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Authors: Juan Ignacio Carrasco

Tags: #Terror

Entre nosotros (39 page)

BOOK: Entre nosotros
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La niña vampiro rugió como si fuera un animal salvaje y me hincó sus colmillitos en el cuello. Casi ni los noté, en serio, fueron como una picadura de mosquito gigante, pero la cosa empeoró cuando la niña empezó a chupar. ¡Dios mío, nunca podré olvidar lo que sentí! Aquel pequeño demonio me estaba arrancando la vida y eso yo lo podía sentir como un eco en mi interior, eco de los tragos que de mi sangre se estaba bebiendo Anne Connelly. Con cada uno de sus tragos sentía como si alguien me estuviera clavando clavos en la columna vertebral. No se me había pasado el dolor del primero y llegaba el segundo clavo. Grité la primera vez que sentí eso, pero ya no pude gritar más porque el dolor no me lo permitía.

Apareció Gabriel, tiró al suelo los velones y la foto de Hitler y cogió a la niña, para quitármela de encima, pero la monstruito se había agarrado a mí clavándome las uñas y cada vez que mi amigo estiraba de ella, la vampiro se agarraba con más fuerza. Gabriel gritó llamando a Arisa.

Yo comencé a correr como un pollo sin cabeza, con aquella sanguijuela pegada a mi cuello y Gabriel detrás de los dos, velón en mano, golpeando a la enana de las narices con aquella ridicula arma de cera. No, para según qué, Gabriel no era muy espabilado.

Llegó Arisa conduciendo el coche y tuvo que frenar porque casi me atropella. Yo ya no pude más y caí de rodillas. Arisa salió del coche rápidamente, abrió una puerta, sacó la ballesta, la cargó, disparó y atravesó con una flecha la cabeza de la niña, quien me soltó automáticamente y cayó al suelo. Entonces Gabriel se abalanzó sobre ella y vio lo que yo no pude ver mientras me estaba mordiendo, que sus ojos eran rojos y su cara la de un vampiro lleno de ira. Arisa se acercó a Gabriel y le pidió que se apartara, pero que siguiera sujetando a aquella cría que no hacía más que gritar y patalear. Arisa no disparó la ballesta en esta ocasión, sino que cogió una de las flechas y, dando su grito japonés de guerra, se la clavó a la vampirita en el corazón. «¡Una menos!», exclamó Arisa, para añadir a continuación: «Gabriel, tú dirás lo que quieras, pero creo que nunca volveremos a casa».

Capítulo 18

Lo lamentarás cuando llegue la noche

A
unque Arisa, que había vuelto a su supuesto estado de «shock prebofetada», se ofreció voluntaria para hacerlo, fue Gabriel quién decapitó finalmente a la pequeña Anne Connelly.

Con ello, el ranking de decapitaciones quedó de la siguiente manera:

1.ª Arisa Imai (No sé de donde, Japón) 2 decapitaciones

2.ª Abel J. Young (Tennessee, EE. UU.) 1 decapitación

3.ª Gabriel Shine (Nueva York, EE.UU.) 0.5* decapitaciones

*(Es que como Anne Connelly era una niña, no se la puede contar como decapitación entera.)

El de estacazos y/o flechazos en el corazón:

1.ª Arisa Imai (No sé de donde, Japón) 3.5* impactos

2.ª Abel J. Young (Tennessee, EE. UU.) 1 impacto

3.ª Gabriel Shine (Nueva York, EE.UU.) No puntúa

*(El primer flechazo a Helmut, solo lo puntúo con medio punto por resurrección posterior.)

El de mordeduras recibidas:

1.ª Abel J. Young (Tennessee, EE. UU.) 1.5* mordeduras

2.ª Arisa Imai (No sé dónde, Japón) 1 mordedura

3.ª Gabriel Shine (Nueva York, EE.UU.) No puntúa

*(Me puntúo con medio punto más porque la mía fue más larga y dolorosa.)

Otras acciones contra vampiros:

1.ª Arisa Imai (No sé de donde, Japón) 3 acciones

2.ª Abel J. Young (Tennessee, EE. UU.) 2 acciones

3.ª Gabriel Shine (Nueva York, EE.UU.) No puntúa

(Estas acciones valen 0.25 puntos para la clasificación general. Las de Arisa son el primer flechazo en el hombro de Helmut, el segundo en su garganta y el flechazo a la cabeza de Anne Connelly. Las mías cuando clavé la espada a Helmut y cuando le di con las silla. Eso de que Gabriel le diera a la niña con el velón, me pareció tan ridículo que no lo tengo en cuenta).

Clasificación general:

1.ª Arisa Imai (No sé de donde, Japón) 7.75 puntos

2.ª Abel J. Young (Tennessee, EE. UU.) 3 puntos

3.ª Gabriel Shine (Nueva York, EE.UU.) 1.5 puntos

Yo no quiero hablar mal de nadie, pero es evidente que en esta aventura alguien se estaba escaqueando a base de bien. ¡Y encima se supone que era el jefe por aclamación popular!

Después de decapitar a Anne Connelly, Gabriel la envolvió con la bandera nazi e intentó meterla en el maletero. El problema es que pudo encajar el cuerpo, con algo de esfuerzo, pero no quedó sitio para la cabeza. Yo no participé en las deliberaciones sobre qué hacer con aquella cabeza porque estaba agotado. Mi agotamiento no se debía a que la niña vampiro me hubiera chupado mucha sangre, porque a lo mejor, en el minuto largo que estuvo succionándome me chupó poco más que lo que le chupó Helmut a Arisa. Lo que me dejó extenuado fue el dolor que me hizo sentir ese monstruito pelirrojo. Mientras Arisa y Gabriel seguían pensando qué hacer con la cabeza, yo me tumbé en el asiento trasero del coche. Saqué la estaca y el mazo de la mochila y, después de doblarla un par de veces, la utilicé como almohada. La utilicé como almohada diez segundos, ya que me la pidió Arisa para meter en ella la cabeza de la vampiro. No contentos con dejarme sin almohada, la parejita se atrevió a sugerir que la cabeza viajara conmigo. Por supuesto me negué en rotundo, y Arisa, después de decir otra cosa de esas en japonés, se sentó con la mochila en el asiento del copiloto y la colocó a sus pies.

Como es lógico, de vuelta a Congers, no nos desviamos a Manhattan para recuperar el Volkswagen. La carga que llevábamos en el maletero era demasiado peligrosa para adentrarnos en Nueva York, donde había muchas posibilidades de sufrir algún tipo de accidente o de que a un policía se le ocurriese revisar el contenido del maletero por cualquier tontería. Solo con la bandera nazi que llevábamos, tamaño bandera de foto de Iwo Jima, nos podían empapelar bien empapelados, así que ni te cuento con dos cadáveres decapitados y uno de ellos el de una niña pequeña. «No pasa nada, agente, las víctimas son vampiros malvados.» Bueno, que pasamos de ir a buscar el cochecito alemán y nos fuimos directos a Congers.

En descargo de Gabriel, he de decir que cuando llegamos a Congers, Arisa y yo nos fuimos a la cama directamente —cada uno a la suya— y él se encargó de hacer todo lo que había que hacer por esa noche. Para empezar, enterró a Anne Connelly, aprovechando la primera tumba que habíamos hecho para Helmut. No sacó la cabeza de la mochila cuando lo hizo. Después cogió el Honda y se fue hasta la estación de servicio de Peter, que era de esas que están las veinticuatro horas abierta, y compró todo el hielo que les quedaba. Volvió a la casa, metió el
Secuestromóvil
en el garaje y cubrió de hielo el cadáver de Strasser. Luego cogió la bandera nazi y le limpió las manchas de sangre de la vampiro y la metió en una caja de cartón, junto a los velones y la foto de Hitler. Después de eso, se fue a dormir, pero cuando entró en la habitación en la que dormía Arisa, se la encontró totalmente espatarrada y le dio reparo tocarla para no despertarla. Al final decidió dormir en el sofá del salón, aunque solo durante dos horas y media, ya que la persiana de la ventana estaba medio rota y orientada al este y el primer sol de la mañana le despertó. Y ya que estaba despierto, se duchó y fue de nuevo a la estación de servicio, donde compró cosas para el desayuno y dejó una nota para Peter, pidiéndole que le dijera a Tom que queríamos verle urgentemente, y luego volvió a casa y se puso a preparar el desayuno. Cuando terminó de prepararlo, nos despertó a mí y a Arisa, y creo que ambos le enviamos a hacer puñetas y continuamos durmiendo. Gabriel nos estuvo esperando durante una hora, y al ver que no bajábamos, acabó tirando los huevos revueltos y las tostadas que había preparado para el desayuno y se fue de nuevo a dormir al sofá.

Me desperté al mediodía y bastante descansado. La mordedura de Anne Connelly me picaba un poco, pero no me dolía y se había cerrado. La piel alrededor de los dos pequeños círculos dibujaba un gran círculo morado. Era increíble que el daño que me hizo esa enana del diablo solo hubiera dejado esa marca ridícula. Después de asearme un poco, bajé a la cocina para comer algo y me encontré a Arisa preparando café.

—Acabo de bajar y he visto que Gabriel no ha tenido ni el detallito de prepararnos algo de comer —me dijo Arisa nada más verme.

—¿Dónde está Gabriel? —pregunté.

—Está durmiendo como una marmota en el sofá del salón. Esa es otra, sabiendo que últimamente no me gusta dormir sola, en vez de acostarse conmigo ha preferido dormir solo en el sofá. ¿Quieres café?

—Vale, un café me irá bien. Mientras tú lo preparas, yo haré huevos revueltos. ¿Preparo también para Gabriel?

—No, Abel, que se fastidie. No vamos a ponernos a trabajar ahora para el señorito. Cuando se despierte que se prepare lo que él quiera.

El pobre Gabriel no se despertó hasta las cuatro de la tarde, y eso que Arisa entró varias veces en el salón haciendo ruido adrede para despertarle disimuladamente. Al final tuvimos que despertarlo a lo bruto porque Tom, en vez de llamarnos como le pidió Gabriel, decidió presentarse en persona.

—He salido de casa justo después de comer —empezó diciendo Tom cuando nos reunimos los cuatro en el salón—. La verdad es que esta tarde tenía pensado llamaros, pero al decirme Peter que queríais verme urgentemente, me lo he pensado mejor y he decidido venir.

—¿Por qué tenías pensado llamarnos? —preguntó Gabriel.

—Es que se me ocurrió investigar a
Circle Books
y está registrada como editorial, pero no ha editado nada —explicó Tom—. Así que es evidente que solamente existe para evitar que se publiquen libros comprometidos para los vampiros. Supongo que, por esa urgencia que tenéis, vosotros habéis descubierto cosas interesantes, ¿no?

—Sí, muchas cosas interesantes —dijo Gabriel—. Te hicimos caso y empezamos a investigar la lista de los alumnos del seminario y aquellos tres nombres sueltos. Abel se intentó poner en contacto con los alumnos, pero no pudo.

—Habían muerto todos —añadí yo—, ninguno por causas naturales y todos poco después de haber finalizado los seminarios en los que participaron.

—O sea, que no se limitaron a evitar que esos chicos publicaran, sino que también los asesinaron —dijo Tom—. Es mucho más grave de lo que pensaba.

—Después de averiguar eso, buscamos información por Internet de los tres nombres de la lista —dijo Gabriel—. De Samuel Hide no encontramos nada, pero descubrimos que Troughton era el presidente de Thorn, una empresa que tiene una oficina al lado de El Año del Dragón, y que Gregor Strasser era un nazi que Hitler mandó asesinar en el año 1934.

—¿Estás seguro de que se trata del mismo Strasser? —preguntó Tom.

—Sí, yo me encargué de investigarlo de cerca e incluso le hice una foto de lejos que está en el portátil —le explicó Gabriel.

—Lo que podemos hacer, si os parece bien, es intentar hacerle más fotos a Strasser y luego llevar ese material a alguien de la facultad de historia de Columbia —propuso Tom.

—No podemos hacer eso —dijo Arisa—; Strasser está muerto, lo matamos anoche.

—¿Habéis matado a un vampiro? —preguntó extrañado Tom.

—Nos hemos cargado a Strasser, a Helmut Martin, a Samuel Hide y de regalo a una niña vampiro, Anne Connelly, que me mordió —le dije a Tom enseñándole mi herida del cuello—. Me hizo mucho daño esa pequeña hija de perra.

—A mí también me han mordido —añadió Arisa, señalando su muñeca vendada—. A mí me mordió Helmut Martin.

Tom se levantó del sillón en el que estaba sentado, se fue a la otra punta del salón y, de un mueble bar que no sabíamos que existía, sacó una botella de whisky, se llenó un vaso y se lo bebió de un trago. Luego volvió a servirse otro whisky y regresó al sillón.

—Bien, ¿podéis explicarme todo lo que ha sucedido desde la última vez que nos vimos, siguiendo un orden cronológico y sin pisaros los unos a los otros?

—Sí, creo que podemos hacerlo —dijo Gabriel—. Mira, Abel y Arisa siguieron a Samuel Hide y vieron cómo asesinaba a mi padre.

—¿Tu padre ha muerto? —preguntó Tom.

—Samuel Hide le pegó dos tiros en la cabeza en un almacén del puerto de Nueva York —añadió Gabriel.

—Lo siento, Gabriel —dijo Tom—, era un buen hombre. Lo siento mucho.

—Después de que mataran a mi padre, pensamos que la única manera de librarnos de esta gentuza era acabando con ellos antes de que intentaran matarnos también a nosotros —explicó Gabriel—. Miramos unas cuantas películas y practicamos con estacas y Arisa con una ballesta.

—¿Películas y una ballesta? —preguntó Tom.

—Sí, primero vimos unas cuantas películas —le contestó Arisa—,
Nosferatu
, varias versiones de
Drácula
y alguna más, y después practicamos con un cerdo lo de clavar estacas y dispararle flechas de madera con la ballesta.

—Después de hacer las prácticas, fuimos al piso de Hide, le clavé una estaca en el corazón y Abel le cortó la cabeza. Luego nos topamos por casualidad con Helmut Martin y lo matamos clavándole una flecha de madera en el corazón. No le cortamos la cabeza, y cuando lo enterramos, resucitó, y entonces entró en la casa y atacó a Arisa.

—Y Arisa le clavó otra flecha y le cortó la cabeza —añadí yo.

—Pensé que os limitaríais a hacer fotos, hablar con alguien, tomar notas —dijo Tom—. Jamás me habría imaginado que llegaríais a enfrentaros a los vampiros.

—Aún no te hemos contado todo, Tom —dijo entonces Gabriel—. Anoche fuimos a por Gregor Strasser y Arisa se encargó de eliminarlo.

—¿Ella sola? —preguntó Tom extrañado.

—Es que cuando se enfada es muy peligrosa —dije yo suavizando lo que realmente pensaba.

—Después de cargarnos a Strasser, entramos en su casa y descubrimos que el ventanal del salón principal era en realidad una pantalla de vídeo —siguió explicando Gabriel—. Espera un momento, que te lo enseñaré.

Gabriel fue a buscar el portátil para enseñarle la foto que había de la casa de Strasser y en la que se podía ver el ventanal desde fuera con aquella especie de espejos.

—Eso que te va a enseñar Gabriel es una estupidez. Es una pantalla de vídeo gigante en el interior y por fuera unos espejos —le expliqué a Tom—. Lo más interesante que había en la casa lo encontré yo: ataúdes vacíos y una foto que Hitler había dedicado a Strasser. Lo mejor de esa dedicatoria es la fecha, septiembre de 1939.

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