James Potter y La Maldición del Guardián (9 page)

BOOK: James Potter y La Maldición del Guardián
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—¡Es un lugar muggle! —siseó James a la criatura—. ¡Pero yo soy un mago! ¡Ya puedes agradecer a tu suerte el que no haya traído mi varita conmigo!

La criatura retrocedió ante eso, como si lo hubiera entendido. Se dio la vuelta y saltó hacia la ventana. James, todavía parcialmente atrapado bajo el póster caído, se lanzó sobre la camilla, intentando alcanzar a la criatura. Aterrizó tan fuerte sobre ella, que la movió. Esta rodó sobre sus ruedecitas, cruzando el suelo y golpeando la pared bajo la ventana justo cuando la puerta se abría.

James buscó el rostro del doctor Haubert, que tenía los ojos abiertos de par en par.

—Mire —dijo James rápidamente, bajando de la camilla—. ¡No sé qué era eso, pero no fui yo! No hice ninguna magia, no derribé todos sus libros, ni arranqué su poster de la pared, ni monté todo este desorden. Todo esto lo hizo un extraño monstruito sombra. Probablemente no crea en los monstruos sombra, y lo entiendo, porque yo ni siquiera sabía que existían hasta ahora, así que está bien, pero probablemente terminemos todos Desmemorizados, y eso si que importa, ¿verdad?

La mirada del doctor Haubert permanecía fija en James. Sus ojos se veían bastante magnificados tras sus gafas. James se detuvo un momento para examinar el estropicio que se había montado en la consulta. Para su gran sorpresa, no había ningún estropicio. Los libros estaban cuidadosamente colocados en sus estanterías. El poster colgaba en la pared, perfectamente intacto. Las diferentes herramientas optométricas estaban pulcramente colocadas sobre un paño en la mesa de la esquina.

—¡Ja, ja, ja! —rió el doctor Haubert, sonriendo un poco nervioso—. Esto es como la historia de tu hermano comiendo un cubo de cabezas de pescado. Como he dicho antes, señor Potter, tienes una, hmm, imaginación muy interesante. Aquí tienes el recordatorio para tu próxima cita. Creo que tu madre, ejem, te espera fuera.

La mañana del primero de septiembre, James se sentía inusualmente hosco. El tiempo parecía coincidir con su humor, habiéndose vuelto frío y nebuloso, cubriendo la ciudad como un manto húmedo. James miraba fijamente a través de su reflejo en la ventanilla del coche mientras su familia zigzagueaba por la ciudad hacia la estación King's Cross. Había hecho un intento de contar a su madre lo de la misteriosa y extraña sombra que ya había visto dos veces, pero ella estaba irritada y molesta y le había dicho que se guardara las inexplicables criaturas imaginarias para Luna Lovegood, que era la especialista en el tema. James estaba decidido preguntar a Luna la próxima vez que la viera, pero por ahora, prepararse para su regreso a Hogwarts y controlar a su hermano extrañamente intratable, Albus, eran suficiente para mantenerlo ocupado. Pronto, se había sacado la sombra maliciosa de la cabeza.

Las cosas habían empezado mal esa mañana. James, emocionado por volver a la escuela, tenía su baúl repleto y listo, esperando junto a la puerta de la casa de la familia Potter. Cuando corrió de regreso por las escaleras para recoger a su lechuza, Nobby, Albus estaba todavía sentado en la cama de su habitación, atándose los zapatos. Su baúl estaba abierto junto al escritorio, a medio llenar.

—Vamos, Al —dijo James, dejando la jaula de Nobby sobre el escritorio—. Papá ya está aparcando el coche enfrente. Si no empacamos y salimos a la carretera, llegaremos tarde.

Albus no hizo el menor esfuerzo por darse prisa. Saltó de su cama y salió airado de la habitación. James lo vio marchar, puso los ojos en blanco, y comenzó a amontonar los libros de texto de Albus en su baúl. La nueva lechuza de Albus, que aún no tenía nombre, estaba en su jaula junto a la de Nobby, chasqueando el pico nerviosamente.

—Al menos vosotras no tenéis nada que empacar —refunfuñó hacia a las lechuzas—. Ni un hermanito problemático.

—Albus —llamó la voz de Ginny escaleras abajo—, James, ya es hora de irnos.

James agarró las túnicas nuevas de Albus y un puñado de ropa del armario, lo embutió todo en el baúl, y cerró de un portazo la tapa. Si Albus llegaba a Hogwarts sin calzoncillos limpios, era por su propia culpa. James agarró el picaporte y arrastró el baúl hacia la puerta, encontrándose con Albus que regresaba.

—¿Ese es mi baúl? —exigió Albus.

James pasó a su lado tirando del baúl, hasta el pasillo.

—Coge las lechuzas, ¿quieres? Vamos a llegar tarde.

—!Aun no había terminado de empacar!

—Bueno, supongo que ahora ya si, ¿no? —dijo James, sintiéndose de repente enfadado—. Papá y mamá están esperando. ¿Qué, has decidido que no quieres ir a la escuela después de todo?

Sin responder, Albus recogió bastante ruidosamente las jaulas de las lechuzas y siguió a James hasta el coche.

Cuando la familia llegaba a la estación King's Cross, James intentó aligerar el ánimo.

—Piensa en ello, Al, esta noche, ya estarás instalado, sentado delante de la chimenea de cabeza de serpiente gigantesca y bebiendo una botellón de cerveza de mantequilla con tus nuevos compañeros serpentinos.

Albus frunció el ceño y abrió la puerta del coche, saliendo a la niebla del aparcamiento. James lo siguió.

—¿Puedo empujar un carrito al menos? —preguntó Lily, mostrando su mejor puchero.

—Lo siento, Lily —dijo Harry, apilando los baúles y las jaulas de las lechuzas sobre dos carros—. Son bastante pesados y tenemos prisa. Pero verás a Hugo en unos minutos. Si todo va bien, la tía Hermione y el tío Ron vendrán con nosotros a comer tan pronto como salga el tren. ¿No te parece divertido?

—No quiero comer —dijo Lily petulantemente.

La familia atravesó las grandes puertas de la estación y se coló entre los viajeros habituales, atrayendo la atención de algunos curiosos que miraban cuando las lechuzas ululaban y agitaban las alas. Lily siguió a sus padres, quejándose de su deseo de ir a Hogwarts con sus hermanos este año, en lugar de esperar dos años más.

—He estado en la sala común Slytherin —dijo James a Albus cuando se acercaban a la plataforma—. Ralph me la mostró. Zane incluso ha estado el dormitorio de las chicas. Es algo así como un hotel cinco estrellas de la Edad Media en Transilvania, si sabes qué quiero decir. Te va a encantar.

Albus se volvió para mirar a James.

—¡No! ¡No voy a estar en Slytherin!

—Danos un respiro, James —amonestó Ginny.

—Sólo digo que podría ser —dijo James a la defensiva, sonriendo hacia Albus—. No hay nada malo en ello. Podría estar en Slyth…

Vio la expresión de advertencia de su madre y se calló. Sintiéndose un poco fastidiado, le quitó su carrito, echó un vistazo sobre el hombro a Albus, y luego empujó hacia delante, corriendo hacia la partición. Igual que el año pasado, la partición pareció disolverse. Se lanzó a través de ella y tiró del carrito para detenerse en el andén nueve y tres cuartos. Estaba tan abarrotado como la última vez que había estado allí, aunque la mezcla de niebla y vapor hacía difícil ver a nadie. Saliendo de la densa neblina, James podía oír el silbido y traqueteo del Expreso de Hogwarts, y por primera vez en toda la mañana, se sintió un poco mejor. Sin esperar al resto de la familia, empujó su carrito a través de la multitud hacia el sonido del tren.

—¡James! —llamó una voz. James miró alrededor y vio a Lucy de pie junto al tío Percy, que aparentemente estaba perdido en animada conversación con un hombre que llevaba una capa a rayas. La esposa de Percy, Audrey, estaba cerca, sujetando la mano de la hermana de Lucy y revisando un horario de salidas.

—Hola, Lucy —dijo James, empujando el carrito hasta ella—. No esperaba verte aquí. ¿Qué pasa?

—Estamos de vuelta ya —se encogió de hombros—. Papá recibió una llamada. Algo sucedió en el Ministerio y lo necesitan. Por lo menos estaremos en casa un tiempo. ¿Dónde está Albus?

James gesticuló en la dirección por donde había llegado.

—Albus aún está malhumorado. Ha estado hecho un gruñón desde la Madriguera.

Lucy asintió de forma comprensiva, pero no dijo nada.

—Bueno, mejor subo a bordo mi baúl —dijo James—. Ya llegamos tarde. Nos vemos, Lucy.

—Adiós, James —respondió Lucy, luego añadió—. No pierdas de vista a Albus, ¿vale?

James sintió una pequeña punzada de culpa ante eso. Asintió con la cabeza.

—Claro, Lucy. Soy su hermano mayor.

Lucy sonrió y agitó la mano. James se dio la vuelta y corrió hacia el tren, empujando su carrito. Cuando encontró al mozo, vio a Teddy Lupin moviéndose a través de la niebla con Victoire a su lado, perdidos en una conversación susurrada. Satisfecho tras dejar sus cosas a salvo en el tren, James trotó hasta alcanzarlos.

—¡Eh! ¡Ted, Victoire! —los llamó.

Se detuvieron cerca de la estación, pero Victoire siguió hablando, con su cabeza cerca de la Ted.

—Ya es hora —decía con cara seria—. No quiero pasar el año en la escuela con este secreto entre nosotros.

—No es entre nosotros, Vic —dijo Ted razonablemente—. Sabes que tus padres no están preparados para enterarse de lo nuestro. Tu madre ya cree que soy un vago en ciernes. Dame un tiempo para arreglar las cosas en Hogsmeade. Una vez haya demostrado que voy en serio…

—¿A quién tienes que demostrárselo? —preguntó Victoire, retrocediendo y colocando los puños en las caderas—. ¿A mis padres, o a ti mismo?

Ted puso sus ojos en blanco. Echó un vistazo a James.

—Así es salir con una mujer a cuya familia conoces de toda la vida —dijo—. Me conocen demasiado bien para que mis encantos funcionen con ellos.

—Tus encantos funcionan muy bien —resopló Victoire—. De hecho, si no fuera por tus encantos, ni siquiera tendríamos este problema.

—Siento interrumpir —dijo James, alzando las manos con las palmas hacia afuera—. Sólo quería saludar. Me desvaneceré entre la niebla otra vez.

—Espera un momento —dijo Ted, su rostro se volvía cada vez más pensativo—. Tengo una idea.

De repente, agarró a Victoire y la abrazó. Ella se resistió por un momento, pero entonces él la besó, y ella se relajó. Poco a poco, dejó caer la mochila que llevaba y puso los brazos alrededor del cuello de Ted. James dio un paso atrás y miró alrededor nerviosamente.

—Hmm, como decía... —comenzó pero se detuvo cuando Ted levantó un dedo, todavía besando a Victoire. Finalmente, se apartó y miró de reojo a James, sonriendo socarronamente.

—Has visto eso, ¿verdad? —preguntó.

—No creo haber visto nada más que eso —respondió James incómodamente.

—Bien. Ahora me harás un favor.

Victoire miró a Ted, con los brazos todavía alrededor de su cuello.

—Teddy, no…

La sonrisa de Ted no titubeó.

—Ve y cuéntales a todos lo que has visto.

—¿Qué? —parpadeó James.

—Cuéntalo. Di que vine a despedir a Victoire, y que nos viste besuqueándonos aquí en el andén. Di que nos interrumpiste y que te dije que te largaras. Será el chisme más jugoso en el andén esta mañana, y tienes que ser tú el que lo haga circular. Se sabrá que estamos juntos y ni siquiera tendremos que decir ni una palabra —se volvió hacia Victoire—. ¿Contenta?

Ella inclinó la cabeza con arrogancia hacia él, pero sonrió.

—Eres un pícaro —respondió.

Ted se encogió de hombros.

—Simplemente soy bueno encontrando razones para besarte. Entonces, ¿qué te parece, James? ¿Te atreves con la tarea?

James sonrió burlonamente.

—Aprendí a mentir con Zane. Lo haré lo más jugoso posible.

—Excelente —respondió Ted—. Pero que sea también lo más realista posible. —Puso su cara severa y miró a James—. Lárgate ¿quieres? Estoy ocupado.

Con eso, besó a Victoire de nuevo. Ella sonrió y soltó una risita, apartándole juguetonamente. James giró sobre sus talones y trotó de nuevo hacia la multitud. Después de un momento, vio a su familia reunida con el tío Ron y la tía Hermione cerca del tren. Todos volvían la mirada hacia atrás, hacia la estación. James siguió la dirección de sus miradas y vio a Draco Malfoy de pie con su esposa y su hijo cerca de la partición. Draco asintió cortantemente en su dirección, y luego se giró hacia su hijo. El hijo tenía los mismos rasgos afilados y el cabello rubio platino de su padre. Echó un vistazo hacia James, pareciendo reconocerle. Después de un momento, el muchacho apartó la mirada de nuevo, como si estuviera aburrido.

James recordó las novedades que se suponía debía compartir. Corrió hacia su familia, esquivando y zigzagueando a través de la multitud. Cuando se acercaba, oyó al tío Ron decir a Rose con tono mordaz:

—No seas demasiado amable con él, Rosie. El abuelo Weasley nunca te perdonaría que te casaras con un sangrepura.

James se alegró de interrumpir la incómoda pausa que siguió.

—¡Eh! —gritó mientras se acercaba. Rose lo vio primero y sonrió. El resto de la familia se volvió con curiosidad—. Teddy está allí atrás. Acabo de verlo. Y adivinad lo que está haciendo. ¡Está morreándose con Victoire!

Los adultos le miraron bastante inexpresivamente. James alzó las cejas, exasperado ante su falta de respuesta.

—¡Nuestro Teddy! ¡Teddy Lupin! ¡Besando a nuestra Victoire! ¡Nuestra prima! Y le pregunté qué estaba haciendo...

—¿Les interrumpiste? —dijo Ginny incrédulamente—. Te pareces tanto a Ron…

James insistió, comprometido a decir lo que le había indicado Ted.

—¡….y dijo que había venido a despedirse de ella! ¡Y luego me dijo que me largara! ¡Se estaban morreando!

Ginny le susurró a Harry: —Oh, sería encantador que se casaran.

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