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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por un puñado de hechizos (51 page)

BOOK: Por un puñado de hechizos
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Ivy se colocó encima de mí, con mi sangre roja brotándole de la boca. Tenía el aspecto de una diosa: por encima de las leyes del alma y la mente. Sus ojos estaban completamente ennegrecidos, y sonreía sin recuerdos, consciente de que era suya, de que podía hacer conmigo lo que desease, sin importar que aquello fuese bueno o malo. Ivy había desaparecido, dominada completamente por el ansia que le había obligado a sentir, sin las riendas que le proporcionaba el amor.
Dios, yo misma me he buscado 1a muerte
.

Sentí que había decidido acabar con lo que había empezado un segundo antes de que se moviese.

—¡Ivy, no! —grité, levantando un brazo para mantenerla alejada. No sirvió de nada.

Chillé cuando cayó encima de mí. Era una pesadilla hecha realidad. Me sentía impotente mientras me sujetaba los hombros contra el suelo. Cogí aire para poder gritar, pero se convirtió en un gemido de placer cuando ella encontró mi cuello. Una sensación, como un témpano de hielo atravesándome, me recorrió todo el cuerpo. El éxtasis me obligó a colocarme en una posición arqueada, con un movimiento de vaivén que duró solo un instante, antes de caer de nuevo, intentando respirar.

Nos unimos como una sola otra vez en el suelo. Su pelo caía suavemente sobre mi garganta, como un cepillo de seda mientras hundía cada vez más profundamente sus colmillos y tiraba de nuevo de mí. Con un gemido, me vi envuelta en una niebla de dolor, de miedo, de euforia. Sus dientes parecían de hielo y fuego. Miré el techo, sin poder enfocar mi mirada, mientras el letargo de la parálisis me llenaba las venas y aquel deseo exquisito me encendía el alma mientras yo perdía la voluntad de moverme.

Ivy había hecho lo que yo le había pedido. Había dejado a un lado sus sentimientos de amor y había perdido el control. Cuando me soltó los brazos para acercar mi cuello de nuevo a su boca, me di cuenta de que aquello había llegado demasiado tarde. Le había pedido que cambiase por mí, y ahora iba a morir por mi temeridad y mi estupidez.

Un entumecimiento me dominaba. Mi pulso se debilitó y mis extremidades se enfriaron. Iba a morir. Iba a morir porque tenía miedo de admitir que tal vez amara a Ivy.

Sentí un golpe lejano: era mi mano, que había caído sobre la alfombra sucia del suelo. El golpe resonó en mi interior, una y otra vez, como si fuese un latido de corazón que estuviese fallando. Alguien gritaba en la distancia, pero aquello no tenía importancia comparado con los destellos de luz que ribeteaban el borde de mi visión, imitando a las chispas de mi mente y de mi cuerpo. Dejé escapar el aire mientras Ivy lo tomaba todo, y tirité cuando mi aura se alejó de mí, acompañando a mi sangre. Ivy era la única cosa cálida que seguía existiendo en el mundo, y yo deseaba que me acercase más a ella, para no morirme de frío. El atronador golpeteo de mi corazón pareció vacilar ante el sonido del metal desgarrándose. El frío y la luz cayeron sobre nosotras, y yo gemí cuando Ivy se apartó de mí.

—¡Ivy! —gritó Jenks, y me di cuenta de que aquel golpeteo no había sido mi corazón, sino Jenks aporreando la puerta trasera—. ¿Qué estás haciendo?

—Es mía —bramó Ivy, salvaje, irreal.

Yo no podía moverme. Se oyó otro golpe atronador, y la furgoneta se balanceó. El aire era frío, y yo gimoteé. Adopté una posición fetal, alzando las rodillas hasta el pecho. La sangre que me brotaba del cuello me calentó los dedos, que después se me quedaron fríos. Estaba sola. Ivy había desaparecido. Había alguien gritando.

—¡Estúpida, estúpida zorra vampira! —exclamó—. ¡Lo prometiste! ¡Me lo prometiste!

Me encogí sobre mí misma y entrecerré los ojos, el aire era frío y yo estaba temblando cuando me asomé por la parte de atrás de la furgoneta. Había pasado algo. Estaba muerta de frío. Había mucha luz e Ivy no estaba.

Se oyó el chasquido de unas alas de libélula.

—Jenks… —dije sin aliento, se me cerraban los ojos.

—Soy yo, señorita Morgan —dijo la voz más aguda de Jax y sentí la sensación cálida del polvo de pixie en los dedos con los que me sujetaba el cuello—. ¡Por las bragas de Campanilla, se está desangrando!

Pero Ivy estaba llorando, lo que me obligaba a dejar de pensar en la furgoneta oscura y salir al sol.

—¡Rachel! —gritó Ivy, el pánico le invadía la voz—. Oh, Dios, ¡Rachel!

Se oyó el tintineo de algo de metal arañando otra cosa y unos pasos apresurados.

—¡Fuera de ahí! —exigió Jenks, y oía Ivy gritar de dolor—. No puede ser tuya. ¡Ya te dije que te mataría si le hacías daño!

—¡Está sangrando! —rogó Ivy—. ¡Déjame ayudar!

Conseguí abrir un poco los ojos. Estaba en el suelo de la furgoneta y notaba el olor de la alfombra de color verde mate con un aroma húmedo e intenso. Olía también la sangre y el cacao. Seguía temblando pero intenté ver más allá del fulgor brillante del sol.

—No se mueva, señorita Morgan —dijo Jax con tono atento y yo luché por comprender. Tenía los dedos calientes y fríos a la vez por la sangre. Se oyó otro arañazo de metal contra piedra y yo intenté mirar y concentrarme.

La parte de atrás de la furgoneta estaba abierta. Jenks se interponía entre Ivy y yo con la larga espada de Ivy en la mano. Ivy estaba encorvada y se sujetaba el brazo, que le sangraba, las lágrimas le mojaban las mejillas con un dolor desesperado. Mis ojos se encontraron con los suyos aterrados y se abalanzó hacia mí.

Jenks se convirtió en un contorno borroso de movimiento y la catana de Ivy dio varias cuchilladas. Ivy cayó a un lado y se estiró para rodar por la acera e intentar mantenerse fuera del alcance de Jenks. Me dio un vuelco el corazón de puro miedo cuando el pixie la siguió, la espada resonó sobre el asfalto tres veces, siempre un instante después de que ella se moviera. Dios mío, qué rápido era, y creo que lo único que le impedía seguir y darle un golpe mortal era su deseo de seguir interponiéndose entre ella y yo.

—¡Jenks! ¡Sal de mi camino! —exclamó Ivy, después se levantó de un salto con las manos levantadas para apaciguara Jenks—. ¡Me necesita!

—No te necesita —gruñó el pixie—. Has estado a punto de matarla.

¡Vampira estúpida! Estabas deseando escapar de la influencia de Piscary, ¿eh? La sedujiste y después casi la matas. ¡Podrías haberla matado!

—¡No fue así! —rogó Ivy, ya lloraba—. Déjame acercarme. ¡Puedo ayudar!

—¿Y por qué coño te importa? —Hubo otro estruendo de piedra y metal y me obligué a respirar cuando empecé a desmayarme.

—¡Rachel! —exclamó Ivy, lo que me obligó a mirarla—. Lo siento. ¡No sabía que iba a pasar esto! ¡Creí que era mejor! De verdad. Lo siento. ¡Lo siento!

Jenks lanzó un grito fiero y se abalanzó hacia ella. Ivy se apartó de un salto haciendo un molinete con los brazos. Jenks la siguió y los dos se quedaron inmóviles cuando Ivy aterrizó contra el asfalto. La sangre se le filtraba entre los dedos con los que se sujetaba el brazo y a mí me vaciló el corazón cuando Jenks terminó la cuchillada a meros centímetros de la garganta de Ivy. Luché contra el mareo y el aturdimiento y me arrastré a la puerta. Jenks iba a matarla. No era la primera vez que mataba para salvarme la vida. Iba a matar a Ivy.

Jenks se alzaba con los pies separados y una postura amenazante.

—Maldita egoísta, puta vampira —entonó—. Dijiste que no lo harías. Lo prometiste. Ahora lo has estropeado todo. No podías aceptar lo que podía darte, ¡así que lo cogiste todo!

—No lo cogí. —Ivy se quedó tirada al sol con la espada en la garganta y el sol reflejándose en ella y en sus lágrimas—. Le dije que no. Le dije que parara —sollozó—. Me lo pidió ella.

—Eso no te lo pediría —escupió el pixie, y le dio un tirón a la espada, que rozó la piel blanca y dejó una línea roja—. Estropeas todo lo que amas. Todo, puta zorra, estás enferma. Pero no vas a destrozara Rachel, y una mierda, no pienso permitirlo.

Los ojos de Ivy salieron disparados a encontrarse con los míos, con el rostro manchado de lágrimas y aterrorizado. Se le movió la boca pero no le salió ninguna palabra. Se me encogieron las tripas cuando vi que aceptaba las palabras de Jenks como la pura verdad. El pixie sostenía la espada contra su garganta; iba a utilizarla e Ivy no haría nada para impedirlo.

Jenks movió las manos. Echó hacia atrás la espada. Ivy me miró, se sentía demasiado culpable para hacer nada.

—No —susurré, aterrada. Crispé los dedos y alcancé el borde de la furgoneta, después, empujando como podía con los pies, me adelanté. Tenía a Jax en medio, chillaba algo con voz estridente y sus alas de libélula destellaban ante mi visión oscurecida.

—¡Jenks, para! —exclamé y me caí de la furgoneta. Helado y duro, el as falto me golpeó el hombro y la cadera y me arañó la mejilla. Cogí una bocanada de aire que fue más como un grito y me concentré en el asfalto gris como si fuera mi muerte inminente.
Oh, Dios. Ivy iba a dejar que Jenks la matara
.

—¡Rachel! —Se oyó el estrépito metálico de la espada cayendo y de repente tenía a Jenks allí, recogiéndome y apoyándome en el suelo duro. Me costó pero me centré en él, conmocionada por tenerlo tan cerca a Jenks no le gustaba que lo tocaran.

—No fue culpa suya —dije sin aliento mientras me centraba en sus ojos. Eran tan verdes. Olvidé lo que quería decir. Mi respiración sonaba forzada y me dolía la garganta—. No fue culpa suya.

—Chss —susurró él, y se le arrugó la frente cuando me oyó gemir al cogerme en brazos y ponerse de pie de un tirón—. Todo va a ir bien. Te vas a poner bien.

»Ella se va a ir. No tienes que volver a preocuparte por ella. No dejaré que ningún vampiro te haga daño. Puedo hacerlo. Me quedaré así, grande, y me aseguraré que nadie vuelve a hacerte daño. Todo irá bien. Me aseguraré de que estés a salvo.

Los efectos de la saliva de vampiro estaban pasando a toda prisa. Mientras me llevaba, comenzó a invadirme un dolor muy fuerte y empecé a perder el sentido. Tenía frío y me recorrían los temblores.

El movimiento de Jenks se detuvo y me acunó contra él mientras se inclinaba sobre Ivy. En sus brazos se percibía una tensión dura.

—Vete —dijo Jenks—. Coge tus cosas y vete. Te quiero fuera de la iglesia cuando volvamos. Si te quedas, vas a matarla, como a todos los demás lo bastante estúpidos como para amarte.

A Ivy se le escapó un gemido y Jenks se alejó caminando a paso rápido rumbo a la oscuridad cálida de la habitación del motel.

Yo era incapaz de coger aire para hablar. Los sentidos sollozos de Ivy se sucedían uno tras otro. Yo no quería que se fuera. Oh, Dios, solo había querido demostrarle que confiaba en ella. Solo quería entenderla… a ella ya mí misma.

La sombra de Jenks cayó sobre mí y me puse a temblar. Empezaron a caerme las lágrimas cuando vi que todo se derrumbaba. Podía oírla llorar, sola y perdida. Iba a irse. Iba a irse por lo que yo le había pedido que hiciera. Y mientras escuchaba llorara Ivy, sola e invadida por la culpa, tirada en el asfalto, algo se rompió en mi interior. Ya no podía seguir mintiéndome. Aquello iba a matarme.

—Yo le pedí que me mordiera —susurré—. Jenks, no la dejes ahí. Me necesita. Se lo pedí yo. —Me invadió un sollozo que me hizo daño cuando se liberó—. Solo quería saber. No pensé que perdería el control así.

Jenks se detuvo con una sacudida debajo del cartel del motel.

—¿Rachel? —dijo, perplejo. Se oyó un chasquido de alas de libélula y me pregunté cómo podía llevarme si era un pixie.

No podía ver a Ivy pero los sollozos se habían detenido y me pregunté si me había oído. Me costaba respirar y me atraganté con una bocanada de aire. Los ojos escandalizados de Jenks estaban a milímetros de los míos. Había prometido que no me iría y me negaba a dejar que Ivy huyera sintiéndose culpable. Los necesitaba a los dos. Necesitaba a Ivy.

—Tenía que saberlo —susurré y en la cara de Jenks se dibujó una expresión de pánico—. Por favor —dije sin aliento, mi visión empezaba a oscurecerse, a Dios gracias—. Por favor, vetea buscarla. No la dejes sola. —Se me cerraron los ojos—. Le hice tanto daño. No la dejes estar sola —dije, pero no sé si conseguí ponerlo en palabras antes de desmayarme.

23.

Me estaba moviendo, lo que me confundía terriblemente. No me parecía que estuviera inconsciente y desde luego no sabía lo que estaba pasando, pero alguien me rodeaba con sus brazos y podía oler el aroma intenso de la clorofila. Intentar adivinar si estaba fuera con los ojos cerrados o dentro con los ojos abiertos era pedirme demasiado. Tenía frío, pero llevaba muerta de frío una eternidad.

Reconocí la sensación de que alguien me bajaba, seguida por una cama apretándose contra mí. Intenté hablar pero fracasé. Una mano grande me acunó la cabeza y alguien me quitó la almohada. Me hundí un poco más en el edredón al tiempo que alguien me levantaba las rodillas y metía la almohada debajo.

—No te duermas, Rache —dijo una voz, acompañada por el olor a caramelo, intenté recordar cómo se abrían los ojos. Había unas manos sobre mí, ligeras y cálidas—. No te desmayes. Déjame traerte un poco de agua primero y después ya puedes descansar.

Se me balanceó la cabeza, acompañada por un dolor palpitante en el cuello. La voz había sido suave pero había un matiz de pánico en ella. Al pensar en agua supe el nombre de la sensación que no terminaba de comprender.
Tengo sed. Sí, eso es lo que siento
.

Tenía ganas de vomitar y abrí los párpados un poco mientras me quedaba suspendida en un estado demasiado agotado como para moverme. Me acordaba de eso. No era la primera vez que lo hacía.

—¿Dónde está Keasley? —susurré, y lo oí salir de mi boca en una leve bocanada de aire. Nadie me oyó por encima del sonido del agua corriente.

—Jax, coge una pajita —dijo la voz preocupada—. En la basura, junto a la tele.

Se oyó el sonido del crujido del celofán y alguien me movió las piernas para meter otra almohada debajo. Fue como si se descorriera un velo y de repente todo adquirió sentido. Abrí los ojos y la realidad se realineó otra vez. Estaba en la habitación del motel. Estaba en la cama con los pies subidos para que quedaran a más altura que la cabeza. Tenía frío. Jenks me había metido en brazos en la habitación y ese puntito de sol con alas que flotaba junto a la tele era Jax.

Oh, Dios. Le había pedido a Ivy que me mordiera. Respiré hondo e intenté incorporarme.

Jenks me puso de repente las manos encima y me empujó por los hombros.
Tiene unas manos muy grandes
, pensé mientras intentaba centrarme. Y
calientes
.

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