La Guerra de los Dioses (12 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickmnan

Tags: #Fantástico

BOOK: La Guerra de los Dioses
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—Lo haré —dijo el joven—. Pero no estoy seguro de haber comprendido bien lo que he visto y oído. Puedo advertirles que Caos intenta destruir el mundo. Puedo decirles que Paladine nos ha puesto en manos de la oscuridad. Me pregunto si alguien va a creerme. Pero a ti, tío, sí que te creerían. ¡Ven conmigo!

Raistlin miró intensamente a Palin.

—Esa no es la única razón por la que quieres que te acompañe, ¿verdad, sobrino?

El joven mago enrojeció.

—No, tío. No lo es —contestó en voz baja—. Vine aquí a buscarte... porque quería que me enseñaras magia.

—Hay muchos maestros de hechicería en el mundo. Estás dotado para el arte, sobrino. Indudablemente tiene que haber muchos a los que les gustaría tener un discípulo tan brillante.

—Tal vez, pero a mí no me quieren —dijo Palin, cuyo sonrojo se intensificó.

—¿Por qué no? —preguntó Raistlin suavemente.

—Porque... porque... —El joven vaciló.

—¿Por mí? —Raistlin esbozó una sonrisa desagradable—. Tanto me temen todavía, ¿eh?

—No quisiera herir tus sentimientos, Raistlin —intervino Tas amablemente—, pero había ocasiones en las que no eras una persona muy agradable.

El archimago clavó en el kender sus ojos dorados con las pupilas en forma de reloj de arena.

—Me pareció oír que alguien te llamaba —dijo.

—Ah ¿sí? —Tas escuchó con atención, pero no oyó nada—. ¿Dónde?

—Por allí —señaló Raistlin.

Y entonces Tas oyó algo: una voz gruñona, brusca.

—¿Se puede saber qué estás haciendo aquí, Tasslehoff Burrfoot? Nada bueno, seguro. Apuesto que metiéndote en problemas y haciendo que también se los busquen estos dos pobres tontos lo bastante desafortunados para estar contigo...

Tasslehoff giró sobre sí mismo con tanta rapidez que las tapas de los saquillos y mochilas se levantaron, y todas sus preciadas posesiones se esparcieron por el Abismo. Pero, por una vez en su vida, a Tas no le importó.

—¡Flint!

Larga barba canosa, gesto ceñudo de desaprobación, voz gruñona, y todo lo demás. Tas se disponía a abrazar a Flint, tanto si al enano le apetecía que lo abrazaran como si no (lo que por lo general no le hacía gracia, pero ésta era una ocasión especial) cuando el kender reparó en dos personas que estaban detrás de Flint.

—¡Sturm! —exclamó, complacido, Tas—. ¡Y Tanis! ¿Qué hacéis aquí? ¡Espera, no me lo digas! ¡Lo sé! ¡Vamos a emprender una aventura! ¿Adónde vamos? Sea donde sea, estoy seguro de que tengo un mapa. Mis mapas están al día ahora. Tarsis ya no está junto al mar. Es decir, Tarsis sigue en el mismo sitio de siempre. Lo que ya no está es el mar. Oye, Flint, quédate quieto para que pueda abrazarte.

El enano soltó un resoplido.

—¡No dejo que un kender se acerque a menos de un palmo de mí, cuanto menos que me abrace! Guarda las distancias, que yo guardaré mi bolsa de dinero.

Tas sabía que Flint no hablaba en serio, e intentó de nuevo abrazar a su amigo. Pero los brazos del kender no se cerraron sobre nada sólido, sólo el aire gris. Retrocedió un paso.

—Flint, déjate de bromas. ¿Cómo puedo ir de aventuras contigo si no te estás quieto en un sitio?

—Me temo que no vienes con nosotros, Tas —dijo Tanis con voz afable—. No es que no queramos que vengas...

—Y tampoco es que queramos —rezongó Flint.

Tanis sonrió y puso una mano en el hombro del enana.

—Hemos venido porque tu viejo amigo quería hablar dos palabras contigo —dijo el semielfo.

El enano apoyó el peso ora en un pie, ora en otro, incómodo; se atusó la barba y se puso muy colorado.

—¿Sí, Flint, qué es? —preguntó Tas muy abatido, sintiendo incluso que los ojos se le empezaban a humedecer. Notaba una extraña opresión en el corazón, como si supiera que algo no iba bien pero todavía no hubiera enviado el mensaje al cerebro. Para empezar, era raro que Tanis se encontrara aquí—. ¿Qué querías decirme?

—Verás, muchacho —empezó el enano tras varios resoplidos y carraspeos—, le decía a Tanis cuando lo vi...

La opresión en el corazón de Tas aumentó hasta hacerse casi insoportable. Se puso la mano sobre el pecho, confiando en hacer que el dolor desapareciera, al menos hasta que Flint hubiera terminado de hablar.

—Le dije a Tanis cuando nos encontramos —repitió el enano—, que empiezo a... bueno, que me siento un poco solo, podríamos decir.

—¿Te refieres a debajo de tu árbol? —preguntó Tas.

—No me interpretes mal —gruñó Flint—. Estoy muy bien situado. Ese árbol mío... es un ejemplar maravilloso. Tan bello como los vallenwoods de casa. El propio Tanis lo ha comentado al verlo. Y allí hace una buena temperatura, cerca de la forja de Reorx. Y también es interesante. La creación nunca cesa, ¿sabes? O alguna parte necesita que se le dé un retoque. Reorx trabaja allí, dando forma con el martillo. Y cuenta historias, relatos maravillosos sobre otros mundos que ha visto...

—¡Relatos! —Tas se animó—. ¡Me encantan los relatos! Y apuesto que a él le gustaría escuchar algunos de los míos, como aquella vez que encontré al mamut lanudo y...

—¡No he terminado! —bramó el enano.

—Lo siento, Flint —dijo Tas sumisamente—. Continúa.

—Ahora he olvidado dónde estaba —dijo Flint, muy irritado.

—En lo de sentirte solo... —apuntó Tas.

—¡Ya recuerdo! —Flint cruzó los brazos sobre el pecho, hizo una profunda inhalación, exhaló despacio, y soltó las palabras con precipitación:— Quería decirte, muchacho, que si alguna vez se te ocurre venir a verme, serás bienvenido. No sé por qué motivo, pero te... —El enano parecía muy desconcertado—. Sé que voy a lamentar decir esto, pero te he echado de menos, muchacho.

—Vaya, pues claro que sí —dijo Tas, sorprendido de que el enano no hubiera llegado a esta conclusión antes—. Sin embargo, no puedo evitar pensar, y espero que tu árbol no se ofenda por ello, que estar sentado en un sitio todo el día contemplando cómo un martillo golpea y da forma al mundo no me parece una perspectiva muy excitante. Lo que me recuerda algo. Hablando de dioses, ¡acabamos de ver a Reorx y a todos los demás! Y están pasando las cosas más maravillosas, quiero decir, espantosas, en el mundo. Oye, iré a buscar al chico para que te lo cuente. ¡Palin! —Él kender se volvió y llamó con un gesto—. Ah, y ahí está Raistlin. Menuda reunión ¿eh? Tú no conoces a Palin. Qué raro, ¿por qué no viene a saludar?

Palin miró hacia ellos y agitó una mano, la clase de gesto que dice: «Te estás divirtiendo, bien. Sigue haciéndolo y déjame en paz».

Flint, que estaba intentando decir algo durante los últimos minutos y no había podido pronunciar una sola palabra ya que Tas no dejaba de interrumpirlo, manifestó por último:

—¡No puede vernos, pedazo de alcornoque!

—Pues claro que puede vernos —replicó Tas, un poco irritado—. Tanis es el único que necesita anteojos.

—Ya no, Tas —dijo el semielfo—. Palin no puede vernos porque está vivo. Ahora existimos en un plano diferente.

—Oh, no, Tanis. ¿Tú también?

—Me temo que...

—Debes de haber hecho algo que no conducía a disfrutar de una vida larga —siguió el kender precipitadamente, parpadeando y limpiándose los ojos de un manotazo. Se puso serio—. Pues ahí no has andado muy espabilado, Tanis. Quiero decir que siempre me estás dando la lata con que no haga cosas que no conduzcan a una larga... a una larga... —Su voz empezó a temblar.

—Supongo que no lo pensé —contestó Tanis con una sonrisa—. He tenido una buena vida, Tas, plena de venturas. Resultó duro dejar a quienes amaba —añadió—, pero aquí tengo amigos.

—Y también enemigos —intervino Flint hoscamente.

El semblante de Tanis se ensombreció.

—Sí, disputaremos nuestra propia batalla en este plano —dijo.

Tas sacó un pañuelo (uno de Palin), se enjugó los ojos y se sonó la nariz. Se aproximó más al enano.

—Te contaré un secreto, Flint —dijo en un susurro poco discreto que probablemente se oyó en casi todo el Abismo—. Ya no soy el aventurero que solía ser. No. —Dio un enorme suspiro—. A veces pienso... y sé que no vas a creer esto, pero a veces pienso en retirarme, en sentar cabeza. No puedo entender lo que me pasa. Simplemente, lo que antes era divertido ya no me lo parece, ya sabes a lo que me refiero.

—Cabeza de chorlito —rezongó Flint—. ¿Es que no te das cuenta? Te estás haciendo viejo.

—¿Viejo? ¿Yo? —Tas estaba pasmado—. Pero no me siento viejo, por dentro, quiero decir. Si no fuera por ese molesto dolor que me da de vez en cuando en la espalda y en las manos, y por el irreprimible deseo de dar una cabezada junto al fuego en lugar de lanzar pullas a los minotauros... Se ponen realmente furiosos, ¿lo sabías? Sobre todo cuando les lanzo un mugido. Es sorpréndente lo rápido que puede correr un minotauro cuando está furioso y te persigue. En fin, ¿dónde estaba?

—Donde deberías —dijo Tanis—. Adiós, Tas. Ojalá no te alcance nunca un minotauro.

—¡Mira que mugir a un minotauro! —refunfuñó Flint—. ¡Tienes la cabeza hueca! Cuídate, muchacho. —Se volvió rápidamente y se alejó a grandes zancadas al tiempo que sacudía la cabeza. Lo último que Tas alcanzó a oír fueron los rezongos mascullando «¡mugir!» para sí mismo.

—Que Paladine te acompañe, Tas —deseó Sturm, que giró sobre sus talones y fue en pos de Flint.

—Bueno, mientras se limite a acompañarme y no intente realizar ningún conjuro de bolas de fuego... —comentó el kender, no muy convencido.

Los siguió con la mirada hasta perderlos de vista, cosa que ocurrió casi de manera instantánea, ya que en un momento estaban allí y al siguiente habían desaparecido.

—¿Tanis? ¿Flint? —Tas los llamó un par de veces—. ¿Sturm? Disculpa que te cogiera los brazales aquella vez. Fue un accidente.

Pero no hubo respuesta.

Tras otro par de hipidos y unos cuantos sollozos convulsos que cogieron al kender por sorpresa, Tas inhaló profunda, entrecortadamente, se limpió la nariz en la manga —el pañuelo estaba demasiado mojado para utilizarlo— y suspiró con cierta irritación.

—Tanis dijo que la gente me necesita. Bien, siempre les estoy haciendo falta, al parecer. Echar a un espectro aquí, matar a un goblin allí. No me dan un respiro. Claro que eso es lo que trae ser un héroe. A pesar de tener todo en contra, supongo que habré de sacar el mejor partido de la situación.

Tas recogió sus saquillos, y regresó hacia el Portal arrastrando los pies en la gris arena. Palin seguía hablando con Raistlin.

—Quisiera que lo reconsideraras. Regresa, tío. A padre lo alegraría verte.

—¿Tú crees? —preguntó el archimago suavemente.

—Pues claro que... —Palin enmudeció, inseguro.

—¿Lo ves? —Raistlin sonrió y se encogió de hombros—. Lo mejor es dejar las cosas como están. ¡Mira! —Una débil luz empezaba a salir del Portal—. La reina dirige de nuevo sus pensamientos hacia aquí. Ya se ha percatado de que el Portal está abierto. Debes regresar y cerrarlo otra vez. Utiliza el bastón. Aprisa.

El cielo gris se oscureció, tornándose negro. Palin lo miró con inquietud, pero aún vaciló.

—Tío...

—Regresa, Palin —ordenó Raistlin con tono frío—. No sabes lo que me pides.

El joven suspiró, miró el bastón que sostenía en la mano y después volvió los ojos hacia el archimago.

—Gracias, tío. Gracias por tener fe en mí. No te defraudaré. ¡Vamos, Tas, date prisa! Los guardianes empiezan a reanimarse.

—Ya voy.

Pero Tas arrastraba los pies. La idea de cinco cabezas de dragones multicolores gritando e intentando devorarlo no le hacía ni pizca de ilusión. Bueno, no demasiada.

—Adiós, Raistlin. Le diré a Caramon que le... ¡Anda, pero si es Kitiara! ¡Caray! Desde luego, aquí la gente aparece de repente como si saliera de la nada ¿verdad? Hola, Kitiara, ¿te acuerdas de mí? Soy Tasslehoff Burrfoot.

La mujer morena, vestida con una armadura de dragón azul, y con una espada colgando al costado, apartó al kender de un violento empellón y se plantó delante de Palin, obstruyéndole el paso al Portal.

—Me alegra conocerte por fin, sobrino —dijo Kitiara con una sonrisa sesgada. Extendió la mano y adelantó un paso—. ¿Por qué no te quedas un poco más? Hay alguien que viene de camino a quien le encantaría conocerte...

—¡Palin, cuidado! —gritó Tas.

Kitiara desenvainó la espada; la hoja de acero brilló con una luz mortecina, gris. La mujer avanzó hacia el joven mago.

—Has escuchado lo que no iba destinado a tus oídos. ¡Mi reina no trata con benevolencia a los espías!

Kitiara arremetió con la espada. Palin alzó el bastón para responder al golpe, intentando empujar a Kitiara hacia atrás. Los dos se trabaron en un forcejeo, y entonces, inesperadamente, Kit se echó hacia atrás. Palin perdió el equilibrio y trastabilló. La mujer se lanzó de nuevo al ataque.

Tasslehoff, frenético, buscaba algo para arrojárselo a Kitiara. Sólo tenía los objetos que guardaba en sus mochilas y él mismo. Imaginando que sus más preciadas posesiones, aunque de innegable valor, no servirían de mucho para detener a la encolerizada Kitiara, Tas se precipitó sobre ella, lanzando su pequeño cuerpo en la dirección de la mujer con la esperanza de derribarla y al mismo tiempo evitar ensartarse en la espada.

Olvidó que estaba en el Abismo. El kender voló hacia Kitiara, pasó a través de ella, y salió por el otro lado sin siquiera rozarla. Pero sí consiguió algo: chocar con la espada que, cosa rara, tenía solidez. La arremetida de Kit, dirigida al corazón de Palin, fue desviada.

Tas aterrizó sobre manos y rodillas, estremecido y desconcertado.

Palin retrocedió tambaleante. Una mancha roja apareció en el paño blanco de su túnica. Se aferró el hombro, se tambaleó, y cayó al suelo sobre una rodilla. Kitiara, mascullando maldiciones, enarboló de nuevo la espada y avanzó hacia él.

Tas se incorporó con dificultad, y estaba a punto de arrojarse contra el arma otra vez cuando oyó a Raistlin entonando una palabras extrañas. Los negros pliegues de su túnica ondearon delante del kender. Los dragones del Portal empezaron a chillar y, justo cuando todo se estaba poniendo más interesante, algo golpeó a Tasslehoff justo entre las cejas.

Vio un montón de fascinantes estrellas girando ante sus ojos, sintió que se desplomaba, y, de manera involuntaria, se sumió en el mundo de los sueños.

10

Un prisionero.

La flagelación

La llave repicó en la cerradura. La puerta de la celda se abrió.

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