—¿Pero y Makárov? —le recordó Eduard Petróvich—… Me ha prometido que ayudaría a identificarlo.
—Bueno —Nastia sonrió fatigosamente—, me ha convencido. Echaré mis cuentas y le diré quién es Makárov. Pero sólo con una condición…
—Ya he comprendido, Anastasia, no voy a torturarla más. Tolia, llama a la DI, que se encarguen del cadáver y del asesino. Venga, Tólenka, date prisa mientras Anastasia está aquí, no la hagas esperar.
Starkov se apresuró a abandonar el despacho, y de pronto Eduard Petróvich se levantó de la mesa y se acercó al sillón donde, encorvada y con las piernas extendidas desgarbadamente, estaba sentada Nastia.
—Anastasia —habló él cauteloso—, ¿por qué se lo toma tan a pecho? ¿Qué le pasa? ¿Le duele su intimidad con Ismaílov?
—¿Mi…? —Nastia levantó la cabeza y se quedó mirando a Denísov asombrada—. Yo nunca tuve ninguna intimidad con Ismaílov. Todo lo que ocurrió fue que por alguna razón estuvo flirteando conmigo, incluso creo saber cuál fue esa razón. Estuvo a punto de ocurrirme lo mismo que le ha ocurrido hoy a Svetlana. Un loco estuvo pisándome los talones, a todas luces, se trataba de otro de sus clientes. Por eso Damir se puso nervioso y se esforzó por estar todo el tiempo a mi lado, puesto que no hubiera sido fácil esconder mi cadáver si algo hubiese ocurrido. A mí sí me hubiesen buscado, no hubiesen dejado de hacerlo hasta encontrarme. ¿Se ha fijado en que Sveta y el pequeño no tienen a nadie en el mundo, están solos y nadie los iba a echar de menos, o en todo caso no hasta el punto de acudir a la policía para denunciar su desaparición? Esa banda peliculera actúa, en efecto, con mucha cautela aunque en el caso de Alferov han dado un resbalón. Por supuesto, todo esto son puras suposiciones. Pero ahora resulta que Ismaílov me ha salvado de la muerte y yo lo entrego a la justicia.
—¿Y esto es lo que tanto la apena?
—No, no, qué va, simplemente quería explicarle lo de Ismaílov. La verdad sea dicho, estuve a punto de enamorarme de él pero se me pasó en seguida.
—¿Qué le sucede entonces, Nástenka? —repitió Denísov en voz baja.
Esa voz queda y el tratamiento cariñoso hicieron que a Nastia le asomaran las lágrimas a los ojos. ¡Ay, Señor, qué mal se sentía! ¡Y qué cansada!
—Sólo un genio del mal ha podido inventar y realizar todo esto. Encontrar a un hombre que padece graves trastornos psíquicos, ofrecerle rodar una película en la que ocurran todas las cosas que él tanto desea, escribir el guión, seleccionar actores conforme a las exigencias del cliente, organizar el rodaje, deshacerse de los cadáveres en caso de que el cliente se empeñe en matar a alguien delante de la cámara… es una tarea de una complejidad fuera de lo común. Pero hay otra cosa, aún más complicada. La historia de Svetlana KoIomíets prueba con toda certeza que Mártsev les había encargado otras películas anteriormente. Un cliente fijo, incluso si es uno solo entre una multitud de otros, es un testimonio de que las películas que Ismaílov ha realizado en efecto ayudan, aunque sólo sea a ese único cliente, a superar los accesos de la enfermedad. Porque de no ser así, no habría vuelto a solicitar los servicios de Ismaílov. ¿Se imagina la magnitud del talento que hay que poseer para realizar esta clase de películas? Por eso, Eduard Petróvich, me dan ganas de aullar cuando pienso que talentos descomunales como éste no han encontrado otra oportunidad de ser útiles, como no sea a nuestros enfermos mentales. ¿Cómo ha ocurrido que la sociedad no los acepte? ¿Por qué ocurre así? Se puede comprender que esa gente de talento nos odie a todos, que elimine sin piedad al primero que cumpla con los requisitos del cliente, todo esto sólo porque en su día hemos rechazado su talento y su arte. Es monstruoso. Esto es lo que pagamos ahora. Y esto es lo que me hace sentirme tan mal.
Denísov acarició la cabeza de Nastia y se inmovilizó sintiendo en todo el cuerpo el dolor que martirizaba a esta mujer cansada.
—Pobre niña —susurró—. ¡En qué te he metido! Pero nadie más que tú hubiera podido desenmascarar a Ismaílov. Fuiste la única en notar algo raro en su conducta. Fuiste la única a quien mostró su filme sobre el músico y el abuelo. Y fuiste la única quien pudo relacionarlo con el guión que Svetlana nos había entregado.
—Sí —susurró también Nastia, recogiendo de los labios las lágrimas con la punta de la lengua—, la única.
Iba a ser una noche más de tantas que Nastia pasaría sin pegar apenas ojo. El horrible suceso del día anterior no le dejaba concentrarse. Intentaba pensar en el misterioso Makárov, en dónde encontrarlo, pero en lugar de esto pensaba en Damir y sus películas, en la desdichada Svetlana, en el pequeño Vlad destrozado por la pena, en el hombre enfermo e indocumentado que había matado a la chica y que sin duda era uno de los numerosos clientes y consumidores de las obras de Damir y compañía. ¿Y si Makárov era el propio Damir? ¿O si lo era Uzdechkin? La candidatura de Uzdechkin parecía más probable, era el encargado de la seguridad. Pero ¿cómo saberlo? Lo único de lo que Nastia estaba plenamente convencida era de que Makárov no era Semión, éste se encontraba demasiado a la vista. Aunque eso ocurría a menudo; hacía tiempo que lo había dicho Edgar Alan Poe: si se deseaba ocultar algo, había que colocarlo en el lugar más visible. Además, no sabía el apellido de Semión, sería para troncharse de risa si resultase que en sus documentos constase que se llamaba Semión Makárov.
¿Qué falta les hace Makárov?, reflexionaba Nastia, la vista fija en la cortina color marfil. Semión administraba las cuestiones organizativas, esto se desprendía con toda claridad de lo que le había contado Svetlana. El lado artístico del negocio corría a cargo de Ismaílov, la seguridad, de Uzdechkin, el resto de las funciones tenían un carácter secundario, auxiliar, y quien manejaba todo el cotarro no las tocaba, estaba claro. ¿A lo mejor, no era nadie en concreto sino sólo un sonido vacío, un nombre comodín para designar a un supuesto jefe, a la persona que había tomado una u otra decisión? Para poder decir al cliente: «Voy a preguntárselo a Makárov», «Según decida Makárov», «Makárov ha ordenado…», aunque en cada caso concreto podía tratarse de Damir o del Gatito o de Semión y sabía Dios de quién más. Ni Sveta ni Vlad habían visto a nadie además de Semión. Sin duda, en el proceso del rodaje se habrían encontrado también con Damir y con el Gatito y con alguien más, con aquel que les ayudaba con los equipos, la cámara y la iluminación. Pero una vez ocurrido ese encuentro, ya nunca serían capaces de identificar a nadie y nunca prestarían declaración. Los clientes, por supuesto, tenían que conocer tanto a Damir como al Gatito y a Semión, pero ¿dónde buscar a esos clientes? Sólo había uno y estaba perturbado, sus palabras no merecían ningún crédito, aparte de que ahora no estaba en condiciones de decir nada mínimamente coherente. Un callejón sin salida. Un atolladero. No existía ni una sola prueba de cargo, todo eran puras cábalas. Los implicados conocidos o, mejor dicho, establecidos por deducción, no había quien los identificara. De aquel a quien Vlad sí podía identificar no se sabía ni quién era ni dónde paraba. La sola esperanza era la ayuda de Moscú, pero entonces el asunto podía prolongarse meses… Mientras Moscú recababa los datos sobre los amigos y conocidos que Alferov tuvo a lo largo de toda su vida, mientras comprobaba si alguno de ellos tenía relaciones con el mundo de la delincuencia… Además, todo ese trabajo minucioso e ímprobo podía resultar en balde siempre que Alferov, de veras, hubiera presenciado un asesinato, lo cual habría sido suficiente para que le creyeran peligroso. La identidad de las personas que pudo ver no tenía la menor relevancia. Pero la respuesta de Moscú seguía siendo importante: si se había cometido un asesinato en el balneario y no se encontrara el cuerpo de la victima, había que buscarlo. No se había denunciado la desaparición de ningún habitante de la Ciudad, esto ya lo habían comprobado. ¿Y si no habían matado a nadie sino que lo habían secuestrado y se lo habían llevado lejos de aquí, simplemente? Entonces, hacía falta indagar sobre quién lo había hecho y por qué le había asustado tanto que Nikolai lo viese. No, por más vueltas que le diera, no le quedaba otro remedio que esperar. Ningún otro camino iba a conducir a Nastia hacia Semión. Aunque también cabía la esperanza de que se reuniese con Damir o el Gatito, pero vigilar estas cosas corría a cargo de Starkov y su gente.
Nastia repasó mentalmente las preguntas que no debía olvidarse de plantearle a Starkov, quien la llamaría, según habían quedado, a las siete de la mañana.
Tampoco esta vez Anatoli Vladímirovich quebrantó su regla de ser puntual. El piloto rojo del teléfono se encendió a las siete en punto, con precisión de minuto.
—Antes que nada quiero informarle de que se ha incoado una causa criminal a propósito del asesinato de Kolomíets. De momento van a llevarla con mucho sigilo, no hay necesidad de darle publicidad. El culpable fue detenido en el lugar de los hechos por testigos oculares y ha sido trasladado a la clínica donde permanecerá hasta que se estabilice su estado, en estos momentos grave. Ha sido identificado como Yuri Fiódorovich Mártsev, con domicilio en la Ciudad, director docente de uno de los colegios locales. Según todos los indicios padece esquizofrenia. ¿Está satisfecha?
—Sí. ¿Ha podido averiguar algo sobre los bungalós de la zona reservada?
—Por supuesto, Anastasia Pávlovna. Ayer no me dio tiempo a decírselo y luego, cuando ocurrió todo, había otras cosas de que ocuparnos. Los bungalós se alquilan a través del departamento comercial del balneario. El arrendatario no está obligado a acreditar su identidad. Paga y luego vive allí el tiempo que desee. Además, cualquiera puede abonar la cuota bajo el nombre que le parezca, la administración toma nota del cobro sin interesarse por nada más. Ya que el precio del alquiler es superelevado, la gentuza no se mete allí, los inquilinos suelen ser gente de categoría. Cuando vence el plazo del arrendamiento, devuelven las llaves a la oficina y en paz.
—¿Y las camareras? ¿Limpian los bungalós?
—Ha dado en el clavo. Verá, dadas las condiciones del alquiler, los bungalós se utilizan principalmente para los guateques o para las citas con mujeres, por lo que la aparición de una camarera no siempre sería deseable. Por ello en el momento de cobrar al cliente se le pregunta si desea el servicio de limpieza y si dice que sí, a qué hora. Algunos prefieren prescindir de la camarera.
—Anatoli Vladímirovich, tenemos que trabajar en esta dirección. Comprendo que será complicado conseguir que nuestro interés por los bungalós pase desapercibido pero intente que así sea. Anatoli Vladímirovich…
Nastia vaciló y se calló.
—¿Sí? La escucho, ¡diga!
—Quería decirle… Ustedes han cumplido su promesa pero yo no la mía. Han arreglado el problema de Kolomíets pero yo no he conseguido llegar a ninguna conclusión respecto a la identidad de Makárov. De momento no me sale.
—Lo entiendo muy bien, Anastasia Pávlovna, anoche estuvo angustiada, nerviosa, y lo dijo sin pensar. No esperábamos en absoluto que lo consiguiera para esta mañana. No se preocupe de nada, tenemos tiempo. Eduard Petróvich me ha pedido que le pregunte si comerá con él esta tarde.
—Dígale a Eduard Petróvich que le agradezco su atención pero hoy me quedaré aquí. ¿Cuándo volverá a llamarme?
—Cuando usted diga.
—Entonces, esta noche, sobre las ocho. Si se me ocurre algo, nos quedará tiempo para comprobarlo.
—Entendido. A las veinte cero cero horas.
Nastia escondió la góndola y volvió a meterse en la cama. Se sentía totalmente baldada. Después de estar acostada una hora más decidió prescindir del desayuno. Se preparó el café, colocó el vaso sobre la mesilla de noche, trajo del cuarto de baño una jarra llena de agua, que dejó al lado del vaso humeante. Luego allí reunió también el infiernillo, una caja de azúcar, otra de galletas, el cenicero y los cigarrillos. Así puedo quedarme en cama hasta la noche, pensó con una sonrisa huraña, arropándose con la gruesa manta. La pereza es mi principal virtud, esto no me lo negará nadie.
Pasadas las once, Nastia oyó los pasos de Reguina Arkádievna que se acercaban por el pasillo: pesados, descompasados a causa de la pierna mala, acompañados del suave golpeteo del bastón. Cuando los pasos llegaron a la altura de la puerta de Nastia, se oyó una voz desconocida de mujer:
—Reguina Arkádievna, necesito hablar con usted.
—Dígame, la escucho.
La anciana se detuvo, obviamente ajena a la idea de invitar a la visita a entrar en la habitación.
—Soy la madre de Olia Rodímuskina, usted la oyó tocar hace un mes, ¿se acuerda?
—Me acuerdo. Su hija es una niña muy aplicada pero no ama la música. No merece la pena torturarla inútilmente. Se lo dije entonces.
—Reguina Arkádievna, se equivoca. Olia tiene muchas ganas de estudiar, muchísimas. Quizá quiera aceptarla como alumna, a pesar de todo.
—No, mi bonita, no soy partidaria de maltratar a los niños. Su hija tiene buen corazón, no quiere disgustarla y por eso trabaja a conciencia. Pero no es lo que ella quiere. Con estas cosas no me equivoco jamás. Tengo alumnos sin una pizca de talento pero que aman la música y están dispuestos a servirle, y para mí es lo más importante.
—Reguina Arkádievna, la niña sueña con estudiar con usted. Se lo pido por favor… Sé que no acepta dinero por sus clases pero, a lo mejor haría una excepción… Se lo suplico. Le pagaré por dar clases a mi hija, por favor, permítale que venga.
—Lo siento de veras —se pudo oír a la anciana exhalar un suspiro—, pero ha venido en vano. No lo tome a mal. Buenos días.
Hacia las cinco Nastia, a pesar de todo, tuvo hambre. Faltaban unas dos horas para la cena, no iba a poder aguantar tanto. De mala gana se vistió y bajó al bar esperando saciar el hambre a base de pastelitos. Tuvo suerte, en el bar, además de los pasteles, también había bocadillos. El estado del salchichón llenó a Nastia de dudas pero el queso parecía perfectamente apto para el consumo.
Nunca muy concurrido, hoy el bar estaba completamente vacío y excepto por el joven detrás de la barra en la sala no había nadie.
—¿Han declarado el Día de la Salud hoy en el balneario? ¿Nadie come dulces y nadie toma alcohol? —bromeó Nastia mientras esperaba el café, que se hacía en el pote turco colocado encima de la arena incandescente.
—¿Es que no se ha enterado? Hoy está actuando aquí un famoso humorista, la sala de proyecciones está de bote en bote, incluso ha venido gente de la Ciudad para verle. ¡Cuándo volverán a tener la oportunidad de ver a Rudakov en persona!