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Authors: Álvaro Mutis

Tags: #Relatos, Drama

Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero (83 page)

BOOK: Empresas y tribulaciones de Maqroll el Gaviero
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Tan pronto regresó la lancha, zarparon rumbo a Jiddah. Esa misma noche apareció de repente el Imán en el puente de mando, con el solemne porte de quien trae en sus manos la ira de Allah. Amenazó con entablar una demanda ante las autoridades sauditas, por secuestro de una pasajera. Todos tendrían que descender en Jiddah para rendir cuentas de su tropelía. Maqroll, en forma muy serena pero igualmente terminante, repuso al
mullah
:

—Esa mujer vino a nosotros en busca de protección y ayuda médica, debido a las varias tandas de golpes y azotes de las que fue víctima. No quiso decir de manos de quién. Éste es un delito grave, cometido bajo pabellón británico, que se castiga, usted debe saberlo, con varios años de cárcel. La mujer descendió por su propia voluntad y así lo hizo saber a las autoridades egipcias, quienes ya están comunicando el hecho a las de Jiddah. El señor Bashur descendió en Port Said para atender negocios relacionados con nuestra operación comercial. Así consta ante las autoridades del puerto. Ahora bien: a la menor muestra de rebelión de su gente contra el capitán Blekaitis y su tripulación, se pedirá ayuda a las autoridades británicas más cercanas y los peregrinos serán desembarcados, sin contemplaciones, en el primer sitio donde podamos atracar. Desde luego haremos una denuncia por intento de secuestro de una nave de registro inglés. Cualquier acto de violencia de su gente contra nosotros será rechazado con las armas, con la autoridad que las leyes internacionales sobre navegación marítima conceden al capitán de la nave. Le aconsejo que, teniendo en cuenta lo que acabo de decirle, regrese a la cala y medite sobre las consecuencias de cualquier violencia.

El anciano ministro del Profeta dio media vuelta sin decir palabra y caminó hacia la cala con envarada prosopopeya, tan poco natural que era claro que trataba de salvar la cara frente a su gente que se había asomado para que ver qué sucedía con su Imán. Era de esperar que los convenciera de seguir hasta Jiddah sin crear desorden alguno y olvidarse de Jalina. El anciano debió lograr su propósito, porque los croatas permanecieron tranquilos durante todo el trayecto hasta el puerto de La Meca. En Jiddah, bajaron al remolcador que había ido por ellos, ya que Vincas no quiso atracar en los muelles, por natural precaución. Al descender el grupo, un gigante de mirada torva y labios temblorosos de ira se enfrentó a Vincas y a Maqroll, que vigilaban de cerca el desembarque de los peregrinos, y los increpó en turco:

—¡Perros, hijos de perra! Algún día nos hemos de encontrar, no importa dónde, y beberé su sangre y escupiré sobre sus cadáveres hasta que se me agote la saliva. Recuerden bien mi nombre: Tomic Jankevitch los perseguirá con su furia hasta matarlos.

Maqroll le respondió en el mismo idioma:

—No te preocupes por eso, Tomic. Cuando tengamos el placer de encontrarte nos adelantaremos a tus buenos deseos y obsequiaremos tu cadáver a los cuervos. Si lo aceptan. Cosa que dudo.

El hombre hizo ademán de lanzarse contra el Gaviero y éste se llevó la mano al bolsillo de su chaqueta. Alguien que venía detrás del energúmeno lo empujó ligeramente diciéndole algunas palabras al oído. El hombre siguió su camino maldiciendo entre dientes contra todos los del barco. Vincas comentó divertido:

—Por lo visto, la ardiente Jalina cuenta con admiradores entre los santos peregrinos a La Meca. Habrá que comentárselo a Jabdul.

Partieron los croatas y el
Hellas
estaba a punto de levar anclas, cuando una lancha del resguardo portuario, con la bandera saudita flotando altiva en el tibio aire del desierto, se dirigió al barco. Por altavoz ordenaron al capitán detenerse y esperar la visita de las autoridades. Cuando subieron a bordo, los atendió Vincas con la tradicional flema nórdica. Se trataba de dos funcionarios uniformados y cuatro guardias armados de ametralladoras cortas. El funcionario que ostentaba el mayor rango preguntó al capitán por una mujer que venía en el barco y había desembarcado contra su voluntad en Port Said, según declaración del Imán al llegar a tierra. Vincas explicó en inglés que la mujer había descendido por su propia voluntad y así se había hecho constar en las oficinas de inmigración en Port Said. Era fácil verificarlo comunicándose por radio con las autoridades egipcias. La mujer había sido, además, brutalmente golpeada por sus compatriotas y estaba bajo atención médica en Egipto. El oficial saudita pidió ver los documentos del barco y Vincas se los mostró de inmediato. Los examinaron con el otro empleado en forma minuciosa y desesperante, como si no entendieran bien el inglés. El superior del grupo devolvió los papeles y, sin hacer ningún comentario, ordenó en árabe a su gente volver a la lancha. Dio media vuelta y descendió rápidamente la escalerilla. Ya en la lancha, comunicó al capitán que podía partir cuando quisiera.

El viaje de regreso se cumplió sin contratiempos. Todos en el barco estaban ansiosos por saber noticias de Abdul y de Yosip. Al llegar a Port Said anclaron a la entrada del puerto y muy poco después llegó Abdul en una lancha, acompañado por el agente aduanal. Después de los saludos entusiastas de Maqroll y del capitán, éste le preguntó por Yosip. Abdul les informó con amplia sonrisa que economizaba cualquier comentario adicional:

—Ya está libre de toda acusación como desertor de la Legión, pero debe permanecer durante un mes en territorio egipcio. Así lo exigen las leyes del país, cuando se ha anulado un pedido de extradición por parte de cualquier gobierno extranjero. Esa formalidad, puramente burocrática, la está cumpliendo con enorme placer, porque le permite quedarse cuidando a Jalina, que se repone lentamente de los golpes y azotes que le propinó, con anuencia del Imán, un gigante que la pretendía. Yosip y ella han descubierto que se entienden maravillosamente. No duden que los veremos muy pronto formando una pareja ejemplar. Bien. Les pido me excusen, voy a dormir un rato porque me caigo de sueño. Hace dos días que ni duermo. Pero antes les doy un consejo: no echen en saco roto las direcciones que tiene a su disposición Malik para divertirse en Port Said. Les aseguro que valen la pena —el agente, que respondía al nombre de Malik, era un ventrudo egipcio de rostro plácido y bonachón, que sonreía a través de los grandes bigotes teñidos de henna que le caían sobre las comisuras de la boca dándole un aspecto de turco de opereta.

Tal como lo predijo Abdul, Yosip se convirtió en el inseparable compañero de Jalina. Con ella recorrió el mundo desempeñando los oficios más diversos. Abandonó la navegación, en buena parte porque su mujer no quería acompañarlo a bordo. Vincas perdió al mejor contramaestre que había tenido y Maqroll ganó dos amigos con quienes se encontró en varias ocasiones. La mujer había tomado un cariño ferviente al Gaviero desde cuando supo que había sido suya la idea de que desembarcase en Port Said. En este sentimiento de Jalina hacia el Gaviero había una gran dosis de piedad que ella explicaba siempre en una frase:

—Está más solo que nadie y necesita más que nadie de quienes lo queremos bien.

En el sórdido motel de La Brea Boulevard de Los Ángeles, donde muchos años más tarde fue a recalar el Gaviero derrumbado por las fiebres, ella iba a mostrar hasta dónde iba su afecto por él. Esto ha sido objeto de otro relato que ya anda en manos de algunos lectores interesados en las andanzas de Maqroll.

VI

L
A vida de Abdul iba a mudar muy pronto de rumbo de manera radical. Aunque ni Maqroll, ni el mismo Bashur y, menos aún, sus familiares, mencionaron esta coincidencia, al revisar las cartas y escritos correspondientes a la que pudiéramos llamar la segunda etapa de la vida de nuestro amigo, es evidente que la desaparición de Ilona determinó el cambio. Al abandonar a su propia inercia ciertos mecanismos, que Ilona solía percibir desde el primer instante de su aparición y tenía la sabia y misteriosa facultad de mantener bajo control, Abdul, muerta su amiga, dejó que un ciego fatalismo desbocado lo condujera a los mayores extremos de incuria y desaprensión. No quiere esto decir que cambiase su carácter generoso e inquisitivo. Bashur siguió siendo el mismo pero transitando por veredas y ambientes por entero distintos a los que, hasta ese momento, había frecuentado. Las cosas fueron sucediendo paulatinamente. Al comienzo, no era fácil percibir el cambio, si bien, la buena suerte, que hasta entonces estuvo de su lado, se fue alejando hasta esfumarse en el horizonte de sus andanzas. El primer síntoma grave se presentó con la pérdida del
Hellas
. Sobre ello algo se dijo al comienzo de esta historia. Es hora de completar la trama de lo ocurrido entonces.

Al regresar a Chipre, después de la experiencia con los peregrinos croatas y la turbulenta Jalina, el
Hellas
realizó algunos breves recorridos en el Mediterráneo que, si bien no dejaron mayores ganancias, tampoco ocasionaban gastos considerables. La tripulación se redujo a ocho personas. Yosip fue reemplazado por un contramaestre irlandés, que ya había trabajado años atrás con Bashur, en barcos de la familia. El hombre tenía una capacidad para almacenar whisky en el cuerpo que superaba todo cálculo imaginable. Pero, al mismo tiempo, sabía mantener con su gente relaciones afables a la vez que exigirles un riguroso rendimiento en el trabajo. Nunca se le vio borracho y enlo único que se le notaba que había llegado a la altamar de su dosis de escocés, era por un permanente canturrear en voz baja tonadas en la espesa lengua de la verde Erín. Se llamaba John O'Fanon. De él partió la idea de transportar armas y explosivos a España.

En una taberna de Túnez John encontró a una joven pareja que decía estar pasando la luna de miel. Los dos eran catalanes y hablaban con fluidez varios idiomas. Ella era una morena de estatura más bien baja y facciones expresivas de una incesante movilidad. Él era uno de esos seres altos, descarnados y melancólicos, con cierto aire de seminaristas, de pocas palabras y que siempre dan la impresión de que acaba de caer sobre ellos una gran desgracia. La pareja simpatizó de inmediato con el contramaestre del
Hellas
y pasó buena parte de la noche disfrutando sus historias de mar y sus anécdotas, algunas muy subidas de tono, sobre su vida en los puertos. O'Fanon no estaba ya en condiciones de poner en duda esa manifestación de simpatía, nacida tan de repente, y una tan marcada atención a su torrentosa charla salpicada de incidentes manidos, comunes a toda vida en el mar. Antes de regresar a su hotel, la pareja aceptó entusiasmada la invitación que les hizo John para visitar el
Hellas
y ofrecerles allí una copa en compañía de los patrones, cuyas excelencias no se cansaba de encomiar. Nada de esto informó O'Fanon a los dueños del barco y, al día siguiente, había olvidado por completo su entusiasta invitación. Los catalanes aparecieron, a eso de las cinco de la tarde, al pie de la escalerilla y preguntaron por su amigo O'Fanon. Maqroll supervisaba la operación de descargue de cemento proveniente de Génova, que terminaría en breves minutos. Le intrigó que la curiosa pareja preguntase por el contramaestre con tanta familiaridad. Hizo llamar a O'Fanon y éste, al llegar, reconoció a sus amigos de la noche anterior y recordó la invitación hecha en la euforia del
scotch
. Musitó una excusa cualquiera y bajó para atender a sus amigos. Ya sobrio y refrescado por la hiriente brisa que venía del interior tunecino, en pleno mes de enero, John descubrió en la pareja algunos rasgos nuevos que no dejaron de sorprenderle. El hombre había perdido mucho de su aire clerical y miraba a su alrededor en actitud alerta, sobre todo en dirección de Maqroll. La mujer, en medio de su extrovertida variedad de gestos, que tenían más de tic nervioso que de otra cosa, también acusaba una tensa vigilancia que la noche anterior no había advertido O'Fanon. El irlandés les presentó al Gaviero, que ya estaba sobre aviso respecto a los visitantes por la conducta que desde el puente había notado en ellos. Recorrieron el barco, mirando sin detenerse en ninguno de los detalles que les enseñaba el contramaestre y sobre los cuales les daba minuciosas explicaciones. Al llegar al puente de mando, toparon allí con los propietarios y fueron presentados a Bashur. El olfato de Abdul ya había percibido varios indicios que no lo tranquilizaban. En un silencio que se creó, cuando ya nadie, al parecer, tenía nada que decir, Abdul dejó caer la pregunta que tenía a flor de labios desde hacía rato:

—¿Podemos servirles en alguna otra cosa, diferente de mostrarles un triste carguero común y corriente? Programa que se me ocurre bien poco interesante para pasar la luna de miel.

El melancólico ampurdanés —ya había explicado que era oriundo de La Bisbal— atrapó de inmediato la invitación de Bashur y repuso tranquilamente:

—En efecto nos gustaría hablar con ustedes dos para plantearles un negocio. ¿Podemos ir a algún lugar privado?

Maqroll pescó al vuelo la intención de Bashur y los invitó a la pequeña oficina que compartía con Abdul entre los dos camarotes que ocupaban como dormitorio. O'Fanon miraba todo aquello con sus ojos azul cielo desorbitados, moviendo la cabeza como quien no entiende nada y se ausentó pretextando una tarea urgente.

Los tiernos cónyuges en luna de miel se transformaron, una vez sentados alrededor de la pequeña mesa de trabajo, en algo por entero diferente de lo que pretendían ser. A pesar de la prudencia con la que fueron dejando caer los datos que concernían a sus actividades, los dueños del
Hellas
sacaron en claro lo siguiente: se trataba de miembros de una organización anarquista catalana, autora de varios golpes muy sonados en la prensa europea y que habían costado la vida a varias decenas de militares y guardias civiles. Deseaban contratar un transporte de armas y explosivos que debían ser descargados en el puerto de La Escala en la Costa Brava. Maqroll iría con el barco para entregar la mercancía y Bashur se quedaría con ellos y con otra pareja que los esperaba en el muelle. Los acompañaría a Bizerta, en espera del resultado de la operación.

—Eso quiere decir que yo quedaría en manos de ustedes como rehén —precisó Abdul con voz neutra que no calificaba el hecho.

—Eso quiere decir exactamente —repuso en el mismo tono la mujer—. No nos creerá tan ingenuos como para dejar al arbitrio de otros un asunto de esta índole. Así nos aseguramos de dos cosas: la entrega de cargamento y su discreción. Me parece que, tanto nuestro amigo libanés como usted lo han entendido perfectamente —dijo volviéndose hacia el Gaviero.

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