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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por un puñado de hechizos (52 page)

BOOK: Por un puñado de hechizos
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—No tan rápido —dijo—. ¿Puedes tragar?

Posé los ojos de repente en el vaso de plástico que tenía en la mano y me lamí los labios. Quería beber pero me dolía el cuello. Me dolía mucho.

—¿Dónde está Ivy? —dije arrastrando las palabras.

El rostro de Jenks se volvió inexpresivo. Me concentré en sus ojos verdes mientras los bordes de mi visión se oscurecían. Las náuseas me retorcieron las tripas. Kisten había dicho que Ivy se había olvidado del control mientras estaba bajo el dominio nada dulce de Piscary, que quizá hubiera matado a gente inmersa en la pasión de sangre. Yo había creído que Ivy estaba mejor. Kisten había dicho que estaba mejor. Parecía mejor. Al parecer, al pedirle que separara sus sentimientos de amor de su hambre y su ansia, le había quitado lo que utilizaba para contener esa hambre. En tres minutos la había vuelto a lanzar al pozo de depravación del que había escapado después de luchar durante mucho tiempo. Se lo había hecho yo. Yo.

—Lo siento —dije, y empecé a llorar, Jenks me cogió las dos manos con una de las suyas para evitar que me tocara el cuello—. Solo quería entenderlo. No pretendía arrojarla al abismo. Jenks, no te enfades con ella.

Me apartó el pelo de la frente con las yemas de los dedos, pero no quería mirarme a los ojos, todavía no estaba listo para creérselo. Aunque sus tersos rasgos parecían demasiado jóvenes para ser alguien que ya tenía hijos adultos, el profundo dolor nacido de la comprensión decía que había soportado toda una vida de alegrías y tristezas.

—Déjame darte un poco de agua antes de que te desmayes —dijo mientras me daba la espalda—. ¡Jax! —soltó de pronto, no parecía él—. ¿Dónde está esa pajita? No quiero que levante la cabeza.

—¿Cuál es la de ella, papá? —dijo el adolescente pixie, la preocupación le había puesto la voz chillona.

—Da igual. ¡Tú coge una!

La luz que se reflejaba en el techo se oscureció y desde la puerta se oyó una voz vacilante.

—El Sprite es el de ella. Y su vaso es el que tiene todos los botones aplastados. Jax se alzó casi un metro en medio de una columna resplandeciente de chispas.

Mira por donde, esas muescas en las tapas de plástico de los vasos sirven para algo, después de todo.

—Sal de aquí ahora mismo —dijo Jenks, furioso. El roce cálido de sus dedos me abandonó cuando se levantó para ponerse delante de mí.

La sensación de culpa me golpeó con fuerza y quise acurrucarme y morir.

¿
Qué había hecho
?
Eso no podía arreglarlo
. Yo lo único que quería era entender a Ivy, y resultaba que me encontraba tirada en la habitación de un motel con unos agujeros en el cuello y mis dos mejores amigos peleándose. Mi vida era una mierda.

—Jenks —susurré—, para.

—Es ella la que me quiere aquí —respondió Ivy de inmediato. Me di cuenta que seguía en el umbral y parecía desesperada—. Fue un accidente. Jamás volveré a tocarla de nuevo. Puedo ayudar. Sé lo que hay que hacer.

—Eso seguro —dijo Jenks con sarcasmo al tiempo que se ponía las manos en las caderas. Pero ahora que medía casi dos metros no parecía tan agresivo, por alguna razón—. ¡No te necesitamos! ¡Sal de aquí!

Pensé que ojalá terminaran de solucionar aquello para que alguien me diera un poco de agua. Jax revoloteó sobre mí con una pajita roja más grande que él en la mano. Me sentía lejana e irreal, así que abrí mucho los ojos para poder concentrarme en él.

—¿Papá? —exclamó el pequeño pixie, preocupado, pero los otros no estaban escuchando.

—Serás imbécil, enano —soltó Ivy de repente—. ¡Fue un accidente! ¿Es que no la has oído?

—La he oído. —Jenks me dejó, sus pies no hacían ruido sobre la moqueta—. Ahora dirá lo que tú quieras, ¿no? ¡La vinculaste a ti! ¡Maldita sea, Ivy! Maldito saco de celos, eres una vampira sin voluntad. ¡Dijiste que podías manejar la situación! ¡Me prometiste que no la morderías!

Gritaba lleno de furia y yo empecé a tener más frío todavía. ¿Y si me había vinculado a ella de verdad? ¿Sería capaz de darme cuenta?

Estaba deseando girar la cabeza pero tenía a Jax de pie encima de la nariz, con los pies descalzos y cálidos, con el aroma a azúcar y cera que salía de la gota que colgaba del extremo de la pajita. Quería metérmela en la boca pero después me sentí culpable por querer agua cuando mis amigos estaban a punto de matarse entre sí.

—No voy a decírtelo otra vez, Jenks. Quítate de en medio.

Se oyó a alguien que contenía el aliento, Jax emitió un gañido y salió disparado hacia el techo. Oí un gruñido seguido por un golpe seco y algo que rodaba. Me invadió una oleada de adrenalina y me incorporé de un empujón, después volvía dejarme caer contra el cabecero con el cuello protestando por el dolor.

Estaban luchando en el suelo y se movían demasiado rápido como para que mi cerebro falto de sangre pudiera seguirlo. Habían derribado la mesita esquinera y se habían convertido en una maraña confusa de piernas y brazos.

—¡Eres una puta, una zorra vampira mentirosa y manipuladora! —gritó Jenks mientras se retorcía con violencia para quitársela de encima.

Ivy saltó sobre él a pesar de estar agachada y los dos se estrellaron contra la pared. Jenks se movió a una velocidad cegadora y salió con un movimiento fluido de debajo de ella, la cogió por un brazo, aterrizó encima de su espalda y la sujetó contra la moqueta. Dios mío, qué rápido era.

—¡Ah! —le dijo Ivy a la pared, de repente se había quedado quieta con Jenks encima de ella y el brazo torcido en un ángulo incómodo. La otra mano del pixie sostenía una daga que le había apoyado a Ivy en los riñones. ¿Cuándo se había hecho Jenks con una daga?—. Maldita sea, Jenks —dijo Ivy agitándose un poco—. Quítate.

—Dime que te vas a ir y no vas a volver —dijo él, respiraba rápido y tenía el pelo rubio despeinado— o te rompo el brazo. Y no vas a volver a acercarte a Rachel. ¿Entendido? Y si la veo intentando llegar a ti porque la vinculaste, te encontraré y te mataré dos veces. Y lo haré, Ivy. ¡No creas que no puedo!

Se me quedó la boca seca y empecé a temblar. Estaba entrando en estado de
shock
. La mano con la que me apretaba el cuello estaba pegajosa. Quería decirles que pararan ya, pero apenas era capaz de mantenerme erguida.

Ivy se removió y se quedó rígida cuando Jenks la pinchó.

—Escúchame bien, amago de pixie —le dijo ella con la cara vuelta hacia la pared—. Eres rápido, eres veloz y si me clavas eso, voy a darte tal golpe que te voy a mandara siempre jamás. No la vinculé a mí. Intenté irme pero me pidió que me quedara. Quería saber. ¡Maldita sea, Jenks, quería saber!

Mi concentración se desdibujaba e intenté taparme con la colcha con los dedos tan firmes como un hilo, y, como es obvio, no conseguí nada. Jenks se sobresaltó al sentir el movimiento, se dio cuenta que me había incorporado y los estaba mirando. Su rostro angular y salvajemente hermoso perdió toda expresión.

—La sedujiste —dijo, y yo bajé los ojos, avergonzada. Lo único que yo quería era entender. ¿Cómo podían ir tantas cosas mal cuando lo único que quería era entender?

Con la mejilla apretada contra la moqueta, Ivy lanzó una carcajada de impotencia.

—Fue ella la que me sedujo a mí —dijo, me estremecí de dolor y por la pérdida de sangre, sabía que era verdad—. Me fui, pero me pidió que volviera. Me habría ido incluso entonces, pero dijo que quería hacerlo por ella misma. No por mí, sino por ella. Te dije que si alguna vez llegaba a admitirlo, no la iba a dejar allí. ¡No te mentí!

Mi respiración se había acelerado y tenía una sensación inconexa de mareo. Estaba hiperventilando. Jax revoloteaba sobre mí e intentaba espolvorear el mordisco pero solo conseguía que yo tuviera que entrecerrar los ojos para ver entre los destellos. Por lo menos creo que los destellos eran cosa suya. Dios, cómo me dolía. Iba a morirme o a vomitar de un momento a otro.

Jenks pinchó el jersey de Ivy con el cuchillo y esta dio una sacudida.

—Si me estás mintiendo…

Los hombros de Ivy perdieron toda la tensión y se rindió de forma visible.

—Creí que estaba mejor —dijo, la culpa me golpeó con fuerza al oír el dolor de su voz—. Me esforcé tanto, Jenks, tanto. Creí que por fin había… Ella no quería… no llevaba bien lo del sexo, así que intenté separarlo de la sangre. Quería algo de ella al menos, y lo que podía darme era sangre. Yo… perdí el control del hambre otra vez. Maldita sea, estuve a punto de matarla.

Con los ojos clavados en mí, Jenks le soltó el brazo, que chocó contra el suelo con un golpe seco. Ivy lo movió poco a poco hasta quedar en una postura más cómoda.

—No separaste el sexo de la sangre, le quitaste el amor, eso es todo —dijo Jenks y yo me estremecí, el pulso se me había disparado. ¿Qué le había pedido que hiciera?—. Le quitas eso y lo único que queda es el hambre.

Yo respiraba en cortas bocanadas mientras luchaba por mantenerme erguida. ¿Es que todo el mundo sabía más de vampiros que yo? Jenks era pixie y sabía más de vampiros que yo.

—Lo intenté —susurró Ivy—. No quiere que la toque así. —Respiró hondo, estremecida, rota.

Jenks me lanzó una mirada y al verme la cara se dio cuenta que Ivy estaba diciendo la verdad. Se quitó de encima de ella sin prisas e Ivy se incorporó un poco, apoyó la frente en las rodillas y se rodeó las piernas con los brazos. Cogió una bocanada de aire con un jadeo y no la expulsó.

—A Rachel no le parecía que hubiera nada malo, ¿verdad? —insistió Jenks.

—Dijo que sentía haber esperado tanto tiempo —susurró Ivy como si no se lo creyera—. Pero vio el hambre, Jenks. La vio pura, como era, y le hice daño con ella. Sabiendo eso… ya no va a querer tener que ver nada más conmigo.

Era una simple vocecita, vulnerable y temerosa, y Jenks me estaba mirando a mí, no a ella.

—¿Por qué estás intentando ocultar lo que eres? —dijo en voz baja, sus palabras iban dedicadas a las dos—. ¿Crees que ver tu hambre la escandalizó?

¿Crees que es tan superficial que te condenaría por ello? ¿Que no sabía que la llevabas dentro y de todos modos te quería?

Ivy temblaba con la cabeza apoyada en las rodillas, a mí se me escapaban las lágrimas. Me dolía la cabeza y me palpitaba el cuello pero no era nada comparado con la angustia que sentía.

—Te quiere, Ivy. Dios sabrá por qué. Cometió un error al pedirte que separaras el amor del hambre y tú cometiste un error al pensar que podías.

—Quería lo que ella podía darme —dijo Ivy, encogida sobre sí misma—. Solo con eso ya habría sido suficiente. Nunca más —dijo—. Nunca, jamás, Jenks. Está a salvo. Tienes razón. Destruyo todo lo que toco.

Luché por no desmayarme. Ivy no era ningún monstruo.

—¿Ivy?

Levantó la cabeza de golpe. Tenía la cara pálida y manchada de lágrimas.

—Creí que estabas inconsciente —dijo, se levantó con esfuerzo y se limpió la cara.

Parpadeé y me estremecí allí sentada. La sensación de culpa me bañaba entera; Jenks se había sentado con las piernas cruzadas junto a la puerta abierta, en un trozo de sol, con una sonrisa suave y triste en la cara.

Ivy se quedó inmóvil, hundida en las dudas.

—¿Estás bien? —preguntó, era obvio que quería acercarse a mí pero tenía miedo de hacerlo. Entre la pérdida de sangre y lo absurdo de la pregunta, estuve a punto de echarme a reír.

—Ajá —dije, había renunciado a intentar darle sentido a todo aquello—. ¿Puedo tomar un poco de agua? —susurré, después me caí hacia delante.

El cuello me dio una punzada de dolor que me abrasó entera y por un momento no pude respirar, tenía la cara enterrada entre las mantas. Intenté gritar, pero fui incapaz. Maldición, no me funcionaban ni los brazos.

—Oh, Dios —dijo Ivy, tenía las manos frías cuando me incorporó. Tomé una bocanada de aire, agradecida, e intenté concentrarme a pesar del dolor. Jenks se había colocado a mis pies y tiró de ellos hasta que volvía quedar echada de espaldas, mirándolos con los ojos muy abiertos; vacilaba una vez más al borde de la inconsciencia, ya agotado el subidón de adrenalina. El estúpido alivio de haberme rasurado las piernas se me pasó por la cabeza y desapareció.

—Toma, papá. —Jax le tendió la pajita roja que llevaba agarrada con las dos manos. Jenks agarró el absurdo y minúsculo vaso de agua sin derramar ni una gota al levantarlo de la mesilla de noche.

—Está sangrando otra vez —dijo, con la voz tan lúgubre como su expresión—. Espolvoréala.

—No le des el agua todavía. —Ivy era un contorno borroso y confuso cuando intenté concentrarme—. Tengo algo que podemos echarle en ella.

Mientras luchaba por no desmayarme, la vi coger de un manotazo su bolso y revolver en él. Se me hizo un nudo en el estómago cuando sacó un frasquito.

—¿Azufre? —gemí, a la espera de la protesta de Jenks. Pero lo único que oí fue su suave:

—No tanto esta vez.

El rostro ovalado de Ivy se crispó de cólera mientras destapaba el frasquito.

—Sé lo que hago.

Jenks la miró furiosa.

—Está demasiado débil para lo que sueles darle. No puede tomar lo suficiente para aguantar ese metabolismo tan alto con toda la sangre que le sacaste.

—Y tú sabes todo lo que hay que saber sobre eso, ¿no, pixie? —dijo Ivy con tono sarcástico.

Parecía que no iban a portarse bien. Cansada, dejé que se me cerraran los ojos mientras ellos discutían, con la esperanza de no morirme entretanto y hacer irrelevante el debate. Ni siquiera iba a poder beber mi agua. Jamás.

—¿Rachel?

Una pregunta clara y directa. Sobresaltada, abrí los ojos. Jenks estaba arrodillado junto a la cama con el vaso y la pajita en la mano. Ivy estaba detrás de él con los brazos cruzados y las mejillas punteadas de rojo. La ira y la preocupación se peleaban en su expresión. Me había perdido algo.

—Azufre no —dije arrastrando las palabras y levantando las manos para apartar el vaso. Sentí un nudo en la garganta cuando mis emociones pasaron de un extremo al otro. Estaban muy preocupados por mí.

Jenks arrugó la frente y esbozó una expresión muy severa para alguien tan joven.

—No seas estúpida, Rache —dijo, me cogió los brazos y me los bajó a la fuerza—. O te la tomas con azufre, o te vas a quedar ahí tirada cuatro semanas enteras.

Mi amigo pixie estaba maldiciendo. Supe que debía de estar recuperándome. Podía oler el agua. No podía mover los brazos bajo su suave control y empecé a sentir náuseas. ¿Por qué me estaban obligando a hacer eso?

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