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Authors: César Millán & Melissa Jo Peltier

Tags: #Adiestramiento, #Perros

Las normas de César Millán (32 page)

BOOK: Las normas de César Millán
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Se trata de un deporte de disciplina que no da como resultado un perro malo o defensivo. De hecho los que han sido educados en este método son todo lo contrario, nos comenta Diane Forster, que cría junto a su marido Doug, a pastores alemanes y adiestra a perros siguiendo la tradición Schutzhund. Ella nos dice: «Puedes fiarte de un perro al que han adiestrado así. Un perro de Schutzhund no atacará a nadie a menos que la persona lo ataque a él».

Incluso después de terminar con éxito los ejercicios de adiestramiento, algunos de los
handlers
que conozco no podían fiarse del todo de sus perros guardianes cuando estaban en lugares públicos. A esos animales se les había condicionado de una forma muy poco natural y reaccionaban exageradamente a los sonidos y movimientos bruscos, igual que le pasaba a Gavin, el perro del Departamento de Alcohol, Tabaco, Armas y Explosivos, que había llegado a ser hipersensible al ruido. Mis perros, insisto, igual que los perros educados en Schutzhund, no eran peligrosos en ninguna circunstancia ni para ser humano alguno. Después de todo los crié muy cerca de mis hijos.

La mayoría se sorprende al saber que adiestré a Daddy, mi ya fallecido pitbull, para que fuese un excelente perro guardián. ¿Quién, el amable y tranquilo Daddy? ¿El mejor pitbull sobre la faz de la tierra? Él aprendió esas habilidades de la manada de rottweilers junto a quienes lo crié desde que tenía cuatro meses. Pero, como sabe cualquiera que vea normalmente
El encantador de perros
, yo podía llevar a Daddy a cualquier sitio y fiarme de que se iba a comportar bien con cualquier persona o animal, pasara lo que pasara. Si estábamos grabando un episodio de
El encantador de perros
y otro perro se ponía agresivo con Daddy, él no reaccionaba a la defensiva sólo porque se lo hubiera adiestrado para proteger. Ese adiestramiento nada más salía a la luz en dos circunstancias especiales: una, si se le daba la orden; dos, si un adulto macho amenazante mostraba una acción claramente agresiva hacia algún miembro de su manada. Como yo no había alterado los instintos de Daddy, él sabía en el fondo de su ser canino la diferencia entre alguien de verdad peligroso, con intención de hacer daño, y alguien que sólo estaba jugueteando.

Yo me fiaba al cien por cien del instinto de Daddy. Jamás, ni un instante, me preocupé por él. Vivió dieciséis años y en todo ese tiempo no hizo daño ni mordió a nadie. Prefería lamerles la cara, tumbarse a sus pies y, por supuesto, que le acariciaran la panza. Pero sí que vino claramente al rescate en más de una ocasión. Tina Madden, una antigua empleada del Centro de Psicología Canina, recuerda un incidente que sucedió en 2007, cuando Daddy tenía 13 años: «A Daddy se le diagnosticó un cáncer cuando yo llevaba pocos meses trabajando con César y un día lo llevé a una de las sesiones de quimioterapia. Me acuerdo de que íbamos de vuelta en el coche por el barrio de South Central, una zona peligrosa que yo no conocía bien. Paré en un sitio para comprar algo de comer y dejé a Daddy durmiendo en el asiento delantero de la furgoneta. Bajé la ventanilla para que le llegase algo de aire fresco. De repente crucé la mirada con dos tipos que, desde luego, no parecían dos angelitos. Me miraron y vinieron directamente y yo corrí a meterme en el coche pensando “¿Por qué los habré mirado? ¿En qué estaría pensando?”. Estaba atrapada en una fila de coches, sin poder avanzar ni retroceder, y muerta de miedo. Sabía que estaba a punto de pasarme algo muy malo.

»Me había olvidado por completo de que Daddy estaba ahí dormido, a mi lado. Los dos tipos siguieron acercándose y uno empezó a meter el cuerpo por la ventanilla. En décimas de segundo Daddy estaba despierto, se había puesto en pie de un salto y estaba gruñendo de una forma que aterraba. Era como tener un león adulto allí en el coche. Los dos tipos palidecieron y empezaron a correr como no se ha visto, gritando. En menos de seis segundos ya no se les veía. Di un suspiro de alivio y miré a Daddy. Aquello había pasado después de su sesión de quimioterapia. Cuando todo acabó subí la ventanilla, él me miró, se tumbó y siguió durmiendo. Se lo conté a César y me dijo: “Asegúrate de que das las gracias a Daddy por eso”. Yo le contesté: “Se las doy cada día desde entonces”. De verdad me salvó de una situación muy peligrosa. Apuesto a que aquel día esos chicos tuvieron que cambiarse de calzoncillos. Gracias a Dios, estaba allí Daddy»,

Junior, el protegido de Daddy, es otro pitbull y lo eduqué desde que era un cachorro casi de la misma forma que eduqué a Daddy. La gran diferencia entre ambos es que no quiero que Junior tenga acceso a esa parte de sí mismo que es un perro guardián. Ahora vivo en una zona donde no necesito un perro guardián. Junior no está adiestrado para morder y reducir. Ni siquiera juego a juegos de tira y afloja o de dominación con él. No he hurgado en su parte con instinto depredador ni en la parte que aspira a defender a la manada. Junior es, en cambio, un pacificador. Sabe que sus dientes no están hechos para que los sufra otro animal y punto. A menos que sea un mordisquito controlado si están jugando. Para Junior una mano tendida significa que tiene que soltar lo que tenga entre dientes y no tocarlo. Incluso un niño puede meter la mano en su cuenco mientras come y Junior se apartará cortésmente. Quiero que Junior sea lo contrario de un pitbull: un tipo feliz que usa su instinto, energía e intensidad para hacer ejercicio. Y para jugar mucho, claro. Pero también para ayudar a que otros animales sean más equilibrados. Y eso, de alguna manera, lo convierte en lo contrario de un pitbull.

El instinto de protección en los perros es algo con lo que no tenemos que jugar, incluso si su perro no es de una raza criada con ese objetivo, como los pastores alemanes, los rottweiler, los malinois belgas o los doberman. El único criterio para que un perro sea un gran guardián es que tenga valor. Y el valor no es exclusivo de ninguna raza. Casi cualquier terrier le dará una buena, ya que están criados para dar caza a animales que pueden volverse contra ellos y plantarles cara, como los roedores, reptiles y otras alimañas e incluso los zorros. Un terrier jack russell podría tener que atacar a los pies de un atracador pero ahí estará para defenderlo a usted. Ya hemos visto en
El encantador de perros
cómo un pequeño chihuahua o yorkshire terrier puede convertirse en un arma si no se les socializa adecuadamente y sus dueños los llevan constantemente en brazos. Muchos acaban atacando a quienes se acercan para hacerles mimos. Incluso un bulldog poco enérgico como Mr. President podría haberse convertido en un perro guardián si yo no lo hubiese educado para que respetase y se mostrase sumiso ante todo ser humano, a pesar de que se irritaba y se impacientaba enseguida.

Siempre aconsejo que piensen bien si quieren o no que sus perros sean sus protectores. Es otorgar una gran responsabilidad a un perro, sobre todo si no se le adiestra como es debido. Si usted está decidido a hacerlo, debería informarse sobre el método Schutzhund u otros tipos de adiestramiento de la disciplina que le aseguren que no van a convertir a su perro en un arma que no tiene forma de desconectarse.

Aquí es donde la psicología canina presenta ventajas respecto al adiestramiento tradicional. Si usted es el jefe del perro en toda situación, siempre podrá neutralizarlo. Como ocurrió con Daddy, su perro siempre podrá tener acceso a lo mejor de su instinto y volver al equilibrio en cuanto pase la alerta. La confianza y el respeto que haya entre usted y su perro —algo que va más allá del simple adiestramiento para que obedezcan órdenes— es lo que le permitirá sacarlo rápidamente del modo de alerta, del estado de excitación, y hacerlo volver a una tranquila y pacífica actitud de sumisión. Si no está cómodo al cien por cien con su papel de jefe de la manada, busque una alarma o una lata de gas lacrimógeno y deje que su perro simplemente disfrute de ser un perro.

Perros que curan

Durante años se han recopilado anécdotas para demostrar la capacidad de los perros de detectar problemas físicos en una persona y predecir cosas como los ataques epilépticos, ataques al corazón, infartos y comas diabéticos. Todo tipo de desórdenes cuyo inicio es casi un misterio para la medicina moderna. Creo que el futuro del adiestramiento de perros está realmente en enseñarnos a nosotros mismos a comprender los importantes mensajes que los perros nos están transmitiendo sobre nuestra salud.

En la mayoría de esas áreas la ciencia aún no ha descubierto cómo los perros perciben lo que perciben de nuestra condición física. Y los humanos aún no tienen mucha idea sobre cómo adiestrarlos o sacar partido de esta innata habilidad canina. Pero en la clínica Pine Street de San Anselmo (California) la prueba está en los cachorros y, lo que es más, en las estadísticas.

Una visita a la Clínica Pine Street

Las calles de San Anselmo, en California, son como de postal. Hay tiendas de moda, anticuarios y casas victorianas de colores construidas en la época de la fiebre del oro. Al fondo de una de estas calles hay una fachada pequeña de color rosa con un cartel que reza Clínica Pine Street. Dentro, un mostrador de farmacia de estilo antiguo cruza una acogedora sala decorada con alfombras orientales y con las paredes cubiertas de estanterías llenas de libros. Es un entorno informal y tranquilizador. Incluso hay un aviario lleno de jilgueros cantando bajito.

Cuando entré por primera vez en este pacífico santuario con Angel, el schnauzer miniatura, trotando contento a mi lado, me sentí inmediatamente como en casa. Soy un gran defensor de muchas medicinas alternativas y desde hace treinta años la clínica está especializada en la integración de las terapias, medicamentos y suplementos occidentales con las hierbas tradicionales, la acupuntura y la filosofía de oriente.

Pero la de Pine Street es algo más que una clínica. Es la sede de una fundación que desde hace nueve años ha estado haciendo unas increíbles pruebas clínicas que demuestran que los perros pueden detectar el cáncer de pulmón, pecho, páncreas y ovarios a partir de una muestra del aliento de una persona. Había ido hasta allí para ver en acción a los mundialmente famosos perros que detectaban el cáncer por el olfato y para ver si el pequeño Angel podía aprender a hacer esa proeza.

Desde hace muchos años circula una historia entre gente de diversas culturas y estratos sociales: hay quien cuenta que, poco antes de que se le diagnosticara un cáncer o alguna otra enfermedad, empezó a ver que su perro se comportaba de una forma muy rara. A veces el perro parecía querer hundir el hocico en la parte del cuerpo afectada por la enfermedad. En la cuarta temporada de
El encantador de perros
tuvimos un caso así. La fundación Make a Wish se puso en contacto con nosotros para tratar de conseguir que se hiciera realidad el sueño de Michelle Crowley, que superó un cáncer, después de que su rottweiler Majar hubiera descubierto su enfermedad. Los científicos empezaron a tomarse en serio esos casos tan sólo hace una década o así, cuando formularon la teoría de que los perros pueden oler hasta el menor cambio molecular en nuestro cuerpo
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.

Michael Broffman, el director de la clínica, lo cuenta así: «Todo empezó al principio de la década de 1990 con un grupo que procedía de la Universidad de Florida, en Tallahassee. Algunos de sus investigadores, con la ayuda de un dermatólogo de la zona y un excelente adiestrador canino, demostraron que los perros podían, con un alto porcentaje de aciertos, diferenciar en distintos sujetos qué lesión era un melanoma y qué lesión no lo era. Publicaron ese estudio y basándonos en él decidimos comenzar nuestro propio programa de investigación. En esa misma época los británicos ya estaban trabajando con perros en un programa de detección del cáncer de próstata, así que a mediados de los noventa decidimos centrarnos en el cáncer de pulmón y en el de mama».

Las células cancerígenas, incluso en la primera fase de la enfermedad, excretan un desecho específico que los investigadores predijeron que sería identificable en el aliento de una persona. La gente de la clínica decidió ver si los perros podían detectar con seguridad la presencia de un cáncer en sus fases I, II, III o IV a partir de muestras de aliento. En 2003 la clínica empezó sus pruebas de cáncer de pulmón y mama con dos perros, dos caniches normales de color arena adoptados de un criador de primera que habían sido seleccionados precisamente por un comportamiento muy orientado hacia los olores.

Broffman dice: «Los dos perros que seleccionamos fueron los que nos pareció que exploraban el mundo con la nariz inmediatamente». Poco después la Clínica Pine Street contrató a su primer jefe de adiestradores, Kirk Turner. Éste eligió a un cachorro de caniche llamado Shing Ung, a dos cachorros de perro de aguas portugués y a un labrador retriever adulto para incluirlos en la investigación. Broffman explica: «Con los otros perros del programa, que eran ya adultos, buscábamos tener perros que estuvieran muy motivados para trabajar, ya que la investigación requería tres o cuatro horas diarias de actividad, varios días a la semana durante meses. Así que necesitábamos animales que estuvieran dispuestos a trabajar de buen humor, que estuvieran motivados, que no se aburrieran y que fuesen a aguantar hasta el final». Sorprendentemente, los candidatos más obvios para un trabajo que suponía olfatear, como los beagles y los bloodhounds, fueron rechazados porque no tenían la energía, concentración y ética del trabajo de los caniches, los perros de aguas portugueses y los labradores retriever.

Motivadores únicos

Como hemos comprobado a lo largo de este libro, ningún adiestramiento puede tener éxito sin entender qué es lo que motiva a un perro en particular. Broffman nos dice: «Descubrimos tres motivaciones distintas. El juego y la comida son las evidentes en el caso de los labradores y los perros de aguas portugueses. El caso de los caniches era fascinante porque, por una parte, eran muy fáciles de adiestrar, estaban muy motivados, pero su mayor recompensa era nuestro reconocimiento de que lo habían hecho bien. Más que el juego o la comida».

Los caniches lo pasaban bien haciendo su labor y todo el mundo en el equipo de investigación estaba impresionado por su ética del trabajo. Pero Michael Broffman y su equipo pronto descubrieron que los caniches eran, por ponerlo en términos humanos, unos «perfeccionistas». Michael Broffman sigue relatando: «Habíamos mezclado las muestras, algunas de las cuales pertenecían a casos de cáncer y otras eran de control. Un día, en una sesión de adiestramiento, el perro se empeñaba en identificar una muestra como la de alguien con cáncer, aunque nosotros lo negábamos. Así seguimos un par de horas, hasta que nos dimos cuenta de que el perro tenía razón y nos habíamos equivocado nosotros. Y el caniche, básicamente, dejó de trabajar unas cuantas semanas por eso. Ya sabes: un labrador habría estado disgustado una o dos horas y después habría seguido trabajando pero los caniches tienden a tomarse las cosas más a pecho». En otras palabras, ¡no juegues con el instinto de un caniche!

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