El sonido de unas alas invisibles de pixie componía un rumor muy bajo, casi subliminal. Levanté las manos hacia el amuleto de olor y me aseguré que me tocara la piel. Sabía que no debería estar allí fuera sola, pero contaba con la protección de dos disfraces. ¿Qué probabilidades había de que los lobos estuvieran buscándome allí? Y si estaban, jamás me reconocerían.
Levanté la cabeza cuando se abrió la puerta de la tienda y salió Jenks entrecerrando los ojos por culpa del brillo del sol hasta que se puso las gafas. El sombrero asomaba por la bolsa que llevaba y tuve que sonreír. Giró la cabeza hacia el extremo del centro comercial donde habíamos aparcado el Corvette de Kisten. Era obvio que quería llevarme allí aunque fuera a empujones para largarnos a casa, pero al verme desplomada de cansancio, se paró delante de mí. Poco a poco levanté la cabeza.
—¿Quieres…? —empezó a decir Jenks.
—Estoy bien —mentí. Lo que quería era apartar el cuello de cisne de los puntos. Jax había usado hilo dental pero, con todo, tiraban de la tela—. El sofá me ha dejado hecha polvo, eso es todo.
Jenks sonrió y se sentó con las piernas cruzadas en el banco como si estuviera encima de una seta. Jenks había dormido en la furgoneta la noche anterior para que no tuviéramos que hacerlo ni Ivy ni yo. Mierda, ni siquiera quería volver a subirme a ella, que era seguramente por lo que Ivy había cogido un autobús para cruzara los estrechos e ir a buscar la camioneta de Nick.
—Iba a preguntarte si tenías hambre y querías una hamburguesa —dijo con los ojos entrecerrados—, pero tu idea me gusta más. No me importaría una peleíta de nada. Soltarme un poco. Poner la sangre en movimiento.
Odiaba sentirme débil. Respiré hondo, muy cansada, y me erguí.
—Jenks, siéntate como un hombre. Eso quedaba muy mono cuando medías diez centímetros, pero ahora pareces una nenaza.
El pixie puso de inmediato los pies en el suelo y juntó las rodillas con una expresión preocupada en la cara. Me aparté el pelo de la cara con un resoplido, me rendí y me bajé el cuello del jersey. Así que me había mordido un vampiro, ¿y qué? Los vampiros mordían a mucha gente.
—Eso no tiene mucha mejor pinta —dije.
—¡Bueno, y cómo coño se supone que tengo que sentarme! —exclamó él. Entrelacé los dedos detrás de la cabeza y me estiré con cuidado al sentir el tirón de los puntos. El brazalete de Kisten se me subió al codo y sentí el toque frío del metal en la piel.
—¿Has visto a Kisten repantigarse en la cocina?
Con una lentitud vacilante que podría haber sido provocativa, Jenks estiró las piernas. Delgado en sus ceñidos vaqueros, se fue hundiendo hasta que apoyó el cuello en el respaldo del banco. Estiró los brazos para recorrer toda la madera gastada y extendió los pies con gesto sugestivo.
Oh, Dios mío
. Sofocada, me erguí de inmediato.
—Sí —dije en voz muy baja—. Eso está mejor. —Cincuenta y cuatro hijos. Cincuenta y cuatro hijos. ¿Y dónde está la cámara que me iba a comprar?
»Dame un minuto para recuperar el aliento —dije mientras lo miraba de refilón—. Después podemos volver al coche. Necesito unas cuantas cosas más para hacer el hechizo demoníaco, pero estoy demasiado cansada para ir ahora.
—Me ponía de los nervios tener que admitirlo, pero, de todos modos, digamos que era obvio.
Jenks se sentó bien con un pequeño gruñido, revolvió en un bolsillo de su cazadora y sacó una servilleta doblada.
—Toma —dijo al dármela—. Ivy dijo que quizá fueras lo bastante estúpida como para dejar el motel y que en ese caso te diera esto.
Me invadió la irritación y desenvolví la servilleta para encontrar una de las galletas de azufre de mi amiga.
—¡Maldita sea, Jenks! —siseé mientras la volvía a envolver y miraba a la gente que pasaba—. ¿Quieres verme en la cárcel?
El pixie esbozó una sonrisa de satisfacción.
—Entonces cómetela y deshazte de las pruebas. Por esa zorra de Disney, Campanilla, Rache, eres peor que mis críos. La necesitas y es medicinal. Tú cómete la puñetera galleta.
Apenas me pesaba en la mano y pensé que no era tan sencillo como él hacía que pareciera. Solo estaba allí fuera porque la dosis que había tomado antes de irme a la cama me había hecho despertarme con los nervios de punta. Por lo menos yo le echaba la culpa a eso. Pero me sentía hecha una mierda, así que abrí la servilleta y mordisqueé una esquina.
De inmediato, la postura de Jenks se relajó. Seguí su mirada hasta el otro lado de la ajetreada plaza, a las jardineras colgantes, y por fin vi a los pixies. Estaban expulsando a un colibrí de las plantas y su ferocidad me sorprendió. Era demasiado pronto para que hubieran vuelto las hadas de México, pero con un poco de práctica, los pixies quizá pudieran conservar la plaza cuando las hadas migraran al norte.
El silencio se prolongó mientras yo partía otra esquina de la galleta de Ivy y me la comía con aire culpable. Odiaba estar colgada del azufre pero odiaba más estar tirada en la cama.
Tiene que haber otro modo
, pensé. Pero eso acortaría mi cansancio de tres semanas a tres días. No era magia, pero se le parecía mucho. De hecho, ya podía sentir la droga haciendo efecto, acelerándome el pulso y haciendo desaparecer el ligero temblor que tenía en los dedos. No era de extrañar que aquella sustancia fuera ilegal.
Jenks estaba callado, observaba con interés a la gente que pasaba mientras esperaba a que recuperara las fuerzas. Yo no tenía un padre con el que hablar las cosas y mi madre estaba demasiado lejos. Jenks era el tercer peso pesado de nuestra empresa, su opinión importaba, y mucho. Respiré hondo, me preocupaba lo que pudiera decir cuando le contara lo que me había sacado del motel en realidad, lo que me obligaba a huir de mis pensamientos.
Había estado pensando esa mañana, encorvada sobre el lavabo y guiñando los ojos para mirarme en el espejo empañado, quería inspeccionar los puntos que me habían dado y la cara llena de raspaduras. Los cortes eran pequeños y de aspecto inofensivo, nada parecido a los desgarros salvajes que me había provocado Al, pero me obligaron a preguntarme cuánto tiempo llevaba presionando a Ivy para que me mordiera, porque eso no había salido de la nada. Así que mientras la ducha pasaba de caliente a fría, yo me senté al borde de la bañera envuelta en una toalla, temblando y casi físicamente enferma al pensar que Ivy había tenido razón al menos en parte. Lo único que me había hecho falta para admitirlo había sido tener un roce con la muerte.
Así que quizá sí que había querido que me mordiera incluso antes de mudarme a vivir con ella. Eso no significaba que necesitara una sensación subliminal de peligro para encontrar la pasión. Nadie estaba tan jodido como para eso.
—Gracias por ayudarme —dije, intentaba llegar a lo que de verdad quería decir—. Con Ivy.
Jenks se encogió de hombros. Cambió de postura, adoptó una pose más normal y observó a los pixies con interés profesional.
—¿Qué se suponía que debía hacer? ¿Irme y dejarte allí?
Miré la galleta a medio comer que tenía en la mano. Nick quizá lo hubiera hecho. Nick casi lo había hecho la primera vez que yo había picado a Ivy para que intentara morderme. Hasta que le había dicho que no y ella había insistido. Solo entonces intervino para ayudar. Si volvía a mirar el incidente, parecía obvio que estaba buscando que me mordieran.
—Perdona —dije, y pensé en lo frágiles que eran las cosas por mi culpa—. No lo pensé bien.
Jenks lanzó un bufido de lo más grosero y cruzó las piernas.
—Dime una cosa, por favor, princesita de las brujas —dijo—. Ivy lo llevaba bien y a ti va y te entra la curiosidad y la provocas para que casi te mate. ¡No me jodas! ¿Cuándo vas a dejar de tener miedo de ti misma?
Mordí la galleta otra vez, un buen trozo en esa ocasión.
—Tengo miedo —dije después de obligarme a tragarlo, sin saliva ni nada.
—Estamos bien —dijo Jenks en voz alta con los ojos clavados en las flores colgantes y era obvio que sin saber por dónde andaban mis pensamientos—. Estamos todos bien. Ivy dijo que no te iba a morder otra vez. Cuando volvamos a casa iremos a tomar una pizza a Piscary's y todo volverá a la normalidad. Ahora estás más segura que la primera noche que pasaste con ella bajo el mismo techo.
Introduje el último fragmento de galleta en mi boca, dejando caer nerviosamente algunos mendrugos sobre la servilleta. Seguramente, Jenks tenía razón al decir que Ivy nunca más volvería a iniciar un posible mordisco entre nosotras… aunque tampoco había sido ella quien había iniciado el primero. Aunque lo cierto era que yo no quería que todo volviese a la normalidad.
Jenks se volvió para quedar de cara a mí.
—Pero estás demasiado asustada para permitir que te muerda de nuevo, ¿verdad?
Dejé escapar un breve suspiro por mis labios, y sentí como la adrenalina me inundaba, impulsada por el miedo. Era un sentimiento que estaba empezando a comprender.
No necesito el miedo para sentir pasión. No lo necesito
.
—Me cago en las margaritas —gimió Jenks—. No lo estás, Rache…
Asustada, me removí para apoyar los codos en las rodillas, alcé la servilleta y la sacudí, como si fuese mi vergüenza.
—Es un problema —susurré—. Ivy no estableció su vínculo conmigo, pero podría haberlo hecho.
—Rache… —Su voz sonaba suave, pensativa, y me despertó.
—Escúchame, ¿quieres? —le espeté y me recliné hacia atrás, bizqueando bajo la luz del sol aunque realmente no miraba nada. Sentía la garganta tensa, y guardé la servilleta en un bolsillo—. He… he descubierto algo sobre mí misma. Y tengo miedo de que si lo ignoro, eso me acabará matando. Es… ¡Dios!
¿Cómo he podido estar tan ciega sobre mí misma?
—Tal vez sean las feromonas vampíricas —ofreció Jenks a modo de respuesta—. No tienen que atraerte todas las mujeres solo porque quieras acostarte con Ivy.
Abrí los ojos como platos mientras me volvía hacia él, sorprendiéndome de que todavía llevase el disfraz y de que solo pudiese reconocer sus ojos.
—¡No quiero acostarme con Ivy! —grité, frustrada—. Soy hetero. Y… —Respiré profundamente, asustada de tener que admitirlo en voz alta— lo único que quiero es establecer un equilibrio de sangre con ella.
—¿Que quieres qué? —soltó Jenks, y yo lancé una mirada a la gente que nos rodeaba para recordarle que no estábamos solos—. ¡Podría haberte matado! —añadió, en un susurro que estaba igualmente cargado de intención.
—Eso ha sido porque le he pedido que hiciese caso omiso de sus sentimientos hacia mí. —Nerviosa, coloqué un mechón rebelde detrás de la oreja—. Eso ha sido porque le he permitido que me mordiese sin las riendas emocionales que usa para controlar su ansia.
Jenks se inclinó hacia mí; sus rizos destellaron bajo el sol durante un instante al mover su amuleto de disfraz.
—Eres hetero… Lo acabas de decir.
Ruborizándome, acerqué a mí la bolsa que llevaba el pastel. Gracias al azufre, sentía hambre, y busqué la cajita blanca.
—Sí —afirmé, incómoda al recordar cómo su tacto era cada vez más agradable sobre mi cuerpo, cuando ella había malinterpretado mis señales—. Y después de lo de ayer, creo que es bastante evidente que puede compartir sangre sin necesidad de sexo. —Le lancé una mirada penetrante a Jenks, al sentirme incapaz de detener un escalofrío que recorría al recordar lo bien que me había sentido con ella.
—Pero estuvo a punto de matarte al intentarlo —protestó de nuevo Jenks—. Rache, Ivy sigue hecha un lío, y esto es demasiado, incluso para ti. No puede hacerlo. Tú no tienes la fuerza mental ni física para mantenerla a raya si vuelve a perder el control.
Me encorvé, preocupada, escondiendo mis verdaderos sentimientos al intentar abrir la caja.
—Lo haremos poco a poco —respondí, aplastando sin querer el fino cartón blanco—. Trabajaremos en ello.
—¿Por qué? —exclamó en voz baja Jenks, con el ceño fruncido—. ¿Por qué tienes que arriesgarte?
Ante estas palabras, cerré los ojos con un parpadeo compungido. Mierda. Tal vez Ivy estaba en lo cierto. Tal vez esta era otra forma de llenar mi vida con excitación y pasión. Después recordé cómo se mezclaban nuestras auras, la desesperación en que se hundía su alma, y cómo había aliviado su dolor… aunque hubiese sido un solo instante.
—Me sentó bien, Jenks —murmuré, sorprendida de que mi visión se estuviese emborronando a causa de unas lágrimas no vertidas—. Y no hablo del éxtasis de sangre, sino sobre la capacidad de poder llenar el vacío emocional que sufre. La conoces tan bien como yo, tal vez mejor. Y le duele. Necesita que la acepten por quien es… y yo he sido capaz de hacerlo. ¿Sabes lo bien que me sentó lograrlo? ¿Ser capaz de demostrarle a alguien que vale la pena sacrificarse por ella? ¿Que la quieres por sus fallos, y que la respetas por su habilidad de alzarse a pesar de ellos? —Jenks me miraba fijamente mientras yo reprimía lágrimas entre sollozos—. Mierda —susurré, súbitamente aterrorizada—. Tal vez sea amor.
Alargando lentamente el brazo, Jenks me quitó la caja con el pastel. Rebuscó en un bolsillo y sacó una navaja para cortar la cinta que la mantenía cerrada. Todavía en silencio, me devolvió la caja, ya abierta, y guardó la navaja.
—¿Estás segura de ello? —preguntó, preocupado.
Yo asentí, cortando un pedazo de pastel con el pequeño cuchillo de plástico que incluían en la caja.
—Que Dios me ayude si me equivoco, pero confío en ella. Confío en que encontrará una forma de que funcione, de que no muera en el proceso. Quiero que funcione.
Jenks se removió, nervioso.
—¿Has considerado que esto puede ser una reacción en contra de Nick? ¿Qué has decidido confiar en Ivy porque Nick te ha hecho tanto daño que quieres confiar en alguien… en quien sea?
Dejé escapar el aire lentamente. Ya había pensado sobre ello, pero lo había descartado.
—No lo creo —respondí en un susurro.
Jenks se reclinó sobre el banco, pensativo. Yo también estaba pensativa, así que coloqué un pedazo de pastel en la boca y dejé que se deshiciera. Era de mantequilla, como respuesta a la nueva «alergia» de Ivy, pero casi ni lo saboreé. En silencio, le devolví la caja con el dulce.
—Bueno —dijo Jenks, dejando a un lado el cuchillito y partiendo un pedazo con los dedos—, al menos no estás haciéndolo por tu necesidad tan extraña de mezclar el peligro con la pasión, o espero que no sea así, o voy a estar molestándote desde hoy hasta el día en que mueras por usara Ivy de esta forma.
Mi necesidad
… El cuello me palpitó cuando alcé la cabeza de golpe, y sentí que me ahogaba mientras tragaba saliva.