La Guerra de los Dioses (26 page)

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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickmnan

Tags: #Fantástico

BOOK: La Guerra de los Dioses
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—¡Apuesto a que los ladrones! —opinó Tas, muy excitado, mientras examinaba las marcas—. Pusieron estos dibujos aquí para poder orientarse bajo tierra. Mira, ésa es la mansión del Señor, con sus cinco tejados cónicos. Y ese rectángulo grande y alto, con el pequeño triángulo en lo alto, apuesto a que es la Torre de la Alta Hechicería. Y esa cúpula con cinco cosas puntiagudas es el Templo de Paladine. ¡Qué divertido! Y las flechas señalan hacia dónde ir. ¿Hay más de estas marcas, Usha?

—Las encontrarás en cada intersección. ¿Vienes? —añadió, dirigiendo una mirada altanera a Palin—. Eras tú el que tenía prisa.

—¡Yo iré delante! —anunció Tas—. Tal vez encuentre más dibujos.

El kender echó a andar, y Usha, tras ajustarse el paño en torno a la boca, empezó a seguirlo.

Palin la agarró y no permitió que se soltara.

Usha forcejeó un momento; luego levantó la cabeza y lo miró seriamente, como si estuviera a punto de decirle algo, pero sin acabar de decidirse.

—Usha, ¿qué pasa?

Los ojos de la muchacha, por encima del trapo de cocina, relucían. Se quitó el paño que le tapaba la boca.

—Palin, yo...

—Eh, ¿dónde estáis? —llamó Tasslehoff, cuya voz resonó en el túnel levantando ecos escalofriantes—. Yo... —Repentinamente, el eco dio paso a un chillido—. ¡Palin, corre! ¡Corred...!

Y entonces sólo hubo silencio.

19

Un encuentro aterrador.

El rescate.

Los amigos de Usha

—¿Tas? —llamó Palin.

Oyó lo que parecía un ruido de pelea, y la voz profunda de un hombre maldiciendo. Palin echó a andar.

Algo más negro que la oscuridad le salió al paso de repente y lo agarró por el cuello.

—¡Tápale la boca! Es un mago —dijo una voz ronca, y una mano callosa se cerró sobre la boca de Palin.

El joven se las arregló para no soltar el bastón en medio del forcejeo, y la bola de cristal se apagó. Pero los hombres que lo acosaban llevaban, al parecer, algún tipo de luz. Un haz amarillo hendió la oscuridad, aunque enseguida se apagó a la orden de la voz ronca.

—¡Basta ya, todos vosotros! —gritó Usha—. Jack
Nueve Dedos,
¿es que no me reconoces?

Sonó un chirrido metálico y quedó a la vista la llama de un trozo de vela. La luz amarilla volvió a brillar y dio a Usha de lleno en la cara. La joven tenía los brazos pegados contra los costados; una figura oscura la mantenía sujeta.

—Por Hiddukel, si es la chica de Dougan —gruñó la voz ronca—. Suéltala. Veamos qué tienes ahí, Alien
Cicatriz.

—A un kender —contestó el hombre, sombrío—. Me cortó con una daga —añadió, indignado, al tiempo que enseñaba una mano manchada de sangre.

La luz iluminó a un hombre corpulento que tenía el rostro desfigurado por una larga cicatriz. Llevaba bajo un musculoso brazo a Tasslehoff, que forcejeaba y pataleaba. El hombre había metido un pañuelo en la boca del kender, pero la mordaza no impedía que Tas hiciera comentarios insultantes, aunque en cierto modo incoherentes, sobre el físico de su captor, su parentela y su mal olor corporal.

Sonaron risas en la oscuridad que levantaron ecos en los túneles.

—¡Kenders! ¡Puag! ¿Qué será lo siguiente? —Jack
Nueve Dedos
escupió en el suelo—. No soporto a estos ladronzuelos.

—Es amigo mío —protestó Usha—. Y también el mago. ¡Suéltame, Sally Valle!

Usha se retorció con habilidad para soltarse de las manos de quien la sujetaba, una mujer de mediana edad vestida con una túnica corta de color rojo que llevaba sobre pantalones de cuero. La mujer miró a Jack
Nueve Dedos
a la espera de sus órdenes.

El hombre asintió con la cabeza e hizo un gesto, y la mujer retrocedió un par de pasos.

—Soltad también a mis amigos —instó Usha.

Jack miró a Palin con desconfianza.

—Suelta al hechicero, pero coge su bastón y sus saquillos. Y tú, mago, mantén las manos bien a la vista y la boca cerrada. Sally, estate atenta a lo que diga, y si se le ocurre musitar una palabra mágica, lánzale un conjuro de tela de araña para inmovilizarlo.

La mujer asintió en silencio y no apartó los ojos de Palin. Un enano de barba blanca sostenía la linterna, una clase llamada «linterna sorda» porque tiene una pantalla de hierro que, al estar cerrada, no deja salir la luz. El enano la dirigió directamente a los ojos de Palin, medio cegándolo.

—¿Qué haces aquí abajo, muchacha? —demandó Jack
Nueve Dedos,
ceñudo. Era un hombre bajo, de constitución ligera y movimientos ágiles y vivos, que vestía ropas de cuero negro. Su apodo se debía a la falta del dedo anular de su mano izquierda. Llevaba largo el cabello, que era negro, como su barba. Era de tez muy morena—. Esta noche no tienes ningún negocio de hurto, al menos ninguno que hayas acordado con el gremio. —Esto último lo dijo en un tono ominoso—. No estarás pensando en independizarte, ¿verdad, chica?

—No estoy «trabajando», Jack
Nueve Dedos -
-le respondió Usha al tiempo que echaba una mirada de soslayo a Palin—. Mi amigo, el mago, tiene que llegar a la Gran Biblioteca a medianoche, y, como puedes ver, es un Túnica Blanca. No tiene documentación.

—No digas nada más, Usha —advirtió Palin—. Probablemente nos entregarán a los caballeros negros, sobre todo si les pagan por las molestias.

—No, no lo harán, señor mago —dijo una voz desde la oscuridad.

La persona que había hablado salió a la luz. Era una mujer joven, con el rostro parcialmente oculto con un chal que llevaba en torno a la cabeza. Vestía ropas negras, de viuda, y en sus brazos sostenía un bebé.

—No os entregarán a los caballeros —dijo suavemente—. A mi hijo y a mí nos han salvado de ellos. Mi esposo era un Caballero de Solamnia que murió en la Torre del Sumo Sacerdote. —El bebé que llevaba en los brazos dormía profundamente, y la mujer lo estrechó contra su pecho.

»
Los caballeros negros vinieron a mi casa ayer y me dijeron que me preparara para marcharme hoy, que me acompañarían a un «lugar de realojamiento». Me asusté. Había oído rumores acerca de estos sitios. No tenía adonde ir ni a quién recurrir, y entonces él llegó de noche —hizo un gesto con la cabeza, señalando a
Nueve Dedos-
- y se ofreció para llevarme a algún lugar donde estaría a salvo. Ya no me preocupa lo que pueda pasarme a mí —añadió la joven, cuyas lágrimas caían en la mantilla del bebé—. Mi vida acabó al morir mi esposo. Pero mi hijito...

Ocultó el rostro en las ropas del bebé, y Sally Valle la abrazó, consolándola como lo haría una madre. Tasslehoff había dejado de soltar improperios y sollozaba, al igual que el hombretón que sujetaba al kender. Palin se volvió hacia
Nueve Dedos.

—¿Es eso cierto? ¿Vais a llevarlos a un lugar donde estén seguros?

—No es asunto tuyo lo que hagamos —gruñó Jack. Luego esbozó una mueca burlona—. Digamos que... será una buena broma cuando esos demonios de armadura negra lleguen a la casa de la dama y se encuentren con que el pajaro ha volado.

—Quizás os he juzgado mal —dijo Palin con gesto estirado—. Si es así, lo lamento.

Nueve Dedos
se echó a reír y se acercó al joven.

—No tengas tan buena opinión de nosotros ahora, mago. Si te encontrara en un callejón oscuro y llevaras una bolsa de dinero abultada colgando del cinturón, lo mismo podría degollarte por tu dinero como podría no hacerlo. No es por compasión ni por amor al género humano por lo que hacemos ésto, sino para burlar a esos bastardos que han arruinado nuestro medio de vida con sus patrullas y sus puestos de control. Planeamos hacer cuanto esté en nuestras manos para hacerles la vida imposible mientras estén en nuestra ciudad. Los que sobrevivan. —
Nueve Dedos
guiñó un ojo con malicia y se pasó el dedo por la garganta, de lado a lado. Luego miró a los tres y frunció el entrecejo.

»
Tal y como están las cosas, me pregunto si sería aconsejable asegurarnos de que no corréis la voz sobre lo que estamos haciendo y lo que planeamos. La chica cometió un error al traeros aquí y descubriros nuestros secretos.

—Decidas lo que decidas, hazlo pronto, Jack —instó Sally Valle con voz cortante—. El bote que ha de transportar a la dama querrá zarpar con la marea alta. Si tienes intención de silenciar a éstos, hazlo cuanto antes y pongámonos en marcha.

—Déjanos partir en paz, Jack —suplicó Usha—. Yo respondo por mis amigos. No dirán una palabra.

—Mis hermanos eran Caballeros de Solamnia —añadió Palin—. Juro por sus tumbas que no haré nada que ponga en peligro a esta dama.

—Un Túnica Blanca. —Jack seguía mirando fijamente al joven—. Sí, cumplirá su palabra. Los de su clase tienen esa debilidad. De acuerdo, largaos de aquí, y asegúrate de seguir bien los símbolos, chica. Los que se pierden aquí abajo acaban de alimento para ratas.

Hizo un ademán, y el hombretón que sujetaba a Tasslehoff lo dejó caer de bruces en el pringoso suelo. El enano de la linterna se puso a la cabeza, y Sally Valle condujo a la mujer y a su hijo hacia la oscuridad. Los otros fueron tras ella y, en cuestión de segundos, los ladrones se habían esfumado tan rápida y silenciosamente como habían aparecido.

Palin se quedó parado en medio de la oscuridad para calmar los alocados latidos de su corazón y recobrar la compostura. Estaba muy desconcertado; su concepción de un mundo en orden, equilibrado, se había vuelto del revés. Recordó a su padre diciendo que algunas personas aplaudían a los caballeros negros por traer la ley y el orden a una tierra turbulenta. También, como en sueños, recordó al dios Paladine diciendo con amargura: «La paz de la prisión».

—Ya no es peligroso encender una luz —dijo suavemente Usha.


Shirak. -
-La bola del bastón se iluminó. Palin miró a la muchacha, incómodo—. Parece que conoces bien a estas personas, y que ellas te conocen a ti.

El semblante de Usha se tornó pálido, y sus labios se apretaron en una fina línea.

—Sí, las conozco. Fueron amables conmigo y me ayudaron. Ya te lo he explicado. ¿Se me está sometiendo a juicio?

Palin suspiró. De nuevo, al parecer, era él el que obraba mal. Decidió cambiar de tema.

—Antes empezaste a decirme algo y no terminaste. ¿Qué era?

—Nada importante. —Usha se dio media vuelta, rehusando mirarlo, y se agachó para ayudar a Tasslehoff a levantarse—. ¿Te encuentras bien? —preguntó, solícita.

El kender, tosiendo y escupiendo, se puso de pie y se limpió la pringue de la cara.

—¿Oíste lo que me llamó, Usha? ¡«Ladronzuelo»! —Tas estaba que reventaba de indignación—. ¿Cómo se atreve? Y me quitó la daga, aunque me di cuenta de que no era mía, sino la tuya, Palin. Y ahora ese ladrón también ha perdido su cuchillo. Lo tengo aquí mismo, mira. Qué curioso, debe de haberlo dejado caer...

20

La Gran Biblioteca.

Bertrem sufre un sobresalto.

Astinus de Palanthas

—Hemos llegado —informó Usha en voz queda. Estaba parada junto a una escalerilla que llevaba hacia arriba, y la luz del bastón iluminaba la reja que cerraba el pozo de la alcantarilla, sobre sus cabezas.

—¿Adónde da esto? —peguntó Palin.

—Justo en medio de la calle, desgraciadamente, directamente enfrente de la biblioteca —contestó Usha—. Huelga decir que esta salida apenas se utiliza. —Su voz era fría, y hablaba a Palin como si se dirigiera a un extraño.

—Iré a echar un vistazo —se ofreció Tas, que trepó ágilmente por la escalerilla, empujó la reja, y la levantó unos centímetros. Se asomó al exterior y después soltó la tapa con un golpazo que debió de oírse hasta en Ergoth del Norte.

—¡Una patrulla! —advirtió mientras descendía a trompicones.


¡Dulak! -
-Palin apagó la luz del bastón.

El sonido de varios pares de botas resonó en lo alto, y un caballero pasó justo por encima de la reja. Usha se acercó a Palin, asustada, y su mano buscó la de él; los dedos de ambos se entrelazaron con fuerza.

Los caballeros siguieron caminando y el ruido de sus pisadas se perdió en la noche; los tres amigos soltaron un suspiro de alivio.

—Lo siento —musitó Palin.

—Lo siento —susurró Usha al mismo tiempo.

Los dos jóvenes callaron y se sonrieron.

—Subiré otra vez. —Tas empezaba a trepar cuando Palin lo detuvo.

Parado debajo de la escalerilla, el joven mago miró hacia arriba, a la reja que cubría la boca de la alcantarilla. Ésta no estaba oculta como la otra del callejón, sino que se encontraba en una calle muy transitada, en el centro de la ciudad. Tendrían que colocarla de nuevo en su sitio o los caballeros podrían sospechar algo e iniciar una búsqueda por el alcantarillado. No los encontrarían a ellos, pero sí podrían dar con Jack
Nueve Dedos
y la dama a la que llevaban a lugar seguro.

—¡Tenemos que darnos prisa! —le recordó Usha, que estaba muy cerca, apretada contra él en la oscuridad—. Las patrullas hacen la ronda cada cuarto de hora.

—Lo estoy intentando —dijo Palin, al que le estaba resultando difícil pensar de un modo racional teniéndola tan cerca y con el tacto de su mano en la palma de la suya. Las palabras del conjuro que le hacía falta acudían a su mente pero desaparecían al momento—. Esto no funciona. Ponte ahí. —Agarró a Usha por los hombros y la situó justo debajo de la escalerilla.

»
Tas, quédate cerca de Usha y, cuando os llame, empezad a subir.

—¿Qué vas a hacer? —preguntó el kender, excitado—. ¿Algo de magia? ¿Puedo ir contigo para verlo?

—Quédate aquí —repitió el joven, que ya había tenido distracciones de sobra.

Entorpecido por el bastón, trepó por la escalerilla trabajosamente. Al llegar arriba, levantó la tapa y se asomó.

Solinari estaba alta en el cielo, y su plateada luz hacía resaltar todos los objetos en un fuerte contraste con el oscuro fondo. La calle estaba desierta.

Palin se quitó una pulsera de cuero que llevaba en la muñeca derecha, y repasó mentalmente las palabras de un hechizo. Tenía que pronunciar cada palabra correctamente mientras realizaba el correspondiente movimiento con la mano, utilizando los componentes del conjuro de la manera prescrita. Podía oír a Usha y a Tas susurrando allá abajo, e intentó hacer caso omiso de sus voces.

Cerró los ojos y se concentró. Ya no estaba en las alcantarillas de Palanthas, ni los caballeros significaban peligro alguno para él. Había dejado de tener prisa, y tampoco se encontraba cerca de la mujer por la que habría dado la vida para que fuera suya. Ahora estaba con la magia.

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