Read Los héroes Online

Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantástico, #Histórico, #Bélico

Los héroes (6 page)

BOOK: Los héroes
7.42Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

—Caballeros —replicó Bayaz, quien, acto seguido, golpeó despreocupadamente con su cayado a su sirviente de pelo rizado, se secó las gotas de lluvia de la calva mientras decía algo entre dientes y luego sacudió la mano para desprenderse de ellas. Para tratarse de una figura legendaria, no era excesivamente ceremonioso—. Menudo tiempo hace, ¿eh? A veces, adoro el Norte, pero otras veces… no tanto.

—No esperábamos…

—¿Por qué iban a esperarme? —le espetó, soltando una risita ahogada y mostrando así su buen humor, aunque, al mismo tiempo, consiguió sonar amenazador—. ¡Si estoy retirado! He dejado vacía mi silla en el Consejo Cerrado una vez más y estaba intentando sobrellevar lo mejor posible mi proceso de decrepitud estudiando en mi biblioteca, alejado de la escena política. Pero como esta guerra se está librando justo en mi puerta, he pensado que cometería una negligencia si no me pasara por aquí. He traído dinero… Tengo entendido que van bastante atrasados con los pagos.

—Un poco —admitió Kroy.

—Y si se retrasan un poco más, el fino barniz del honor y la obediencia que cubre a los soldados quizá desaparezca rápidamente, ¿verdad, caballeros? Sin este lubricante dorado, la gran máquina del ejército de Su Majestad pronto traqueteará y se detendrá, como pasa con tantas cosas en la vida, ¿verdad?

—El bienestar de nuestros hombres siempre es una prioridad para nosotros —aseveró el mariscal, titubeando.

—¡Para mí también! —replicó Bayaz—. He venido para ayudar. O para mantener las ruedas bien engrasadas, si lo prefieren. Para observar y tal vez, si la ocasión lo exige, ofrecer mi humilde guía. Pues usted está al mando, Lord Mariscal, por supuesto.

—Por supuesto —repitió Kroy, pero nadie estaba muy convencido de que eso fuera a ser así. Al fin y al cabo, se trataba del Primero de los Magos, un hombre que tenía cientos de años, poseía poderes mágicos y había forjado la Unión, había llevado al rey al trono, expulsado a los gurkos y arrasado a buena parte de Adua en el proceso. Supuestamente.
No es un hombre que se haya distinguido por su renuencia a inmiscuirse en ciertos asuntos
—. Esto… Permítame que le presente al general Mitterick, comandante de la segunda división de Su Majestad.

—General Mitterick, a pesar de haber estado recluido con mis libros, he oído muchas historias que ensalzan su valor. Es todo un honor.

El general se hinchó de felicidad.

—¡No, no! ¡El honor es mío!

—Ya —replicó Bayaz, con brusquedad.

Kroy rompió audazmente el silencio que reinó a continuación.

—Éste es el jefe del estado mayor, el coronel Felnigg, y éste es el Sabueso, el líder de los Hombres del Norte que se oponen a Dow el Negro y que luchan a nuestro lado.

—¡Ah, sí! —exclamó Bayaz, arqueando las cejas—. Creo que teníamos un amigo común, Logen Nuevededos.

El Sabueso le devolvió la mirada con firmeza; era el único hombre en aquella habitación que no se sentía sobrecogido ante su presencia.

—No tengo nada claro que esté muerto.

—Si alguien es capaz de engañar a la Gran Niveladora ése era… o es… él. De un modo u otro, el Norte lo ha perdido. Y el mundo entero. Era un gran hombre al que se le echa mucho de menos.

El Sabueso se encogió de hombros.

—Era un hombre, ni más ni menos. Con sus cosas buenas y malas, como la mayoría. Y respecto a que se le echa mucho de menos, bueno, eso dependerá de a quién se lo pregunte, ¿no?

—Cierto —contestó Bayaz, esbozando una sonrisa compungida, y, a continuación, pronunció unas pocas palabras en norteño fluido—. Uno tiene que ser muy realista con estas cosas.

—Como usted —replicó el Sabueso.

Gorst dudaba mucho que nadie más en aquella habitación hubiera entendido ese breve diálogo. Ni siquiera estaba seguro de que él mismo lo hubiera entendido del todo, a pesar de que conocía el idioma.

Kroy intentó seguir con las presentaciones.

—Y éste es…

—¡Bremer dan Gorst, por supuesto! —exclamó Bayaz, quien zarandeó a Gorst de la cabeza a los pies al estrecharle la mano afectuosamente. Para ser un hombre de tan avanzada edad, tenía mucha fuerza en las manos—. Le vi combatir con el rey en un duelo de esgrima. ¿Cuánto hace ya de eso? ¿Cinco años? ¿Seis?

Gorst podría haber contado las horas que habían transcurrido desde entonces.
Dice mucho sobre mi miserable vida que mi momento de mayor orgullo haya consistido en ser humillado en un duelo de esgrima.

—Nueve.

—¡Nueve, fíjese! Las décadas revolotean ante mí como las hojas de los árboles en el viento. ¡Qué barbaridad! Ningún hombre se merecía más ese título.

—Fui derrotado con justicia.

Bayaz se inclinó hacia él.

—Bueno, fue derrotado, que es lo que realmente cuenta, ¿eh? —le espetó a Gorst, a la vez que le daba un golpecito en el brazo, como si acabaran de compartir una broma privada, aunque en este caso fuera una broma que sólo comprendía Bayaz—. Creía que formaba parte de los Caballeros de la Escolta Regia. ¿No estaba protegiendo al rey en la batalla de Adua?

Gorst notó que se ruborizaba.
Claro que sí, como todo el mundo que está aquí bien sabe, pero ahora no soy más que un desgraciado cabeza de turco del que se han deshecho tras haberlo utilizado, como el hijo más joven y desvergonzado de mi señor se habría deshecho de una sirvienta tartamuda. Ahora sólo soy…

—El coronel Gorst se encuentra aquí en calidad de observador del rey —se atrevió a decir Kroy, al ver que el coronel se hallaba muy azorado.

—¡Por supuesto! —exclamó Bayaz, chasqueando los dedos—. Es lógico después de lo que sucedió en Sipani.

La cara de Gorst se tornó roja como si hubiera recibido una bofetada al escuchar el mero nombre de esa ciudad.
Sipani
. Su mente viajó a aquel lugar donde había pasado tanto tiempo: retrocedió cuatro años, a la locura de la Casa del Ocio de Cardotti. Se vio de nuevo avanzando a trompicones entre el humo, mientras buscaba desesperadamente al rey, se imaginó alcanzando la escalera, contemplando la cara enmascarada… y entonces, revivió aquella larga caída rebotando por las escaleras hacia una injusta desgracia. Entonces, comprobó que la habitación se había convertido de repente en un conjunto de caras radiantes en las que asomaban unas sonrisillas despectivas. Pese a que abrió la boca, que tenía seca, para hablar, no brotó nada útil de ella, como era habitual.

—Oh, bueno —dijo el Mago, dándole a Gorst una palmadita de consuelo en el hombro, como la que uno le daría a un perro guardián que se ha quedado ciego hace mucho y al que, ocasionalmente, le lanzara un hueso porque le tenía cariño—. Quizá pueda volver a ganarse el favor del rey.

Cuenta con ello, arcano cabrón. Lo lograré, aunque deba derramar hasta la última gota de sangre del Norte.

—Tal vez —acertó a susurrar Gorst.

Entretanto, Bayaz ya había cogido una silla y había juntado ambas manos, formando un triángulo con ellas.

—¡Bueno! ¿Cuál es la situación, Lord Mariscal?

Kroy tiró de la parte delantera de su chaqueta, para quitarle así las arrugas, mientras avanzaba hacia un enorme mapa; tan descomunal que habían tenido que doblarlo por los bordes para que encajara en la pared más grande de aquella diminuta construcción.

—La división del general Jalenhorm se encuentra aquí, al oeste —el papel crujió al pasar Kroy su bastón por encima de él—. Avanza hacia el norte, prende fuego a cosechas y aldeas, con la esperanza de arrastrar a los hombres del Norte a la batalla.

Bayaz parecía aburrido.

—Mmmm.

—Mientras tanto, la división del Lord Gobernador Meed, acompañada de la mayoría de los unionistas del Sabueso, ha marchado hacia el sudeste para iniciar el asedio de Ollensand. La división del general Mitterick se encuentra entre ambas —dio dos golpecitos al mapa con su bastón, con precisión inmisericorde—. Están preparados para prestarse apoyo mutuamente. La ruta de suministros recorre el sur en dirección hacia Uffrith por unos caminos pésimos, no son más que senderos de tierra y lodo, la verdad, pero estamos…

—Por supuesto —le interrumpió Bayaz, quien, con un mero gesto de su carnosa mano, dio a entender que consideraba todo aquello irrelevante—. No he venido aquí para inmiscuirme ni perderme en esos detalles.

El bastón de Kroy siguió flotando inútilmente por encima del mapa.

—Entonces…

—Imagínese que es un maestro albañil, Lord Mariscal, que trabaja en el torreón de un gran palacio. Un artesano con cuya dedicación, habilidad y atención al detalle nadie puede rivalizar.

—¿Un albañil? —Mitterick parecía desconcertado.

—Entonces, imagínese que el Consejo Cerrado son los arquitectos. Nuestra responsabilidad no consiste en lograr que una piedra encaje con otra, sino en diseñar el edificio en su conjunto. Lo nuestro es la política y no las tácticas. Un ejército es un instrumento al servicio del gobierno. Por tanto, debe ser usado de tal manera que responda a los intereses de éste. Si no, ¿para qué sirve? Únicamente sería una máquina muy costosa de… acuñar medallas.

El ambiente se enrareció en la habitación.
Ese tipo de observaciones no les hacen nada de gracia a estos soldaditos.

—Las políticas del gobierno pueden sufrir cambios repentinos —rezongó Felnigg.

Bayaz alzó la mirada hacia él, como si fuera un maestro de escuela que mirara al zopenco de la clase, al que echaba por tierra el nivel del conjunto.

—El mundo fluye y cambia. Y nosotros también debemos fluir y cambiar. Y desde que las últimas hostilidades se iniciaron, las circunstancias no han cambiado para bien, han fluido en la dirección errónea. En casa, los campesinos vuelven a hallarse inquietos. Por los impuestos de guerra y demás. Sí, siempre están inquietos, muy, pero que muy inquietos —caviló, al mismo tiempo que tamborileaba, presa de la inquietud, con sus gruesos dedos sobre la mesa—. Como la nueva Rotonda de los Lores por fin está acabada, el Consejo Abierto ha iniciado sus sesiones y los nobles ya tienen un lugar donde quejarse. Y lo están haciendo. Mucho. Al parecer, se impacientan por la falta de avances.

—Malditos charlatanes —refunfuñó Mitterick.
Confirmando así la teoría de que los hombres siempre odian en los demás lo que es más odioso en sí mismos.

Bayaz profirió un suspiro.

—A veces me siento como si levantara castillos de arena mientras sube la marea. Los gurkos nunca permanecen ociosos y sus intrigas no conocen fin. En su día, eran la única amenaza exterior real. Ahora también está la Serpiente de Talins. Murcatto —frunció el ceño como si al pronunciarlo ese nombre supiera horrible, de modo que las arrugas de su semblante se volvieron más profundas—. Mientras nuestros ejércitos se encuentran atrapados aquí, esa maldita mujer continúa acrecentando su dominio sobre Estiria; como sabe que la Unión ahora apenas puede hacer nada para oponerse a ella, se ha envalentonado —chasqueó la lengua en señal de desaprobación, lo cual inquietó a los ahí reunidos—. Dicho de un modo sencillo, caballeros, el coste de esta guerra en términos financieros, de prestigio y de oportunidades perdidas se está volviendo demasiado alto. El Consejo Cerrado requiere que la lucha concluya con celeridad. Naturalmente, como soldados que son, tienden a sentir cierto apego por la guerra. No obstante, la lucha es útil únicamente cuando es una opción más barata que las demás alternativas —entonces, se quitó con suma calma una pelusa de la manga, que soltó tras contemplarla contrariado—. Después de todo… esto es el Norte. Es decir… ¿cuánto vale?

Un gran silencio reinó en la estancia hasta que el Mariscal Kroy se aclaró la garganta.

—El Consejo Cenado quiere que la lucha concluya con celeridad… ¿se refieren a que tenemos de plazo hasta el final de la campaña?

—¿Hasta el final de la campaña? No, no —contestó y los oficiales suspiraron de alivio, pero ese alivio les duró muy poco tiempo—. Bastante antes.

El murmullo fue poco a poco en aumento. Se oyeron gritos ahogados de consternación; después, balbuceos horrorizados; luego, juramentos susurrados al oído y murmullos de incredulidad; por un breve instante, la dignidad profesional de los oficiales obtuvo una rara victoria sobre su servilismo.

—Pero ¡eso es imposible…! —le espetó Mitterick, a la vez que golpeaba la mesa con un puño enguantado, aunque enseguida se acordó de con quién estaba hablando—. Quería decir, le ruego me disculpe, que es imposible…

—Caballeros, caballeros —Kroy intentó calmar aquel brote pueril de indisciplina y apeló a la razón.
El Lord Mariscal es un hombre muy razonable
—. Lord Bayaz… Dow el Negro continúa esquivándonos. Maniobra y se repliega —entonces, señaló el mapa como si éste mostrara una realidad incontestable—. Cuenta con unos líderes guerreros de lealtad inquebrantable. Sus hombres conocen esas tierras y su pueblo los abastece. Es un maestro a la hora de realizar rápidos movimientos y retirarse, a la hora de concentrar rápidamente sus fuerzas y atacar por sorpresa. Ya nos ha pillado con el paso cambiado una vez. Si nos precipitamos al entrar en batalla, es muy probable que…

Pero, si hubiera intentado razonar con un muro, le habría dado lo mismo. El Primero de los Magos no estaba interesado en lo que decía.

—Vuelve a perderse en los detalles, Lord Mariscal. ¿Acaso no he hablado ya sobre los albañiles, los arquitectos y demás? El rey les ha enviado aquí a luchar, no a desfilar de acá para allá. No me cabe duda de que encontrarán la manera de arrastrar a los Hombres del Norte a una batalla decisiva, pero, de no ser así, bueno… toda guerra es sólo un preludio de las posteriores conferencias de paz, ¿no?

Bayaz se puso en pie y los oficiales lo imitaron al instante, las sillas chirriaron y las espadas repiquetearon estruendosamente conformando un desastroso caos.

—Estamos… encantados de su visita —acertó a decir Kroy, a pesar de que lo que pensaba todo el ejército era justamente lo contrario.

No obstante, Bayaz parecía inmune a la ironía.

—Bien, porque voy a quedarme a observar. Ciertos caballeros de la Universidad de Adua me han acompañado hasta aquí. Traen consigo una invención que tengo curiosidad por ver cómo funciona.

—Haremos todo cuanto esté en nuestra mano para ayudar.

—Excelente —Bayaz sonrió ampliamente.
La única sonrisa que hay ahora en toda la habitación
—. Dejaré que den forma a esas piedras con… —arqueó una ceja al fijarse en los absurdos guantes de Mitterick— con sus más que capaces manos. Caballeros.

BOOK: Los héroes
7.42Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

For Love of Evil by Piers Anthony
Stag's Leap by Sharon Olds
The Vanishing Island by Barry Wolverton
The Lazarus Trap by Davis Bunn
Icelandic Magic by Stephen E. Flowers
Unraveled Together by Wendy Leigh