James Potter y La Maldición del Guardián (2 page)

BOOK: James Potter y La Maldición del Guardián
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Más allá de la puerta había otra habitación oscura. Había un banco a un lado y un gran espejo de marco ornamentado en el otro. Otra puerta abierta mostraba la esquina de una tercera habitación. Forge pensó que parecía una biblioteca. La luz del fuego titilaba sobre las paredes y las sombras se movían. Las voces se habían hecho más claras.

—Está muy oscuro —dijo la voz áspera de una mujer—. Estamos demasiado lejos, mi señor. Es imposible estar seguro.

—Será mejor que no diga eso —replicó la voz de un hombre— "Imposible" es una palabra tan... definitiva. Quizás no le importe matizar un poco más, madame.

—Sí —dijo rápidamente la mujer—. Un error, mi señor. Déjeme mirar de nuevo.

Hubo un movimiento, como si alguien se estuviera removiendo en una silla grande, y una voz de hombre diferente habló impacientemente.

—Solo dinos lo que ves, mujer. Nosotros decidiremos qué es.

La mujer gimió, no se sabía si de miedo o concentración.

—Hay tres figuras... pequeñas. Son... no, no son pequeñas. Son jóvenes. Uno es más alto, otro tiene el pelo rojizo. Están... hay una conmoción. Lucha.

Forge escuchaba, sin saber qué se suponía que debía hacer. Examinó la antecámara, más oscura que la biblioteca y vio un perchero para abrigos junto a la siguiente puerta. Se quitó el suyo y lo colgó allí. El agua goteaba de él hasta el suelo de madera. Al parecer tendría que esperar hasta que la entrevista en curso hubiera terminado. Se aproximó al banco pero no se sentó en él. En el espejo, frente al asiento, Forge podía ver un reflejo de la biblioteca más allá de la puerta. Tres grandes sillas estaban de cara al fuego. Forge solo podía ver sus respaldos.

—Hay otra figura. —La voz de la mujer sonaba ronca —. Delgada y alta. Un espectro, si puedo fiarme de mis facultades psíquicas. Los chicos están luchando con ella. Veo... veo una nube de ascuas descendiendo. Me temo que estoy perdiendo la visión...

—Déjame mirar —pidió una voz impaciente.

—Tranquilo, Gregor. La Adivinación no es tu punto fuerte —dijo sedosamente la primera voz—. Deja que la mujer ejercite sus talentos.

En el espejo, Forge vio una mano moviéndose sobre el brazo de una de las sillas. Era muy blanca y llevaba un gran anillo negro. La sombra de la mujer se movió sobre la pared de la biblioteca. Forge reconoció la postura encorvada y el sombrero de una vieja. Estaba inclinada sobre su bola de cristal.

—No —jadeó la vieja, ahora perdida en su tarea—. Esta no es la niebla de la distancia ni ningún maleficio de confusión. Esto es otra cosa. Algo está descendiendo sobre el lugar. Algo que está... tomando forma.

Se hizo un tenso silencio. Forge lo sintió, y supo que los dos hombres estaban escuchando muy atentamente.

—La lucha ha terminado... —dijo la vieja con una voz cantarina, ya completamente inmersa en su adivinación—. Hay un fantasma ahora también.... está ayudando al espectro... o quizás sea todo lo contrario. Hay mucho conflicto en el Vacío. Pero la niebla ha descendido. Está tomando forma... la forma de un... un...

De repente la vieja jadeó. Forge vio como su sombra retrocedía tambaleante, apretándose las manos sobre la cabeza. Hubo un estrépito y el choque de algo al caer.

—¡Sigue mirando! —gritó la voz impaciente de Gregor—. ¡Mira y cuéntame, o ayúdame...!

—Basta —dijo la voz del otro hombre, casi juguetona. Había una sonrisa en ella—. Gregor, deja a la pobre mujer en paz. Obviamente ha visto algo que la ha trastornado mucho.

La vieja estaba jadeando, y entonces, extrañamente, horriblemente, habló otra voz. Era muy fina, alta, fría, pero absurda. Forge no pudo oír las palabras exactas, pero parecía alegre, en cierto modo. Los pocos pelos que quedaban en la nuca de Forge se pusieron de punta.

—¿Qué has visto? —exigió Gregor, ignorando a la voz fina y refunfuñona—. ¿Qué es?

—No abrumemos a la pobre mujer —dijo la primera voz—. Ha cumplido con su cometido bastante bien. Nos ocuparemos de que reciba el pago acordado. Gracias, madame.

—Había un hombre —jadeaba la vieja, con voz temblorosa—. Pero entonces...

—Sí, gracias —dijo la voz del hombre tranquilizadoramente—. Creo que ya hemos oído suficiente. Gregor, quizás seas tan amable de mostrar a nuestra invitada...

—Horrible —cayó de rodillas, y después sollozó con vehemencia. Forge observaba la sombra hundida de la vieja, y entonces otra sombra, la de un hombre gordo, se adelantó, proporcionándole apoyo.

—Sí —dijo la primera voz, descartándola—. Era horrible, ese hombre. Gracias.

—¡No! —gritó la bruja. Forge vio su sombra avanzar, apartarse de la sombra de Gregor—. ¡No el hombre! Él ya era bastante horrible, pero entonces...

Hubo una pausa en la que pareció que la vieja se derrumbaría de nuevo. La mano blanca en el brazo de la silla se alzó ligeramente. El anillo negro brilló intermitentemente a la luz del fuego.

—¿Y entonces?

La vieja se estremeció.

—Algo más. Algo... llegó a través... era...

No parecía capaz de continuar. La mano blanca en el brazo de la silla permaneció inmóvil, fija en un gesto que casi parecía una bendición. La luz del fuego chasqueaba y titilaba. La horrible voz de ultratumba zumbó y farfulló quedamente para sí misma.

—Humo —dijo la vieja finalmente. La voz se había alzado, casi en un falsete. Parecía una niña—. Fuego negro. Cenizas y... y... ojos... y nada. Una nada viva.

Se produjo una pausa, y entonces la mano blanca se cerró en un puño relajado.

—Bueno —dijo la voz del primer hombre casualmente—, eso cambia un poco las cosas. Quizás debería recibir su pago aquí y ahora, madame. Esta noche. Lemuel, por favor escolta a nuestra invitada a... hum... algún otro sitio, ¿no? Encontrarás un lugar apropiado para pagarle, estoy seguro.

Las sombras se movieron. Una hasta ahora invisible figura se alzó y condujo a la vieja lejos del fuego. Forge sintió un pánico repentino creyendo que entrarían en la antecámara y le descubrirían, y entonces recordó que se suponía que debía estar allí. Le estaban esperando. Se preguntó a toda prisa si no era demasiado tarde para echarse atrás. Con dinero o sin él, este parecía un mal grupo con el que estar involucrado. Para alivio de Forge, Lemuel condujo a la vieja a través de otra puerta en la parte de atrás de la biblioteca. Lemuel se movía como un sirviente bien entrenado, aunque bastante más viejo de lo que Forge había esperado. La vieja parecía atontada mientras caminaba, sus ojos grises sin expresión. Ninguno de los dos reparó en lo más mínimo en Forge.

—Entonces ya está —dijo Gregor mientras la puerta de atrás de la biblioteca se cerraba—. Merlinus ha vuelto. Tu plan se ha completado.

—El plan está lejos de haberse completado, pero sí, hasta ahora todo ha procedido tal y como esperaba. Delacroix será eliminada. El chico Potter habrá quedado mortificado al saber que fue una herramienta para lograr nuestros objetivos. Y Merlinus Ambrosius anda suelto por el mundo de nuevo. Pero, Gregor, deberías poner cuidado en llamarlo mi plan. Ya sabes quién planeó todo esto. No aceptaré el crédito por el trabajo del Señor Tenebroso.

Gregor ignoró la reprimenda.

—¿Cómo podemos estar seguros de que Merlín será uno de los nuestros?

—No podemos. La lealtad de Merlín nunca perteneció a nadie excepto a él mismo. Por eso el Señor Tenebroso nunca estuvo interesado en semejante alianza mientras vivió. El propio Merlín nunca fue el premio a conseguir, como ya sabes.

Forge oyó a Gregor removerse de nuevo en su asiento.

—No todo el mundo cree en esas historias —dijo tranquilamente.

—Solo los tontos dudan de la existencia del Otro Mundo. Incluso los muggles creen en el cielo y el infierno. Todo lo que nos debe importar es que el Señor Tenebroso creía en ello. Si él no hubiera caído, nunca habríamos recurrido a esto. Pero incluso él vio la validez de tener un seguro a prueba de fallos.

—Sí —replicó Gregor—. A prueba de fallos. El Linaje.

—No —dijo la primera voz quedamente—. El Linaje aún no es perfecto. No sabe quién es. Su poder no ha sido descubierto, está dividido y embotado. El Linaje aún no ha sido afilado por el guantelete de la muerte, como el Señor Tenebroso, su creador. Debe ser... refinado.

—¿Y eso será obra de ese que procede del Otro Mundo?

—Entre otras cosas.

Gregor suspiró teatralmente.

—Incluso así, la fe es escasa. Muchos están en Azkaban. Muchos más aún, muertos. El perro, Flecher, está bajo custodia del Ministerio. La maldición Lengua Atada le silencia, y su identidad aún no ha sido descubierta, pero si nuestra conspiración se desmorona, se harán las conexiones pertinentes. Potter le reconocerá de sus días con la Orden. Encontrarán una forma de comunicarse con él. Sacarhina y Recreant serán los primeros incriminados, pero tú serás el siguiente. Después de todo, estabas allí con ellos en la caverna del Trono. Tú mismo ejecutaste la maldición. Fletcher te traicionará.

—Fletcher no tiene nada que el Ministerio pueda utilizar contra nosotros —tranquilizó la voz sedosa—. Como todos los gobiernos débiles, están demasiado enamorados de sus ideales de justicia para resultar efectivos contra un enemigo verdaderamente astuto. Potter nos vigilará, cuando y donde pueda, pero eso es todo. Déjale. Él cree que la batalla se ha acabado. Vio al Señor Tenebroso sucumbir bajo su propia mano taimada. ¿Y te sorprende, amigo? Tal vez fuera lo mejor. Después de todo, la semilla debe morir para que la flor florezca. Quizás lo mejor fuera que nuestro Señor sucumbiera ante el cobarde Harry Potter. Él y sus aliados se han regodeado durante años en una falsa sensación de seguridad. Creen que nosotros, como ellos, somos unos cobardes, que no nos volveremos a alzar con la venganza en nuestros corazones, más fuertes que nunca. Y no olvidemos la leyenda, Gregor. Puede que de hecho seamos herramientas en la mano de nuestro más glorioso antepasado. Puede que nuestra misión sea cerrar el círculo de una antigua venganza; un círculo que empezó hace alrededor de mil años. Amigo mío, me atrevo a sugerir que el plan que se puso en movimiento tras la muerte del Señor Tenebroso puede ser incluso más grande de lo que originalmente fue su intención. Dado lo que hemos descubierto, estoy seguro de que él estaría de acuerdo conmigo.

La sombra de Gregor se inclinó hacia adelante.

—¿Estás seguro, amigo mío?

—Llámalo una conjetura con cierta base. Después de todo, yo estaba entre sus más cercanos y leales siervos. Sabes igual que yo las... dificultades que hemos afrontado. Hasta ahora.

Hubo un tintineo cuando Gregor extendió la mano en busca de su vaso de vino.

—Tal vez no debieras decir más delante de nuestro invitado.

—Ah, sí —replicó la voz sedosa—. Que insufriblemente grosero por mi parte hablar como si no estuviera aquí. Señor Forge, únase a nosotros, ¿quiere?

Forge saltó. Había estado tan inmerso en la conversación que se había olvidado de que estaban esperándole. Atravesó la habitación entrando en la biblioteca. La luz del fuego iluminó los bordes de las sillas de cuero.

—Sí, gracias, señor Forge —dijo frívolamente la voz sedosa. La mano blanca le hizo señas. Mientras lo hacía, dos de las tres sillas comenzaron a girarse. Giraron silenciosamente, como si estuvieran montadas sobre ejes, y Forge vio que en realidad flotaban ligeramente separadas del suelo—. Dígame, mi buen amigo goblin, ¿ha oído hablar alguna vez del Transitus Nihilum?

—No, señor —dijo Forge instantáneamente, sintiéndose aliviado de que su voz no traicionara su nerviosismo—. Solo soy un simple comerciante goblin. No sé mucho de esas cosas. De hecho, estoy dispuesto a apostar a que olvidaré cada palabra de lo que se ha dicho aquí en cuanto esté a cincuenta pies de esta casa.

Las sillas dejaron de girar y Forge vio a los hombres sentados en ellas. El de la izquierda tenía un largo cabello rubio, casi blanco, enmarcando una cara apuesta, bastante ajada por la edad. Sonreía apaciblemente, como invitando a Forge a compartir una broma. El de la derecha, Gregor, era más gordo y de mejillas sonrosadas, con una expresión de extrema indulgencia que desmentía una cómoda vida purasangre.

—No tema, amigo mío —dijo el hombre pálido—. Precisamos sus servicios mucho más que su sangre. Permítame iluminarle. El Transitus Nihilum es el un lugar de cruce. El Vacío entre nuestro mundo y el siguiente. Dígame, cree en el más allá, ¿verdad?

—Creeré en lo que me pida que crea si eso hace que salga por su puerta en menos de dos piezas, mi señor.

El hombre rió.

—Esto es lo que me encanta de los goblins, Gregor. Son más sinceros que nadie. —Se giró otra vez hacia Forge—. Te daré algo más en lo que pensar, mi nuevo amigo. Nuestros antiguos ancestros creían que había más en nuestro mundo de lo que podemos ver y sentir con nuestros sentidos. Creían que había entidades invisibles, seres más grandes que nosotros, más poderosos, inmortales e inhumanos. Existen no solo en el más allá, sino en la nada que hay en medio. Tenían palabras para describirlos. No te importunaré con nombres, pero había cientos de ellos. Y hubo un ser en particular que atrajo el interés de los hombres más ambiciosos. Algunas veces se le llamaba el Guardián, o el Ser de Humo y Ceniza. No entraba en nuestro mundo, por lo que sabemos. Habitaba en el Vacío; que es el mundo opuesto exacto al nuestro, por tanto ni sospecha de nuestra existencia, ni de la existencia de nada más. Está atado por su propia ignorancia con respecto a nosotros. Y esto, pensará usted, es buena cosa, ¿verdad, señor Forge?

El goblin se removió, mirando fijamente a los brillantes ojos del hombre. Asintió con la cabeza.

—Sí, por supuesto que sí. Porque una criatura con una inhumanidad tan poco adulterada, un poder tan irreflexivo, si descendiera sobre nosotros, no sería nada menos que el Destructor, ¿no? Por tanto, es buena cosa que esté ahí fuera... y nosotros aquí. Los niños pequeños se van a dormir cada noche entendiendo la verdad que encierra esta afirmación: hay cosas malas acechando por el mundo, sí; pero no son las peores. Esa no nos conoce. Y aún así... —El hombre apartó la mirada un momento, entrecerrando los ojos—. ¿Y si algo le hiciera ser consciente de nosotros? Después de todo, nos movemos entrando y saliendo todo el rato por ese lugar de cruce, ¿verdad? Cuando morimos, pasamos a través de él. Cuando efectuamos cierto tipo de magia, cuando desaparecemos, ¿no nos deslizamos también por el Vacío? Afortunadamente, el Guardián vive fuera del tiempo, así que no nota nuestra diminuta existencia atada al paso de ese tiempo. ¿Pero y si forzáramos un poco las reglas? ¿Y si uno de nosotros, uno particularmente poderoso, saliera del tiempo y entrara en el Vacío? ¿Y si uno de nosotros permaneciera allí lo suficiente como para que el guardián reparara en él?

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