando los asuntos de Egipto?
«No es habitual que papá se muestre condescendiente", pensó Sheritra. "Se le ve muy intranquilo. Y Hori ¿por qué mira al suelo con un gesto tan sombrío? Bueno, no voy a dejar que ninguno de ellos me estropee el día.»
Su madre le estaba explicando la invitación que le había hecho Tbubui. Sheritra prestó atencién a la conversación mientras sus padres lo comentaban. El príncipe no parecía oponerse. Por el contrario, la muchacha tuvo la sensación de que, bajo las objeciones que exigía la formalidad, había un deseo de alejarla tan grande como el de su madre. Intrigada y algo ofendida, buscó la mirada de Khaemuast para consolarse, pero no la halló. Tbubui los observaba, pasando lentamente de uno a otro sus ojos, entornados para protegerlos del sol. No hizo ademán de intervenir. Para Sheritra, su inmovilidad tenía algo de presumido. Por fin, su padre se volvió hacia ella.
—Voy a echarte de menos, Pequeño Sol —dijo, alegremente—. Claro que tu madre y yo te visitaremos con frecuencia hasta que estés dispuesta a regresar a casa. «Mamá no lo hará", pensó la muchacha, con rebeldía, "y tú, querido padre…". De pronto, acudió una idea a su mente. ¿Era posible? Khaemuast se mostraba ahora jovial y animado. Sheritra observó discretamente a Tbubui, que sonreía levemente y abría la mano en abanico sobre las briznas de hierba. Y examinó otra vez los ojos chispeantes de su padre y sus amplios ademanes. El corazón le dio un vuelco. "Con que de eso se trata. Estando yo en casa de Tbubui, papá tendrá una excusa para ir a visitarla cuando lo desee. Y algo me dice que lo deseará con muchísima frecuencia.»
Sheritra no hubiera podido explicar por qué aquella seguridad de que Khaemuast se interesaba por aquella mujer la afligía tanto. Quizá el cambio le beneficiara y le rejuveneciera durante un tiempo. Pero recordó la extraña e incómoda conversación que había mantenido con él, no hacía mucho, y tuvo la certeza de que no iba a ser así. Sentía admiración y simpatía por Tbubui, pero ella no era un hombre y el instinto le decía que Tbubui era peligrosa para los hombres.
Subrepticiamente, por entre las pestañas entornadas, miró a su hermano. Hori mantenía baja su oscura cabeza y fijaba la vista sobre su magullada rodilla, sin verla. «Oh, Ator, no", pensó la joven, con algo parecido al horror. "¡Los dos a la vez, no! ¿Lo sabe Tbubui?»
Ella y Khaemuast estaban hablando en ese momento del pergamino.
—He decidido permitir a Sisenet examinarlo —decía el príncipe, con desgana. Pero tendrá que hacerlo aquí. Soy responsable de ese objeto ante los dioses y el ka del hombre que fue su propietario. En verdad, Tbubui, he llegado a un punto en que me vendría bien cualquier ayuda para descifrarlo.
Tbubui respondió de inmediato con inteligencia y Sheritra miró a su madre. Nubnofret se había retirado de la conversación y permanecía tendida de lado y con los ojos cerrados. Algo en su rígida posición reveló a la muchacha que la tarde de su madre no estaba terminando tan agradablemente como había empezado.
Repentinamente, Sheritra se sintió acalorada y débil, sacudida por unas ocultas corrientes de emoción: la vaga aprensión de su madre, el malhumor de Hori, la desacostumbrada animación de su padre… y en el centro de todo, Tbubui, que un rato antes era una mujer perezosa y seductora, y que se mostraba como la encarnación de la seriedad y la aplicación en el estudio de la historia. «¿Lo sabe ella?", se preguntó nuevamente. "Si lo sospechara no me haría esta invitación, sin duda. ¿O sí?» Se puso de pie y la conversación se interrumpió.
—Dame permiso para entrar en casa, padre —pidió—. He pasado todo el día al sol y estoy muy cansada. Quiero bañarme antes de cenar.
Sabía que sus palabras sonaban falsas, que estaba encorvada e inquieta, que se convertía una vez más en el bochorno de la familia, pero no podía evitarlo. Khaemuast, sorprendido, asintió.