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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por un puñado de hechizos (49 page)

BOOK: Por un puñado de hechizos
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—Así que eres una amenaza —dijo Ivy; el aroma a cacao se alzó entre las dos cuando se sentó en las cajas, enfrente de mí—. Así que necesitas el subidón de una posible muerte para tener el alma en vilo y excitarte. No tiene nada de malo. Lo único que pasa es que eres una zorra de lo más poderosa, lo sepas o no. —Se inclinó hacia delante y me pasó la taza desportillada—. Ser peligroso no significa que no se sea de fiar. Bébete el cacao y supéralo de una vez. Después busca a alguien en quien confiar que se merezca confiar en ti.

Apreté la mandíbula y miré la taza que tenía en las manos. ¿Era para mí? Yo le había hecho una taza de cacao a ella la noche que Piscary la había violado en mente, cuerpo y alma. Subí la mirada por los vaqueros ceñidos de mi amiga y por el jersey largo, negro e informe que le colgaba hasta los muslos.

—Por eso espero —susurró cuando se encontraron nuestros ojos. Respiré hondo de repente cuando me di cuenta que me estaba cosquilleando la cicatriz invisible que tenía bajo mi nueva piel.

Ivy debió de percibirlo, porque se levantó.

—Lo siento —dijo al tiempo que estiraba la mano hacia la puerta.

—Ivy, espera. —Me daba miedo lo que me había dicho y no quería estar sola. Tenía que descifrarlo. Quizá Ivy tuviera razón.
Oh, Dios
, ¿
de verdad estaba tan jodida
?

Sus largos dedos se aferraron a la manija, lista para abrir la puerta de un tirón.

—La furgoneta apesta a las dos —dijo sin mirarme—. Debería servir unos cuantos días más, pero el estrés… Tengo que salir de aquí. Lo siento, maldita sea. —Respiró hondo antes de continuar—. Lo siento pero no puedo consolarte sin que mi sed de sangre se meta en medio. —Levantó la cabeza y me miró, había esbozado una sonrisa leve que reflejaba un dolor antiguo—. Menuda amiga, ¿eh?

Sin levantarme, hurgué con los dedos detrás de la cortina de la ventanilla que tenía encima y apreté el botón para abrirla. El corazón me iba a cien y aspiré una bocanada del aire con olor a pino y el zumbido del tráfico que pasaba.

—Eres una buena amiga. ¿Te sirve de algo? —le contesté con un hilo de voz. Ivy sacudió la cabeza.

—Vuelve a la habitación. Jenks no tardará en traer a Nick de una oreja. Podemos ver una película todos juntos y fingir que no ha pasado nada. Debería ser de lo más incómodo. Todo muy divertido. No habrá problema siempre que no me siente a tu lado.

Su expresión era serena, pero el tono de su voz era amargo. Arrugué la cara y envolví con los dedos el calor del cacao. No sabía qué pensar, pero estaba segura que no quería que Nick supiera que me había hecho llorar.

—Vete tú. Yo entraré cuando no tenga los ojos tan rojos.

Sentí que perdía algo cuando Ivy salió de la furgoneta y después se volvió rodeándose con los brazos para defenderse del frío. Era obvio que sabía que cuanto más tiempo me quedara allí fuera, más me iba a costar reunir el valor necesario para entrar.

—¿No tienes un hechizo de complexión? —preguntó.

—No funcionan con los ojos rojos —contesté sin más explicaciones.
Maldita sea
, ¿
se puede saber qué me pasa
?

Ivy guiñó los ojos bajo la luz brillante y la brisa gélida y después se le iluminó la cara.

—Ya sé… —dijo, después volvió a entrar y cerró la puerta de un portazo para que no entrara frío. La observé mientras apartaba la cortina delantera y revolvía en el salpicadero. Sus ojos habían recuperado su aspecto normal, el aire fresco le había hecho tanto bien como el cambio de tema—. Seguro que Kisten tiene uno aquí dentro… —murmuró, después se volvió con lo que parecía una barra de labios—. ¡Tachán!

¿
Tachán, eh
? Me erguí un poco más mientras ella maniobraba entre el desorden y se acercaba a sentarse a mi lado, en el catre.

—¿Carmín? —dije. No estaba acostumbrada a tenerla tan cerca.

—No. Te lo pones bajo los ojos y los vapores evitan que la pupila se dilate. Seguro que también quita la irritación. Kist lo usa cuando tiene resaca… entre otras cosas.

—¡Oh! —De repente me sentí el doble de insegura, no sabía que existía ese artilugio. Siempre había confiado en que las pupilas de un vampiro traicionarían su humor.

Con las piernas cruzadas por las rodillas, Ivy destapó la barra y la retorció hasta que salió una columna de gel opaco.

—Cierra los ojos y mira arriba. Separé los labios.

—Puedo ponérmelo yo.

Ivy lanzó un resoplido de irritación.

—Si te pones demasiado o te lo acercas demasiado al ojo, puede dañarte la visión antes de que se pasen los efectos.

Me dije que estaba siendo estúpida. Ivy estaba bien, no habría vuelto a entrar si no lo estuviera. Mi amiga quería hacer algo por mí y si no podía darme un abrazo sin que lo estropeara su sed de sangre, entonces por Dios que iba a dejar que me pusiera esa basura bajo los ojos.

—De acuerdo —dije, volvía acomodarme y levanté la cabeza.
Necesitas la emoción del peligro
; la frase revoloteó por mi cabeza pero la aplasté.

Ivy se acercó un poco más y yo sentí un roce ligero bajo el ojo derecho.

—Cierra los ojos —dijo en voz baja, su aliento me agitó un rizo.

Se me aceleró el pulso, pero cerré los ojos y los otros sentidos se intensificaron de repente. El gel olía a ropa limpia y tuve que sofocar un estremecimiento cuando una sensación fría me acarició bajo el ojo.

—Tú, eh, no usas esto mucho, ¿verdad? —pregunté, y me sobresalté cuando me tocó la nariz con un dedo.

—Kisten lo usa cuando trabaja —dijo con aspereza. Parecía estar bien, distraída pero tranquila—. Yo no, a mí me parece que es hacer trampas.

—Oh. —Al parecer era lo único que sabía decir. El camastro se movió un poco cuando Ivy se echó hacia atrás y se alejó un poco de mí. Yo bajé la cabeza y parpadeé varias veces, los vapores dejaban un escozor que no me parecía que fuera a disminuir el rojo de mis ojos.

—Funciona —dijo mi compañera con una sonrisita satisfecha para responder a mi pregunta aún antes de que yo la formulara—. Supuse que funcionaría con las brujas pero no estaba segura. —Me hizo un gesto para que mirara otra vez al techo y pudiera terminar, así que levanté la barbilla y cerré los ojos.

—Gracias —dije en voz baja, mis pensamientos eran cada vez más conflictivos y confusos. Ivy había dicho que los vampiros solo se molestaban en conocer bien a las personas que eran tan poderosas como ellos. Me pareció un estilo de vida solitario. Y peligroso. Y tenía mucho sentido. Ivy estaba buscando esa mezcla de peligro y fiabilidad. ¿
Por eso aguanta todas mis mierdas
?

¿
Pretende encontrar todo eso en mí
?

Me atravesó una fina oleada de angustia y contuve el aliento para que Ivy no pudiera percibirlo en mi exhalación. Era ridículo pensar que necesitaba el peligro para sentir pasión. No era verdad.
Pero ¿y si Ivy tenía razón
?

Ivy había dicho una vez que compartir sangre era una forma de mostrar un afecto profundo, lealtad y amistad. Era lo que yo sentía por ella, pero lo que ella quería de mí estaba tan lejos de todo lo que yo comprendía que tuve miedo. Aquella vampira quería compartir conmigo algo tan complejo e intangible que el superficial vocabulario emocional del ser humano y las brujas no tenía las palabras ni el fondo cultural necesario para definirlo. Ivy estaba esperando a que yo lo descifrara. Y yo lo achacaba todo al sexo porque no lo entendía.

Se me deslizó una lágrima bajo el párpado al pensar en lo sola que estaba Ivy, en lo mucho que necesitaba consuelo emocional y en lo frustrada que debía de sentirse al ver que, aunque yo entendía lo que quería, tenía miedo de averiguar si podía ir a encontrarme con ella a medio camino, si podía confiar en ella. Me quedé sin aliento cuando me secó las lágrimas con un dedo lleno de mimo, sin saber que lloraba por ella.

Se me disparó el corazón. El párpado inferior se me quedó frío e Ivy se apartó un poco. Bajé la vista y parpadeé con furia. Se oyó el chasquido del tubo cuando Ivy lo tapó, después me dedicó una sonrisa cauta. Sentí que estaba preparada para hacer del mañana un día inmensamente diferente del hoy y me atravesó una oleada de emoción, inesperada y embriagadora.
Quizá debería escuchar a los que más cerca tengo en términos del alma
, pensé.
Quizá debería confiar en los que están dispuestos a confiar en mí también
.

—Pues ya estás —dijo Ivy sin saber que estaba cayendo un rayo en mis pensamientos que los estaba realineando para dejar espacio para algo nuevo. La miré, a mi lado: había cruzado las piernas por las rodillas y levantaba la cortina para tirar el tubo a los asientos delanteros. Sin pensarlo, estiró una mano y me pasó un meñique bajo el ojo para igualarlo. El aroma a ropa limpia se alzó en el aire.

—Dios mío —susurró con los ojos castaños clavados en su obra—. Tienes la piel absolutamente perfecta. Es una preciosidad, Rachel.

Dejó caer la mano y a mí se me hizo un nudo en el estómago. Cuando se puso de pie me oí decir:

—No te vayas.

Ivy se detuvo con una sacudida. Se volvió con una lentitud exagerada y se quedó muy quieta y muy tensa mientras me miraba.

—Lo siento —dijo con la voz tan entumecida como la cara—. No debería haber dicho eso.

Me lamí los labios para humedecerlos con el corazón repicándome en el pecho.

—No quiero volver a tener miedo.

Sus ojos se pusieron negros con un destello. Me atravesó una punzada de adrenalina que me disparó el corazón. Ivy jugueteó con las manos la espalda, estaba en territorio desconocido y se había quedado pálida.

—Tengo que salir de aquí —dijo como si intentara convencerse a sí misma. Con una sensación de irrealidad, estiré el brazo, cerré la ventanilla y corrí la cortina.

—No quiero que te vayas. —No podía creer que estuviera haciendo aquello, pero quería saber. Me había pasado la vida sin saber por qué no encajaba, y con la sencilla explicación que Ivy me había dado, había encontrado la respuesta y la cura. Yo me había perdido, pero Ivy quería apartar de una patada las rocas que bloqueaban mi camino. No podía leer las palabras, pero Ivy llevaría mis dedos a trazar las letras que redefinirían mi mundo. Si tenía razón, mi amenaza oculta me había convertido en una paria para aquellos a los que quería amar, pero podía encontrar comprensión entre mis iguales, los traumatizados por la fuerza. Si eso significaba que tenía que encontrar un modo de demostrarle a alguien que me importaba, quizá debería ocultar mis miedos hasta que Ivy pudiera acallarlos. Ella confiaba en mí. Quizá fuera hora de que yo confiara en ella.

Ivy vio mi decisión y su rostro se quedó inmóvil cuando sus instintos la golpearon con fuerza.

—No puede ser —dijo—. No me obligues a ser yo la que tenga que decir que no, porque no puedo hacerlo.

—Entonces no lo digas. —Un hilo de miedo se deslizó por mi cuerpo y se convirtió en una astilla de tensión deliciosa que se hundió en lo más profundo de mis ingles y me hizo cosquillear la piel. Dios, ¿qué estaba haciendo?

La sentí luchar contra sus deseos y observé sus ojos, pero no encontré miedo en su negrura absoluta. Yo estaba impregnada de su aroma. El mío se extendía por la furgoneta como pañuelos de seda, se mezclaba con el de ella, provocándola, tentándola, lleno de promesas. Piscary estaba demasiado lejos para poder interferir. Quizá nunca volviera a surgir una oportunidad como esa.

—Estás confusa —dijo mientras se contenía con cuidado, inmóvil y pasiva.

Me cosquillearon los labios cuando me los lamí.

—Esto y confusa, pero no tengo miedo.

—Yo sí —me contestó sin aliento; bajó las pestañas oscuras, que descansaron sobre sus pálidas mejillas—. Sé cómo termina esto. Lo he visto demasiadas veces. Rachel, te han herido y ahora mismo no piensas con claridad. Cuando todo termine, dirás que fue un error. —Abrió los ojos—. Me gustan las cosas como están. Me he pasado casi un año entero convenciéndome de que prefiero tenerte como amiga, una amiga que no me dejará tocarla, a que seas alguien a quien he tocado y espantado. Por favor, dime que me vaya.

Me recorrió una oleada de adrenalina que se asentó en lo más profundo de mí ser. Me levanté sin aliento. Recordé la guía para la cita perfecta que me había dado y las sensaciones, tan exquisitas e incitantes como oscuras y aterradoras, que me había provocado antes de que yo aprendiera lo que no debía hacer. Se me pasó por la cabeza que la estaba manipulando, sabía que era incapaz de dominar sus impulsos cuando alguien estaba dispuesto. Yo podía manipulara Ivy para que hiciera lo que fuera, y eso hizo que me bañara un hormigueo de terror y anticipación.

Me planté ante ella y negué con la cabeza.

—Dime por qué… —me susurró, con el rostro crispado en una mueca de profundo dolor, como si tuviera la sensación de que estaba empezando a deslizarse hacia un lugar que temía y deseaba a la vez.

—Porque eres mi amiga —le respondí con un temblor en la voz—. Porque lo necesitas —añadí.

Un alivio profundo asomó en las profundidades de sus ojos, negros bajo la tenue luz de la furgoneta.

—No basta. Tengo tantas ganas de demostrártelo que me duele —dijo, su voz era una cinta gris—. Pero no lo haré si no puedes admitir que es por ti tanto como por mí. Si no puedes, entonces no merece la pena.

Me quedé mirándola en un estado casi de pánico ante lo que ella me estaba pidiendo que aceptase. Ni siquiera sabía ponerle nombre a las emociones que hacían que los ojos se me humedeciesen y que mi cuerpo desease algo que no podía comprender.

Al ver mi silencio aterrorizado, se dio media vuelta. Sus largos dedos agarraron el pomo de la puerta y yo me puse en tensión, ya que me daba cuenta de que todo estaba a punto de acabar, de que iba a convertirse en tan solo un incidente vergonzoso que ensancharía la brecha que nos separaba.

—Porque quiero confiar en ti —le respondí, presa del pánico—. Porque confío en ti. Porque lo quiero.

Apartó la mano de la puerta. Mi pulso empezó a latir en las venas, y me fijé en que los dedos le temblaban, consciente de que en mi voz se reflejaba la verdad, de que la había aceptado. Lo sentía. Lo olía en el aire, con sus sentidos increíbles y su cerebro todavía más increíble, capaz de descifrar aquel olor.

—¿Por qué me estás haciendo esto? —me preguntó desde la puerta—. ¿Por qué ahora?

Se dio la vuelta, y sus ojos encantadores me dejaron sorprendida. Sin aliento, me acerqué un paso y estiré un brazo, dubitativa.

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