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Authors: Joe Abercrombie

Tags: #Fantástico, #Histórico, #Bélico

Los héroes (8 page)

BOOK: Los héroes
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—Eso espero.

Finree ya lo estaba dejando atrás.
Para ella, esto sólo ha sido un encuentro perfectamente olvidable con un viejo conocido
. Para él, en cuanto ella se dio la vuelta, fue como si la noche cayera.
Me siento como si paladeara el regusto de la tierra que echan sobre mí mientras me entierran
. Entonces, observó cómo la puerta repiqueteaba al cerrarse tras ella y se quedó ahí quieto durante un largo momento, bajo la lluvia. Quería llorar y llorar y llorar por todas sus esperanzas frustradas. Quería arrodillarse en el barro y arrancarse el pelo que todavía le quedaba. Quería matar a alguien y le importaba bastante poco a quién.
¿Quizá a mí mismo?

Pero en vez de eso, respiró hondo, lo cual provocó que un ligero silbido saliera de una de sus fosas nasales; después, se alejó chapoteando por el barro, en dirección hacia el crepúsculo.

Al fin y al cabo, tenía un mensaje que entregar. Y sin hacerse el héroe.

Dow el Negro

Las puertas del establo se cerraron tan estruendosamente como el hacha del verdugo al caer y Calder, sobresaltado, tuvo que recurrir a su famosa arrogancia para no dar un salto. Las conferencias de guerra nunca habían sido su tipo de reuniones favoritas y, aún menos, las que estaban repletas de enemigos. Tres de los cinco jefes guerreros de Dow iban a acudir y, como cabía esperar con la suerte cada vez peor de Calder, eran los tres que menos le apreciaban.

Glama Dorado tenía aspecto de héroe de la cabeza a los pies, era musculoso y tenía unos nudillos enormes, era apuesto y poseía una mandíbula cuadrada y firme; por otro lado, su pelo largo, su bigote encrespado e incluso hasta las puntas de sus pestañas eran del color del oro pálido. Llevaba más oro encima que una princesa en el día de su boda; un collar alrededor de su grueso cuello, brazaletes en sus anchas muñecas y un montón de anillos en sus voluminosos dedos, todo él brillaba con un bonito resplandor que reflejaba su bravuconería y narcisismo.

Cairm Cabeza de Hierro era totalmente distinto. Una gran cicatriz cruzaba su rostro, que era una fortaleza ceñuda en la que uno podría haber mellado un hacha, y sus ojos parecían clavos bajo una frente que recordaba a un yunque; además, llevaba el pelo muy corto y poseía una barba negra como el tizón. Era más bajo que Dorado, pero aún más ancho que éste, y parecía tan sólido como una roca. Su cota de malla refulgía bajo una capa de piel de oso negro. Se rumoreaba que había estrangulado a ese oso. Con casi toda seguridad, por haberlo mirado mal. Tanto Cabeza de Hierro como Dorado despreciaban a Calder, pero, por fortuna, ambos siempre se habían aborrecido tanto como la noche odia al día y tan grande era su enemistad que no dejaba espacio para odiar a nadie más.

Aunque cuando se trataba de odiar, Brodd Tenways parecía tener un pozo sin fondo de inquina. Era uno de esos cabrones que ni siquiera es capaz de respirar sin hacer ruido y tan feo como un incesto, lo cual le encantaba restregártelo por la cara, siempre miraba con lascivia desde las sombras como el pervertido de la aldea miraría a una lechera que pasara por ahí. Era malhablado, tenía unos dientes nauseabundos y hedía espantosamente; además, sufría de un extraño y espantoso sarpullido que cubría su retorcido rostro del que parecía sentirse tremendamente orgulloso. Había sido un gran enemigo del padre de Calder, quien lo había derrotado en combate un par de veces y lo había obligado a arrodillarse ante él y a entregarle todo cuanto tenía. El haber recuperado lo que en su día había perdido parecía que únicamente había logrado amargarle aún más el carácter, y ahora pagaba con sus hijos, y con Calder en particular, todos esos años en que tanto rencor había guardado a Bethod.

Por último, allí estaba el cabecilla de esa familia de villanos tan distintos, el autoproclamado Protector del Norte, el mismísimo Dow el Negro. Se hallaba sentado cómodamente en la Silla de Skarling y tenía una pierna colocada debajo de sus posaderas mientras con la otra pateaba ligeramente el suelo. En su faz surcada por hondas arrugas y repleta de cicatrices, había dibujado algo similar a una sonrisa, pero mantenía los ojos entornados; era tan astuto como un gato hambriento que acabara de divisar una paloma. Le había cogido el gusto a vestir con buena ropa y portaba la reluciente cadena que el padre de Calder había llevado en su día alrededor de los hombros. No obstante, no podía ocultar lo que era, aunque tampoco deseaba hacerlo. Era un asesino hasta la punta de sus orejas. O más bien oreja, ya que la izquierda no era más que un trozo de cartílago.

Como si el hecho de llamarse Dow el Negro y su amplia sonrisa no le confirieran un aura bastante amenazadora de por sí, se había cerciorado de que se hallaran rodeados de acero por doquier. Una larga espada gris se encontraba apoyada a un lado de la Silla de Skarling; al otro lado, había un hacha, mellada por el uso, al alcance de sus dedos. De sus dedos de asesino; marcados, hinchados y cubiertos de cicatrices en los nudillos tras una vida entera consagrada a una tenebrosa misión que sólo los muertos conocían.

Pezuña Hendida se encontraba sumido en la penumbra junto a Dow. Era su segundo al mando; es decir, su guardaespaldas principal y lameculos preferido, quien seguía a su amo, como si fuera su sombra, con los pulgares siempre metidos en su cinturón, con hebillas de plata, del que pendía su espada. Merodeando al fondo se hallaban dos de sus Caris, cuyas armaduras, así como los bordes de sus escudos y sus espadas desenfundadas, relucían en la oscuridad; otros Caris rondaban cerca de las paredes, flanqueando la puerta. Olía a heno viejo y a caballos también viejos, pero aún era más intenso el hedor a violencia a punto de desatarse, tan espeso como la pestilencia de un pantano.

Y por si todo esto no fuera bastante para hacer que Calder se cagara en sus elegantes pantalones, Escalofríos se hallaba junto a él, tan amenazador como siempre, lo cual añadía un nuevo elemento amenazador al conjunto.

—Pero si es el audaz príncipe Calder —Dow lo miró de arriba abajo como un gato miraría el arbusto sobre el que estaba a punto de mear—. Bienvenido a la guerra una vez más, muchacho. En esta ocasión, ¿vas a hacer lo que se te diga de una vez?

Calder hizo una amplia reverencia.

—Soy su siervo más obediente —esbozó una sonrisita para disimular que el mero hecho de pronunciar esas palabras era como si le quemaran la lengua—. Dorado. Cabeza de Hierro —a ambos saludó respetuosamente, con una inclinación de cabeza—. Mi padre siempre afirmaba que no hay dos hombres más tenaces en todo el Norte —en realidad, su padre siempre había dicho que no había dos mayores alcornoques en todo el Norte, aunque, de todos modos, sus mentiras eran tan inútiles como tirar dinero a un pozo. Cabeza de Hierro y Dorado se limitaban a lanzarse miradas de odio. En ese instante, Calder sintió la necesidad de estar con alguien al que cayera bien. O que al menos no quisiera matarlo—. ¿Dónde está Scale?

—Tu hermano está en el oeste —respondió Dow—. Luchando.

—Sabes qué es eso, ¿verdad, chico? —Tenways giró la cabeza y escupió por el agujero que tenía entre sus dientes marrones.

—¿Por qué hay aquí… tantas espadas? —Calder echó un vistazo esperanzado al establo entero, pero pronto comprobó que no había hecho acto de presencia ningún aliado, así que acabó posando su mirada en el ceño destrozado de Escalofríos, lo cual era aún peor que contemplar la sonrisa de Dow. Por muchas veces que hubiera visto aquella cicatriz, siempre le parecía más espantosa de lo que recordaba—. ¿Qué se sabe de Reachey?

—El papá de tu esposa se encuentra a un día o algo así al este —contestó Dow—. Ha ido a reclutar gente.

Dorado resopló.

—Me sorprendería que aún quedara sin reclutar un solo muchacho capaz de sostener una espada en sus manos.

—Bueno, Reachey intenta sacar de donde no hay. Supongo que vamos a necesitar todos los hombres que haya disponibles para la batalla. Quizá incluso a ti.

—¡Oh, tendréis que contenerme! —exclamó Calder mientras le daba un golpecito a la empuñadura de su espada—. ¡Me muero de ganas de empezar a luchar!

—¿Alguna vez has llegado siquiera a desenvainar ese chisme? —inquirió burlonamente Tenways, a la vez que estiraba el cuello para volver a escupir.

—Sólo una vez. Para abrirme paso cuando me follé a tu hija.

Dow estalló en carcajadas. Dorado se rió entre dientes. Cabeza de Hierro esbozó una tenue sonrisa. Tenways se ahogó con su propia saliva y un hilillo de babas relucientes le cayó por la barbilla, pero eso a Calder no le importó. Prefería congraciarse con aquellos que no eran aún una causa perdida. De algún modo, se tenía que ganar la confianza de alguno de aquellos cabrones tan poco prometedores, cuando menos.

—Nunca creí que fuera a decir esto —suspiró Dow, quien, a continuación, se frotó un ojo con un dedo—, pero te hemos echado de menos, Calder.

—Lo mismo digo. Prefiero estar removiendo estiércol en un establo que seguir en Carleon besando a mi esposa. Bueno, ¿qué hay que hacer?

—Ya sabes —Dow agarró el puño de su espada con el índice y el pulgar, haciéndolo girar para que la marca de plata situada cerca de la empuñadura brillara—. La guerra. Una escaramuza aquí, una incursión allá. Nosotros nos cargamos a unos cuantos de sus rezagados y ellos queman algunas de nuestras aldeas. Así es la guerra. Tu hermano ha estado atacando con gran rapidez, lo cual ha dado mucho en que pensar a los sureños. Tu hermano es un tipo muy válido, tiene agallas.

—Es una pena que tu padre no tuviera más de un hijo varón —gruñó Tenways.

—Sigue hablando, viejo —replicó Calder—, puedo estar todo el día haciéndote quedar como un capullo.

Tenways se enfadó pero Dow le indicó con una seña que se calmara.

—Basta ya de ver quién la tiene más grande. Tenemos una guerra que librar.

—¿Cuántas victorias llevamos hasta ahora?

Entonces, se produjo una pausa breve e incómoda.

—Aún no ha habido ninguna batalla —se quejó Cabeza de Hierro.

—El tal Kroy —dijo de manera despectiva Dorado desde el fondo del establo—, ése que está al mando de la Unión…

—Dicen que es mariscal.

—Me da igual lo que sea, es un cabrón muy cauteloso.

—Es un cobarde que se pasa de precavido —apostilló contrariado Tenways.

Dow se encogió de hombros.

—Ser cauteloso no tiene nada de cobarde. Aunque con todas sus Hopas, yo no actuaría así, pero… —entonces, se volvió sonriendo ampliamente hacia Calder—. Como tu padre solía decir: «En la guerra, sólo importa ganar. El resto sólo sirve para que los necios canten sobre ello». Kroy avanza lentamente, con la esperanza de agotar nuestra paciencia. Después de todo, los hombres del Norte no somos conocidos por ser pacientes. Ha dividido su ejército en tres partes.

—En tres puñeteras partes —añadió Cabeza de Hierro.

Dorado, por una vez, se mostró de acuerdo con él.

—Cada parte podría estar formada por diez mil combatientes, sin contar con las tropas de transporte e intendencia.

Dow se inclinó hacia delante, como si fuera un abuelo que estuviera enseñando a un niño a pescar.

—Jalenhorm está en el oeste. Es valiente, pero indolente y suele meter la pata. Mitterick se encuentra en el centro. Es el más astuto de los tres, sin lugar a dudas, pero es temerario. Tengo entendido que le encantan los caballos. Meed está en el este. No es un soldado y odia a los hombres del Norte tanto como un cerdo odia a los carniceros. Su odio podría cegarle y volverse en su contra. Además, Kroy cuenta con algunos hombres del Norte en su bando, desperdigados aquí y allá, dedicados principalmente a explorar, pero también dispone de unos cuantos guerreros y hay algunos bastante buenos entre ellos.

—Te refieres a los hombres del Sabueso —afirmó Calder.

—Maldito traidor —masculló Tenways, mientras se preparaba para escupir.

—¿Traidor? —Dow se inclinó hacia delante en la Silla de Skarling y apretó tanto los puños que los nudillos se le quedaron totalmente blancos—. ¡Viejo idiota! ¡Tú y tu sarpullido! ¡El Sabueso es el único hombre en todo el Norte que siempre ha defendido el mismo bando! —Tenways alzó la mirada, tragó lentamente la mierda que había estado a punto de escupir y retrocedió hacia las sombras. Dow se dejó caer otra vez en su asiento—. Aunque es una pena que defienda al bando equivocado.

—Bueno, vamos a tener que entrar en acción pronto —aseveró Dorado—. Meed tal vez no sea un soldado, pero ha logrado asediar Ollensand. A pesar de que la ciudad posee unas buenas murallas, no estoy seguro de cuánto tiempo podrá…

—Meed levantó el asedio ayer por la mañana —afirmó Dow—. Se dirige al norte y la mayoría de los hombres del Sabueso están con él.

—¿Ayer? —dijo Dorado frunciendo el ceño—. ¿Cómo sabes que…?

—Tengo mis medios.

—Pues yo no he oído nada sobre eso.

—Por eso yo doy las órdenes y tú las escuchas —Cabeza de Hierro sonrió al ver cómo encajaba su rival ese humillante comentario—. Meed se dirige al norte a gran velocidad. Apuesto a que se va a unir allá arriba con Mitterick.

—¿Por qué? —preguntó Calder—. Todos estos meses, han estado avanzando poco a poco, pero con paso firme. Ahora, ¿por qué han decidido correr?

—Quizá se hayan cansado de ser tan cautelosos. O quizá alguien se lo ha ordenado. De un modo u otro, vienen hacia aquí.

—Tal vez esto nos dé la oportunidad de sorprenderlos con la guardia baja —los ojos de Cabeza de Hierro brillaban tanto como los de un hambriento que acabara de ver que traían un asado.

—Si están decididos a buscar pelea —dijo Dow—, no me gustaría privarles de ella. ¿Tenemos a alguien en los Héroes?

—Curnden Craw está ahí con su docena —respondió Pezuña Hendida.

—Estamos en buenas manos entonces —masculló Calder, quien casi habría preferido estar en los Héroes con Curnden Craw en esos momentos que allí con aquellos cabrones. Quizá ahí arriba no tuviera tanto poder, pero seguro que se reiría más.

—He recibido noticias suyas hace un par de horas —comentó Cabeza de Hierro—. Al parecer, se cruzó con algunos de los exploradores del Sabueso allá arriba y pudo ver cómo se marchaban.

Dow posó la mirada en el suelo por un momento, mientras se frotaba los labios con la yema de un dedo.

—¿Escalofríos?

—¿Jefe? —replicó éste con un tono de voz tan bajo que apenas era un susurro.

—Cabalga hasta los Héroes y dile a Craw que quiero controlar esa colina. Tal vez alguno de esos cabrones de la Unión intente cruzar ese camino. Quizá incluso intente cruzar el río en Osrung.

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