Usha, que ya no le tenía miedo, lo vio marcharse. Le diría la verdad a Palin. Con suerte, la amaría lo bastante para comprender, para perdonarla. A la muchacha le costaba creer que alguien la amara hasta ese punto. Prot sí lo había hecho, pero ninguno de los otros irdas. Siempre había sido una decepción para ellos. Fea. La fea niña humana. Esa era la razón por la que había empezado a mentir, y luego había sido incapaz de pararlo. No podía soportar ver la decepción en los ojos de su Protector... Dougan le tiró de la manga.
—Muchacha, sé que tu corazón está con tu joven amor; pero, si el resto de tu cuerpo no tiene otra cosa que hacer de momento, te aseguro que me vendría bien tu ayuda.
—¡Y la mía! —gritó Tasslehoff, que corrió hacia ellos con los saquillos, llenos de nuevo, brincando a su alrededor—. ¡Seguro que también necesitas mi ayuda!
—Ya —dijo Dougan, malhumorado—. Si fuera a saltar de cabeza a la boca de un dragón rojo, me encantaría llevarte conmigo, pero como no es ése el caso...
—Somos un equipo. —Usha agarró a Tas de la mano—. Donde vaya yo, va él.
—Exacto —abundó Tas con actitud seria—. Como sabes, tengo la Cuchara Kender de Rechazo.
—Al menos, hasta que Dalamar se ponga a contar sus cubiertos de plata. Oh, está bien —gruñó Dougan—. Fuiste de cierta ayuda en el pasado, Burrfoot, por lo menos es lo que dice Flint Fireforge.
—¿Flint dice eso de mí? —Tas no cabía en sí de placer—. ¡Fui de cierta ayuda en el pasado! —repitió varias veces.
Sacando las dos mitades de la Gema Gris, Dougan las miró ávida, anhelantemente. Parecía estar decidiendo algo. Por fin, suspirando, volvió la cabeza y le tendió la gema a Usha.
—No puedo hacerlo —dijo con voz temblorosa—. Pensé que podría, pero no. De todos los objetos que he forjado, es el que me ha causado mayores problemas, pero es el que más quiero. No puedo destruirlo, así que tendrás que hacerlo tú, muchacha. Tendrás que hacerlo tú.
Usha cogió la gema mientras miraba al enano con incredulidad.
—¿Cómo? —preguntó.
—Tienes que meter dentro una gota de sangre, muchacha.
—¿Sangre de quién?
—De Él.
En el Abismo.
El libro, el bastón, la espada
Amanecía cuando los caballeros llegaron a la fisura abierta en el océano Turbulento. La localizaron primero por el ruido, un sonido estruendoso, como un millar de cataratas, que hacía el agua del mar al precipitarse por la abismal fosa.
A medida que se aproximaban, los caballeros vieron nubes de vapor elevándose de ella, y que reflejaban la tétrica luz del sol descomponiéndola en todos los colores del espectro en un magnífico arco iris. Los dragones penetraron en la nube, que se cerró a su alrededor como una niebla ardiente, cegadora, sofocante. Los caballeros sudaban, respiraban en jadeos, y se esforzaban por ver algo a través de la bullente neblina.
Afortunadamente, Llamarada conocía el camino, ya que había estado allí antes. La hembra de dragón oía los sonidos de la batalla, veía la oscuridad y el fuego a través de la niebla. De repente, la fisura apareció debajo de ellos.
Los dragones descendieron en espiral hacia el centro, entre los rugientes murallones de agua. El ruido era ensordecedor, el estruendo de las cascadas retumbaba en sus cabezas, y las fragorosas vibraciones amenazaban con parar los latidos de sus corazones.
Los caballeros y sus dragones descendieron mas y más en la fisura hasta que la oscuridad se los tragó. Con la oscuridad llegó el silencio; un silencio más espantoso que el tumulto del agua. Era un silencio que, durante unos instantes horribles, les hizo pensar a todos que se habían quedado sordos.
Cuando Steel habló, fue principalmente para escuchar el sonido de su propia voz:
—¿Dónde estamos?
—Hemos volado al interior del túnel que conduce al Abismo —respondió Llamarada—. Éste es el camino que utilizamos los dragones. Es secreto y no está vigilado. Desemboca cerca del Portal.
Los dragones aumentaron la velocidad del vuelo a lo largo del túnel, y, a no tardar, los caballeros alcanzaron a ver un resplandor de luz roja al final. Salieron del túnel a un paisaje que era más árido y vacío que la oscuridad de la que venían. Vacío a excepción de una figura vestida con blanca túnica que se encontraba cerca del Portal y parecía estar esperando su llegada. Al divisarlos, el hombre levantó la mano para detenerlos.
—¿Quién es ése? —demandó Steel, mirando con intensidad a la figura.
—Un Túnica Blanca —contestó, despectiva, Llamarada, sin aflojar la velocidad de su vuelo.
Steel observó al hombre con gran atención, pensando que le resultaba familiar. Sus ojos captaron el brillo de luz blanca en el remate de un bastón.
—¡Alto! —ordenó—. Llévame ahí abajo; sé quién es.
—¡Amo, no hay tiempo! —protestó Llamarada.
—No nos entretendremos mucho —prometió Steel—. Él está en contacto con los magos. Quizá tenga alguna noticia.
Llamarada no puso más pegas, y descendió lentamente en espiral. Aterrizó cerca del Portal, sus garras deslizándose en la roca gris teñida de rojo.
Steel desmontó de un salto y caminó presuroso hacia Palin, que iba a su encuentro.
—¿Qué ocurre, Majere? —demandó el caballero—. ¿Por qué nos has parado? No nos hagas perder tiempo, nos dirigimos a la batalla.
—Lo sé —contestó Palin—. Os hice parar por esa razón. Llevadme con vosotros.
—Agradezco tu oferta, Majere —repuso Steel despacio, con el ceño fruncido—. Tu coraje te honra, como en ocasiones anteriores, pero tengo que declinar tu ofrecimiento.
Los otros caballeros y dragones volaban sobre ellos en espiral, los reptiles plateados planeando al lado de los azules; los caballeros negros cabalgando con los caballeros de la luz.
—Regresa al mundo de arriba, Majere —dijo Steel—. Vuelve junto a la mujer que amas. Vuelve con tus padres, que te quieren. Pasa lo que te quede de vida con ellos, y no te preocupes por perderte la batalla. Si fracasamos, la batalla llegará hasta ti. Adiós.
Palin se movió, interponiéndose en el camino de Steel.
—Puedo evitar que fracaséis —manifestó al tiempo que le enseñaba el libro de conjuros—. Mira el nombre escrito en la cubierta. Me lo dio el Cónclave de Hechiceros, y se me encargó que os dijera esto: lo único que hace falta es herir a Caos.
—¿Herirlo? —Steel parecía poco convencido.
—Herirlo, nada más. El dios Reorx me lo dijo cuando me marchaba.
—
¿Nada más? -
-Llamarada agachó la cabeza para tomar parte en la conversación—. ¡Y nada menos! ¡No es de un jefecillo ogro de quien estamos hablando! Es el Padre de Todo y de Nada. Incluso en su forma mortal, es más aterrador de lo que puedas imaginar. Es más alto que las montañas Vingaard, su brazo es tan ancho como el río Torath, su cabello es puro fuego, su mirada es la perdición, y su mano, la muerte. Está rodeado de dragones de fuego y seres de sombras y demonios guerreros. ¡Herirlo! —Llamarada resopló con desprecio.
—Podemos hacerlo. Entre tú y yo —dijo Palin sosegadamente, con la mano sobre la cubierta del libro—. Atravesamos el Robledal de Shoikan juntos y salimos con vida. Muy pocos mortales pueden decir eso.
—Cierto —admitió Steel, medio sonriendo. Lo pensó, aunque sólo un momento—. Un guerrero jamás desprecia un arma útil. Muy bien, Majere, vendrás con nosotros. Pero entiende bien esto: no podemos desaprovechar a ningún guerrero para defenderte. Si te metes en problemas, tendrás que arreglártelas tú solo.
—Conforme. No te defraudaré. He aprendido mucho desde mi primera batalla.
Steel montó de nuevo en Llamarada, alargó la mano, y ayudó a Palin a encaramarse en la silla detrás de él.
La hembra de dragón extendió las alas y remontó el vuelo para unirse al resto del grupo. El fulgor rojo anaranjado del cielo se hizo más intenso; el aire era caliente y fétido, haciendo trabajosa la respiración.
—¿Cuántos hechizos tienes? —preguntó Steel a gritos para hacerse oír sobre el aullido del viento—. ¿Son poderosos? ¿Qué hacen?
—No debo hablar sobre esas cosas —respondió Palin mientras aferraba el libro de hechizos bajo un brazo—. Está prohibido.
Steel volvió la cabeza para mirarlo y, de repente, sonrió.
—Y un cuerno está prohibido. No tienes muchos, ¿verdad?
—Son muy complejos —contestó Palin, devolviéndole la sonrisa—. Y no dispuse de mucho tiempo para estudiarlos.
—
¿Cuántos
has aprendido?
—Uno. Pero —añadió Palin con actitud seria— es muy bueno.
Caos.
El Padre.
Todo y nada
—Hay que reconocer una cosa —comentó Tasslehoff Burrfoot mientras miraba hacia arriba, arriba, arriba—. Es realmente feo.
—¡Chitón! —susurró Dougan en un tono aterrorizado—. ¡Te oirá!
—¿Se sentiría ofendido?
—¡No, no se sentiría ofendido! —masculló el enano, furioso—. ¡Se limitaría a aplastarnos como si fuéramos chinches! Y ahora cierra el pico y déjame pensar.
Tas estaba totalmente decidido a guardar silencio, pero Usha estaba tan pálida y tenía una expresión tan desdichada que no pudo menos que susurrar:
—No te preocupes, no le pasará nada a Palin. Tiene el bastón y el libro.
—¿Cómo va a poder vencer a... a eso? —dijo la muchacha que contemplaba al temible coloso con pavor y sobrecogimiento.
Una palabra de Dougan había transportado a Usha, a Tas y al propio enano al Abismo. O, más bien, la magia del dios parecía haber traído el Abismo hasta ellos. El círculo de los siete pinos muertos seguía rodeándolos, pero el resto de la isla en la que estaba la pinada había desaparecido. El altar roto de los irdas se encontraba en medio de los siete árboles, que a su vez estaban en medio de ninguna parte. Dougan, Tas y Usha se habían agazapado detrás del altar.
Elevándose sobre ellos, estaba Caos.
El gigante se encontraba solo, y, al parecer, no había reparado en la pinada ni en el altar que habían surgido de repente a su espalda. Miraba fijamente al frente, al tiempo, al espacio. Guardaba silencio. Todo era silencio a su alrededor, si bien en la distancia parecía oírse el ruido de una batalla.
—La gente del mundo combate contra Él y sus fuerzas —dijo Dougan en un susurro—. Cada persona, esté donde esté, lucha contra él a su manera. Ha conseguido que viejos enemigos sean aliados. Elfos y ogros combaten juntos. Humanos y goblins, enanos y draconianos; todos han dejado a un lado sus diferencias; incluso los gnomos, que los dioses los bendigan y los ayuden. —Dougan suspiró—. Y los kenders están haciendo su parte, pequeña, pero valiosa.
Tas abrió la boca para hacer un comentario excitado, pero Dougan lo miró ceñudo, con tanta fiereza que el hombrecillo guardó silencio.
—Y ése es el motivo, jovencita —continuó el enano mientras daba unas palmadas a Usha en el brazo—, de que se nos haya presentado esta oportunidad. Si tuviéramos que enfrentarnos a Caos y a todas sus legiones... —Dougan sacudió la cabeza y se pasó la mano por el sudoroso rostro—. Sería inútil.
—No sé si podré hacerlo, Dougan —dijo Usha, temblorosa—. No sé si tendré valor.
—Estaré contigo —intervino Tas, que le apretó la mano. El kender volvió la vista hacia Caos—. Caray. Es grande, muy, muy grande. Y feo. Pero ya me he enfrentado antes a cosas grandes y feas. El caballero Soth, por ejemplo, y no tuve ni pizca de miedo. Bueno, quizás un poquito, porque era un caballero muerto y terriblemente poderoso. Podía matarte con una palabra, ¡imagínate! Solo que no me mató. Únicamente me lanzó por el aire y me derribó. Me di un buen trompazo en la cabeza y me salió un chichón. Yo... —Dougan le dirigió una mirada furiosa.
»
Vale, ya me callo —dijo sumisamente, y se tapó la boca con la mano, que, como sabía por experiencia, era el único modo de que no hablara. Al menos, durante un rato, hasta que su mano encontró algo más interesante que hacer, como por ejemplo hurgar en los bolsillos del preocupado enano.
Usha aferraba la Gema Gris con fuerza, en tanto que su mirada se mantenía fija en el coloso.
—¿Qué es lo...? —Su voz se quebró, y tuvo que empezar otra vez—. ¿Qué es lo que tengo que hacer?
—Sólo esto, muchacha. —Dougan hablaba tan bajo que Usha tuvo que inclinarse hacia él para escucharlo—. Los caballeros y tu chico, Palin, atacarán a Caos. Él llamará a sus legiones y combatirán. Será una dura batalla, pero son fuertes, pequeña. No te preocupes. Bien, pues, si alguno de ellos consigue herir a Caos, sólo un rasguño, no creas que más, eso es todo lo que necesitamos. Una gota de sangre atrapada en la Gema Gris, y estará en nuestro poder. Hemos de capturar su esencia física, ¿comprendes? Entonces sólo tendrá dos posibilidades: quedarse aquí, en esta forma, o marcharse.
—¿Y si decide quedarse? —demandó Usha, consternada. Todo el plan sonaba ridículo.
—No lo hará, muchacha. —Dougan se atusó la barba, poniendo todo su empeño en mostrar una gran seguridad—. No lo hará. Los tres hijos mágicos y yo lo hemos calculado todo. El odia estar encerrado, ¿comprendes? Ese cuerpo suyo representa orden, aunque no lo creyeras así al mirarlo. Sus tropas, sus legiones; todas necesitan órdenes e instrucciones. Tiene que ocuparse de ellas, enviarlas aquí y allí. Se está hartando de hacerlo, pequeña. Ya no le resulta divertido.
—Divertido... —Usha pensó en su gente, en las casas destruidas, los cadáveres calcinados, y sus ojos se llenaron de lágrimas. Se obligó a mantener los ojos fijos en Caos, y lo miró larga e intensamente. Visto a través de las lágrimas, borroso e impreciso, no parecía tan formidable. Sería una tarea fácil, después de todo: deslizarse sigilosamente por detrás, cuando no estuviera mirando y...
De repente, Caos lanzó un rugido tan fragoroso que retumbó en el suelo haciendo que las ramas abrasadas de los pinos se quebraran y cayeran, y sacudió el destrozado altar detrás del cual estaban escondidos los tres. El rugido del Padre no era de cólera, sino de risa.
—¡Reorx! ¡Lamentable, endeble, raquítico, deforme, remedo de dios! Últimamente vas con bajas compañías.
Dougan se llevó el dedo a los labios e hizo que Usha se agachara detrás del montón de madera. Alargó la mano hacia Tas para agarrarlo y tirar de él, pero falló. El kender continuó de pie, con la vista alzada hacia el coloso.
—¡No te tengo miedo! —dijo Tasslehoff, que tragó con esfuerzo para quitarse el molesto nudo que se le había puesto en la garganta de repente, un nudo del tamaño de su corazón, más o menos—. Estaba más que encantado de ver algo tan grande y tan feo como tú, pero, cuanto más te miro, realmente creo que sería mejor que te marcharas.