—No lo he olvidado.
—Mátala.
—Sería una lástima…
—Mátala y sigamos nuestro camino —dijo Deep, señalando hacia el sureño que se hallaba bajo su bota—. A éste ya lo estoy matando yo, ¿no?
—Pero éste no nos servía para nada…
—¡Que la mates! —exclamó; después, percatándose de que no debía alzar la voz, ya que estaban en el lado del río en manos del enemigo y podía haber sureños por todas partes, añadió en un susurro—: ¡Mata a ese puñetero animal y escóndelo!
Shallow le miró malhumorado, pero tiró de las riendas de la yegua hacia abajo, apoyó todo su peso sobre su cuello y la obligó a echarse. Después la apuñaló rápidamente en el cuello, inmovilizándola mientras se desangraba.
—Me cago en todo —juró Shallow, negando con la cabeza—. No se gana dinero matando caballos. Con todos los riesgos que corremos viniendo a este sitito…
—Para ya.
—¿Que pare qué? —preguntó Shallow mientras arrastraba una rama caída de un árbol para tapar con ella el cadáver de la yegua. Deep se volvió a mirarle.
—Que pares de hablar como un niño. ¿Tú qué crees? Eso no es normal. Es como si tuvieras la cabeza atascada en los cuatro años.
—¿Te molesta mi manera de hablar? —replicó Shallow mientras cortaba otra rama con el hacha.
—Pues resulta que sí, sí.
Shallow terminó de ocultar al caballo.
—Entonces supongo que tendré que parar un poquito.
Deep suspiró profundamente con los dientes cerrados. Un día acabaría matando a Shallow o viceversa, lo sabía desde que tenía diez años. Desplegó el papel y lo puso a la luz.
—¿Qué pone? —inquirió Shallow, ojeando por encima de su hombro. Deep se volvió lentamente para mirarle. No le habría sorprendido que aquél resultase ser el día en que lo matara.
—¿Qué te crees, que he aprendido a leer sureño mientras dormía sin darme cuenta? Por la tierra de los muertos, ¿cómo quieres que sepa qué diablos pone aquí?
Shallow se encogió de hombros.
—Bien dicho. Pero parece importante.
—Ciertamente todo parece indicar que lo es.
—¿Entonces?
—Imagino que todo depende de si conocemos a alguien que pudiera sentirse tentado a soltar algo a cambio.
Ambos se miraron y dijeron al unísono:
—Calder.
Esta vez, Hansul Ojo Blanco llegó al galope y sin el más mínimo rastro de sonrisa en el semblante. Su escudo llevaba un asta de flecha rota clavado y tenía un corte en la frente. Daba la impresión de que había participado en un combate. Calder sintió náuseas con sólo verlo.
—Scale quiere que lleves a tus hombres al puente —ahora no había ni el más mínimo atisbo de risa en su voz—. Los sureños lo están atravesando de nuevo y esta vez van con todo. No podrá resistir mucho más.
—De acuerdo —Calder sabía que ese momento tenía que llegar, pero eso no lo hizo más fácil—. Di a los demás que se preparen.
—Sí —respondió Pálido como la Nieve, quien se alejó a grandes zancadas, vociferando órdenes.
Calder acercó la mano a la empuñadura de su espada y se demoró premeditadamente en aflojarla mientras observaba a los hombres de su hermano —sus hombres— alzarse tras el muro de Clail y prepararse para unirse a la batalla. Había llegado el momento de escribir el primer verso en la canción del osado Príncipe Calder. Esperaba que no fuese el último.
—¡Su altecilla!
Calder se dio la vuelta.
—Foss Deep. Siempre apareces en mis mejores momentos.
—Puedo oler la desesperación.
Deep apestaba, y no únicamente desde un punto de vista moral. Estaba incluso más sucio de lo habitual, como si se hubiera sumergido en una ciénaga, lo cual Calder no dudaba que habría hecho si hubiera creído que había una moneda al fondo.
—¿De qué se trata? Tengo una batalla en la que morir gloriosamente.
—Oh, no querría ser la causa que impida que en el futuro canten baladas en tu honor.
—Ya cantan canciones sobre él —apostilló Shallow. Y Deep sonrió.
—Sí, pero no en su honor. Bueno, hemos encontrado algo que podría ser interesante.
—¡Mira! —Shallow señaló hacia el sur, mientras mostraba sus blancos dientes entre el barro que le manchaba la cara—. ¡Un arco iris!
Efectivamente, muy tenue, un arco iris se curvaba hacia la lejana cebada mientras la lluvia amainaba y el sol volvía a asomar, pero Calder no estaba de humor para apreciarlo.
—¿Sólo queríais atraer mi atención hacia la infinita belleza que nos rodea o habéis venido por algo más concreto?
Deep extrajo un papel, doblado y sucio. Calder tendió la mano y éste lo alejó teatralmente de su alcance.
—Te lo daré a cambio de un precio.
—El precio del papel no es muy elevado.
—Claro que no —dijo Deep—. Es lo que está escrito en el papel lo que le da el valor.
—¿Y qué es lo que está escrito en él?
Los hermanos se miraron uno al otro.
—Algo. Se lo quitamos a un tipo de la Unión.
—No tengo tiempo para esto. Lo más probable es que sea una carta a su madre.
—¿Una carta? —preguntó Shallow. Calder chasqueó los dedos.
—Dámelo y te pagaré en función de su valor. O si no, lárgate a otra parte a mercadear con tus arcos iris.
Los hermanos volvieron a intercambiar una mirada. Shallow se encogió de hombros. Deep le entregó el papel a Calder. A primera vista no parecía merecer demasiado la pena, estaba manchado de barro y de algo que se parecía sospechosamente a la sangre. Conociendo a aquellos dos, sin duda lo sería. En el interior había un mensaje escrito con buena letra.
Coronel Vallimir
Las tropas del General Mitterick están encontrando una fuerte resistencia en el Puente Viejo. Pronto obligarán al enemigo a emplear todas sus fuerzas. Por tanto, deseo que inicie usted su ataque de inmediato, según lo convenido, con todos los hombres a su disposición. Buena suerte.
Después, había algo que podría haber sido una firma, pero había quedado justo en mitad del pliegue y el papel estaba tan arrugado que Calder no consiguió descifrarla. Parecía una orden, pero nunca había oído hablar de ningún Vallimir. Hablaba de un ataque contra el Puente Viejo, lo cual tampoco podía considerarse una noticia. Estaba a punto de tirar el papel cuando se fijó en el segundo párrafo, escrito por otra mano algo más torpe.
Asegúrese de que el enemigo ha lanzado todos sus efectivos a la batalla antes de cruzar la corriente y, entretanto, procure no revelar su posición ante el flanco del adversario. Mis hombres y yo nos estamos dejando la piel en esto. No aceptaré que se les falle.
General Mitterick, Segunda División
Mitterick. Dow había mencionado su nombre. Era uno de los generales de la Unión. Decían que era astuto y temerario. ¿Mis hombres y yo nos estamos dejando la piel en esto? Parecía un idiota pomposo. Pero había ordenado un ataque para el que había que atravesar una corriente. En uno de los flancos. Calder frunció el ceño. No podía ser el río. Y tampoco el puente. Observó parpadeando el terreno, reflexionando. Preguntándose dónde podrían estar esos soldados para que dicha orden tuviera sentido.
—Por los muertos —susurró. Había hombres de la Unión apostados en el bosque occidental, dispuestos a cruzar el arroyo para atacar su flanco en cualquier momento. ¡Tenía que ser eso!
—Entonces, ¿tiene algún valor o qué? —preguntó Shallow, sonriendo burlonamente.
Calder apenas le oyó. Apartó a un lado a los dos asesinos y se apresuró hacia el montículo que se elevaba en dirección oeste, abriéndose paso entre hombres de rostros torvos que se encontraban apoyados contra el muro de Clail para poder ver más allá del arroyo.
—¿Qué sucede? —preguntó Ojo Blanco, acercando su caballo al otro lado de las piedras.
Calder extendió el baqueteado catalejo que solía utilizar su padre en su día y apuntó con él hacia occidente, ascendió por la colina cubierta de viejos tocones, situada más allá de las cabañas de los leñadores, y se detuvo en los umbrosos árboles del fondo. ¿Estarían llenos de soldados de la Unión, dispuestos a cargar a través de las poco profundas aguas tan pronto como le vieran ponerse en marcha? Ahí no se veía ni rastro de hombre alguno. Ni siquiera el resplandor del acero entre los árboles. ¿Podría ser un truco?
¿Debía cumplir su promesa y acudir en rescate de su hermano, arriesgándose así a mostrarle el desprotegido trasero de todo el ejército al enemigo? ¿O debía permanecer tras el muro y dejar que fuese Scale quien se quedase con el culo al aire? Eso último era lo más seguro, ¿verdad? Si mantenía firme la línea, evitaría el desastre. ¿O acaso se limitaba a decirse lo que quería oír? ¿Le aliviaba haber encontrado un modo de evitar la lucha? ¿Un modo de librarse del idiota de su hermano mayor? De tanto mentir ya ni siquiera estaba seguro de cuándo se decía la verdad a sí mismo.
Deseaba desesperadamente que alguien le dijese qué hacer. Deseó que Seff estuviera con él, pues ella siempre tenía unas ideas osadas. Y era muy valerosa. Calder no estaba hecho para salir cabalgando al rescate de nadie. Quedarse en retaguardia era más de su estilo. Así como intentar salvar su propio cuello. Y matar a los prisioneros. No personalmente, por supuesto, sino ordenar que otros los mataran. Y si se sentía lo bastante audaz, incluso se atrevía a retozar con las esposas de otros hombres mientras éstos luchaban. Pero nunca se había hallado en una situación como ésta. ¿Qué demonios debía hacer?
—¿Qué sucede?—preguntó Pálido como la Nieve—. Los hombres están…
—¡La Unión se encuentra en el bosque, al otro lado del arroyo!
Se hizo un silencio en el que Calder se dio cuenta de que había hablado con un tono de voz mucho más alto del necesario.
—¿La Unión está ahí? ¿Estás seguro?
—¿Por qué no han atacado ya? —quiso saber Ojo Blanco. Calder le mostró el papel.
—Porque tengo sus órdenes. Pero, antes o después, recibirán más.
Oyó cómo murmuraban los Caris a su alrededor y supo que la noticia estaba corriendo de boca en boca. Probablemente, eso no fuera algo malo. Probablemente, por eso lo había gritado.
—¿Qué hacemos entonces? —murmuró Ojo Blanco—. Scale está esperando que le ayudemos.
—¿Acaso crees que no lo sé? ¡Nadie es más consciente que yo de eso! —Calder siguió mirando en dirección a los árboles, abriendo y cerrando la mano que tenía libre—. Tenways.
Por los muertos, ahora se estaba aferrando al polvo, pidiendo ayuda a un hombre que había intentado que lo asesinaran apenas hacía un par de días.
—Hansul, ve hasta el Dedo de Skarling y dile a Brodd Tenways que hay hombres de la Unión aquí, en los bosques, en la zona oeste. Dile que Scale le necesita. Que necesita su ayuda de inmediato o si no perderemos el Puente Viejo.
Hansul alzó una ceja.
—¿Tenways?
—¡Dow dijo que nos ayudaría si lo necesitábamos! Pues ahora le necesitamos.
—Pero…
—¡Que vayas, te digo!
Pálido como la Nieve y Hansul se miraron mutuamente. Después Ojo Blanco volvió a subirse a su montura y cabalgó hacia el Dedo de Skarling. Entonces, Calder se dio cuenta de que todo el mundo le estaba observando, mientras se preguntaban por qué no había hecho aún lo correcto y no acudía al rescate de su hermano, mientras se preguntaban si deberían seguir siendo leales a aquel torpe idiota de pelo tan bien cuidado.
—Tenways tiene que ir a ayudarlo —musitó, sin estar seguro de a quién pretendía convencer—. Si perdemos el puente, la mierda nos llegará a todos al cuello. Y cuando digo todos, me refiero a todo el Norte —pronunció estas palabras como si alguna vez le hubiera importado algo todo el Norte o cualquiera que se encontrara más allá de la punta de su propio pie.
Su retórica patriotera convenció tan poco a Pálido como la Nieve como a sí mismo.
—Si el mundo funcionara de esa manera —observó el viejo guerrero—, no haría falta que existieran las espadas. No te ofendas, Calder, pero Tenways te odia tanto como la plaga odia a los vivos, y tampoco es que albergue sentimientos mucho más afectuosos hacia tu hermano. No arriesgará su vida ni la de sus hombres para salvar las vuestras, por mucho que diga Dow. Si quieres que tu hermano reciba ayuda, me temo que tendrás que brindársela tú mismo. Y pronto —añadió alzando sus blancas cejas—. Así pues, ¿qué hacemos?
A Calder le entraron ganas de golpearle, pero tenía razón. Deseaba golpearle porque tenía razón. ¿Qué debía hacer? Volvió a levantar el catalejo y escudriñó lentamente la línea que conformaban los árboles, primero hacia un lado, después hacia el opuesto. Y, entonces, se detuvo en seco.
¿Acaso había vislumbrado, por un instante, el reflejo de otro catalejo mirando directamente hacia él?
El cabo Tunny observó a través de su catalejo el muro de piedra seca. Se preguntó si por un instante había vislumbrado el reflejo de otra lente apuntando hacia él. Pero probablemente sólo lo había imaginado. Ciertamente, no parecía que estuviera pasando gran cosa.
—¿Algún movimiento? —preguntó Yema con voz aguda.
—No —Tunny cerró el catalejo y, después, se rascó su grasiento y cada vez más velludo cuello porque le picaba. Se sentía como si algo que no fuese él hubiera tomado posesión de su pescuezo. Una decisión difícil de comprender, ya que él mismo hubiera preferido estar en cualquier sitio menos en su pellejo—. Por lo que he podido ver, se limitan a seguir ahí sentados.
—Como nosotros.
—Bienvenido a los campos de la gloria, soldado Yema.
—¿Aún no han llegado las órdenes? ¿Dónde se ha metido el puñetero Lederlingen?
—Eso no hay manera de saberlo —Tunny hacía tiempo que había dejado de sorprenderse cuando el ejército no funcionaba como debía. Entonces, miró hacia atrás. Tras ellos, el coronel Vallimir estaba teniendo otra de sus rabietas, esta vez dirigida contra el sargento Forest. Yema se pegó a Tunny para susurrarle:
—Los de arriba siempre se cagan en los de abajo, ¿eh, cabo?
—Oh, veo que está adquiriendo un profundo conocimiento de los mecanismos que rigen las fuerzas armadas de Su Majestad. Estoy convencido de que algún día llegará a ser un buen general, Yema.
—No ambiciono a llegar más allá de cabo, cabo.
—Me parece una decisión muy sabia. Como puede ver.
—Seguimos sin recibir órdenes —estaba diciendo Forest, con el rostro contraído, como si le estuvieran obligando a soportar una flatulencia.