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Authors: Juan Ignacio Carrasco

Tags: #Terror

Entre nosotros (17 page)

BOOK: Entre nosotros
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Capítulo 8

Están entre nosotros

L
legamos a la cabaña a orillas del Cayuga cuando ya había oscurecido. Antes de entrar pudimos ver que Arisa y el señor Shine estaban en la cocina. Ella sentada a la mesa con una copa de vino tinto en la mano y él cortando verduras al lado de los fogones. Cuando entramos en la cocina, Arisa se volvió y puso cara de enfado ficticio.

—Ya os vale. Os vais de excursión y me dejáis aquí tirada.

Excursión. Yo no habría podido encontrar una definición mejor a lo que Gabriel y yo habíamos hecho en Nueva York aquella tarde.

—Papá, hemos estado en Tribeca —dijo entonces Gabriel.

—Tribeca. ¿Visitando nuestro antiguo barrio? —preguntó el señor Shine.

—Hemos estado en un restaurante chino —siguió Gabriel.

—Menos mal —dijo Arisa—, tu padre quería hacer arroz para cenar y yo le he dicho que…

—El restaurante era El Año del Dragón —dijo Gabriel, dejando a Arisa con la palabra en la boca.

El señor Shine dejó de cortar verduras de golpe y se sentó en la mesa, apoyando su cabeza en las manos.

—Es un restaurante abandonado —continuó diciendo Gabriel—, cerca de nuestra casa. ¿Lo conoces?

—¿Habéis estado en un restaurante abandonado? —me preguntó Arisa, volviéndose hacia donde yo me encontraba.

—¿Conoces ese restaurante papá? —volvió a preguntar Gabriel.

De repente sonó el teléfono y el señor Shine se levantó de la mesa como un resorte.

—Deja que suene, no lo cojas —dijo Gabriel.

—Seguro que es importante —contestó su padre.

—Papá, deja que suene y contéstame —insistió Gabriel.

—Es importante, he de contestar —acabó diciendo el señor Shine mientras salía de la cocina para entrar poco después en su despacho.

—¿Me podéis explicar qué está pasando ?—nos preguntó Arisa.

—Gabriel y yo hemos tenido un…

—No le cuentes nada aún, Abel, espera a que vuelva mi padre —me ordenó Gabriel.

—Es de mala educación ir con secretitos —dijo Arisa, esta vez con cara de verdadero enfado.

—Te enterarás cuando tengas que enterarte —replicó Gabriel—, pero antes mi padre ha de aclararnos unas cuantas cosas.

El señor Shine volvió a la cocina. Estaba sudando y le temblaban las manos. Se sirvió una copa de vino, se la bebió de un trago, tomó aire y acabó soltando la bomba.

—Debéis iros de aquí inmediatamente. Los tres, ahora mismo.

—¿Por qué? —preguntó Gabriel.

—Dentro de cuatro horas ellos se presentarán aquí y es mejor que no os encuentren —le contestó su padre.

—¿Quién vendrá a por nosotros? —pregunté yo entonces.

—Ellos, los vampiros —me contestó el señor Shine con voz trémula.

—¿Vampiros? Usted está un poco obsesionado con ese tema, ¿no? —dijo Arisa.

—Te ha reconocido una de ellos Gabriel — dijo el señor Shine a su hijo.

—¿Esa tal Julia Hertz es una vampiro? —preguntó Gabriel.

—Sí, eso mismo. Ella ha llamado a los otros y van a venir a buscaros —dijo el señor Shine mientras volvía a sentarse a la mesa, sin dejar de temblar—. Yo he intentado protegerte, Gabriel, pero al final ha sido inútil.

Arisa volvió a llenarse la copa de vino y, al igual que hiciera el señor Shine, se la bebió de un trago. Era una especie de convidada de piedra en una fiesta, con malos humos, de la que no sabía qué se estaba celebrando.

—¿Habéis visto un vampiro, Abel? —me preguntó en el momento en el que me senté a su lado, pues la notaba algo nerviosa y quería tranquilizarla con ese gesto.

—No sé si era una vampiro o una loca, pero eso no es lo peor que hemos visto esta tarde —le dije a Arisa, susurrándoselo al oído, para que Gabriel no me escuchase—. Ya te lo explicaré más tarde.

La verdad era que aunque se lo hubiese dicho gritando, Gabriel no se habría enterado, ya que estaba totalmente concentrado en el diálogo que mantenía con su padre y creo que hacía rato que se había olvidado de Arisa y de mí.

—¿De qué querías protegerme, papá?

—De ellos, quería evitar que te mataran.

—No te entiendo. Te juro que no te entiendo.

—No quería perderte. Había perdido a tu madre y no podría soportar perderte a ti también.

—¿Por qué quieren matarme? ¿Qué he hecho yo?

—Es muy largo de explicar. No tengo tiempo ahora. Por favor, preparad vuestro equipaje y huid de aquí. Cruzad la frontera, allí estaréis a salvo por el momento.

—¿Es por aquel hombre de ojos rojos con el que me tropecé cuando vi a mamá delante del restaurante?

—Por aquel hombre que creíste ver…

—No, por aquel hombre que ví, como he visto hoy a esa mujer que parece conocerte, como he visto los nichos, la fosa de los cadáveres… Tú sabías que yo no estaba enfermo, ¿verdad?

—Claro que lo sabía, pero mientras creyeses que estabas enfermo y fueses olvidando aquello estaríamos a salvo, pero hoy te has vuelto más peligroso que nunca.

Arisa me cogió de la mano. Su nerviosismo se acababa de convertir en miedo. «¿Fosa de cadáveres?», me preguntó susurrando, y cuando yo asentí, me apretó la mano con más fuerza. Supongo que su instinto la estaba empujando a abandonar la cocina, pero su miedo la aferraba a mí.

—¿Me he pasado los últimos años tratándome una enfermedad que no padecía? ¿Pensando que estaba loco? —preguntó Gabriel a su padre.

—Tuve que hacerlo. Eso y… —El señor Shine dejó la frase inacabada sin que nadie le interrumpiera.

—¿Eso y qué más papá?

—Siempre que salías del sanatorio, ellos me llamaban y me amenazaban. Me decía que me asegurara de que no dirías nada y de que todo iba bien. Yo les mentía, veía que seguías dibujando esos ojos rojos y el dragón y a tu madre…

—Por eso siempre te has comportado mal conmigo, siempre me has hecho pensar que no te importaba o que te molestaba. Todo para que me hundiera en la depresión que tú y esa gente, tus vampiros, habíais fabricado para mí. Siempre igual, y al final el pobre Gabriel volvía a tener visiones y a recaer. Era mentira, tú me estabas haciendo luz de gas aquí, en nuestra casa. Cosas que desaparecían misteriosamente, gente que venía a casa y que decías que nunca había estado aquí… Y yo, mierda, yo pensando que estaba enfermo.

—Era por tu bien, hijo. Un día ya no dibujarías nada que les preocupase. Se quedarían tranquilos y nosotros comenzaríamos una nueva vida lejos de aquí.

—Y yo compadeciéndote. Pobre hombre, se muere su mujer y su hijo está loco. Pensé que eras una especie de mártir.

—Lo siento, hijo.

El señor Shine comenzó a llorar mientras Gabriel le miraba con una expresión mezcla de odio, tristeza e incredulidad.

Arisa, la pobre, seguía perdida en aquel país sin maravillas.

—¿A nosotros también nos quieren matar, señor Shine? —preguntó Arisa.

—Sí, hija, también vienen a por vosotros —contestó el señor Shine.

—Pero yo no he estado esta tarde con Gabriel y Abel, y ni siquiera creo en que esos vampiros que usted dice que existen. Yo no soy peligrosa —acabó diciendo Arisa, algo alterada.

—Para ellos sí lo eres. Has escrito una historia de vampiros creíble, igual que ha hecho Abel —dijo el señor Shine—. De eso iba el seminario, de saber si vuestras historias eran producto del azar, de alguna teoría plausible o de la investigación de alguien. ¿Entendéis?
Circle Books
es una editorial fantasma, encargada de apoderarse de cualquier relato que pueda perjudicarlos. Ellos evitan que vea la luz cualquier historia de vampiros que contenga algo que pueda hacer pensar a la gente que un ser así es creíble. Ellos están entre nosotros. Los vampiros están entre nosotros y su verdadera fuerza, al igual que pasa con el diablo, reside en que la gente no cree en su existencia. Si creas una mínima duda, puedes provocar que alguien se dé cuenta de que según qué puede ser obra de un vampiro. ¿Te suena eso, Abel?

—Sí, me suena, es lo que hace el vampiro de mi relato, evitar que una historia que podría perjudicarle se publique —contesté pensando que por eso dijo el señor Shine que mi vampiro creíble era mi problema, y pensando también que había sido un estúpido al dejarme embaucar por dos fotos bonitas y mil doscientos pavos.

—Cuando me dijisteis que no queríais escribir, me alegré muchísimo. Os hice firmar ese documento y con eso estabais a salvo —explicó el señor Shine.

—¿Y si no hubiésemos firmado? ¿Y si hubiésemos querido ser escritores? —preguntó Arisa.

—Entonces, se pondría en marcha el plan B y os liquidarían —dijo Gabriel, adelantándose a su padre—. ¿También les haces ese trabajo a ellos? ¿Seleccionar víctimas?

—Todo lo contrario, lo que intento es convencer a los alumnos del seminario de que abandonen el género fantástico y apartarlos del mundo literario haciéndoles firmar el compromiso —explicó el señor Shine—. Todos los que he tenido hasta ahora han firmado ese compromiso y están a salvo. Si quieren escribir algo, te aseguro que no será de vampiros. Debéis saber que todas las novelas, todas las películas y series de televisión en la que aparecen vampiros son estupideces que les benefician a ellos por lo que antes os he comentado, porque son unos personajes tan ridículos que la gente no se los toma en serio. ¿Lo entendéis ahora? Ellos permiten que se escriba sobre vampiros, que se hagan películas sobre ellos porque mientras eso sucede pueden seguir actuando con total impunidad.

—¿Cómo
El vampiro
de Polidori en mi relato? —pregunté yo al recordar que había escrito algo parecido a lo que acaba de oír en
El juramento
.

—Sí Abel, como
El vampiro
de Polidori —contestó el señor Shine—. Además, por pura casualidad, adivinaste cómo murió realmente lord Byron.

—¿Y no te parece demasiado casual, Abel, que un escritor que quería escribir un relato sobre un vampiro muriese desangrado? —preguntó el señor Shine.

—Fue casualidad, no lo sabía —dije yo, intentando excusarme sin razón.

—Hay una cosa que no entiendo, señor Shine —dijo Arisa—, Yo firmé ese compromiso editorial y no tengo intención de dedicarme a escribir ficción. ¿Por qué también me quieren matar a mí esos señores?

—Es que ahora ya da igual, Arisa. Ahora ya sabes lo que les ha pasado a Gabriel y Abel esta tarde, pero aunque no lo supieras, a ellos les daría lo mismo. Por favor, hacedme caso y marchaos lo antes posible —acabó diciendo el señor Shine, acompañando sus palabras con un golpe en la mesa con el que intentaba dar más fuerza a lo dicho.

Gabriel nos hizo un gesto con la cabeza a Arisa y a mí para que saliéramos de la cocina, y una vez fuera, nos pidió que obedeciéramos a su padre y subiésemos a preparar el equipaje. Le hicimos caso, y mientras subíamos la escalera, Gabriel volvió a entrar en la cocina, seguramente para hablar a solas con su padre de todo lo que estaba pasando. Aunque Gabriel no nos hubiera pedido que obedeciéramos al señor Shine, lo habríamos hecho de todas maneras, ya que estaba claro que para Arisa y para mí lo mejor era largarnos de allí lo antes posible, fuese o no cierta aquella historia de vampiros editoriales, fuesen o no reales las experiencias que yo había vivido aquella misma tarde. Arisa subió la escalera y entró en su cuarto, sin decir nada, pero un par de minutos después abrió la puerta interior que comunicaba nuestras habitaciones buscando repuestas. Quería saber qué nos había ocurrido en Nueva York, lo de la mujer vampiro y lo de la fosa de cadáveres. Le pedí que se sentara en la cama y me diera algo de tiempo para encontrar la mejor manera de contarle lo sucedido. Después de darle vueltas al asunto, llegué a la conclusión de que la mejor manera de explicar la historia del sótano de El Año del Dragón era apoyándome en algo que la ilustrara, y ese algo eran los dibujos de Gabriel.

Arisa y yo subimos a la buhardilla y le pedí de nuevo que se sentara en la cama, para poder moverme con libertad e ir señalando cada uno de los dibujos que me iban a servir para que ella entendiese qué es lo que había ocurrido en Nueva York y, si era posible, me creyese. El tema era que a una japonesa le tenía que contar que un esquizofrénico y un
pringao
habían sido atacados por una vampiro de ojos rojos en el sótano de un restaurante chino abandonado en el que, aparte de sesenta nichos con cojines dorados, había una fosa gigante con cientos de esqueletos y cadáveres en estado de putrefracción. Pues bien, para contar esta historia tuve que empezar por el principio, como es lógico, y este principio era la madre de Gabriel. Señalando los dibujos de Helen Shine, le conté lo de su accidente, lo de sus apariciones nocturnas y lo de la cinta de pelo azul. Arisa volvió a abrir la boca de nuevo y ya la dejó así de abierta hasta que terminé la explicación. Seguí con el relato explicándole lo que ocurrió cuando Gabriel vio a su madre en el momento en el que intentaban obligarla a entrar por la fuerza en El Año del Dragón.

—Un momento, que me estoy perdiendo —me interrumpió Arisa—. ¿Vio a su madre más de diez años después de que ella muriese?

—Sí, eso mismo, y llevaba la cinta azul para el pelo —le contesté, señalándole el dibujo en el que aparecía Helen Shine con esa misma cinta.

—Eso es algo increíble.

—Sí, supongo que ese ha sido siempre el problema, Arisa, que es una historia increíble, pero espera que aún no te he contado lo mejor.

Le expliqué a continuación que Gabriel lo había olvidado todo y lo que significaban cada uno de los dibujos de sus pesadillas: el dragón y la T mayúscula indicaban lugares, y el dos de diamantes, el tipo que quería hacer entrar a la señora Shine en el restaurante, omití lo de la rata porque consideré que no era importante. Sí que hice hincapié en lo de los cojines dorados de aquella especie de mausoleo, y añadí que había un pelo rubio en uno de ellos. Por supuesto, el momento culminante de mi explicación llegó cuando le describí la fosa de los cadáveres. Aquí tuve la delicadeza de no ser muy preciso y no contarle, por ejemplo, lo de las piernas de aquel bebé. De todas maneras Arisa ya llevaba tiempo en estado catatónico: paralizada, con la boca abierta, los ojos como platos y temblando. Sé lo del estado catatónico porque una vez me lo preguntaron en clase y dije que era la forma de gobierno de Catatonia, y el profesor me obligó a que buscara información para que, al día siguiente, volviese a contestar la pregunta sin hacer el ridículo. Por último le conté el enfrentamiento con Julia Hertz y lo que nos había dicho ella al despedirse. Aquí he de reconocer que me pasé un poco, ya que lo expliqué a la italiana, moviendo mucho las manos, tirándome por el suelo, repitiendo el golpe que le di en la cabeza a la bestia aquella, etcétera.

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