James Potter y La Maldición del Guardián (4 page)

BOOK: James Potter y La Maldición del Guardián
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Justo a su lado, Albus le igualaba grito por grito, algunas veces empujando a su tío a un lado con ambas manos.

—¡Planean una maniobra Waterloo, papá! ¡Sube y corta por el centro! ¡Ted! ¡Mamá se ha detenido a arreglar la cola de su escoba! ¡Está expuesta! ¡Olvida que es una chica y mándala con una Bludger de vuelta a la Edad de Piedra!

Hermione se había movido a la manta para sentarse con Fleur. Las dos ignoraban descaradamente el partido, perdidas en su propia animada conversación.

Y entonces, justo cuando el sol comenzaba a teñirse de rojo, James captó un destello dorado titilando cerca del quinto piso de la casa. Miró alrededor, abriendo la boca para gritar al Buscador, y entonces recordó que él jugaba de Buscador. Su corazón comenzó a martillear y se lanzó hacia adelante, tocando con la barbilla el mango de su escoba. Salió disparado, esquivando a Angelina y a una Bludger que giraba alocadamente. Las paredes desvencijadas de la casa se balanceaban delante, sus ventanas reflejaban dagas de roja luz solar hacia él, medio cegándole. Ahí estaba otra vez, el destello dorado, atravesando un grupo de ramas de abedul hacia la esquina. James se inclinó, y la Thunderstreak respondió con un control perfecto, inclinándose abajo y a la derecha, dirigiéndose hacia la Snitch. James se estiró hacia adelante, casi colgando del extremo de su escoba, e intentó alcanzar la gastada bola dorada.

De repente la Snitch osciló hacia arriba, justo fuera del alcance de James. Fue tras ella, maldiciendo ruidosamente, y luego tuvo que agachar la cabeza cuando pasó a través de las ramas de los abedules. Le arañaron, pero apenas lo notó. Se inclinaba tanto que casi se cayó de su escoba, deslizándose hasta el extremo y estirando la cabeza hacia atrás en busca de la Snitch. El sol poniente deslumbró sus ojos. James los entrecerró y vio la diminuta forma dorada de la Snitch. Colgaba en medio del aire cerca de la esquina de la casa, zumbando como un abejorro. Una sombra más oscura apareció tras ella, bloqueando el sol. Era Ginny. Vio la Snitch y después a James. Sonrió, y se inclinó sobre su escoba, saliendo disparada hacia adelante.

—¡Oh, no, no lo harás! —gruñó James. Se abalanzó, obligándose a mantener los ojos en la Snitch y no comprobar para ver dónde estaba su madre. La Snitch pareció presentir la persecución. Zigzagueó sobre el campo, esquivando a los jugadores. James se abrazó a su escoba, instándola a ir incluso más rápido, y de repente recordó que la Thunderstreak estaba equipada con la rudimentaria capacidad de leer la mente de su dueño. La escoba saltó hacia adelante, más rápido de lo que James había ido nunca sobre ella. Se zambulló por debajo de Ted y su padre, quien había advertido el destello de la Snitch pasando zumbando junto a ellos. James los oyó animarle ruidosamente. Una sombra cayó sobre el extremo de su escoba y James no pudo evitar mirar hacia arriba. Ginny estaba directamente sobre él, abalanzándose hacia la Snitch, con la túnica ondeando a su espalda. James hizo lo primero que se le ocurrió. De repente, viró alocadamente a la izquierda, lejos de la Snitch, todavía estirándose hacia adelante como si fuera a agarrarla. Instantáneamente, se corrigió y se lanzó hacia adelante en su escoba. ¡Había funcionado! Sintió el movimiento sobre él cuando Ginny fintó a la izquierda, creyendo que James había visto a la Snitch desviarse a un lado. ¡Había estado observándole a él en vez de a la propia Snitch! La Snitch no se alejó de él esta vez. Se estiró hacia adelante, rozándola con los dedos mientras volaba, y entonces cerró la mano sobre ella. Las alas zumbaron contra su palma por un momento antes de quedarse inmóviles. El partido había acabado.

James se giró sobre su escoba exultante, sujetando la Snitch sobre la cabeza. Lejos bajo él, Harry y Ted alzaban las manos en el aire. Estaban gritándole algo. Un segundo después, James comprendió que no lo estaban celebrando. Estaban haciéndole señales. James no había detenido su escoba. Se dio la vuelta para ver a donde iba justo cuando el nudoso manzano del fondo del campo gravitaba hacia él. Perdió el aliento de golpe cuando una rama le barrió de su escoba. Se produjo una enfermiza sensación de ingravidez, y después se estrelló contra el suelo.

—Ooh —gimió. Se aproximaban pasos a la carrera y un momento después su madre estaba arrodillada sobre él.

—¡James! ¡Dime que estás bien! —exigió. Lily se asomó junto a ella, con los ojos muy abiertos.

—Eh, todo el mundo, está bien —dijo Ted mientras aterrizaba cerca, riendo—. Solo ha caído de dos metros. Además, todas esas manzanas podridas amortiguaron su caída.

James se sentó y sintió el pegajoso amasijo de una docena de manzanas fermentadas aplastadas en su espalda. Gimió y sacudió la cabeza, salpicando pegotes de pulpa de manzana con el cabello.

—¡Puaj! —gritó Lily, escupiendo—. ¡Avisa la próxima vez que hagas eso, idiota!

De repente, James recordó la Snitch. Bajó la mirada a su mano, y después se la mostró a su madre. Una enorme sonrisa adornaba su cara.

Ginny le sonrió socarronamente en respuesta.

—Bien hecho, hijo. Pero no esperes engañarme dos veces.

—¿Ganamos entonces? —preguntó James mientras Ginny le daba la mano y le ponía en pie.

—Oigo a Albus y a tu tío discutir al respecto incluso mientras hablamos, pero supongo que sí.

A poca distancia, James escuchó a Ron y Albus discutiendo acaloradamente el tanteo final.

—Excelente captura, James —dijo Harry a su hijo, sacudiendo manzana podrida de la parte de atrás de la camisa de James mientras volvían a la casa.

—Sí —estuvo de acuerdo Ted alegremente—, un uso genial del viejo amago y finta. Estaba seguro de que tu madre iba a darte una paliza, pero te has lucido de veras, ¿no?

—Ya te digo —dijo George agriamente, girándose y caminando hacia atrás para poder mirar fijamente hacia Ginny, con la escoba colgando sobre su hombro—. De hecho, si no recuerdo mal, creo que fue un miembro de esta misma familia quien inventó esa maniobra.

Ginny miró inocentemente a su hermano.

—No tengo la más ligera idea de lo que quieres decir, George.

—¿No? ¡Hum! Bueno, si recuerdo bien... y lo hago... los comentaristas de las Arpías solían llamarla el "Amago Ginevra". Curioso, que caigas en una maniobra que lleva tu nombre, ¿no? Muy sospechoso, de hecho.

Ginny simplemente se encogió de hombros y sonrió. George continuó caminando hacia atrás, echando humo hacia ella. Finalmente, Angelina le hizo tropezar.

—James, ¿por qué no vas a reunir a tu hermano y a tus primos para la cena? —dijo Harry, alborotando el cabello de su hijo—. Tu abuelo llegará pronto a casa y queremos estar todos allí para la gran sorpresa.

—Mira lo que has hecho, papá —dijo James, intentando volver a aplastarse el cabello—. Parezco una vieja foto tuya.

—Esas manzanas podridas son incluso mejor que esa cosa para el cabello que usa Hermione —comentó Ted—. Deberías hablarle de ellas. Ron dice que se gasta más dinero en pociones muggle para el cabello que en comida.

—¿Qué? —chilló Hermione, empujando a Ron con la cadera—. ¡No será cierto!

James no esperó a escuchar el resto. Lanzó su Thunderstreak a su padre y se volvió hacia el sonido de las voces de sus primos.

—Eh, casi es la hora de cenar, chicos —llamó mientras entraba en la sombra del pequeño granero de piedra de la familia Weasley. Como siempre, las puertas estaban abiertas de par en par. El fresco y familiar olor del suelo de tierra y heno dulce le rodeó. Suspiró alegremente.

—¡Buena captura, James! —gritaron los gemelos, Harold y Jules, al unísono cuando James se aproximaba.

—¡Gracias!

—Qué pena que lo echaras a perder poniéndote cariñoso con un manzano —dijo Rose desde donde estaba sentada, dando puntapiés ociosamente—. Que deprimente.

—Eh —dijo James, ignorando los comentarios de Rose—. ¡Ese es el coche de Merlín! ¿Qué está haciendo aquí?

Rose bajó la mirada al capó del coche en el que estaba sentada. El viejo Anglia había sido limpiado meticulosamente y estaba medio repintado, pero un faro todavía colgaba ladeado de su conector.

—No es de Merlín, bobo —regañó Rose—. Es del abuelo. ¿No recuerdas las historias del Ford volador? Tu padre y el mío lo cogieron para un alegre paseo cuando estaban en la escuela. Terminaron perdiéndolo en el Bosque Prohibido. Todo lo que hizo Merlín fue encontrarlo. Cuando descubrió de quién era, arregló las cosas para devolverlo aquí. El abuelo lleva todo el verano volviendo a ponerlo en forma.

—¡Ha estado haciendo algunas modificaciones bastante importantes también! —anunció Hugo, asomando la cabeza por la ventanilla del conductor—. ¡Mirad esto!

Desapareció de nuevo y el coche se meció un poco mientras él y Albus se movían por el asiento delantero.

—Probablemente eso no sea una buena idea... —empezó James, y después saltó hacia atrás cuando un par de alas de madera y lona salieron disparadas de los costados del automóvil, chirriando y traqueteando mientras se desplegaban. Empezaron a aletear arriba y abajo violentamente, haciendo que el coche entero botara y se meciera. Un momento después, chirriaron hasta detenerse.

—¡Menos mal que sabéis como pararlas! —dijo James, con los ojos abiertos de par en par.

—¡No sabemos! —respondió Albus, trajinando con los botones y palancas en el salpicadero del coche—. Se han detenido solas. Parece que no están del todo acabadas aún. Espero que no las hayamos roto. Oye, Hugo, súbete ahí atrás y salta un poco sobre ellas, ¿quieres?

—¡No, déjanos a nosotros! —gritaron los gemelos, trepando hacia las alas.

—¡No! —gritó James, alzando las manos—. ¡Nadie va a saltar sobre nada! ¡El abuelo os despellejará con una maldición si rompéis sus cosas!

Hugo frunció el ceño, ignorando a James.

—Qué pena que tío Percy y tía Audrey no estén aquí. Lucy es la mecánica. Apuesto a que ella podría hacer que esta cosa despegara.

—Me pregunto por qué necesita las alas de todos modos —comentó Rose—. Creía que volaba por sí mismo.

—El tío Harry lo estampó contra el Sauce Boxeador en Hogwarts, ¿recuerdas? —gritó Hugo—. Siniestro total. Por eso huyó al Bosque.

—Lo has entendido todo mal —dijo Albus—. Tú padre era el que conducía. Si mi padre hubiera estado tras el volante, habrían hecho un aterrizaje perfecto.

—Sí —estuvo de acuerdo Rose—, probablemente atravesando las ventanas del Gran Comedor.

Los gemelos rieron a carcajadas y corrieron alrededor del coche, fingiendo volar y estrellarse. Harold imitaba al Sauce Boxeador, agitándose hacia su hermano, que fingía ser alcanzado y volcar.

—De todos modos —continuó Hugo— todo el mundo sabe lo de los Alma Alerons y sus coches voladores. Apuesto a que el abuelo quería ver si podía hacer que este volara incluso mejor.

James sonrió abiertamente.

—Vamos, chicos. Pronto estará en casa. Si no entramos, nos perderemos la sorpresa.

—Y el pastel —añadió Rose.

Eso consiguió su atención. Jules y Harold giraron sobre sus talones y pasaron zumbando junto a James, chillando e intentando empujarse el uno al otro fuera del camino. Albus se encogió de hombros y siguió a Hugo por la puerta del conductor del coche. Rose se bajó del capó y se limpió el polvo del trasero con las manos.

—¿El abuelo es bastante peculiar, verdad? —dijo, mirando alrededor, al Ford Anglia y la colección de objetos muggles dispares que llenaban los estantes cercanos. James los había visto cientos de veces, pero siempre había unas pocas cosas nuevas. Siguió a Rose mientras esta se aproximaba a la colección y pasaba la mano ligeramente sobre algunos de los artículos, trazando líneas en el polvo con los dedos. A lo largo del surtido de baterías y abrelatas eléctricos, trozos de cordel y maquinillas para el pelo de la nariz, James vio las nuevas adquisiciones. Había una vieja computadora portátil, un mando de videojuego, y un despertador digital con la forma de un personaje de dibujos animados.

—¿Por qué crees que le encanta tanto todo esto? —preguntó Rose.

—No sé —dijo James—. Creo que es en parte porque creció como mago, no como nosotros. Mi padre se crió con muggles. Tu madre también. Trajeron un poco del mundo muggle con ellos, así que para nosotros no es ningún misterio. Pero para el abuelo, el mundo muggle es tan extraño como serían para nosotros los extraterrestres. Simplemente le encanta averiguar cómo funciona todo, y para qué lo usan.

—¿No podría hacer un curso de Estudios Muggles sin más, hoy en día? —dijo Rose mientras los dos se giraban hacia la puerta—. No tenían clases como esa cuando él era niño.

James se encogió de hombros.

—Supongo. No creo que quiera aprender así, sin embargo. Para él no es esa la cuestión. En realidad no sé cuál cree él que es la cuestión.

Rose inclinó la cabeza a un lado.

—Simplemente le encanta el misterio, ¿no crees?

—Bueno, ¿de qué sirve el misterio si nunca lo resuelves? —James frunció el ceño.

—Eres simplemente un chico, James. En el momento en que se resuelve el misterio, deja de ser un misterio.

—El abuelo es un chico también, ya sabes.

—No, el abuelo es un hombre.

James puso los ojos en blanco.

—¿Qué diferencia hay?

Rose resopló.

—Bueno, un hombre puede coger la Snitch y no acabar oliendo como una casa de sidra rancia.

James la persiguió el resto del camino hasta la puerta trasera.

Dentro, la abuela Weasley arreglaba frenéticamente los detalles finales mientras la familia se arremolinaba alrededor, principalmente intentando mantenerse fuera de su camino.

—¡Hugo! ¡Dominique! ¡Los dedos fuera de ese pastel ahora mismo! —advirtió cuando pasaba junto a la mesa, con los brazos llenos de platos y cubertería—. Fleur, querida, ¿te importa ayudarme con el pudin? Es el favorito de Arthur y lo quiero justo en medio de la mesa. Oh, ¿cuándo se hizo tan grande esta familia que no podemos comer dentro sin sentarnos unos en los regazos de otros?

—Es todo culpa tuya, mamá —dijo George razonablemente—. No puedes tener siete hijos y no esperar que todos lo veamos como un desafío a tener más.

—No empieces —dijo Angelina, haciendo una mueca y lanzándole un brazo alrededor del cuello.

—Sabías en lo que te estabas metiendo cuando te comprometiste conmigo —replicó George frívolamente—. Lo que más me encanta de ti son tus caderas anchas.

Angelina apretó su garra alrededor del cuello de George, arrastrándole hasta la sala, donde todo el mundo se estaba reuniendo.

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