Las normas de César Millán (18 page)

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Authors: César Millán & Melissa Jo Peltier

Tags: #Adiestramiento, #Perros

BOOK: Las normas de César Millán
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Mark empieza con un refuerzo positivo constante: en este caso lo premia con chucherías. «Pero poco a poco hay que suprimir ese refuerzo constante, porque en un rodaje no siempre se puede controlar cuándo va a recibir una recompensa. Por ello tiene que pasar a un refuerzo mixto y variable que significa que, en cuanto sepa colocarse sobre su marca, pospongo la recompensa. Me limitaré a decir: “Bien”. Eso ya es un refuerzo, ¿no? Tal vez luego premie su segunda cabriola con comida, añadiendo el estímulo puente de mi “bien”. Y puedo decir “bien” de muchas maneras, variando el tono de mi voz. Puede ser un “bien” en plan: “Vale, lo has conseguido, pero por los pelos” o “¡Alucinante, muy buen trabajo!”. Uso mi cuerpo para comunicarme. Los perros tienen una intuición alucinante».

Paga por lo que quieres, no por lo que no quieres

Un adiestrador experto como Harden enseña a sus animales desde la marca a responder a sus señales y a que obedezcan las llamadas microórdenes. Se trata de conductas que el animal expresa ante la cámara. Asombrado, observé cómo Mark dirigía a distancia a Oscar para que se girara sobre su marca, como las agujas de un reloj, diciendo: «Oscar, date la vuelta». Harden nos cuenta: «Cuando era joven, solía adiestrar elefantes. Por eso, cuando empecé a trabajar con perros grandes a los que no podía mover físicamente, pensé que tendría sentido enseñarles las órdenes igual que lo haría con un elefante». Cuando Oscar se giraba, a veces Mark le decía que mirara a otro lado, una orden importante en el cine, ya que a veces tiene que parecer que el animal está mirando algo que ocurre al otro lado de la pantalla. Ver cómo Oscar hacía un giro de 360 grados justo cuando se le ordenaba me dejó realmente boquiabierto. ¡Me parecía mucho más interesante que ver una película!

Mientras trabajaba con Oscar, Mark me mostró que el premio es igual de importante que el momento en que se da. «Yo suelo decir que hay que ser muy específico con la cabriola, y jamás premiar algo que no queremos». Y me puso un ejemplo de un error muy extendido: tras pedir a Oscar que fuera a su marca, retrocedió y, como lo siguió de modo instintivo, le gritó: «No, no, no», hasta que volvió a su marca; entonces lo felicitó: «Buen chico», y premió a Oscar con una chuchería.

«¿Qué acabo de enseñarte? Te saliste de tu marca, avanzaste, retrocediste y luego te premié. Lo que has aprendido es a dar tres pasos hacia delante y luego uno hacia atrás para conseguir mi premio y mi felicitación. Es un error muy extendido. Así que yo suelo decir que hay que ser específicos con la cabriola y luego recompensarla, y no al revés. Así que tendré que repetirlo. Lo repetiré cien veces. Al final sabrá exactamente qué es lo que le va a hacer ganarse su recompensa».

Arruinar la cabriola

Si grita —¡buen chico!— cada vez que su perro hace algo y éste aprende a asimilarlo, estará muy bien. Pero cuidado con arruinar la cabriola. Si quiere que su perro se siente y no se mueva, si grita «¡buen chico!» justo cuando su trasero toca el suelo, será una recompensa que reciba antes de acabar la tarea. Acaba de arruinar la cabriola.

Mark prosigue: «En mi caso, cada vez que me voy animando, y mi voz lo refleja, mis animales reciben la señal de que el día ha acabado, que hemos terminado el trabajo y que empieza el momento del juego. Por eso me mantengo sereno, sin mostrar tanto mis emociones, durante las horas de trabajo». Los perros reconocen la diferencia entre trabajar y no trabajar: así es como lo hacen los perros guía y los de seguridad. Por eso normalmente llevan una placa que dice que no acaricien ni jueguen con este perro: está trabajando. Reserve su entusiasmo para cuando toque jugar; no lo fastidie cuando está intentando enseñarle algo. Un entusiasmo excesivo puede crear demasiada excitación y el resultado es que echará a perder la lección.

Mark insiste en que el trabajo más duro radica en enseñar lo básico, los ladrillos sobre los que se asientan las cabriolas. «Empiezo enseñándole a ir a su marca y a quedarse en ella, y que todo esto tiene un sentido: que no soy un loco que le pide que haga cosas por capricho. Una vez que entiende eso, las cabriolas salen enseguida. El perro tiene que aprender a aprender. Por tanto, hay que empezar con cabriolas de causa y efecto: cabriolas en las que ocurre algo después de que ellos hayan hecho algo. Una muy buena es “dame la pata”. Se empieza con la semilla de una conducta y se va modelando hasta conseguir la cabriola deseada, como sentarse, después sentarse y quedarse quieto, más tarde sentarse y quedarse quieto a distancia, y a continuación sentarse y quedarse quieto cuando pueda ponerme detrás de ti».

Es una lección muy importante para toda persona que enseñe una orden a su perro. Empiece por lo básico y asegúrese de que asimila esas lecciones. Una vez conseguido eso, ya tiene una base sólida para cualquier adiestramiento que quiera hacer en el futuro.

Los perros malos son los triunfadores

El siguiente perro de Mark, Finn, tenía el hocico desaliñado y el cuerpo robusto del típico terrier. Mark apunta: «Fíjate en él. Es como si hubiera salido de una película de Disney. Tal vez estuviera condenado a muerte, pero con ese aspecto, si no le consigo un trabajo, es que no hay nada que hacer». Finn era un perro desahuciado que había sido devuelto en tres ocasiones al refugio de Agoura, en California.

Pregunté a Mark qué es lo que buscaba en un perro abandonado como Finn, al que no habían sabido tratar muchos dueños anteriores. «En el refugio busco lo que yo llamo perros triunfadores. Puede que la gente del refugio no los considere así. Los ven como perdedores, y lo siento por ellos. Para mí es un perro que ha triunfado en todo lo que se ha propuesto. Triunfó al huir del jardín. Triunfó al destrozar la habitación. Se considera un triunfador. Está en un entorno desconocido, el refugio, y aun así sigue feliz. Yo lo veo como un perro con mucha personalidad, que no se detiene hasta lograr algo. Mi trabajo consiste en desafiarle a que triunfe en cosas nuevas y luego recompensarlo por lo que quiero».

Cuando Mark se llevó a Finn a casa, éste, que estaba acostumbrado a morder, saltó directamente a la cara de Mark. «Al cabo de tres meses ya estaba en los platós, totalmente feliz y trabajando. Hasta los niños lo abrazaban. Sólo tuve que enseñarle qué era aceptable y qué no. No estaba nada bien que mordiera una parte de mi cuerpo. Es un terrier con muchísima energía y se trataba de canalizar toda esa energía en su favor, no en contra».

Observé que cuando Mark salió con Finn, el terrier marrón y blanco se mostró nervioso y saltarín hasta que Mark cambió su actitud relajada por la de trabajo. Me alucinó la rapidez con que Finn captó el cambio. «Vale, ahora nos vamos a poner serios». Fue impresionante ver cómo Mark tardaba una décima de segundo en cambiar su energía, de lúdica a seria. Quería que Mark me desglosara lo que estaba haciendo.

Mark confirma: «Prácticamente crecí entre animales salvajes y una de las cosas que aprendí fue que el hombre es el único animal que juega para divertirse. Casi todos utilizan el juego como un medio para alcanzar un fin. Yo también lo uso así. Juego con ellos, luego lo dejo. Entiendo que los perros se quejen. Son así, es su forma de comunicarse. Pero sería estúpido por mi parte si no les dijera cuándo se están pasando. Así que lo controlo, empiezo, paro. Me permite ser quien domina la situación sin forzarlos a hacer nada».

Cuando Mark usó el término dominación lo corté de inmediato: es una palabra que siempre me ha traído problemas. Quise que me explicara exactamente a qué se refería. «La mejor dominación no se ve, es un aura, y cuanto mejor líder seas, menos se verá. He pasado casi toda mi vida entre animales salvajes y todo esto forma parte del comportamiento social. En las manadas de lobos con las que trabajé los verdaderos líderes no eran los que hacían muchas cosas. Podían controlar a todo el mundo con una mirada o un gesto. Eso demuestra que el auténtico líder es el tipo más frío del grupo».

El término control es otra palabra incómoda para algunas personas. Creo que siempre deberíamos tener a nuestros perros controlados, pero tendría que ser un control voluntario en el que los seguidores de la manada quieran complacer por voluntad propia al líder. Mark lo ve de una forma ligeramente distinta: «Bueno, sí, en el rodaje quiero tener controlado al perro. Pero lo que en realidad quiero es su atención. Necesito que me preste atención y me mire esperando mis señales para saber qué tiene que hacer. Pero somos compañeros. Trabajamos juntos en esto. Tengo que ganarme el control que pueda ejercer sobre él».

A veces los únicos animales que Mark no puede controlar son las personas que trabajan en los ajetreados y caóticos platós. Tiene un gran consejo para aquellos que no saben cómo podría reaccionar su mascota ante personas o animales desconocidos. «Cree una burbuja de seguridad alrededor de su perro, sobre todo si aún está aprendiendo. Asegúrese de que el perro está sereno y lleva puesta la correa, y de que usted está preparado para cualquier reacción. Como propietario del perro es asunto suyo mantenerlo a salvo».

El reclamo del cine

Mark prosigue: «Nunca le quito la correa a un perro hasta que tenemos una relación y un reclamo consistente. Lo aprendí a la fuerza. Me regalaron un briard que había sido abandonado, me lo llevé a casa, lo solté en el jardín y pensé: “Qué perro más bonito”. De repente era como si hubiera un coyote en mi jardín: no pude acercarme a él en cinco días. Mis hijos estaban aterrados. Me pregunté: “¿Por qué lo habré hecho? No hace ni cinco minutos que conozco al perro y éste es un entorno totalmente desconocido para él”. En ese momento lo comprendí: “La libertad hay que ganársela. Este perro no tiene referencia alguna sobre cómo debe comportarse en mi entorno”».

En esto coincido con Mark. A menudo lo primero que hace alguien que se lleva un perro abandonado es dejarlo suelto por la casa. Lo hacen con la mejor intención, pensando: «Quiero que sepas que no pasa nada, que te quiero y que éste es ahora tu hogar, y que eres libre». Pero esas personas se olvidan del hecho de que el perro no ha recibido instrucciones sobre cómo comportarse en ese nuevo entorno. El perro desea recibir señales de su dueño, pero éste no le está mandando ninguna. Por supuesto, el perro tiene que improvisar: normalmente su solución pasa por no tener en cuenta que el sillón de la abuela es una reliquia y que acabamos de limpiar la alfombra.

«En un rodaje un reclamo es una chuchería. Los perros acuden a por comida. Con mis mascotas es cuestión de modales. Vienen porque los llamo, tenemos una relación y les he enseñado a venir cuando se los llama. Pero para un perro actor tengo que estar seguro de que va a cruzar una calle o un prado corriendo o de que va a saltar por una ventana; siempre que lo llamo tiene que venir hacia mí sin fallar».

El reclamo del cine es un gran ejercicio que toda familia puede practicar en casa como un juego, algo que fortalezca el deseo de su perro de responder siempre que se lo llame. Normalmente se hace con dos adiestradores, uno de los cuales lo llama y el otro lo suelta. Mark confirma: «Se llama de A a B».

Al empezar el ejercicio yo sujetaba a Finn, que no llevaba correa, como A, y Mark corría por todo el prado. Entonces gritó: «¡Finn, ven!», y éste salió disparado como un cohete hacia él. Finn corrió de la A a la B y recibió una chuchería. Por supuesto Finn ya conocía a Mark. Para enseñarle que volviera hacia mí, un perfecto desconocido, Mark me acercó a él, me dio un cebo y dejó que yo lo llamara. Cuando llegó a mi lado, lo recompensé. Repetimos una y otra vez ese ejercicio, alejándonos cada vez más. Mark me explicó: «Lo haremos todo el día, empezando siempre desde el principio». Al final del ejercicio Finn venía a mí cuando lo llamaba desde la otra punta del prado.

«El siguiente paso para crear un reclamo consistente podría ser que uno de nosotros se colocara en un ángulo muerto y lo llamara, de modo que no pudiera vernos y acudiera al oír la voz. Una vez conseguido, correríamos por el rancho para escondernos y hacer el de A a B desde varios escondites por todo el rancho para que me busque. Empezaré recompensándolo a cada momento y luego pararé. Sólo lo hago cuando veo que dominan la cabriola. Finn no necesita chucherías porque le encanta correr. He de admitir que a veces la chuchería de la recompensa en realidad es para mí, no para el perro, porque me siento bien dándoles algo».

El perro inaccesible

Nada más hablarme de la importancia de crear relaciones profesionales con los animales con los que trabaja, Mark admitió que tenía un secreto. Tímidamente, mientras le ponía un collar de semiahorque a uno de los ejemplares más majestuosos de akita que he visto en mi vida, dijo: «Éste es mi perro favorito. Uso un collar de semiahorque para no tener que hacer el bucle cada vez que se lo pongo. Puedo acercarme a Chico en el plató, ponerle el collar, llevarlo adonde sea, ponérselo y quitárselo. Recibí este perro cuando tenía 2 años, trabajé con él seis meses, luego hice con él la película
Hachiko: A Dog’s Story
[
Siempre a tu lado, Hachiko
, 2009]. Ya han pasado casi tres años desde entonces. Al principio no funcionaba como actor porque era muy tímido. ¿Por qué era tímido? Una vez más la verdad es que me da igual. Por mí como si se debía a su posición en la camada. Se dice: “Vaya, ese perro habrá sufrido malos tratos”, pero fue criado por un excelente profesional, y creo que la posición en la camada puede influir tanto en la personalidad de un perro como cualquier otra cosa. ¿Qué puesto ocupaba en aquella primera manada? ¿Fue acaso el último en nacer? ¿Lo alejaban constantemente de la tetilla? ¿Lo arrollaban los otros cachorros? No lo sé, pero aunque lo supiera no me sería de gran ayuda. Tengo que ayudarlo a superar esos problemas ahora, no en el pasado».

En este sentido Mark piensa como yo. A menudo, cuando voy a rehabilitar a un perro, sus dueños se empeñan en contarme con pelos y señales la terrible vida que tuvo antes de que ellos intervinieran y lo salvaran. Tal vez sea cierto o tal vez sean imaginaciones suyas. Pero, al pertenecer al pasado, es historia. Y la historia es, por definición, otra cosa. Yo tengo que trabajar en el presente, que es la realidad. Quiero mirar al perro que tengo ante mí tal como es hoy en día y averiguar: ¿quién es en este momento y cómo puedo ayudarlo?

El relato de cómo Mark llegó hasta ese increíble akita para, además de adiestrarlo, crear una unión duradera con él es preciosa. Me puso un nudo en la garganta. Aclara una de las lecciones que espero que obtengan de este libro: para enseñar a un perro a obedecer nuestras órdenes hemos de devolvérselo compartiendo algo que sea importante para él. Mark me lo dijo: «Quizá quiera tanto a Chico porque realmente me lo tuve que ganar. Cuando me lo entregó el criador dijo: “Realmente le gustas”, porque lo saqué a pasear y vino junto a mí. “Nunca lo hace”, añadió el criador. Y Chico vino hacia mí y lo llevé de paseo. Me lo llevé a casa. Salió de la jaula y vino hacia mí: es fundamental que sea yo el primero en abrirle la portezuela de la jaula. Salió al instante. Todo salió muy bien».

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