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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por un puñado de hechizos (66 page)

BOOK: Por un puñado de hechizos
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Sonreí al fijarme en su cara joven e inocente, con una sonrisa traviesa. Era una extraña mezcla: era joven, pero al mismo tiempo era un padre preocupado, protector… y casi en el tramo final de su vida.

Sentí un nudo en la garganta y parpadeé con rapidez. Le echaría de menos. Jax nunca podría ocupar su lugar. Si existía un hechizo para alargarle la vida, lo usaría, fuese cual fuese el precio. Alargué la mano para apartarle el pelo de los ojos, pero la retiré antes de tocarlo. Todo el mundo muere. Los vivos encuentran una forma de superar la pérdida y todo continúa.

Deprimida, limpié una zona de la mesa. Con un poco de la sal marina que Jenks había comprado junto con sus nuevas mascotas, tracé tres círculos del tamaño de un plato, y los uní de modo que se formasen siete espacios distintos formados por tres arcos de cada círculo. Lancé una mirada por la habitación antes de recuperar el foco de mi bolso, que había guardado toda la noche entre mis pies, a salvo de Nick.

Jenks dormía en la mesa, Ivy dormía en la habitación trasera, después de volver de su «cita» tras la salida del sol, y Nick y Jax estaban fuera, asegurándose de que el airbag no estallase cuando Jenks hiciera chocar el camión Mack. Y los depósitos de nitrógeno. No podíamos olvidarnos de los depósitos que Nick llevaba en su camión, que explotarían al hacer impacto. No había un mejor momento que aquel para realizar la maldición. Me gustaría decir que había esperado tanto deliberadamente, hasta un momento tranquilo, sin perturbaciones, pero la verdad es que me sentía asustada. La energía de la estatua provenía de una maldición demoníaca, por lo que era necesaria otra para desplazarla. Una maldición demoníaca… ¿qué opinaría mi padre?

—Qué demonios… —susurré con una sonrisa. Mataría a Peter. ¿Qué era un poco de desequilibrio causado por una maldición comparado con aquello?

Con un nudo en el estómago, coloqué la estatua dentro del primer círculo, reprimiendo un escalofrío; después me limpié los dedos, porque seguía sintiendo en ellos el tacto resbaladizo del hueso antiguo. Jenks me había estado observando mientras realizaba aquellos preparativos antes, por lo que sabía perfectamente qué debía hacer a continuación, aunque él era el único que sabía que cuando había realizado el ritual con la estatua del lobo no había servido de nada. Había prendido las velas, pero no había realizado la invocación. El pequeño lobo con su maldición falsa había permanecido toda la noche sobre la mesa, y Nick había se había esforzado mucho en no mirarlo.

Lancé otro vistazo a la luz que se colaba entre las cortinas y me levanté. Me acerqué cuidadosamente al montón de objetos que Jenks había apilado junto a la tele. Cogí el tótem, y me sentí culpable a pesar de haberle pedido permiso para usarlo. Nerviosa, coloqué aquella talla con el lobo estilizado en la parte superior en el segundo círculo. En el tercero dejé un rizo de mi pelo, anudado.

Se me estaba formando un nudo en el estómago. ¿Cuántas veces me había explicado mi padre que nunca debía atar mi pelo, ni en broma? Anudar mechones de cabello creaba vínculos muy fuertes con una persona, sobre todo si se trataba de tu propio pelo. Lo que le sucediese a aquel mechón colocado en el tercer círculo me ocurriría a mí. Del mismo modo, lo que yo dijese o hiciese se vería reflejado en el interior del círculo. No era un símbolo de mi voluntad; era mi voluntad. Que la hubiese depositado en una mesa para ayudarme a modificar una maldición me hacía sentir náuseas.

Aunque estas pueden venir también del azufre
, pensé, sin culpara Jenks, aunque él se hubiese mostrado de acuerdo en mi decisión de dejar de tomarlo. Al menos en aquella ocasión se trataba de una dosis medicinal y no tenía que soportar mis propios cambios de humor.

—Venga —me susurré acercando la silla a la mesa. Miré a Jenks, saqué las velas de colores del bolso, y noté una cierta calma al escuchar el crujido del papel que las envolvía. La primera vez había empleado velas blancas, las que Ivy había escogido cuando se había llevado a Nick de compras, para darle un poco de honestidad a aquella gran mentira en la que habíamos convertido nuestras vidas. Las coloqué en la mesa y me sequé las palmas de las manos en los vaqueros. Únicamente había encendido las velas con la fuerza de voluntad en una ocasión, hacía solo unas horas, pero como el fuego de mi hogar, o bueno, el piloto de mi horno, estaba a más de quinientos kilómetros al sur de allí, tendría que usar mi voluntad.

Mis pensamientos vagaron hasta el Gran Al en mi cocina, dándome una lección sobre cómo colocar las velas en sus posiciones correctas. Había usado cinta roja encendida con su corazón, y seguramente estaría orgulloso de saber que era capaz de prender velas con energía de las líneas luminosas. Tenía que agradecerle aquello a Ceri, ya que se trataba de un hechizo que ella usaba para hervir agua modificado. Encenderlas con la voluntad no podía retener tanta energía como el uso de fuego del hogar de mi propia casa, pero casi.

—Línea luminosa —susurré, y sentí que todo se emborronaba al contactar con la línea que había a media ciudad de distancia. Me transmitía unas sensaciones distintas que la línea que cruzaba mi patio; era más salvaje, y latía con la fluidez característica y cambiante del agua.

El flujo de energía me atravesó, cerré los ojos mientras mis pies temblorosos indicaban que el torrente llenaba mi
chi
. Tardó un latido que pareció una eternidad, y cuando la fuerza se equilibró, me sentí demasiado llena, incómoda.

Con la mandíbula apretada, me aparté la melena roja de los ojos y arranqué un poco de cera de la base de una de las velas blancas, y lo sostuve con la lengua contra la parte interior de los dientes.


In fidem recipere
—pronuncié para fijar la vela en el estrecho espacio que quedaba entre el círculo en el que se encontraba el tótem y donde estaba mi cabello anudado. Mi pulgar y el dedo índice agarraron la mecha y los separé poco a poco, permitiendo que entre ellos naciese un punto de calor mientras pensaba las palabras
consimilis calefaccio
, y ponía en marcha un hechizo complicado de magia blanca para calentar agua.

Lo que había hecho en realidad era calentar la humedad que había entre mis yemas hasta que prendieron una llama, y había funcionado. La cera que me había colocado en los dientes funcionaba como objeto focal, de manera que no incendiase la cocina. Mi atención saltó a la pequeña quemadura de la mesa. Sí, estaba mejorando.

Me quedé mirando fascinada como la mecha empezaba a brillar y después se prendía cuando la cera empezaba a fundirse.
Una ya está; quedan dos
.

La siguiente era la vela negra. Me saqué los restos de cera blanca de los dientes e hice lo propio con la negra antes de colocarla en el espacio que conectaba los círculos entre el tótem y la estatua.


Traiectio
—jadeé y también logré encenderla.

La tercera era de oro, a juego con mi aura, y la situé en el espacio que quedaba entre la estatua y mi mechón de pelo.


Obsignare
—pronuncié mientras encendía la vela con un pensamiento estudiado.

Mi pulso se aceleró. Aquella mañana, bajo la vigilancia de Jenks, no había llegado más lejos. Levanté la cabeza, y vi que la respiración del pixie movía ligeramente los rizos que le caían más allá de la nariz. Oh, qué naricita tan pequeña tenía… Qué orejas tan monas.

Basta, Rachel
, me reprendí. Tenía que acabar con aquello antes de que se disparase la alarma de humos. Saqué una cinta adhesiva gris del bolso, la coloqué en el punto central entre los tres círculos, donde se cruzaban. Aquello era lo que más me asustaba. Había encendido la primera vela con una palabra de protección, la segunda con una de transferencia, la tercera con la palabra que sellaría la maldición para que no pudiese deshacerse. Que la vela gris se encendiese sola al final significaría que había manipulado correctamente la maldición, que era oficialmente una practicante de artes oscuras.

Dios, perdóname; es por una buena razón.

Bajo el resplandor de las tres velas, me apreté la yema para obligar a otra gota de sangre que brotase. El dedo sangrante trazó un símbolo cuyo significado yo no comprendía, y mojé el resto de la vela. Sentía como si mi fuerza de voluntad me hubiese abandonado junto con aquella gota de sangre, como si se hubiese fundido sobre aquellas láminas desvencijadas sobre las que reposaba aquel trozo de cera gris que concentraba todas mis intenciones.

Entre temblores, saqué la mano de los tres círculos. Aparté un poco la silla y me puse en pie, para evitar romper accidentalmente los círculos que había formado con las piernas colocadas debajo de ellos. Eché un último vistazo a las tres velas ya la que había marcado con mi sangre. La mesa refulgía con la luz de las velas; me sequé las manos en los vaqueros.


Rhombus
—susurré, y toqué el círculo más cercano con el dedo, para cerrar los tres.

Sufrí un espasmo cuando siempre jamás fluyó fuera de mi cuerpo, y una neblina formada por un aura negra empezó a envolver las velas, el tótem, la estatua y mi mechón de pelo. Nunca había trazado círculos entrecruzados antes; en los puntos en que se encontraban, el color dorado de mi aura se aclaraba, y creaba arcos brillantes por encima del tizne negro. Aunque eran pequeños, los círculos también eran impenetrables para todo excepto yo, ya que era yo la que los había levantado. El problema era que introducir el dedo en el interior para ayudar a lo que tenía que suceder rompería el círculo, y si hubiesen sido lo bastante grandes para que yo cupiese, corría el peligro de que mi alma se viese transportada con la maldición original.

Todo aquello podía suceder por la presencia de mi mechón de pelo. Era mi puente con el interior. La vela negra se apagaría cuando la energía se trasladase de la estatua hasta el tótem; la vela blanca se apagaría para proteger y evitar que ninguna parte de mí se viese absorbida por el nuevo artefacto, acompañando la energía del viejo que yo estaría canalizando; la vela dorada se apagaría cuando la transferencia se hubiese completado, y la sellaría para que no pudiese deshacerse.

Mi cuerpo vibraba con la energía de aquella línea luminosa que me era desconocida. No era del todo desagradable, aunque yo hubiese preferido que lo fuese. Con una mueca, extendí mi voluntad.


Animum recipere
.

Contuve el aliento al notar la fuerza creciente, el sabor a cenizas que brotaba del foco y me penetraba, que saturaba mis propias sensaciones hasta que solo quedé yo. Mi visión se emborronó y me balanceé sobre los pies. No podía ver aunque tuviese los ojos abiertos.

Me cantaba, me atraía, me llenaba como si me estuviese retorciendo los huesos y los músculos. Me convertiría en cualquier cosa que desease, me lo prometía todo, pero yo seguía negándomelo. Sentí el viento en mi cara y la tierra bajo mis pies. El sonido de la tierra rotando llenó mis oídos, y el picante aroma del tiempo penetró en mi nariz. Transcurría en un torrente demasiado rápido para poder verlo. Era lo que creaba a un hombre lobo… y me dolía. Mi alma se quejaba de no gozar de aquella libertad. Encorvada, me esforcé por seguir respirando tranquilamente, para no despertara Jenks. Podía ser cualquier cosa si lo aceptaba completamente, si le permitía que entrase en mí totalmente. Si tenía dudas de que Nick me hubiese pegado el cambiazo, ahora todas se habían desvanecido.

Pero yo no era un hombre lobo. Podía comprender la tentación porque había corrido como una loba, había formado parte de ellos, el viento me había transmitido sus mensajes. Pero no era una loba. Era una bruja, y aquella tentación no era lo bastante fuerte para obligarme a romper mi círculo y tomarlo para siempre dentro de mí, aunque aquello me destruyese en el proceso.


Negare
—susurré, asombrada cuando la palabra brotó de mí. Quería decir «no». Maldición, quería decir «no». Pero me había salido en latín… ¿Qué me estaba ocurriendo?

Con el pulso acelerado y sintiendo que empezaba a perder el control, vi que la vela blanca se apagaba. Me puse tensa mientras sentía que todo lo que había en mi interior se vertía en aquella talla barata de hueso. Me sostuve, me mantuve de una pieza mientras la maldición demoníaca me abandonaba y se llevaba con ella todo el dolor y la tentación. La vela blanca apagada me había protegido, me había mantenido intacta, me había mantenido unida para que solo brotase de mí la maldición; nada más, nada menos.

Cuando se apagó la vela negra pegué un respingo. Sin respirar, observé los tres círculos, consciente de que la transferencia se había completado, que la maldición había sido renovada. Sentía la energía que palpitaba en el tótem, como un torbellino, buscando una fisura en mi voluntad para poder escapar y liberarse. Con una oración fijé la mirada en la vela dorada.

Se apagó en el mismo momento que se encendía la gris y sentí que el alivio me llenaba. Había acabado.

Con los ojos cerrados, agarré el respaldo de la silla. Lo había logrado. Para bien o para mal, era la primera usuaria de magia demoníaca a este lado de las líneas luminosas. Bueno, también estaba Ceri, pero ella no podía realizarlas invocaciones.

Con dedos temblorosos, toqué el círculo de sal para romperlo. Mi aura entró en contacto con él y la energía de la línea brotó del círculo y penetró en mí. Solté la línea y mi cabeza cayó. La realidad tardó tres segundos en recobrar el equilibrio, en pegarme un buen bofetón.

Apreté los dientes para evitar dejar escapar un gemido. Me tambaleé hacia atrás hasta llegar a la pared, golpear los armarios y resbalar hasta el suelo, porque no había sido lo bastante rápida. Sentí que el pánico me atravesaba; sabía que iba a suceder eso… lo había estado esperando. Y sobreviviría.

No podía respirar, y bajé la cabeza mientras intentaba pensar que todo estaba bien, que no sucedía nada aunque la negrura me estuviese empapando, añadiendo otra capa a mí alrededor, dando una nueva forma a mi personalidad, cambiándola. Mis marcas demoníacas empezaron a palpitar, y yo apreté los ojos con fuerza mientras escuchaba el ritmo atronador de mi pulso.
Lo acepto
, pensé, y sentí que la cinta que llevaba alrededor del pecho se debilitaba. Respiré rápidamente, pero sonó como un sollozo.

Me brotaban lágrimas de los ojos, y me di cuenta de que alguien me estaba sujetando por el hombro mientras yo me sentaba con la espalda apoyada en los armarios.

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