—¿Jenks? —balbuceé. Sentí la desesperación durante un segundo al darme cuenta de que en esta ocasión no me había dolido tanto. Me estaba acostumbrando. Maldición, no quería que aquello fuese cada vez más fácil. Debería darme miedo, el suficiente para que no tuviese ganas de repetirlo nunca más.
—¿Te encuentras bien? —me preguntó. Yo asentí, pero no alcé la mirada más arriba de sus rodillas, por lo que él se agachó a mi lado. Tenía unas rodillas muy bonitas—. ¿Estás segura? —En esta ocasión yo negué con la cabeza.
Su respiración era pausada, yo no me movía, ya que intentaba realinear mis pensamientos. Estaba usando magia demoníaca. Estaba traficando con las artes oscuras. No quería… No quería ser aquello.
Alcé la cabeza. Me sentí aliviada al ver que su rostro estaba únicamente preocupado, que no mostraba ningún tipo de disgusto hacia mí. Alcé las rodillas hasta el pecho y me las sujeté, respirando poco a poco. Su mano se había quedado paralizada sobre mi hombro; yo me froté los ojos.
—Gracias —musité, reuniendo todas mis fuerzas para levantarme—. Creo que ya está todo… pero ha sido un golpe fuerte.
Sus ojos verdes se estrecharon, preocupados.
—¿El desequilibrio?
Me lo quedé mirando; debía de haberme estado escuchando cuando Ceri me lo había explicado.
—Sí.
Se puso de pie y me tendió una mano para ayudarme a levantarme.
—Yo no sentí nada cuando crecí.
Mi corazón dio un vuelco, y yo aparté mi mano de la suya cuando pude mantener el equilibrio sola.
—Tal vez te afectará cuando deshaga la maldición para hacer que vuelvas a ser pequeño —le mentí.
Jenks apretó los labios con rabia.
—También te dolió cuando te convertiste en una loba… Te dije que yo aceptaba la mácula por la transformación. ¡Que era mía!
—No sé cómo dártela… —le contesté, triste—, aunque tampoco lo haría si lo supiese.
—Rachel, eso no es justo —me alzó la voz.
—Cállate y dame las gracias —le espeté yo, y me acordé de cuando él me había dicho lo mismo cuando accedió a hacerse grande para que los vampiros no intentasen morderme.
—Gracias —dijo él, sabiendo exactamente a lo que me refería yo. Nos habíamos ayudado mutuamente, y era una pérdida de tiempo llevar el cómputo de quién le salvaba el culo a quién.
Deprimida, me moví hasta la mesa; los círculos y en las velas apagadas, excepto la gris, se me antojaban como algo que encontraría en el vestidor de una bruja adolescente. El pulso volvió a su ritmo habitual, recogí las velas de la mesa y las envolví de nuevo en el plástico de colores y las sujeté con una goma elástica antes de dejarlas caer en mi bolso. La cajita de la tiza magnética hubiese sido un lugar genial para guardarlas.
Jenks simulaba estar interesado en las evoluciones de los monos de agua, yo coloqué el rizo anudado en un platito y le apliqué la vela gis. El anillo de cabello se prendió enseguida, se curvó sobre sí mismo y desapareció. Ya me sentía más segura, por lo que apagué de un soplido la vela y rodeé a Jenks para tirar las cenizas por el desagüe. Quería que desapareciesen todas las pruebas de que aquello había sucedido.
—Lamento haberte despertado —me disculpé. Cogí la sal y froté el símbolo de sangre de la mesa con ella.
Jenks se levantó después de haberse inclinado para echarle un vistazo a sus mascotas. Sus ojos parecían preocupados.
—¿Sabes que tienes un aspecto espeluznante cuando empleas la magia de líneas luminosas?
Me atravesó una sensación de miedo.
—¿Perdón? —le dije, consciente de mis dos marcas demoníacas, que me pesaban en la muñeca y la planta del pie.
Jenks se encogió de hombros y bajó la mirada.
—Tienes un aspecto cansado, viejo. Como si la hubieses usado tantas veces que ya no te importase. Es como su contases con una segunda aura que se vuelva la dominante cuando accedes a la magia de líneas luminosas.
Las comisuras de mis labios descendieron y yo me acerqué al fregadero para limpiarme los dedos.
—¿Una segunda aura? —Aquello sonaba fantástico… ¿Sería porque yo era mi propio familiar?
Él asintió.
—Los pixies sentimos el aura, y te has dañado seriamente la tuya con la última maldición. —Jenks respiró profundamente—. Odio a Nick. Te estás haciendo daño a ti misma solo para ayudarle, ya él ni siquiera le importa. Te vendió, Rache. Si vuelve a fallarte…
—Jenks, yo… —le interrumpí. Posé una mano sobre su hombro, pero en esta ocasión no se revolvió—. Para lograr salir de esta, tengo que hacerlo… Es por mí, no por él.
Jenks reculó un paso, lanzando una mirada al dormitorio vacío.
—Ya lo sé.
Me sentía rara mientras él rodeaba la mesa, con la mirada clavada en los restos de la maldición.
—¿Esta es la de verdad? —inquirió, sin tocarlos.
Me puse en marcha y cogí el tótem. Se me antojaba más pesado, aunque sabía que se trataba de una ilusión.
—A Matalina le encantará —le dije, pasándole la figura—. Gracias por prestármela. Ya no la necesito.
Los ojos de Jenks se ensancharon mientras la sujetaba.
—¿Quieres que me quede la de verdad?
—Va a intentar robarla —le expliqué, consciente de que sería una completa estupidez volver a confiar en Nick—. Si te la quedas tú, seguramente se va a llevar la que no es.
Abatida, sopesé la estatua vieja. Era como si estuviese muerta por dentro, como un pedazo de plástico.
—Yo me quedaré esta… y la que tiene forma de lobo —le comuniqué dejando caer la estatua dentro de mi bolso.
La puerta principal se abrió y derramó la luz de la calle sobre las camas todavía por hacer. Jenks se volví suavemente hacia la puerta, pero yo pegué un salto cuando Nick entró, cubierto de suciedad y oliendo a aceite de coche. Llevaba a Jax al hombro, que le abandonó enseguida para comprobar las evoluciones de sus nuevas mascotas.
Pasé la mano encima de la mesa y recogí en ella el círculo de sal y lo dejé caer en el sumidero. Me pregunté si se notaría mucho el olor de las velas apagadas, del pelo achicharrado, del ámbar quemado.
Se oyó un golpe en la habitación trasera, e Ivy surgió cubierta con un albornoz, el pelo alborotado y encorvada como un ogro. Le dedicó una mueca a Nick, y pasó delante de Jenks y de mí, cubriéndose la cara con la mano, y se metió en el baño. La ducha se encendió de inmediato y un olor a naranjas surgió, mezclado con el vapor, por debajo de la puerta. No quería saber qué había hecho anoche para encontrarse en ese estado. No quería.
Me senté a la mesa sintiéndome culpable y alerta. Jax había encontrado el alimentador de los monos de agua, pero Jenks lo detuvo y le explicó que todavía no podía alimentarlos, porque todavía no habían salido de sus capullos. Jax señaló a dos de esos seres y los bautizó Jin y Jen. El pixie empezó a brillar, y aquel resplandor atrajo a los pequeños animales. Jax se sintió muy orgulloso al ver que se acercaban a él. Yo no pude reprimir una sonrisa, pero cuando me di la vuelta y me encontré con que Nick me estaba esperando, la sonrisa se desvaneció; él apretó la mandíbula.
—Ray-Ray, el camión está listo —anunció con la voz teñida de una falsa alegría—. Que el airbag no funcione parecerá un defecto de fabricación… pero yo no podría dejar que un camión me golpease, aunque supiese que iba a salir con vida del accidente.
—La confianza es la diferencia entre tú y nosotros, los inframundanos —replicó Jenks en voz alta, alzando la tapa de la comida de los monos de agua. Jax agarró un puñado del tamaño de la cabeza de un alfiler y lo dejó caer con palabras de aliento y con un brillo especial, para que Jin y Jen subiesen a la superficie. Era una mascota mucho más segura para un pixie que una gatita; me pregunté si ese era el motivo por el que Jenks los habría comprado.
Disimulé un suspiro y lo convertí en un bostezo. Era consciente de que a Nick no le hacía mucha gracia que su camión se convirtiese en el vehículo que íbamos a sacrificar, pero tampoco podría volver a conducirlo. Tenía que simular que estaba muerto el resto de su vida. Cobarde.
—Gracias, Nick —le respondí, cruzando los brazos, preparándome para una pelea—. ¿Puedes salir y colocarlo de nuevo? Voy a ir con Peter. Si tengo que matarlo, no dejaré que el pobre chico muera solo.
Ivy estaba de pie en el umbral del baño, envuelta en una toalla blanca del motel, con el pelo mojado goteando.
—No iras con Peter, Rachel. ¡De ninguna manera, joder!
Apreté los labios con fuerzas y me esforcé para no saltar. Ose a que sí que dice palabrotas, pero solo cuando está muy cabreada.
Jenks se había refugiado en el salón, con aspecto de desear de no haberse entrado corriendo al baño a contárselo a Ivy, aterrorizado, cuando le dije que iría en el coche que chocase, junto a Peter. Nick estaba a su lado, cubierto con su mono manchado de grasa; daban la impresión de ser dos chicos que habían salido del arroyo vistiendo sus ropas dominicales cinco minutos antes de que papá hubiese enganchado el caballo.
—Nick —le llamé, haciendo que diese un respingo—. Tenemos cuatro horas antes de encontrarnos con Audrey y con Peter. —
Cuatro horas. Tal vez podría echar una siestecita
. —¿Podrás arreglar el airbag para entonces? Me sentiría mejor si supiese que cuento con una ayuda suplementaria al amuleto de inercia.
—Ivy tiene razón —musitó él. Yo fruncí el ceño—. No ha y ningún motivo para que arriesgues la vida.
—No la arriesgará. —Ivy rió amargamente—. Rachel, no subirás al camión de Nick.
Me di la vuelta para observar mis hechizos, que reposaban sobre la mesa, con el pulso acelerado. Las pupilas de Ivy se estaban dilatando a causa de la rabia, no del hambre. Ya conocía lo que era discutir con un vampiro.
—Está todo preparado —repliqué yo—. He creado un segundo par de amuletos de inercia para mí. No habrá ningún problema.
Ivy señaló hacia mí, sin darse cuenta de que yo podía ver un nuevo arañazo que recorría la parte interna del antebrazo, desde la muñeca hasta el codo.
—No va a suceder, Rachel.
—Claro que sí… Es solo un hechizo de broma. —Bueno, una maldición, ¿pero por qué sacar a relucir ese tema?
Jenks se sentó en la punta de la cama, con la cara pálida.
—No me pidas que haga esto.
Nick se revolvió nervioso, con el mismo aspecto que un mecánico con su mono azul. Frustrada, me froté las sienes.
—Los hombres lobo no se creerán que dejé que Nick se escapase con el foco y que estamos intentando capturarlo —les expliqué—, sobre todo si es un accidente. No soy tan estúpida como para dejar que Nick se lleve el artefacto, y ellos lo saben.
Había sentido algo de placer al pronunciar aquellas palabras. Él pensaría en lo sucedido cuando todo hubiese quedado atrás, y se daría cuenta de que me había burlado de él. Me volvía sentir nerviosa cuando miré a Ivy. Agarré a
Rex
y me senté en una silla de la cocina.
—No hay para tanto —continué, moviendo rápidamente los dedos para calmar al animal y convencerla de que se quedase—. Los amuletos me mantendrán sana y salva. Podéis seguirme con la furgoneta y les diremos que vamos al sitio del intercambio con dos vehículos. Si les contamos que Nick ha huido con la estatua, solo conseguiremos que ellos mismos empiecen a perseguirlo… y que tal vez lo capturen. —Aunque no es que me importase mucho.
Ivy meneó la cabeza.
—Es una estupidez. He tenido una idea mejor. Peter y cerebro de mierda se intercambiarán sus puestos. Les decimos a los lobos que Nick se ha escapado y que Jenks se ha vuelto loco y lo está persiguiendo. Jax toma su puesto en tu hombro, y como estará disfrazado, Jenks podrá hacer chocar el camión contra Peter por accidente mientras intentamos capturarlo. El camión explota y la estatua falsa queda destruida. Peter es llevado a la morgue del hospital, donde si lo necesitamos podremos acabar completamente con él. Los hombres lobo se largan y nosotros nos tomamos una birra. Llevo horas ideándolo… ¿Por qué quieres joderlo, Rachel?
Rex
saltó de mi regazo y sus uñas negras repiquetearon en el suelo mientras resbalaba e iba a esconderse entre los tobillos de Jenks.
—¡No estoy jodiendo nada! ¡Pienso acompañara Peter! No dejaré que muera solo —exclamé, soltando lo que realmente me estaba preocupando.
Ivy bufó, apretando con fuerza la toalla a su alrededor.
—Cuando mueres siempre estás solo… aunque te rodeen un centenar de personas.
Su brazo empezaba a sangrar ya manchar la toalla blanca. Al darse cuenta, se ruborizó. Enfadada, me di la vuelta para enfrentarme a ella.
—¿Has estado presente alguna vez cuando alguien muere? —le espeté, temblorosa—. ¿Has sostenido sus manos mientras la energía les abandona?
¿Has sentido alguna vez la gratitud por estar allí con ellos cuando han dejado de respirar?
Ivy se puso pálida.
—¡Voy a matarlo, Ivy! Lo he decidido yo… y voy a estar presente para comprender lo que significa. —Contuve el aliento y sentí odio por mi misma cuando los ojos se me anegaron—. Tengo que estar allí para convencerme, cuando acabe todo, de que ha sido lo mejor que podíamos hacer.
Ivy se quedó paralizada cuando la comprensión se asomó a sus ojos.
—Rachel, lo siento…
Abrazándome a mí misma, bajé la cabeza para no ver a nadie. Ivy, envuelta en la toalla, formaba un charquito en el suelo sobre el que goteaba. El aroma del champú de cítricos que usaba era cada vez más pronunciado, y el silencio que se produjo era incómodo.
En la otra punta del dormitorio, Nick pasó el peso de una pierna a la otra y cogió aire.
—Cállate —atajó Ivy, subiéndose la toalla—. Esto no tiene nada que ver contigo. —Su mirada se posó sobre mis puntos de sutura y yo alcé la barbilla. No estaba atada a ella. Podía hacer lo que quisiese.
—No puedo hacerlo —repitió Jenks, pálido—. No puedo golpearte con un camión.
—¿Lo ves? —insistió Ivy, sujetando la toalla en medio de uno de sus gestos—. Él no lo hará. Yo no quiero que tú lo hagas. ¡No vas a hacerlo! —Empezó a dirigirse a su habitación y empujó a Nick fuera de su camino.
—¡Mi plan es mejor! —grité, siguiéndola—. ¡No me pasará nada!
—¿Nada? —Se detuvo en seco y se volvió—. Ese camión va a embestir el pequeño Ford de Nick y eso no es nada… ¡No vas a estar dentro! ¡Y no se hable más!
—¡Claro que no… porque lo haremos a mi modo!
Ivy volvió a girarse. Tenía los ojos negros. Un escalofrío de miedo me recorrió e hizo que me detuviera. No iba a dejar que Peter muriese solo. Recuperé todas mis fuerzas mientras Nick daba un paso adelante.