Read Las normas de César Millán Online
Authors: César Millán & Melissa Jo Peltier
Tags: #Adiestramiento, #Perros
Los dos investigadores quedaron sorprendidos al descubrir este síndrome, que denominaron «desvío instintivo», porque se enfrentaba a las leyes de la teoría del refuerzo positivo de la década de 1950. Los Breland habían basado sus trabajos previos en lo que para ellos era una regla inflexible: que aquellas conductas a las que seguía el refuerzo con comida deberían ser fortalecidas mientras que las que impiden dicho refuerzo deberían ser eliminadas. Pero algunos animales se atrevían a romper dichas reglas cuando reaparecía su viejo instinto. Los Breland descubrieron que determinadas conductas instintivas incluso podían hacer que un animal hambriento rechazara un refuerzo con comida.
Patrick Burns escribe: «Los Breland no exageraron el problema. Sencillamente expusieron un hecho: el instinto existía y a veces bullía y anulaba conductas aprendidas». En su célebre artículo los Breland dieron el primer paso hacia la incorporación de conceptos de los etólogos animales —especialistas en el estudio de los animales en su entorno natural— en su trabajo sobre el condicionamiento operante y el adiestramiento, lo cual hizo que sus métodos fueran aún más eficaces. En ese sentido, estaban años luz por delante de su mentor, B. F. Skinner. Temple Grandin escribe en
Animals in Translation
: «Nos enseñó que sólo había que estudiar la conducta. No hacía falta que especuláramos sobre qué hay dentro de la cabeza de una persona o de un animal… no se podía hablar de ello. Sólo se podía medir la conducta; por tanto, sólo se podía estudiar ésta».
La ahora célebre Grandin no era más que una estudiante universitaria en la década de 1960, cuando B. F. Skinner era Dios y la ciencia del conductismo, el Evangelio. «Los conductistas creían que esos conceptos básicos lo explicaban todo sobre los animales, que básicamente sólo eran máquinas que respondían a estímulos. Quizá a la gente le cueste imaginar la fuerza que esta idea tenía entonces. Era prácticamente una religión».
Cuando Grandin pudo por fin visitar a su ídolo en su despacho de Harvard, tuvo una conversación muy reveladora con él. Según relata Grandin: «Al final le dije: “Doctor Skinner, si pudiéramos aprender cómo funciona el cerebro”. Él respondió: “No necesitamos aprender nada sobre el cerebro, tenemos el condicionamiento operante”. Recuerdo que, mientras regresaba en coche a clase, no dejé de pensar en ello, hasta que me dije: “Me parece que no me creo eso”»
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Resulta que los Breland tampoco se lo creían ya. Escribieron: «Tras catorce años de condicionamiento operante y de observar miles de animales, a nuestro pesar hemos llegado a la conclusión de que no se puede entender, prever o controlar la conducta de especie alguna sin conocer las pautas de su instinto, su evolución y su relación con el medio ambiente».
Lo que los Breland descubrieron mediante repeticiones, estadísticas y métodos científicos refleja mi propio mensaje, nada científico, de que el adiestramiento de perros es algo que inventó el ser humano, pero la naturaleza inventó la psicología canina. Por eso mi insistencia en que piense en su perro en el orden correcto: animal, especie perro, raza, nombre. Los primeros conductistas sólo pensaban en el animal. Los primeros etólogos pensaban principalmente en la especie y la raza. Muchos miembros del Kennel Club piensan primero en la raza. Y la mayoría de los norteamericanos que tienen una mascota piensan en raza y nombre o sencillamente en el nombre; por ejemplo: «Mi perra se llama Fluffy, y Fluffy es mi hija». El artículo de los Breland fue el punto de partida para empezar a entender que hemos de honrar y respetar al perro o a cualquier animal como un todo antes de poder comunicarnos con él.
Supe que otros pensaban igual cuando leí
Dog Psychology: The Basis of Dog Training
, de Leon F. Whitney, veterinario, criador y adiestrador de perros de caza, y
The Dog’s Mind: Understanding Your Dog’s Behavior
, de Bruce Fogle, veterinario británico y miembro fundador de la Society for Companion Animal Studies en el Reino Unido y la Delta Society en Estados Unidos. Dieciséis años después de leer su libro por primera vez tuve la oportunidad de comer en Cannes, Francia, con el venerable doctor Fogle y de agradecerle en persona que me dijera que mis ideas y mis observaciones sobre los perros no eran una locura. El buen doctor es como un héroe para mí, y nos encantó descubrir que compartimos muchas opiniones, sobre todo que podemos encontrar el origen de muchos de los problemas de conducta de un perro —incluso determinados problemas médicos psicosomáticos que el doctor Fogle trata en su clínica veterinaria— en la enfermiza relación del perro con su propietario.
Kirk Turner, fiel seguidor del condicionamiento operante, el adiestramiento con
clicker
y el refuerzo positivo, dice: «Mira, el condicionamiento operante es una forma de adiestramiento muy válida. Para muchas personas que tienen perro la vida es el obstáculo. César, como sabrás por tu programa de televisión, normalmente el perro no es el problema. Es pan comido. Normalmente es al dueño al que tienes que descifrar».
Al igual que Kirk, he descubierto que, antes incluso de pensar en normas para adiestrar a nuestro perro, necesitamos mejores normas para adiestrarnos a nosotros.
El veterano adiestrador Joel Silverman afirma: «Suelo decir que todos tenemos un bagaje, y algunos perros también. Ningún perro es perfecto. No dejan de decirme: “Joel, ya sabes que quiero tener un perro, pero no quiero tener que aguantar los ladridos, las embestidas y las carreras hasta la puerta. Quiero decir que no sé si quiero tener que pasar por todo eso”. Yo les contesto: “Mira, tengo una gran idea para ti”. Eso les anima. “¿Cuál?”. Entonces digo: “Necesitas una planta. Pon una planta en un rincón, riégala, crecerá y será preciosa y te prometo que no se moverá de allí”. Un perro, igual que una persona, viene con su bagaje, y necesitamos entenderlo y estar preparados para ello».
El perro es un ser social, vivo. Un animal cuyas historia y evolución están tan ligadas a la nuestra que puede interpretar nuestra expresión y nuestros gestos mejor que nuestro familiar de género más cercano, el chimpancé
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. Pero no debemos olvidar que se trata de una especie distinta con su propia psicología. Al igual que no podemos esperar que un perro sea tan predecible como una planta, tampoco podemos esperar que sea un animal peludo con cuatro patas. Y realmente no podemos esperar que el perro lea nuestra mente. Para que el perro aprenda algo, desde lo más simple hasta las más complicadas tareas o cabriolas, tenemos que construir una relación con él que satisfaga al animal/perro que es.
Y, sobre todo, siempre que trabajemos con un perro tenemos que mirar en nuestro interior y seguir ciertas normas básicas.
Como cualquier espectador habitual de
El encantador de perros
sabe, para mí el poder de la energía serena y autoritaria suele ser la clave del éxito de mi relación con un perro problemático. Aunque puede que fuera idea mía llamar a esta forma de ser firme, confiado y relajado «serena-autoritaria», no es uno de esos conceptos New Age que me haya sacado de la chistera. Durante años profesionales de distintas especialidades —desde biólogos y psicólogos hasta médicos, científicos administrativos y agentes de policía— me han hecho saber que lo que digo tiene una verdadera base científica.
Sung Lee, médico de BrainWell Center de Sedona, en Arizona, una clínica especializada en terapias de retroalimentación innovadoras e informatizadas escribe: «La serenidad y la autoridad son las energías de las dos ramas principales de nuestro sistema nervioso autónomo. La energía autoritaria es la energía de nuestro sistema nervioso simpático. Es la energía de nuestra respuesta lucha/huida, que acelera nuestro ritmo cardiaco y nuestra presión sanguínea, libera la energía almacenada y nos prepara para actuar o para enfrentarnos a una amenaza. La energía serena es la energía del sistema nervioso parasimpático. Es la energía de nuestra respuesta reposo/digestión. Este sistema construye nuestros almacenes de energía y regula y ajusta nuestra respuesta lucha/huida. Nos permite administrar apropiadamente nuestra energía autoritaria ante una situación determinada.
»Muchos investigadores han llegado a la conclusión de que el desequilibrio entre las ramas simpática y parasimpática incrementa el riesgo de enfermedad entre los seres humanos: dolencias cardiacas, desórdenes digestivos, dolor crónico, disfunción inmunológica, desórdenes psicológicos y neurológicos, entre otras. Podríamos añadir “mayor probabilidad de tener una mascota inestable” a la lista de los retos asociados al desequilibrio en el sistema nervioso autónomo»
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Para proyectar energía serena-autoritaria a nuestro perro hemos de ser conscientes de cómo nos sentimos y de qué energía estamos proyectando en cada relación con él. Todo aspecto de la relación con nuestro perro queda determinado por nuestra integridad y nuestra conexión con nuestro yo verdadero, porque el perro es el mejor detector de mentiras de la naturaleza. Nuestro perro nos observa en todo momento, advierte hasta el cambio más sutil en nuestra expresión y huele cada alteración en la química de nuestro cuerpo. Nuestro perro sabe quiénes somos realmente, débiles y fuertes, buenos y malos.
Ian Dunbar coincide: «Un perro puede leer a su dueño como si fuera un libro. Si el dueño se levanta del sillón, el perro sabe enseguida si va al baño o a coger su correa. Interpreta la conducta y dice: “¡Oh! Nos vamos de paseo” o “Va a hacer pis de nuevo”. Entonces no se pone de pie. Y es muy importante comprender que el cerebro del perro es muy diferente del nuestro. Porque eso crea una gran frustración, y cuando un perro se porta mal el dueño se siente frustrado, y es entonces cuando el perro es maltratado».
Puede que Bob Bailey haya entrenado a miles de animales en su vida, pero ha tratado de evitar tener que trabajar con uno en concreto. Según contó a mi coautora: «Muy pocas veces he trabajado con dueños de mascotas. Me quito el sombrero ante todo el que quiera malgastar su tiempo y sus esfuerzos trabajando con dueños de mascotas, porque no siempre dicen la verdad. Durante años he trabajado con bastantes adiestradores de mascotas caninas. Y siempre sucedía lo mismo: que el problema no lo tenía el animal, sino el adiestrador que trabajaba con el perro, porque carecía del tiempo necesario para analizar de verdad la conducta y lo que iba a hacer para responder a esa conducta».
La moraleja de la historia es: si queremos que nuestro perro aprenda algo o influir en su conducta de algún modo, adiestrador, adiéstrate a ti mismo antes.
Al igual que un niño, un perro siempre nos observa y aprende de nuestras acciones y nuestras reacciones. Si gritamos a nuestra pareja o a nuestros hijos, nuestro perro aprenderá de nosotros a actuar desde esa conducta, aunque los gritos no fueran para él. Si estamos irritables o mareados y lo pagamos con nuestro perro, éste recordará el lenguaje corporal y las repercusiones.
Martin Deeley nos dice: «Cuando estamos con un perro es importante comprender que siempre está aprendiendo. Observa nuestros movimientos, escucha nuestros sonidos y, estoy seguro de ello, percibe nuestras emociones. Así pues, si estamos enfermos o algo irritados, lo mejor es dejar a nuestro perro en un lugar donde no corra peligro y no sea el receptor de nuestro estado de ánimo. O en caso de que él sea el único que puede tranquilizarnos, lo mejor es que nos sentemos con él, respiremos profundamente y busquemos juntos la serenidad».
Ian Dunbar insiste: «Para mí la ira no tiene cabida en absoluto en el adiestramiento del perro. Si estamos furiosos es mejor que golpeemos o mordamos un cojín o que le demos un puñetazo a la pared o algo parecido. Pero no lo paguemos con nuestro perro, porque eso hará que retrocedamos en el avance del adiestramiento».
Es importante que sea usted mismo cuando está con su perro, sobre todo si trata de influir en su conducta. No podemos mentir a un perro sobre quiénes somos o cómo nos sentimos. Así pues, no intente copiar mi forma de ser o la de alguien a quien haya visto en televisión o incluso en el parque. Aprenda de los mejores profesores, tantos como pueda, y practique esas enseñanzas a fondo, pero cuando las ponga en práctica sea usted mismo. En palabras del adiestrador de Hollywood Mark Harden: «Sea usted en su mejor versión». Piense en ello de este modo: ¡la posibilidad de compartir su vida y su trabajo con un animal que puede sacar lo mejor de usted es algo maravilloso!
No deja de sorprenderme la actitud de ciertos adiestradores que sólo utilizan el refuerzo positivo y que en la prensa dicen cosas odiosas sobre aquellos con los que no están de acuerdo, ¡entre ellos, y a veces especialmente, yo! La verdad es que me esfuerzo por no tomármelo como algo personal porque creo que en Norteamérica tenemos derecho a opinar, pero ¿acaso esa gente no es la misma que aboga por la modificación de conducta mediante recompensas y no mediante castigos? ¿Acaso eso no sirve para las personas igual que para los perros? Creo que cuando usamos con nuestro perro un refuerzo positivo o cualquier método modificador de la conducta, la clave del éxito siempre radica en nuestro propio estado de ánimo. Para influir en la conducta de nuestro perro hemos de empezar siempre por ser alguien positivo, confiado, sereno y autoritario. Ésta es la definición del verdadero liderazgo.
Una de las cosas más importantes que quiero que entiendan mis clientes es que deberían pensar que el auténtico refuerzo positivo no consiste únicamente en premiar con comida. También se trata de tener el estado de ánimo apropiado —positivo, sin prejuicios— siempre que trabajemos con un perro. Hemos de ser muy conscientes de nuestros propios sentimientos y energía, así como de las emociones del perro. Sólo debernos tocar a nuestro perro cuando esté sereno y receptivo, y reforzar su estado positivo con el nuestro. Si al empezar sentimos alguna frustración o rabia o negatividad, si ponemos un cronómetro al perro cuando está tratando de aprender algo, no estamos ofreciendo un verdadero refuerzo positivo por muchas chucherías que le demos.
El refuerzo positivo y las distintas cosas que motivan a un perro surgen de cualquier punto de su entorno, no sólo de una tartera con albóndigas o de un juguete. En el capítulo 6 Ian Dunbar habla de su concepto de las «recompensas de la vida», que me encanta. Si al perro le gusta mucho explorar un árbol o un arbusto, podemos usarlo como recompensa para modelar su mente. Si optamos por ver su potencial, un árbol no será sólo el lugar donde el perro orine. Un simple palo del jardín puede convertirse en el juguete favorito del perro, ser nuestro refuerzo y su motivación en ese momento. De ese modo estamos satisfaciendo la esencia del perro y lo que quiere y necesita en realidad, y no sólo estamos tratando de manipularlo o sobornarlo para cubrir nuestras propias necesidades.