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Authors: Iny Lorentz

La dama del castillo (71 page)

BOOK: La dama del castillo
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Pero no sólo los bohemios amenazaban el poder del emperador. Los señores territoriales del imperio, comenzando por los príncipes electores, que en parte habían sido elevados a ese rango por el propio Segismundo y recibido tierras en feudo, le negaron su apoyo, exigiendo como condición para intervenir en la lucha armada que éste les ampliara sus privilegios y sus derechos. Los intentos del emperador de superar en votos a los nobles con el apoyo de los Estados Imperiales más bajos, para poder implementar un impuesto imperial regular con el que podría haber financiado su ejército estable, fracasaron estrepitosamente a raíz de la resistencia encarnizada de sus adversarios políticos. En esas circunstancias, su sueño de formar un Estado unitario según el modelo inglés fracasó estrepitosamente.

Cuando la corona de Bohemia ya parecía perdida, el destino volvió a ponerla en poder de Segismundo, ya que los husitas se habían dividido en dos grupos, los fundamentalistas taboritas, congregados por el predicador Jan Tabor, y los moderados calixtinos, también llamados utraquistas. Mientras que los taboritas hallaban adeptos sobre todo entre el vulgo, los burgueses más pudientes de las ciudades y los miembros de la nobleza se pusieron del lado de los calixtinos. Si bien al comienzo ambos grupos luchaban codo a codo, a medida que la presión militar del emperador fue cediendo, los taboritas comenzaron a ver en los calixtinos un obstáculo que necesitaban quitarse de encima para alcanzar sus metas a largo plazo. Sin embargo, la burguesía y los señores nobles estaban hartos de ese estado de guerra continuo que ya llevaba más de una década, ya que prácticamente había hecho sucumbir al comercio y casi no permitía labrar los campos.

Con el correr del tiempo, la enemistad entre ambas facciones escaló hasta tal punto que mientras aún seguían desarrollándose las campañas en los países vecinos se desencadenó una guerra civil cuyo final no podía tener vencedor alguno. Conscientes de su inferioridad de condiciones, los calixtinos buscaron el apoyo del emperador. Segismundo cogió la mano que le extendían sus súbditos, los mismos que unos años antes lo habían depuesto, y para recuperar su corona logró que el papa Martín V, a quien él mismo había designado en Constanza, otorgara su acuerdo para crear una iglesia bohemia prácticamente independiente según la doctrina de Jan Hus. A cambio, los calixtinos se pusieron de su lado en la lucha contra los taboritas. Al principio, el emperador sufrió un par de derrotas más, como sucedió en 1431, cuando un ejército imperial se disgregó antes de comenzar la batalla y huyó despavorido de los taboritas. Pero dos meses más tarde, los caballeros alemanes unidos con los calixtinos lograron hacer que los taboritas sufrieran una derrota asoladora. Sin embargo, aún habrían de pasar tres años más antes de que los calixtinos pudieran derrotar a sus enemigos de forma definitiva en Lipany, logrando así asegurar la paz.

Bohemia llevó una vida autónoma dentro del imperio durante casi doscientos años. Esa situación acabó en cuanto su nuevo rey y posterior emperador Fernando II de Habsburgo intentó volver a imponer la fe católica por medio de la fuerza. Su intervención llevó a la Segunda Defenestración de Praga y desencadenó la Guerra de los Treinta Años.

El único de los planes de Segismundo que se hizo realidad fue la recuperación de Bohemia, el resto fracasó. Como no tenía ningún hijo legítimo, lo sucedió su yerno, Alberto V de Austria, que en 1438 fue proclamado emperador, pero murió apenas un año y medio más tarde, antes de que naciera su hijo postumo, Ladislao V, que heredó las Coronas de Hungría y Bohemia. Para suceder a Alberto en el trono imperial se eligió a uno de sus parientes menos importantes entre los Habsburgo: a Federico III, casi con la intención de que guardase el lugar del joven Ladislao. Pero el hijo de Alberto falleció a los dieciocho años, en cambio Federico llegó a una edad avanzada y reinó como emperador durante más de cincuenta años. Su hijo, el emperador Maximiliano I, apodado «el último caballero», fue el abuelo de Carlos V, en cuyo imperio nunca se ponía el sol.

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