James Potter y La Maldición del Guardián (8 page)

BOOK: James Potter y La Maldición del Guardián
5.24Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—¿Hasta que te casaste con mamá y te convertiste en un Weasley honorario?

Harry sonrió hacia James y asintió.

—Supongo.

—¿Supones?

La sonrisa desapareció lentamente de la cara de su padre. Apartó la mirada de nuevo, hacia la oscuridad del patio.

—Estuvo Sirius —dijo Harry—. Él fue el primer padre que conocí. Técnicamente, era mi padrino, pero no me importaba. Me pidió que fuera a vivir con él, formar una familia. No funcionó. Terminó huyendo del Ministerio, moviéndose de lugar en lugar, siempre ocultándose. Aún así, hizo lo que pudo. Me compró mi Saeta de fuego, que todavía es mi escoba favorita.

Harry se detuvo. Subió la mano y se quitó las gafas. James permaneció en silencio.

—Así que estaba aquí sentado pensando en cómo el abuelo es en realidad el tercer padre que he perdido, eso me lleva otra vez al principio. Si te digo la verdad, hijo, estaba aquí sentado sintiendo pena de mí mismo. Sirius fue asesinado antes de que tuviéramos oportunidad de tener siquiera una sola foto familiar para recordarle. Algunas veces, apenas puedo recordar que aspecto tenía, excepto por su poster de busca y captura. Pero el agujero que dejó en mi corazón nunca se ha llenado. Intenté llenarlo con mi viejo director Dumbledore durante un tiempo, pero entonces le mataron también. El abuelo me lo hizo olvidar durante mucho, mucho tiempo, pero ahora, incluso él se ha ido. Es decir, para ser honestos, esto debería ser un poco más fácil para mí. Tengo... tengo práctica. Y aún así, si quieres saber la verdad, creo que tu madre lo está llevando mejor que yo. Estoy furioso, James. Quiero recuperar a la gente que he perdido. No parece justo seguir adelante con el resto. Ahora mismo, estaba sentado aquí pensando en que el abuelo era solo uno de muchos. No quería seguir aceptándolo. ¿Pero qué puedo hacer? No hay forma de traerlos de vuelta, y desearlo solo conseguiría amargarnos. Estaba pensando en todas esas cosas, ¿y sabes qué ocurrió entonces?

James levantó la mirada de nuevo hacia su padre, con el ceño fruncido.

—¿Qué?

Harry sonrió lentamente.

—Saltaste por esa puerta como el muñeco de una caja sorpresa y me asustaste tanto que casi se me cayeron las gafas.

James le devolvió la sonrisa, y después rió.

—Así que cuando me sobresaltaste, solo estaba devolviéndomela, ¿eh?

—Quizás —admitió Harry, todavía sonriendo—. Pero comprendí algo en ese momento, y por eso me alegra que hayas venido, que estés sentado aquí conmigo. Recordé que tenía otra oportunidad en la relación padre-hijo, pero desde el otro lado. Os tengo a ti, a Albus y a Lily. Puedo intentar hacer lo que pueda por daros a los tres lo que tanto he echado de menos en mi vida. ¿Y sabes qué es realmente mágico? Cuando lo hago, consigo un poco a cambio, como un reflejo, de vosotros tres.

James miró fijamente a su padre, frunciendo ligeramente el ceño. Creía entenderlo, pero solo muy sutilmente. Finalmente, bajó la mirada al vaso en las manos de su padre.

—¿Así que vas a beberte eso?

Harry bajó los ojos al vaso de whisky de fuego, y después lo alzó.

—Sabes, hijo —dijo, examinando la luna a través del líquido ámbar—. Creo que es el momento de empezar algunas tradiciones nuevas. ¿No crees? —Sostuvo el vaso un poco más alto, toda la longitud de su brazo.

—Por ti, Arthur —dijo firmemente—. Por el padre que fuiste para todos nosotros, y no menos para mí. Y por ti, Dumbledore, por hacer un formidable esfuerzo al final... y por mi auténtico padre, el primer James, al que nunca conocí pero siempre amé...

James miró al vaso en la mano de su padre cuando Harry se detuvo. Finalmente, con una voz más suave, terminó:

—Y por ti, Sirius Black, dondequiera que estés. Te echo de menos. Os echo de menos a todos.

Casi casualmente, Harry lanzó el whisky de fuego del vaso. Este formó un arco a la luz de la luna, salpicando y centelleando, y se desvaneció en la penumbra del patio. Harry inhaló un profundo aliento y suspiró, estremeciéndose un poco mientras lo dejaba escapar. Se recostó hacia atrás y paso un brazo alrededor de su hijo. Se quedaron sentados así algún tiempo, observando la luna y escuchando a los grillos en el huerto. Finalmente, James se quedó dormido. Su padre le llevó en brazos a la cama.

2. El Borley

—Estarás bien, James —dijo Ginny mientras aparcaba el coche cuidadosamente en un espacio junto al sendero. —Sabes que no dolerá. Tu padre las lleva desde que tenía seis años. Tienes suerte de haber pasado tanto sin necesitarlas.

James echaba humo en el asiento delantero. Detrás de él, Lily se quejaba por décima vez.

—¡Yo también quiero llevar gafas!

Ginny se sopló el cabello de la cara y apagó el motor.

—Lily, si tienes suerte, nunca llevarás nada más que unas simples gafas sol, pero puedes usar de esas siempre que quieras, cariño.

—Yo no quiero llevar gafas de sol —Lily puso mala cara—. Quiero gafas de verdad como las de James. ¿Por qué él sí puede tener gafas de verdad?

—Mis ojos no están tan mal —insistió James sin siquiera moverse para salir del coche—. Puedo leer mis libros de texto sin ningún problema. No veo por qué…

—No están tan mal aún —dijo Ginny firmemente—. Son gafas correctoras. Con suerte, evitarán que tu vista empeore. ¿Por qué te estás mostrando tan difícil con esto?

James frunció el ceño.

—Simplemente no quiero llevarlas. Pareceré un maldito capullo idiota.

—No digas esa palabra —dijo Ginny automáticamente—. Además, a tu padre no lo hacen parecer un idiota. Vamos. Lily, tú te quedas aquí con Kreacher y tu merienda, ¿de acuerdo? Te estaré viendo desde la ventana y regreso en unos minutos. Le echarás un ojo, ¿verdad, Kreacher?

En el asiento trasero, Kreacher se retorcía en su sillita infantil azul eléctrico.

—Sería una tarea más fácil si Kreacher no permaneciera encarcelado en este dispositivo de tortura muggle, ama, pero como desee.

—Ya hemos hablado de esto, Kreacher. De acuerdo con lo que creen ver los muggles cuando te miran, los niños están obligados a viajar en asientos de seguridad. Ya es bastante malo es el que insistas en no en llevar nada más que una servilleta. La gente no está acostumbrada a ver a un niño de ocho años en pañales.

—Es el mejor burdo disfraz que Kreacher pudo conseguir, ama —graznó él taciturnamente— Kreacher nunca se ha acostumbrado a la sociedad muggle, pero Kreacher hace lo que puede con la poca magia que tiene a su disposición.

Ginny puso los ojos en blanco mientras bajaba del coche.

—Tocad la bocina si necesitáis algo, ¿vale? Tu “poca magia” podrá arreglárselas para lograr eso, estoy bastante segura.

Ginny condujo a James hacia la oficina.

—¿Por qué tenemos que ir a un oculista muggle? —se quejó James quedamente—. ¿No hay oculistas mágicos con, digamos, gafas invisibles? ¿O hechizos que te arreglen mágicamente los ojos?

Ginny sonrió.

—No todo se arregla con magia, James. Un oculista muggle es tan bueno como uno mágico. Ya has estado aquí para tu revisión. No veo a qué tienes tanto miedo.

—No tengo miedo —dijo James disgustado mientras entraban en el vestíbulo de la oficina. Recorrió con la mirada la pequeña sala de espera. Tenía exactamente el mismo aspecto que la última vez que había estado allí, el mismo número de peces en el mugriento acuario y las mismas revistas de la mesita del rincón.

—James Potter —dijo Ginny a la mujer gorda detrás de la mampara de cristal—. Tenemos cita a las dos con el doctor Haubert.

James se derrumbó en la misma silla donde se había sentado la última vez que había estado allí. Golpeó la delgada alfombra con el talón, rezongando para sí mismo.

Minutos más tarde, el doctor Haubert emergió sonriendo, flacucho y de mejillas sonrosadas. Llevaba sus propias gafas en un bolsillo de su bata blanca.

—Allá vamos otra vez, James —dijo jovialmente—.Tu madre también puede entrar si lo desea.

Ginny miró fijamente a James.

—¿Quieres que entre? Puedo ir a por Lily y traerla con nosotros.

James suspiró y se puso de pie.

—No. Adelante, ve a echarle un vistazo. Probablemente Kreacher haya vuelto deleitarla haciéndoselo encima otra vez.

Ginny dirigió una sonrisa al doctor Haubert y luego lanzó una rápida mirada de advertencia a James.

—Las gafas ya están pagadas, James. Ven al coche una vez termines con el doctor, ¿de acuerdo?

—¿Kreacher es algún tipo de mascota familiar? —preguntó el doctor Haubert a James mientras le conducía a la consulta.

—Es mi medio hermano —respondió James—. Vive en el sótano. Lo alimentamos con un cubo de cabezas de pescado dos veces por semana.

El doctor Haubert parpadeó hacia James, su sonrisa se volvió algo más crispada.

—Eso es muy, ejem, divertido, James. ¡Qué imaginación tan interesante!

James se sentó en el borde de la camilla mientras el doctor se ponía sus propias gafas y rebuscaba en una estantería. Sacó una caja y la abrió sobre la mesa.

—Aquí las tenemos —dijo felizmente, extrayendo un par de gafas negras. A James le parecieron tres veces más anchas que su cabeza. Se sintió desanimado.

—Déjame ayudarte a ponértelas y pondremos a prueba la prescripción No llevará más de un minuto.

Se las mostró a James y luego las deslizó sobre su cara. James cerró los ojos mientras las gafas se asentaban sobre sus orejas. Cuando los abrió de nuevo, el mundo le pareció ligeramente más pequeño y un poco deformado en los bordes. Echó un vistazo alrededor, intentando acostumbrarse a la sensación.

—¡Ya está! —dijo el doctor alegremente—. ¿Cómo que se sienten?

James suspiró de nuevo.

—Bien, supongo. Es un poco raro.

—Eso es perfectamente natural. Te acostumbrarás a ellas con el tiempo.

James ya estaba resuelto a no permitir que eso ocurriera. Tenía intención de llevar esas horribles gafas sólo para que su madre las viera durante los próximos dos días, y luego las metería en su baúl en el mismo momento en que subiera al Expreso de Hogwarts. En realidad no las necesitaba de todos modos. Estaba seguro de ello.

El doctor Haubert sentó a James en un taburete en la esquina de la consulta y le giró hacia la tabla optométrica de la pared opuesta. James se cubrió un ojo mientras leía la tabla con un tono abatido y monótono. El doctor asintió alegremente, quitándose sus propias gafas nuevamente y abriendo las persianas de la pequeña habitación, dejando entrar la luz del sol de la tarde.

—Muy bien, James —dijo, abriendo la puerta de la consulta—. Ya casi está. Déjame programar tu siguiente cita y podrás irte.

Cuando James se quedó solo en la habitación, se levantó y se acercó al espejo junto a la ventana. Las gafas no le quedaban tan mal después de todo, pensó, pero sí lo suficiente. Las sentía pesadas y toscas en la cara. Frunció el ceño y se las quitó.

En el espejo, algo se movió tras su reflejo. James levantó la mirada y luego se dio la vuelta. La luz solar se derramaba por la habitación. James veía su propia sombra en la pared, proyecta sobre un gran póster que mostraba el diagrama de un globo ocular. Otra sombra pasó correteando junto a la suya. James la reconoció inmediatamente como la misma forma que había visto unas cuantas noches antes en el pasillo de la Madriguera. Sin pensarlo, buscó la varita en su bolsillo trasero, pero no estaba allí, por supuesto. Aún no se le permitía hacer ningún tipo magia fuera de la escuela, y su madre le prohibía llevarla consigo cuando salían al mundo muggle.

La misteriosa figura se sacudió pared arriba y saltó. James abrió los ojos, sorprendido y desconcertado, mientras la sombra parecía desprenderse de la pared, alejándose del haz de luz. La figura se hacía ligeramente más oscura en el interior de la habitación, casi invisible. La sombra no estaba siendo proyectada por la criatura; de algún modo, la criatura era la sombra. Aterrizó en la pequeña mesa junto a la camilla. Para sorpresa de James, comenzó a recoger algunas de las herramientas del doctor Haubert y a tirarlas por toda la habitación. Estas repiqueteaban y rebotaban contra las paredes. James se metió las gafas en el bolsillo de los pantalones y saltó para atrapar algunos de los instrumentos que volaban por los aires.

—¡Para! —susurró severamente a la pequeña sombra diabólica—. ¿Qué haces? ¡Me meterás en un lío!

James se agachó rápidamente bajo la camilla, recogiendo las herramientas dispersas. Entre tanto, después de haber despejado la mesa, la sombra diabólica saltó sobre el taburete y correteó subiendo por la pared. Llegó a la estantería y se lanzó como un rayó tras una fila de gruesos libros. Uno por uno, los libros empezaron a salir disparados del estante. James arrojó las herramientas sobre la mesa con una mano mientras con la otra se abalanzó para atrapar los primeros libros lanzados. Incapaz de cogerlos todos, James se inclinaba para recogerlos del suelo. Un gran volumen en particular le golpeó en la parte posterior de la cabeza, haciéndole soltar los libros que ya había reunido. Airadamente, giró sobre sus talones, buscando a la criatura, con intención de agarrarla si podía. Esta saltó del estante de libros a la pared, agarrando una esquina del póster. El póster se soltó y cayó como una vela, cubriendo la cabeza de James. Forcejeó con él con dificultad y arremetió hacia la criatura. Esta saltó al ventilador de techo y se sentó en una de las paletas que giraban lentamente. Parecía estar mofarse de James.

BOOK: James Potter y La Maldición del Guardián
5.24Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

Indelibly Intimate by Cole, Regina
Love Wild and Fair by Bertrice Small
The Mazer by C.K. Nolan
Darkvision by Cordell, Bruce R.
Courage Tree by Diane Chamberlain
Under His Roof by Quinn, Sadey
Koban by Bennett, Stephen W
Letters and Papers From Prison by Dietrich Bonhoeffer
Waterborne Exile by Susan Murray