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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por un puñado de hechizos (50 page)

BOOK: Por un puñado de hechizos
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—No sé qué hacer… —le dije—. No me gusta sentirme como una idiota. Por favor, haz algo.

No se movió. Una lágrima había brotado de sus ojos, y yo estiré la mano para enjugársela. Ivy se movió rápidamente y me agarró de la muñeca. Sus dedos, en comparación con el brazalete de oro negro de Kisten, resultaban ásperos, y su blancura cubría la marca demoníaca. Reprimí la necesidad instintiva de separarme, y me mostré flexible cuando me acercó a ella, cuando dirigió mi mano hacia la parte inferior de su espalda.

—Esto no está bien —susurró cuando quedamos con los cuerpos casi tocándose, en contacto tan solo por el pelo, por el brazo con el que le rodeaba la cintura, por su presa sobre mi muñeca.

—Pues haz que lo esté —respondí yo. El círculo pardo de sus ojos disminuyó. Respiró profundamente, cerró los ojos y olió las posibilidades de lo que yo estaba dispuesta a hacer. Cuando los abrió, sus ojos estaban completamente ennegrecidos; había desaparecido hasta el último resquicio de marrón.

—Tienes miedo.

—No tengo miedo de ti. Tengo miedo de no ser capaz de olvidar. Tengo miedo de que esto me cambie.

Los labios de Ivy se separaron.

—Te cambiará —dijo entre respiraciones, a solo unos centímetros de mí. Me estremecí y cerré los ojos.

—Entonces ayúdame a no tener miedo hasta que lo comprenda.

Sus dedos acariciaron ligeramente mi hombro, y yo pegué un respingo, abriendo los ojos completamente. Algo había cambiado. Respiré profundamente, pero jadeé cuando ella empezó a moverse. Di un paso hacia atrás. Su mano me agarraba del hombro, la otra todavía me sujetaba la muñeca a su espalda, y ella me siguió hasta que mi espalda chocó contra el lateral. Con los ojos bien abiertos, fijos en ella, contuve el aliento, incapaz de quejarme. Había visto aquello antes; por Dios, lo había vivido.

Con una expresión cargada de intenciones, el ansia de sangre de Ivy tocó algo en mi interior e hizo que mi sangre se acelerase. Los dedos con que me sujetaba se hicieron más firmes, y su respiración se aceleró. Me repetí que aquello era lo que deseaba. Lo creía. Lo aceptaba.

—No tengas miedo —me dijo mientras se detenía, preparada.

—No lo tengo —le mentí, mientras un escalofrío me estremecía. Dios, iba a suceder.

—Si lo estás, vas a desencadenar la parálisis. No puedo controlarla, y es el miedo lo que la dispara. —S u mirada se separó de la mía, y sentí algo maravilloso en mi interior cuando ella me miró el cuello. Cerré los ojos al sentir que el deseo y el miedo se mezclaban en mi interior. Acepté la sensación de que ella estuviese tan cerca de mí. ¿Necesitaba el peligro para recordarme que estaba viva? ¿Aquello estaba mal? ¿Importaba si solo me preocupaba a mí?

Con la cabeza gacha, Ivy se inclinó hacia mí.

—Por favor, no tengas miedo —me pidió. Sus palabras cosquillearon sobre mi piel, la atravesaron—. Quiero que seas capaz de tocarme… si lo deseas.

Sus últimas palabras sonaron perdidas, solitarias, temerosas de volver a herirme. Abrí los ojos de golpe.

—Ivy —le supliqué—. Ya te lo he dicho… Solo puedo darte esto…

Ella se movió, y mis palabras se detuvieron cuando puso un dedo sobre mis labios.

—Es suficiente.

El contacto con Ivy, tan suave como una pluma, envió un estallido de adrenalina por mi cuerpo. Respiré profundamente cuando el peso de ese dedo desapareció. Exhalé y su mano libre se desplazó hacia el hueco que quedaba entre el lateral de la furgoneta y mi espalda. Mis ojos se cerraron cuando sus dedos me presionaron, me acercaron a ella. Con el aliento entrecortado, me esforcé porque me sostuviesen las rodillas, consciente de que esas sensaciones acabarían por derribarme. Sentí que la emoción se alzaba en mí, sentía que ella notaba lo mismo que yo.

—¿Ivy?

Sonaba asustada, y ella me apartó el pelo de la cara.

—Lo he deseado tanto tiempo… —susurró, con los labios acariciando la suave piel de debajo de mi oreja. La humedad de su aliento hizo que temblase por aquella mezcla de sensaciones familiares y desconocidas. Con un suave suspiro, ladeó la cabeza hasta que sus labios encontraron mi clavícula, y juguetearon tímidamente con mi antigua cicatriz. Unos latigazos de sensualidad palpitaron con mi corazón, y empezaron a pesar en mi interior.
Dios, sálvame de mí misma
.

La tensión me obligó a abrir los ojos cuando sus dedos trazaron un caminito por mi cuello. Las sensaciones florecieron, y yo eché la cabeza para atrás mientras absorbía una nueva oleada de aire. Su brazo se deslizó por mi cintura, y me sujetó antes de que cayese al suelo.

—Rachel… Dios, qué bien hueles —dijo, y un torrente de calor fluyó a través de mí mientras sus labios me acariciaban con sus palabras. La suavidad de sus dientes sobre mi piel hizo que el pulso se me acelerase mientras intentaba recuperar el aliento—. ¿No me dejarás? Prométeme que no lo harás…

No me pedía que fuese su sucesora; lo único que quería era que no la dejara.

—No te dejaré.

—¿Me entregas esto?

—Sí —susurré, temblando por dentro.

Ivy exhaló; sonó como si acabarán de liberarla. Mi sangre se aceleró, y se mezcló con el miedo residual a lo que podía suceder si la excitaba demasiado. Sus labios tocaron la parte inferior de mi cuello, y la estancia empezó a dar vueltas, grabando a fuego líneas de placer en mi interior. Respiré al sentir la promesa de que aquello iría a más. Lo respiré como si fuese humo, con la pasión de sentir que me abandonaba a mi interior. No me importaba si aquello estaba bien o estaba mal. Aquello simplemente estaba.

Su presa sobre mi hombro se hizo más dura, y poco a poco sentí como me presionaba sobre la piel, como sus dientes se clavaban en mí sin más preámbulos.

Gemí al sentir aquel miedo, aquel deseo. Mis rodillas cedieron, e Ivy me sujetó con más fuerza. Me tocaba ligeramente, me sostenía de pie mientras yo me convertía en un ser flácido, como si el cuerpo se me hubiese apagado, pero su boca en mi cuello atacaba con una necesidad salvaje, feroz. Y tiró de mí.

El aire salió a borbotones. Jadeando, me puse en tensión, mis manos se alzaron para agarrarla y la sujeté cuando su cuerpo amenazaba con separarse de mí por miedo a haberme hecho daño.

—No —gemí, con el fuego atravesándome—. No te detengas. Dios… no…

Mis palabras la penetraron, y hundió todavía más profundamente sus dientes en mí. Mi aliento explotó. Durante un segundo quedé colgada, incapaz de pensar. Se sentía tan bien… Todo mi cuerpo estaba vivo, dolorido. Una pulsión sexual me atravesó, un torrente de promesas.

De algún modo pude respirar una vez, y otra. Lo hacía de forma rápida, entrecortada. La sujeté con fuerza; deseaba que continuase, pero era incapaz de decírselo. Sus labios se separaron de mí, y con una pulsión de sensaciones, el mundo volvió a convertirse en algo que podía reconocer.

Nos habíamos separado del lateral de la furgoneta y ahora nos apoyábamos en la puerta cerrada. Ivy me sujetaba contra ella con la urgencia de la posesión.

Aunque había separado sus labios de mí, todavía sentía su respiración sobre mi piel abierta, como una tortura exquisita. No había miedo.

—Ivy —le dije, y sentí que las palabras brotaban como un sollozo.

Con la tranquilidad que le suponía saber que todo iba bien, ella volvió a inclinar la cabeza hacia mí; su boca volvió a entrar en contacto conmigo, a sorberme la sangre, la voluntad.

Intenté respirar, pero no lo logré. La acerqué a mí, con las lágrimas brotando de mis ojos cerrados. Era como si su alma estuviese hecha de fuego líquido, y yo podía sentir su aura, como un torbellino alrededor de la mía. No solo me estaba absorbiendo la sangre, también lo hacían con el aura. Yo no echaría en falta lo que ella podía llegar a quedarse, y yo quería dársela, permitir que tuviese una parte de mí en su interior que la protegiese… Sus necesidades la hacían un ser tan frágil…

Las feromonas vampíricas me invadieron como una droga, y sus dientes parecían nuevas dosis. Mis dedos se movieron con espasmos, y mi áspero contacto despertó chispas en su interior. Volvió a penetrar en mí, y sus dientes me llevaron hasta un estado de tensión jadeante. No podía pensar, y la sujeté contra mí, temerosa de que se fuese.

A través de la mezcla de nuestras auras, sentía su desesperada necesidad, su deseo de seguridad, de satisfacción, su ansia por probar mi sangre, consciente de que aunque se la entregaba libremente, ella se sentiría perseguida por la culpa y la vergüenza.

La compasión brotó en medio de aquel estado de éxtasis en que me encontraba. Ella me necesitaba. Ella necesitaba que la aceptase por lo que era. Y cuando me di cuenta de que en mi interior podía darle al menos aquella pequeña parte de mí, mis últimos miedos se fundieron. Abrí los ojos, pero no lograba ver los laterales de la furgoneta.
Confío en ella
, pensé, mientras los bordes de nuestras auras se convertían en un borrón y empezaban a desmoronarse las últimas barreras.

E Ivy fue consciente del instante preciso en que sucedió.

Un sonido suave surgió de ella, una mezcla de delicia y de asombro. Mantuvo bien sujeta mi cabeza mientras sus labios se afanaban en mi cuello, y su mano se deslizaba cada vez más abajo, hasta localizar mi cintura. Sus largos dedos vacilaron, y mientras ella tiraba de mí con más fuerza, hasta hacer que una aguja plateada, afilada, me atravesase; su palma fresca se coló por debajo de mi camiseta y empezó a acariciar mi torso. Las puntas de los dedos buscaban. Yo me estremecí y ella me imitó.

—Ivy —suspiré, sintiendo que un nuevo miedo cortaba el éxtasis—. Espera…

—Yo creía que… —susurró ella, con la voz convertida en calor oscuro, deteniendo la mano.

—Dijiste que con la sangre era suficiente —continué, flotando alrededor del pánico, intentando centrarme aunque me resultaba complicado llegara abrir los ojos. El corazón me latía con fuerza. No conseguía respirar suficiente aire, pero tampoco lograba reunir el deseo de alejarla de mí. Parpadeé y me tambaleé cuando me di cuenta de que ella estaba sujetando todo mi peso—. No… no puedo…

—Me he equivocado —respondió ella, acunando mi cabeza en el hueco que quedaba entre su hombro y su cuello. El contacto de su mano sobre mi garganta se hizo más firme, perdió aquel tacto suave y se convirtió en algo dominante—. Lo siento. ¿Quieres que me detenga del todo?

Un centenar de pensamientos me atravesaron: lo estúpida que había sido, la posición vulnerable en la que había caído, el riesgo que estaba corriendo, el futuro que estaba formando para mí misma, el torrente de adrenalina que ella estaba creando en mi interior.

—No —jadeé, perdida en el pensamiento de las sensaciones de hundir el rostro en el hueco entre su oreja y su cuello, y devolverle el favor.

Un suspiro de alivio grave brotó suavemente, casi imperceptible, y su mano se deslizó desde mi hombro por mi espalda. Me apretó, me acercó a ella. Yo solté un respingo, con las manos agarrándola mientras imaginaba el calor de mi sangre llenándola, descubriendo su sabor, consciente de cómo llenaba el terrible vacío de su futuro que ser una no muerta le tenía reservado.

Mi cuerpo se tensó cuando sentí que volvía a hundir sus dientes en mí. El deseo de responder del mismo modo, la necesidad de reprimirme encendía hasta el último resquicio de mi cuerpo. Dios, aquellas emociones gemelas de deseo y negación acabarían conmigo, eran tan intensas que no era capaz de discernir si eran de dolor o de placer.

Sentía la respiración entrecortada de Ivy sobre mi piel, y mis músculos se relajaron cuando los últimos restos de mi miedo se alejaron de mí, como el tintineo de una campanilla que se reducía a la nada. Me sostuvo en pie, con unas manos vacías de cualquier rastro de ternura mientras sus dientes se hundían todavía más y el ansia era como un vacío en su cuerpo, llenaba sus abismos, y extrayendo de mí más sangre de esa que yo le estaba otorgando voluntariamente.

Respiré entrecortadamente; sentí como las feromonas de vampiro me empapaban, me relajaban y me prometían llegar a un nivel que nunca antes había alcanzado. Era adictivo, pero eso ya no me importaba. Le podía dar a Ivy lo que necesitaba. Podía aceptar lo que me ofrecía a cambio. Mientras me sostenía y dejaba que su cuerpo se llenase con mi sangre, que su alma se llenase con mi aura, empezaron a brotar lágrimas en mis ojos.

—¿Ivy? —susurré casi sin aliento mientras la estancia empezaba a dar vueltas a mi alrededor—. Siento haber tardado tanto en escucharte.

Ella no me contestó, y yo gemí cuando ella me lanzó contra ella. Su boca era deliciosamente salvaje, y causaba descargas en mi cuerpo mientras buscaba más. Las dos nos perdíamos en una bruma de plenitud. Pero, en el fondo de mis pensamientos, percibía una señal de aviso, débil. Algo había cambiado: ya no me tocaba de forma cuidadosa, ahora era más dura.

Abrí los ojos y me quedé mirando la pared oscura de la furgoneta mientras mi pulso se debilitaba. Se me hacía difícil pensar con aquel torbellino de euforia. Me costaba respirar, como si saliese de un letargo pesado, no de un instante de pasión. Estaba tomando demasiado de mí, y alcé la mano desde donde se encontraba para posarla sobre su hombro y empujarla para alejarla un poco, para poder ver sus ojos.

No la empujé mucho, pero Ivy lo notó.

Su presa sobre mí se hizo más fuerte, y se hizo dolorosa a pesar de las feromonas vampíricas. Mis pensamientos volvieron a su ternura antes de que hubiésemos empezado a compartir sangre… y el terror me dominó.

Que Dios me asista
. Le había pedido que dejase a un lado las emociones de amor más suaves. Le había pedido que abandonase el cariño, el amor que Kisten me había dicho que mezclaba con su necesidad de sangre, con lo que solo le quedaba el hambre. No se detendría. Se había desbordado.

El miedo me golpeaba. Ella podía saborearlo en el aire, y sin emitir un sonido, hizo que perdiese el equilibrio. Caí con un grito. Ivy me siguió, y los dos caímos juntas sobre el estrecho suelo.

—¡Ivy! ¡Suéltame! —exclamé antes de gimotear cuando ella clavó sus dientes en lo más profundo de mi ser, tanto que me dolió.

La adrenalina fluyó en mí. Luché por liberarme, y la presa de Ivy se soltó. Cayó al suelo, y con una respiración pesada, presioné con la mano mi hemorragia, el cuello que me palpitaba mientras la observaba.

Su mirada era consciente de lo que sucedía, como la de un depredador, y mientras el éxtasis fluía por mi cuerpo con un nuevo latido del corazón, mis piernas perdieron toda su fuerza y me deslicé impotente hasta el suelo.

BOOK: Por un puñado de hechizos
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