La Guerra de los Dioses (48 page)

Read La Guerra de los Dioses Online

Authors: Margaret Weis & Tracy Hickmnan

Tags: #Fantástico

BOOK: La Guerra de los Dioses
10.08Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Que me marchara? —se burló Caos—. Oh, sí, me iré. Cuando toda esta bola de tierra que consideráis un mundo se haya dispersado como polvo en el vacío. No te molestes en ocultarte, Reorx, sé que estás ahí. Puedo olerte. —Caos se dio media vuelta. Sus ojos sin párpados, en cuyas inconcebibles profundidades no había nada, se enfocaron en los tres y parecieron extraerles el alma del cuerpo.

»
Veo un dios, una humana, y una cosa que ni siquiera sé qué es.

—¡Una cosa! —repitió Tas, indignado—. ¡Yo no soy una cosa! ¡Soy un kender! Y, en cuanto a ser pequeño, prefiero eso que parecer algo vomitado por el cráter de uno de los Señores de la Muerte.

—¡Tas, calla! —gritó Usha, aterrada.

El kender, que se sentía mucho mejor, ya había cogido el ritmo y no pensaba parar:

—¿Es ésa tu nariz o es que te ha salido un volcán en la cara?

Caos retumbó, y sus vacíos ojos empezaron a entrecerrarse.

—¡Dougan, haz que se calle! —suplicó Usha.

—No, pequeña, todavía no —contestó el enano en voz baja—. ¡Mira! ¡Mira lo que viene hacia aquí!

Un grupo de dragones, plateados y azules, aparecieron en el cielo rojo anaranjado. Sobre sus grupas cabalgaban caballeros, los consagrados a la oscuridad y los comprometidos con la luz. A medida que se acercaban a Caos, las Dragonlances y las espadas que blandían parecieron prenderse fuego, reluciendo con un color rojo fuerte.

A la cabeza del grupo iba un dragón azul en el que montaban un caballero vestido con armadura negra y un mago Túnica Blanca.

Caos no los vio, ya que su atención estaba enfocada en el kender.

En un desesperado intento de impedir que el coloso mirara a su espalda, Dougan salió gateando y se puso de pie.

—¡Grandísimo bruto, bravucón! —gritó el enano mientras sacudía el puño.

Tas dirigió una mirada severa a Dougan.

—Eso es poco original —reprochó el kender en voz baja.

—No importa, chico —contestó Dougan, que se limpiaba el sudor de la cara con la manga—. Tú sigue hablando. Unos pocos segundos más, eso es todo...

Tas inhaló hondo otra vez, pero el aire y el resto de sus insultos salieron expelidos con un gran ruido, como si hubiera recibido un golpe en el estómago.

Caos sostenía en su gigantesca mano el sol: una enorme bola de roca flameante, fundida. Los tres sintieron el calor cayendo sobre ellos, chamuscándoles la carne.

—¿Una gota de mi sangre? ¿Es eso lo que queréis? —dijo Caos con una voz tan fría y vacía como el cielo nocturno—. ¿Creéis que así tendréis control sobre mí? —El Padre de Todo y de Nada soltó otra risa rugiente. Empezó a jugar con el sol, lanzándolo al aire despreocupadamente y volviéndolo a coger.

»
Jamás me controlaréis. Nunca lo habéis hecho y nunca lo haréis. Construid vuestras fortalezas, vuestras ciudades amuralladas, vuestras casas de piedra. Llenadlas de luz, de música y de risas. Soy el accidente, la plaga y la epidemia. Soy la muerte, la intolerancia, la sequía y la hambruna, la inundación y la glotonería. Y vosotros... —Caos levantó la ardiente esfera, a punto de arrojarla sobre ellos—. ¡Vosotros sois nada!

—¡Te equivocas! —sonó una voz clara y fuerte—. Lo somos todo. ¡Somos la esperanza!

Una Dragonlance, reluciente y plateada, voló por el aire, golpeó en el sol y se quebró. El astro estalló en miles de trozos de roca ardiente, que cayeron al suelo como una lluvia de fuego y se enfriaron al llegar a él.

Caos se volvió.

Los caballeros se enfrentaban a él, colocados en formación de combate, con las Dragonlances equilibradas y listas, las espadas enarboladas; el metal de las armas relucía plateado y rojo. Entre los caballeros había un Túnica Blanca que no llevaba coraza ni manejaba armas.

—¿La esperanza? —Caos soltó otra risotada—. ¡No veo esperanza alguna, sólo desesperación!

Los fragmentos de roca se convirtieron en demonios guerreros, diablos de Caos que estaban formados por los terrores de todos los seres humanos que habían existido. Sin color y moviéndose como pesadillas, los demonios guerreros ofrecían una apariencia distinta a cada persona que los combatía, adoptando aquella que más temía cada cual.

De la fisura salieron dragones de fuego. Creados como escarnecedoras parodias de los verdaderos reptiles, los dragones de fuego estaban hechos de magma; sus escamas, de obsidiana; sus alas y crestas, de llamas; sus ojos, de ascuas ardientes. Exhalaban gases venenosos de las entrañas del mundo, y sus alas soltaban chispas, de manera que prendían fuego a todo aquello sobre lo que volaban.

Los caballeros contemplaron a estos monstruos con desesperación; sus semblantes palidecieron de miedo y consternación cuando las terribles criaturas se lanzaron al ataque. Los estandartes se aflojaron en las manos temblorosas y se inclinaron hacia el suelo.

Caos señaló a los Caballeros de Solamnia.

—¡Paladine está muerto! Lucháis solos. —Se volvió hacia los caballeros negros.

»
Takhisis ha huido. También vosotros lucháis solos. —Caos extendió sus inmensos brazos, que parecieron abarcar el universo.

»
No hay esperanza. No tenéis dioses. ¿Qué os queda?

Steel desenvainó su espada y la levantó en el aire. El metal no reflejó el fuego, sino que brilló blanco, argénteo, como luz de luna sobre hielo.

—Nos tenemos los unos a los otros —respondió.

42

La luz.

La espina.

Una daga llamada Mataconejos

—Tengo que dejarte en tierra, Majere —le dijo Steel a Palin—. No puedo luchar contigo detrás.

—Y yo tampoco puedo hacerlo a lomos de un dragón —convino Palin.

Llamarada aterrizó; Steel agarró del brazo a Palin y lo ayudó a desmontar de la silla. El caballero empezó a aflojar los dedos, pero el joven mago sujetó su mano.

—¿Sabes lo que tienes que hacer? —preguntó con ansiedad.

—Tú ejecuta el conjuro, señor hechicero —dijo Steel fríamente—, que yo estoy preparado.

Palin asintió en silencio y estrechó la mano del caballero con fuerza.

—Adiós, primo —dijo.

Steel sonrió. Por un instante, en los oscuros ojos hubo un brillo de afecto.

—Adiós... —Hizo una pausa, y después añadió quedamente:— Primo.

Llamarada remontó el vuelo al tiempo que lanzaba un grito de desafío.

Encendido su propio coraje por las palabras y el ejemplo de Steel, los caballeros de la oscuridad y de la luz alzaron sus estandartes y se lanzaron al ataque.

Caos los esperaba preparado con confusión, locura, terror y dolor. El fuego ardió, y las criaturas de pesadilla farfullaron. Blandiendo las Dragonlances, los Caballeros de Solamnia atacaron a los dragones de fuego. Los reptiles plateados arrostraron las mortíferas llamas para acercar más a sus jinetes. Los caballeros, sudando por el terrible calor, entrecerraron los ojos para resguardarlos del fuerte brillo y arrojaron las lanzas. Su fe y sus fuertes brazos las hicieron volar directas y certeras. Varios de los reptiles de fuego cayeron, desplomándose hacia el suelo, donde explotaron en llamaradas. Muchos de los dragones plateados también cayeron con las caras abrasadas, los ojos ciegos, las alas quemadas, consumidas.

Los caballeros negros combatieron a los demonios guerreros golpeándolos con espadas maldecidas, mientras que los dragones azules luchaban lanzando rayos y con las garras. Pero, cada vez que un arma atravesaba el corazón de un demonio guerrero, el frío del oscuro vacío que había existido antes del principio del tiempo hacía que el metal se quebrara y que la mano que lo blandía se congelara. Los caballeros soportaban el dolor, cambiaban el arma rota de la mano inutilizada a la otra, y continuaban luchando.

Palin estaba bastante detrás de la línea de caballeros y, de momento, no tomaba parte en la batalla. La ferocidad del ataque de los caballeros hizo retroceder a los dragones de fuego y a los demonios guerreros, poniéndolos a la defensiva. Pero no estuvieron mucho tiempo en esa posición. Caos, con un gesto de su gigantesca mano, traía nuevos refuerzos, no de la retaguardia, sino creándolos de los cuerpos de los caídos.

Palin tenía que lanzar su conjuro enseguida. Abrió el libro de hechizos de Magius por la página correcta. Sosteniendo el libro en la mano izquierda y sujetando el Bastón de Mago con la derecha, repasó las palabras del conjuro una última vez. Inhaló, preparándose para pronunciarlas, alzó la vista, y, entonces, vio a Usha.

No había reparado en ella hasta entonces, pues la muchacha había permanecido escondida detrás del altar roto. Pero en este momento se había puesto de pie y contemplaba la batalla con temor, sosteniendo la Gema Gris en las manos. ¿Qué estaba haciendo allí?

Quiso llamarla, pero le dio miedo hacerlo por si atraía la atención del dios sobre ella. Palin deseaba ir a su lado, protegerla, pero tenía que quedarse donde estaba, lanzar el conjuro, proteger a los caballeros.

La magia empezó a bullir y a agitarse en su cabeza; las palabras del conjuro comenzaron a escabullirse, a ocultarse entre las fisuras de su concentración desmoronada. Podía ver las palabras en la página, pero no conseguía recordar cómo pronunciarlas, como darles la entonación que era de trascendental importancia. Se estaban convirtiendo rápidamente en un incomprensible galimatías.

¡El amor es mi fuerza!

De nuevo se vio en aquella horrible playa, presa del pánico, paralizado de miedo por la vida de sus hermanos, deseando ayudarlos tan desesperadamente que había sido un completo fracaso. No servía de nada decirse que la superioridad del enemigo era abrumadora, que estaba herido, que no tenían la menor oportunidad...

Sabía que había fallado. Y ahora estaba destinado a fallar otra vez.

Aprendemos de nuestros errores, sobrino,
escuchó decir a una voz suave, susurrante.

De repente, las palabras del conjuro cobraron sentido, y él supo cómo pronunciarlas.

Puso el bastón en posición, y articuló las palabras con claridad, con firmeza:


¡Abdis tukng! ¡Kumpul-ah kepudanya kuasahan! -
-Aguardó en tensión, anhelante, el cosquilleo en la sangre que era el inicio de la magia.

»¡Burus longang degang birsih sekalilagang!

La magia seguía sin surgir, y él casi había terminado el conjuro. Sabía que lo había pronunciado correctamente, que no había cometido ningún error. Sólo unas cuantas palabras más...


¡Degang kuashnya, lampar terbong kilat mati yangjahat!

Caos se alzaba sobre él imponente. El fuego lo envolvía, la muerte lo rodeaba. Steel moriría, Usha moriría, y Tas y Dougan, y sus padres, y sus hermanas pequeñas, y tantos otros...

Sacrificio. Sacrificarse por la magia. ¿Qué sacrificio has hecho nunca por ella, sobrino? Yo entregué mi salud, mi felicidad. Renuncié al amor de mi hermano, de mis amigos. Renuncié a la única mujer que podría haberme amado.

Lo di todo por la magia.

¿Qué darás tú, sobrino?

Palin pronunció las últimas dos palabras del conjuro:


Xts vrie. -
-Y a continuación añadió tranquila, sosegadamente:— Me doy a mí mismo.

Las palabras de la página del libro de hechizos empezaron a brillar con un fulgor plateado. El resplandor traspasó la roja encuademación y llegó a la mano de Palin.

Un estremecimiento, una sensación cosquilleante lo recorrió de la cabeza a los pies. Lo colmó el éxtasis de la magia, el sublime placer, el exquisito dolor. No le temía a nada, ni al fracaso ni a la muerte. El resplandor fluyó por todo su cuerpo y se concentró en su interior, dentro de su corazón.

En lo alto del Bastón de Mago, el cristal, aferrado por la garra de dragón, empezó a emitir una luz plateada. El fulgor se intensificó, brilló con más fuerza que las llamas de Caos. Las armaduras plateadas de los Caballeros de Solamnia reflejaron esa luz acentuando su esplendor. Las armaduras negras de los Caballeros de Takhisis absorbieron la luz, pero sin mermar su brillantez. Las escamas de los dragones plateados titilaban como diamantes con el mágico resplandor. Las de los reptiles azules semejaban zafiros.

Cuando la luz alcanzó a los demonios guerreros, éstos chillaron de dolor y rabia. Los seres de sombras flotaron en el aire y desaparecieron como humo absorbido por una chimenea. Los dragones de fuego hicieron bruscos quiebros en un intento de hurtar sus cuerpos a la luz, y cayeron víctimas de las refulgentes Dragónlances.

Caos reparó en el resplandor. Visto de reojo, el destello le resultaba molesto, irritante, y decidió librarse de él.

El coloso dejó de dirigir a sus legiones y enfocó su atención en la condenada luz, buscando su procedencia. Descubrió el bastón y al insignificante ser que lo sostenía. Miró la luz, directamente a su fuente...

La magia salió de Palin y se descargó a través de su mano con una sacudida que lo hizo caer de rodillas, pero el joven siguió sujetando el cayado con firmeza. La luz brotó de la bola de cristal como un surtidor y lanzó un blanco haz brillante, cegador, directamente a los ojos del coloso.

—¡Ahora, Steel! —gritó Palin—. ¡Ataca ahora!

Steel Brightblade y Llamarada habían estado cernidos en los límites de la contienda, aguardando impacientes su momento. La espera no había resultado fácil para ninguno de los dos. Se habían visto obligados a presenciar cómo morían sus compañeros sin poder hacer nada para ayudarlos o vengarlos. Steel había visto vacilar a Palin, y en silencio lo había instado a resistir. El éxito de su primo le causó una gran satisfacción y, tenía que admitirlo, una cálida e inesperada sensación de orgullo fraternal.

No le hizo falta el grito de Palin para darse cuenta de que su momento había llegado. En el instante en que la luz del cristal pegó de lleno en los ojos de Caos, Steel levantó la espada y clavó espuelas en los flancos de Llamarada.

Caos aulló con rabia, e intentó protegerse de la luz que se clavaba dentro de su cabeza, cegándolo e hiriéndolo, pero sus ojos sin párpados no podían cerrarse; eran vórtices de oscuridad que absorbían hacia su interior todo cuanto miraban, incluida la debilitadora luz.

Llamarada voló directamente hacia Caos. El coloso sacudía y agitaba la cabeza a uno y otro lado en un intento de librarse de la luz. Steel guiaba a la hembra de dragón al tiempo que gritaba palabras de ánimo, instándola a volar a través de las rugientes llamas que eran el cabello y la barba del coloso.

Other books

Safe House by Andrew Vachss
The Matchmaker's Match by Jessica Nelson
James Games by L.A Rose
The Split by Tyler, Penny
Ride a Pale Horse by Helen Macinnes
Swords From the Sea by Harold Lamb
Captain's Choice: A Romance by Darcey, Sierra
Julie's Butterfly by Greta Milán
The Skrayling Tree by Michael Moorcock