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Authors: Margaret Weis & Tracy Hickmnan

Tags: #Fantástico

La Guerra de los Dioses (49 page)

BOOK: La Guerra de los Dioses
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Casi cegado también por el fuego, Steel se resguardó los ojos con la mano. Había elegido su blanco y apuntaba directamente hacia él. La temperatura era altísima, y calentaba su armadura de tal manera que sintió el roce ardiente del metal en su cuerpo. El yelmo lo estaba sofocando y, quitándoselo de un tirón, lo arrojó al aire. La irradiación le chamuscaba la piel, y el aire que respiraba le abrasaba los pulmones, pero siguió adelante.

Caos llevaba un peto de diamantino hierro al rojo vivo, pero sólo le cubría el pecho; los brazos y las manos no estaban protegidos.

—¡Vira! —le gritó Steel a Llamarada al tiempo que tiraba de las riendas hacia la derecha para girar la cabeza de la hembra de dragón—. ¡Acércame a su hombro!

Llamarada, con la testa agachada, planeó a través del fuego de la barba del padre de los dioses y lanzó uno de sus mortíferos rayos. Unas descargas eléctricas alcanzaron a Caos, intensificando su rabia y su cólera. Sabía que un adversario estaba cerca, y empezó a lanzar manotazos a ciegas. Steel se agachó, protegiéndose tras el cuello de Llamarada.

La hembra de dragón levantó el ala derecha, hizo un brusco viraje, y voló tan cerca del ardiente peto que el calor que irradiaba le chamuscó las alas. Steel boqueó, luchando por respirar; los ojos le lloraban, pero los mantuvo abiertos y fijos en su diana.

Llamarada voló más cerca del coloso. Steel, inclinado peligrosamente fuera de la silla, levantó la espada y, con un clamoroso grito de guerra, hincó el acero en el inmenso brazo.

* * *

—¡Lo ha conseguido! ¡Lo ha conseguido! —chilló Dougan mientras brincaba de excitación—. ¡Deprisa! ¡Vamos, rápido!

La espada de Steel se quedó clavada en la carne del coloso. Caos bramó y aulló. Incapaz de ver lo que lo había herido, apartó el brazo con brusquedad, arrancando el arma de la mano de Steel.

De la herida brotó una reluciente gota de sangre.

—¡Ahora, muchacha, ahora! —jadeo Dougan.

—¡Voy contigo! —gritó Tas—. Pero espera un momento; tengo que encontrar mi cuchara...

—¡No hay tiempo! —Dougan empujó a Usha—. ¡Ve, pequeña! ¡Ahora!

—Sólo será un segundo. —Tas estaba rebuscando en sus saquillos—. ¿Dónde está la puñetera cuchara...?

Usha lanzó una mirada indecisa a Dougan y a Tas, que seguía revolviendo en los saquillos. El enano le hizo un gesto con la mano, y la joven avanzó sigilosamente.

«Concéntrate en tu objetivo —se exhortó para sus adentros—. No pienses en Palin, no pienses en Tas, no pienses en lo asustada que estás. Piensa en Prot y en los demás. Piensa cómo murieron. Nunca hice nada por ellos, nunca les dije lo agradecida que les estaba. Me marché sin darles las gracias... Esto es por mi familia, los desaparecidos irdas.»

Usha mantuvo fijos los ojos en aquella gota de reluciente sangre que brotaba por debajo de la espada.

Se aproximó más y más a las inmensas piernas, a los gigantescos pies que pateaban, sacudían y agrietaban el suelo.

La gota de sangre quedó colgando como una joya que estuviera muy lejos de su alcance.

No cayó.

* * *

La espada de Steel —la espada de su padre— sobresalía de la carne de Caos como la espina de una rosa.

Al retirar el brazo hacia atrás, Caos le había arrancado el arma de la mano. La hoja no había causado mucho daño al coloso; sólo había hecho brotar una gota de sangre.

Steel necesitaba arremeter otra vez, pero primero tenía que recuperar la espada. Las fuerzas empezaban a fallarle, al igual que a la hembra de dragón. Llamarada tenía graves quemaduras, le faltaba un ojo, y las escamas de la cabeza estaban retorcidas y sangraban. Las azules alas estaban ennegrecidas, con la fina membrana desgarrada.

Steel apenas era capaz de llevar aire a sus pulmones. Cada inhalación le causaba un horrible sufrimiento. Se sentía mareado y notaba que sangraba. Tenía la piel abrasada y con ampollas.

Apretó los dientes, se inclinó sobre Llamarada, y le palmeó el cuello.

—Tenemos que intentarlo otra vez, amiga —dijo—. Hay que terminar el trabajo, y después podremos descansar.

La hembra de dragón asintió, demasiado exhausta y herida para hablar, pero sacó fuerzas de flaqueza para lanzar un rugido desafiante mientras se lanzaba de nuevo hacia el coloso, obligando a sus destrozadas alas a llevarla a ella y a su jinete de vuelta a la batalla.

Se aproximó al brazo herido, e inclinó el ala en el último instante, justo antes de estrellarse contra el coloso. Steel asió la empuñadura de la espada y, con sus últimas fuerzas, arrancó el arma del brazo del coloso.

La gota de sangre se desprendió, reluciente, de la herida.

* * *

Usha vio caer la sangre, y la esperanza le dio valor. Sin hacer caso de los gigantescos pies que no dejaban de moverse, corrió para coger la gota de sangre.

Pero en ese momento, Caos, maldiciendo ferozmente, levantó el brazo y arremetió contra lo que para él era poco más que un molesto insecto que lo picaba.

Las desgarradas alas de Llamarada fueron incapaces de alejarla a ella y a su jinete de la demoledora mano. Caos aplastó a la hembra de dragón como si fuera una mosca.

Con el cuello roto, Llamarada se precipitó desde lo alto, arrastrando consigo a su jinete. Surgió un destello de luz plateada, y ambos se estrellaron en el suelo, cerca de Palin. El ala del reptil alcanzó al mago de refilón, tirándole el bastón y el libro.

La luz plateada se desvaneció.

La gota de sangre, obtenida a tal alto precio, cayó al suelo y de inmediato fue absorbida por el gris suelo reseco.

Usha gritó de desesperación. Se puso de rodillas y empezó a escarbar la tierra húmeda y enrojecida en un desesperado intento de recuperar un poco de sangre.

Una sombra se proyecto sobre ella y la heló hasta la médula de los huesos, entumeciéndole las manos y haciendo que se le parara el corazón.

Caos la veía ahora, inclinada sobre la sangre derramada, con la Gema Gris en las manos.

Y comprendió el peligro que lo amenazaba.

Herido y aturdido, Palin buscó frenéticamente el bastón, que estaba tirado en alguna parte, debajo de la hembra de dragón muerta. Una inmensa sombra oscureció todo a su alrededor; alzó la vista. Los negros y vacíos ojos del coloso, que ahora podían ver sin dificultad, estaban enfocados en Usha.

Palin se incorporó precipitadamente.

—¡Usha, cuidado! ¡Corre! —gritó.

La muchacha no lo oyó con el rugido del coloso. O fue por eso, o es que hizo caso omiso de él. Manteniendo la mirada fija en el suelo manchado de sangre, intentaba salvar un gota por pequeña que fuera para ponerla dentro de las dos mitades de la Gema Gris.

Palin olvidó el bastón caído y corrió en ayuda de Usha.

No lo consiguió.

Caos bajó una mano gigantesca que parecía levantar un ventarrón a medida que descendía. Una ráfaga de aire caliente zarandeó a Palin y lo empujó hacia atrás, lanzándolo contra el cuerpo de la hembra de dragón. El joven mago se golpeó de lleno en la cabeza, abriéndose una brecha en el cráneo.

—Usha —musitó, aturdido y mareado. Se esforzó por levantarse, y, en su imaginación, se puso de pie, pero su cuerpo siguió tendido sobre la sangre de la hembra de dragón. Su propia sangre resbaló, cálida, por su rostro, y a los vacíos ojos del coloso no fue más que una mota de polvo, y después no fue nada.

* * *

Tasslehoff desparramó los objetos de su saquillo a derecha y a izquierda, sembrando el suelo a su alrededor. Un pedazo de cristal azul; un trozo de madera de vallenwood petrificada; un mechón de la melena de un grifo; una lagartija muerta atada a una tira de cuero; una rosa marchita; un anillo blanco con dos piedras rojas; una pluma blanca de gallina...

—¿Dónde está la puñetera cuchara? —gritó, frustrado.

—¡Usha! ¡Déjalo, pequeña! ¡Corre! —chilló Dougan.

—¿Qué pasa? ¿Qué sucede? —Tas levantó la cabeza, excitado, para ver qué ocurría—. ¿Me estoy perdiendo algo?

Usha estaba a gatas, escarbando la tierra, con las mejillas húmedas por las lágrimas. Palin estaba tirado como un muñeco roto sobre un charco de sangre de la hembra de dragón.

Los gigantescos pies del coloso se movieron, triturando la tierra con el ruido de dos ciclópeas ruedas de molino, aplastando los cuerpos de los caballeros muertos y de los moribundos dragones. Usha y Palin se encontraban justo en el paso del coloso.

Un puño helado —nefasto como el puño del gigante— estrujó el corazón de Tas.

—¡Va a aplastarlos! —gritó el kender—. ¡Va a despachurrarlos! ¡Es... es peor que el caballero Soth! Mis amigos no pueden acabar así. ¡Tiene que haber alguien lo bastante grande por aquí que se lo impida!

Tas miró a su alrededor, enloquecido, buscando un caballero o un dragón o incluso un dios que lo ayudara. Los caballeros y los dragones que quedaban vivos estaban librando desesperadamente su propia batalla. En cuanto a Dougan, el enano estaba hecho un ovillo, con la cabeza gacha y las manos caídas sobre el regazo, fláccidas, mientras gemía:

—Por mi culpa... Por mi culpa —Tas se puso de pie y, al hacerlo, reparó en que era la persona más alta, más grande que había por los alrededores. (Que estuviera de pie, se entiende. Y aparte del coloso, claro.) Una sensación de orgullo colmó su corazón, rompiendo el helado puño que lo había estado estrujando, arrancándole la vida.

Tasslehoff arrojó lejos sus saquillos. Sacó su daga, la que Caramon había apodado en una ocasión
Mataconejos,
y corrió hacia sus amigos caídos, empleando la rapidez y la agilidad natas en la raza kender, que era una de las razones por las que su gente se las había ingeniado para sobrevivir en un mundo de feroces minotauros, furiosos tenderos y coléricos alguaciles.

Tasslehoff llegó de un salto junto a Usha y se plantó delante de la muchacha. Lanzando el grito kender de desafío de «¡Chúpate ésa!» arremetió con la daga llamada
Mataconejos
contra el inmenso dedo gordo del pie de Caos.

La mágica cuchilla atravesó el cuero de la bota del coloso, llegó a la carne.

La sangre brotó, y el dios levantó bruscamente el pie herido, dispuesto a pisar a la insignificante, exasperante criatura que le había hecho daño.

Caos descargó el pie contra el suelo.

Se levantaron nubes de polvo. Tasslehoff desapareció.

—¡Tas! —gritó Usha con dolor y rabia. Iba a intentar rescatar a su amigo cuando oyó a Dougan lanzar un grito tremendo.

—¡Lo has conseguido, muchacha! ¡Mira abajo! ¡Mira la Gema Gris!

Usha, aturdida, bajó la vista.

Una única gota de sangre brillaba en el centro de una de las mitades de la joya.

—Júntalas, pequeña! —Dougan se había puesto de pie y brincaba lleno de excitación—. ¡Ciérralas, deprisa!

Caos bramaba y clamaba a su alrededor. Las llamas del coloso la quemaban y sus ráfagas intentaban aplastarla. Iba a morir, pero no importaba. Palin estaba muerto. El alegre kender estaba muerto. El oscuro y severo caballero estaba muerto. Prot estaba muerto. Todos lo estaban, y ya no quedaba nada, ni siquiera esperanza.

Usha acercó las manos y unió las dos mitades de la Gema Gris con la sangre de Caos atrapada en su interior, y entonces...

Silencio.

Silencio y oscuridad.

Usha no podía ver nada, no oía nada, no sentía nada, ni siquiera el suelo bajo sus pies. El único objeto sólido que percibía era la Gema Gris, sus facetas frías, agudas.

La joya empezó a brillar con una suave luz gris.

Usha la soltó, pero la joya no cayó.

La Gema Gris empezó a flotar, elevándose más y más hacia la oscuridad, y entonces, de repente, explotó.

Millones de esquirlas de reluciente cristal estallaron hacia fuera, extendiéndose, perforando la oscuridad con puntitos luminosos.

Eran estrellas. Estrellas nuevas, desconocidas.

Salió una luna; una única y pálida luna. Su cara era benigna, aunque indiferente.

A su luz, Usha pudo ver.

Caos había desaparecido. Dougan había desaparecido. Alrededor de Usha, por todas partes, estaban los cuerpos de los muertos. Buscó entre los cadáveres hasta encontrar a Palin.

Rodeándolo con los brazos, Usha se tendió junto a él, apoyó la cabeza en su pecho, cerró los ojos para no ver las extrañas estrellas, la fría luna, y buscó reunirse con Palin en la oscuridad.

43

Lluvia.

Otoño.

Despedida

Una gota de agua fría cayó sobre su frente.

Estaba lloviendo; era una lluvia mansa, fresca, suave. Palin yacía sobre la hierba húmeda, con los ojos cerrados, pensando que sería un día tedioso, gris y encapotado para cabalgar; que su hermano mayor protestaría ásperamente por la lluvia, pronosticando que oxidaría su armadura y estropearía su espada; que su otro hermano se echaría a reír y sacudiría las gotas de su cabello, comentando que todos ellos olían a caballo mojado.

Y él íes recordaría que la lluvia era necesaria, que deberían estar agradecidos de que la sequía hubiera terminado...

La sequía.

El sol.

El ardiente, abrasador sol.

«Mis hermanos están muertos. El sol no se pondrá.»

El recuerdo volvió a él, horrendo y doloroso. El líquido que le caía no era lluvia, sino sangre, y las nubes eran las sombras del coloso que se alzaba, inmenso, sobre él. Palin abrió los ojos con temor, y contempló las hojas de un vallenwood; unas hojas que goteaban lluvia, que empezaban a cambiar de color, adquiriendo las cálidas tonalidades rojas y doradas del otoño.

El joven se sentó y miró a su alrededor completamente desconcertado. Estaba tendido en un campo que debía de encontrarse cerca de su casa, ya que los vallenwoods sólo crecían en un lugar de Ansalon, y ése era Solace. Sin embargo, ¿qué estaba haciendo aquí? Sólo unos instantes antes se encontraba en el Abismo, moribundo.

En la distancia divisó la posada El Último Hogar, su casa, a salvo, intacta. Una fina espiral de humo se alzaba del fuego del hogar, flotando a la deriva, fragante, entre la lluvia.

Oyó un sollozo cerca de él, y bajó la vista.

Usha yacía a su lado, acurrucada como una niña, con un brazo echado sobre la cabeza, protectoramente. Estaba soñando, y, al parecer, eran sueños terribles.

Le tocó el hombro con suavidad, y ella rebulló y lo llamó:

—¡Palin! ¿Dónde estás?

—Usha, soy yo. Estoy aquí —musitó quedamente.

La muchacha abrió los ojos y lo vio. Extendió los brazos y lo atrajo hacia sí, estrechándolo con fuerza.

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