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Authors: Dan Simmons

Tags: #Los cantos de Hyperion 3

Endymion (22 page)

BOOK: Endymion
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Examiné a la niña. Parecía cansada. Aún tenía el cabello en desorden, por la ducha. Con tantas referencias a La Que Enseña, yo había esperado una persona extraordinaria: una joven mesías con toga, un prodigio pronunciando frases crípticas. Pero lo único extraordinario de esta niña era el potente brillo de sus ojos oscuros.

—¿Cómo podrían estar esperando? —pregunté—. Hace siglos que la ultralínea no funciona. Las naves de Pax que nos persiguen no pueden adelantarse con un mensaje, como en tus tiempos.

Aenea sacudió la cabeza.

—No, la ultralínea cayó antes de mis tiempos. Recuerda que mi madre estaba encinta de mí durante la Caída. —Miró a A. Bettik. El androide estaba bebiendo zumo, pero no se había sentado—. Lamento no recordarte. Como decía, yo solía visitar la Ciudad de los Poetas y creía conocer a todos los androides.

Él inclinó levemente la cabeza.

—No hay motivos para que me recuerdes, M. Aenea. Yo me había ido de la Ciudad de los Poetas aun antes de la peregrinación de tu madre. Mis hermanos y yo trabajábamos a orillas del río Hoolie y en el Mar de Hierba. Después de la Caída, abandonamos ese servicio y vivimos a solas en diferentes lugares.

—Entiendo. Hubo muchas locuras después de la Caída. Recuerdo que los androides corrían peligro al oeste de la cordillera de la Brida.

La miré a los ojos.

—Insisto, ¿cómo es posible que alguien nos espere en Parvati? No pueden ir más rápido, ya que nosotros pasamos primero a velocidad cuántica. A lo sumo podrán trasladarse al espacio de Parvati un par de horas después que nosotros.

—Lo sé —dijo Aenea—, pero aun así presiento que nos estarán esperando. Tenemos que encontrar un modo de burlar a una nave de guerra con esta nave desarmada.

Hablamos varios minutos, pero ninguno de nosotros —ni siquiera la nave, cuando se lo preguntamos— tuvo una idea ingeniosa. Mientras hablábamos, yo observaba a la niña, el modo en que fruncía los labios en una sonrisa cuando reflexionaba, la leve arruga de su frente cuando hablaba apasionadamente, la suavidad de su voz. Comprendí por qué Martin Silenus quería protegerla de todo daño.

—Me pregunto por qué el viejo poeta no nos llamó antes de que abandonáramos el sistema —reflexioné en voz alta—. Habrá querido hablar contigo.

Aenea se peinó el cabello con los dedos.

—El tío Martin nunca me saludaría por banda angosta ni por holo. Habíamos convenido en hablar cuando concluyera este viaje.

La miré.

—¿Conque vosotros dos habéis planeado todo esto? ¿Tu escape, la alfombra voladora... todo?

Aenea sonrió de nuevo.

—Mi madre y yo planeamos los detalles esenciales. Cuando ella murió, el tío Martin y yo comentamos el plan. Él se despidió de mí en la Esfinge esta mañana...

—¿Esta mañana? —exclamé confundido. Luego comprendí.

—Ha sido un largo día para mí —suspiró la niña—. Esta mañana di unos pasos y cubrí la mitad del tiempo que los humanos han estado en Hyperion. Todos mis conocidos, excepto el tío Martin, deben de estar muertos.

—No necesariamente —dije—. Pax llegó poco después de tu desaparición, así que es posible que muchos amigos y parientes hayan aceptado la cruz. Todavía vivirían.

—Aceptado la cruz —repitió la niña, tiritando—. No tengo ningún pariente. Mi única familia era mi madre, y dudo que muchos amigos míos o de mi madre hubieran... aceptado la cruz.

Nos miramos en silencio, y comprendí cuán exótica era esta joven criatura; la mayoría de los acontecimientos históricos de Hyperion con los que yo estaba familiarizado no habían sucedido cuando esta niña había entrado en la Esfinge «esta mañana».

—Como sea —dijo—, no planeamos las cosas hasta el último detalle. Por ejemplo, no sabíamos si la nave del cónsul regresaría con la alfombra voladora. Pero lo cierto es que mi madre y yo planeamos usar el Laberinto si estaba prohibido el acceso al Valle de las Tumbas. Eso salió bien. Y esperábamos que la nave del cónsul estuviera aquí para sacarme de Hyperion.

—Háblame de tu época —dije.

Aenea sacudió la cabeza.

—Lo haré —dijo—, pero no ahora. Tú sabes algo sobre mi época. Para vosotros es historia y leyenda. Yo no sé nada sobre la vuestra, excepto por mis sueños, así que háblame del presente. ¿Cuán ancho es? ¿Cuán hondo es? ¿Cuánto de él podré guardar?

En estas preguntas había una alusión que entonces no reconocí, pero empecé a hablarle de Pax, de la gran catedral de San José y de...

—¿San José? ¿Dónde queda eso?

—Antes se llamaba Keats. La capital. También se llamó Jacktown.

—Ah —dijo Aenea, recostándose en los cojines, el vaso de zumo de frutas en sus dedos delgados—. Cambiaron ese nombre pagano. Bien, a mi padre no le importaría.

Era la segunda vez que mencionaba a su padre, y di por sentado que hablaba del cíbrido Keats, pero no se lo pregunté.

—Sí —afirmé—, muchas localidades cambiaron de nombre cuando Hyperion se sumó a Pax hace dos siglos. Hasta se habló de cambiar el nombre del mundo, pero se conservó Hyperion. De cualquier modo, Pax no gobierna en forma directa, aunque los militares impusieron orden en... —Continué un buen rato, dándole detalles sobre tecnología, cultura, idioma y gobierno. Le describí lo que había oído, leído y observado de la vida en mundos de Pax más avanzados, incluidas las glorias de Pacem.

—Vaya —comentó Aenea cuando hice una pausa—, las cosas no han cambiado tanto. Aunque parece que la tecnología se ha atascado... que aún no ha alcanzado los niveles de tiempos de la Hegemonía.

—Bien, Pax es en parte responsable de ello. La Iglesia prohíbe las máquinas pensantes, las IAs verdaderas, y enfatiza el desarrollo humano y espiritual por encima del avance tecnológico.

Aenea asintió.

—Claro, pero cualquiera creería que habrían alcanzado los niveles de la Red de Mundos en dos siglos y medio. Es como la Edad Oscura.

Sonreí al comprender que me ofendía, que me molestaban las críticas a la sociedad de Pax, a la que había optado por no pertenecer.

—No es para tanto. Recuerda que el mayor cambio ha sido el otorgamiento de una inmortalidad virtual. A causa de ello, el crecimiento demográfico está regulado y hay menos incentivos para cambiar las cosas externas. La mayoría de los cristianos renacidos considera que tiene un largo trecho en esta vida (por lo menos muchos siglos, con suerte milenios), así que no lleva prisa por cambiar las cosas.

Aenea me miró atentamente.

—¿La resurrección con el cruciforme funciona de veras?

—Sí.

—¿Has... aceptado la cruz?

Por tercera vez en los últimos días, me costó explicarme. Me encogí de hombros.

—Perversidad, supongo. Soy terco. Además, hay muchos que no se interesan en ello cuando son jóvenes. Todos planeamos vivir para siempre, pero nos convertimos cuando empieza la vejez.

—¿Eso harás? —preguntó vivazmente.

Iba a encogerme de hombros, pero el gesto de mi mano fue un equivalente.

—No lo sé —dije. Aún no le había hablado de mi «ejecución» y mi resurrección en casa de Martin Silenus—. No lo sé —repetí.

A. Bettik entró en el círculo del holofoso.

—Pensé que convenía mencionar que hemos aprovisionado la nave con una generosa provisión de helado. En varios sabores. ¿Algún interesado?

Pensé una frase para recordar al androide que no era un criado en este viaje, pero Aenea no me dejó hablar.

—¡Sí! —exclamó—. ¡Chocolate!

A. Bettik asintió, sonrió y se volvió hacia mí.

—¿M. Endymion?

Había sido un largo día: un vuelo en alfombra voladora por el laberinto, tormentas de polvo, batalla (¿el Alcaudón, decía Aenea?) y mi primera travesía por el espacio. Vaya día.

—Chocolate —dije—. Sí, definitivamente. Chocolate.

20

Los supervivientes del equipo del sargento Gregorius son el cabo Bassin Kee y el lancero Ahranwhal Gaspa K. T. Rettig. Kee es un hombre menudo, compacto y rápido en reflejos e inteligencia, mientras que Rettig es alto —casi tan alto como el gigantesco Gregorius— y delgado. Rettig es oriundo de los Territorios del Anillo de Lambert y tiene cicatrices de radiaciones, un físico esquelético y ese carácter independiente tan típico de los habitantes de asteroides. El hombre nunca pisó un mundo grande de gravedad plena hasta cumplir los veintitrés años estándar. La medicación ARN y el ejercicio militar lo han fortalecido al punto de que puede luchar en cualquier mundo. Reservado al extremo de la mudez, Rettig sabe escuchar, sabe obedecer y —como ha mostrado en la batalla de Hyperion— sabe sobrevivir.

El cabo Kee es tan efusivo como Rettig es silencioso. Durante su primer día de deliberaciones, las preguntas y los comentarios de Kee revelan intuición y lucidez, a pesar de la confusión que causa la resurrección.

Los cuatro están conmocionados por la experiencia de la muerte. De Soya trata de convencerlos de que la repetición facilita las cosas, pero su desorientación general da un mentís a estas palabras tranquilizadoras. Aquí, sin asesoramiento, sin terapia y sin los capellanes de resurrección, los soldados de Pax enfrentan el trauma como pueden. Sus deliberaciones del primer día en el espacio de Parvati sufren frecuentes interrupciones cuando los vencen la fatiga o la mera emoción. Sólo el sargento Gregorius parece inmune a la experiencia.

El tercer día se reúnen en la diminuta sala del
Rafael
para planear su curso de acción.

—Dentro de dos meses y tres semanas, la nave se trasladará a este sistema, a menos de mil kilómetros de donde estamos apostados —dice el padre capitán De Soya—, y debemos estar seguros de que podemos interceptarla y detener a la niña.

Los guardias suizos no preguntan por qué deben detener a la niña. Nadie menciona el asunto hasta que el oficial al mando lo plantea. Están dispuestos a morir, si es necesario, para cumplir la críptica orden.

—No sabemos quién más está a bordo de la nave, ¿verdad? —dice el cabo Kee. Han comentado estos problemas, pero la memoria es defectuosa en los primeros días de su nueva vida.

—No —dice De Soya.

—No conocemos el armamento de la nave —dice Kee, como revisando una lista mental.

—Correcto.

—Quizá —propone el cabo Kee— la nave deba reunirse aquí con otra nave... o quizá la niña se propone reunirse con alguien en el planeta.

De Soya asiente.

—El
Rafael
no tiene los sensores de mi vieja nave-antorcha, pero estamos inspeccionándolo todo entre la Nube de Oort y Parvati. Si otra nave se traslada antes que la de la niña, lo sabremos de inmediato.

—¿Éxter? —sugiere el sargento Gregorius.

De Soya alza las manos.

—Todo es especulación. Puedo decirles que se considera que la niña es una amenaza para Pax, así que es razonable presumir que los éxters desean capturarla, siempre que sepan de su existencia. Estamos preparados, si lo intentan.

Kee se frota la lisa mejilla.

—Todavía no puedo creer que podríamos regresar a casa en un día si quisiéramos. O ir en busca de ayuda. —La «casa» del cabo Kee es la República Jamnu en Deneb Drei. Han discutido por qué sería inútil pedir ayuda. La nave de guerra de Pax más próxima es el
San Antonio
, que debería estar persiguiendo la nave de la muchacha, si ha obedecido las órdenes de De Soya.

—Envié un mensaje al comandante de la guarnición de Pax en Parvati —dice De Soya—. Por lo que mostró nuestro inventario informático, sólo tienen sus naves de patrulla orbital y un par de naves interplanetarias. Le he ordenado que ponga todas sus naves espaciales en posiciones defensivas cislunares, que alerte a todos los puestos de avanzada del planeta y que aguarde nuevas órdenes. Si la niña se nos escabullera y aterrizara allí, Pax la encontraría.

—¿Qué clase de mundo es Parvati? —pregunta Gregorius. Su voz profunda siempre llama la atención de De Soya.

—Fue colonizado por hinduistas reformados poco después de la Hégira —explica De Soya, que ha buscado esta información en el ordenador de a bordo—. Un mundo desierto. No tiene oxígeno suficiente para los humanos, en general es una atmósfera de CO
2
. La terraformación no fue un éxito, de modo que ni el medio ambiente ni los habitantes están transformados. La población nunca fue numerosa... pocas decenas de millones antes de la Caída. Ahora son menos de medio millón, y la mayoría vive en la gran ciudad de Gandhiji.

—¿Cristianos? —pregunta Kee. De Soya sospecha que la pregunta no responde a mera curiosidad. Kee no hace preguntas ociosas.

—Algunos miles se han convertido en Gandhiji. Allí hay una nueva catedral, San Malaquías, y la mayoría de los renacidos son eminentes personas de negocios que están a favor de unirse a Pax. Han persuadido al gobierno planetario, una especie de oligarquía electiva, de que invitara a la guarnición de Paz, hace cincuenta años estándar. Están demasiado cerca del Confín y tienen miedo de los éxters.

Kee asiente.

—Me preguntaba si la guarnición podía contar con que la población le informara si la nave de la niña aterriza.

—Lo dudo. El noventa y nueve por ciento de ese mundo está desierto, porque nunca fue colonizado o porque volvió a convertirse en dunas de arena y campos de liquen. La mayoría de la gente está apiñada en torno de las grandes minas de boxita de Gandhiji. Pero las patrullas orbitales pueden detectarla.

—Si ella llega tan lejos —dice Gregorius.

—Cosa que no hará —dice el padre capitán De Soya. Toca un monitor que muestra el gráfico que él ha preparado—. He aquí el plan de intercepción. Nos ocultamos hasta T menos tres días. No se preocupen. Recuerden que la fuga no tiene el efecto de resaca de la resurrección. Media hora para despabilarnos. Bien. En T menos tres días, suena la alarma.
Rafael
ha llegado aquí... —Señala un punto que está a dos tercios de camino en la trayectoria elipsoide—. Conocemos la velocidad de entrada de su nave, lo cual significa que conocemos su velocidad de salida. Estará en coma-cero-tres C, de modo que si desaceleran en Parvati a la misma velocidad con que dejaron Hyperion... —Diagramas cronológicos y de trayectoria llenan la pantalla—. Esto es hipotético, pero el punto de traslación estaría aquí. —Toca un punto rojo a diez UAs del planeta. Su trayectoria elipsoide se dirige hacia ese punto—. Y aquí los interceptaremos, a menos de un minuto de su punto de traslación.

Gregorius se inclina sobre el monitor.

—Todos andaremos como un murciélago saliendo del jodido infierno, con perdón de la expresión, padre.

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