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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por un puñado de hechizos (68 page)

BOOK: Por un puñado de hechizos
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—Yo lo haré —pronunció, con los ojos saltando de Ivy hacia mí—. Yo conduciré el camión.

Ivy vaciló momentáneamente mientras yo lo miraba, sorprendida.

—No —respondió llanamente Ivy—. De ninguna manera. Tú irás con Audrey y te quedarás fuera de esto. No confío en ti.

Nick cerró los puños y los volvió a abrir.

—Rachel tiene razón. El suyo es un plan mejor. No estarán vigilando la habitación de Audrey. Cuando Peter se haya intercambiado conmigo, podré salir con un amuleto normal de disfraz, cruzar el puente y coger el camión. Demonios, es el camión de DeLavine. Audrey podría darme la llave.

—¡No! —gritó Ivy—. No permitiré que cerebro de mierda choque contra ti.

¡No lo permitiré!

Me froté las sienes, pensando que aquella opción era mucho más sencilla que mi plan original.

—Ivy…

—¡No!

Nick soltó un ruido de frustración, e hizo unos gestos a la nada.

—¡No mataré a Rachel! —se defendió—. La amo, pero si la única forma de salvarla es atropellarla con un camión… ¡quiero ser el que esté al volante!

Ivy lo miró con la misma expresión que si acabase de tragarse un montón de mierda… aunque tal vez era porque le parecía tan solo un montón de mierda.

—Nick, tú no conoces el significado de la palabra amor.

Yo estaba temblando por dentro. No había planeado que fuese Nick el que me golpease, pero funcionaría. Tragué saliva y volvía la cocina. Nick podía aprovechar el amuleto de disfraz normal que había creado ya.
Dios
, ¿
qué estaba haciendo
?

Ivy respiró profundamente.

—Rachel, no confío en él.

—¿Acaso lo has hecho alguna vez? —Me senté en la mesa para evitar que todos los presentes me viesen temblar—. Estaré bien. Al estar con Peter, nos aseguramos que se crean que la estatua ha ardido con el camión. Es el mejor plan que tenemos. No quiero tener que volver a pasar por todo esto si se dan cuenta de que la estatua no ha quedado destruida.

Nick pasó el peso de un pie al otro y se pasó una mano por el mentón.

—Arreglaré el airbag —aseguró; parecía seguro de que yo conseguiría salirme con la mía—. Y los tanques de nitrógeno.

De pronto me sentí mucho más nerviosa.

—¿Nos están vigilando? —pregunté, refiriéndome a los hombres lobo del otro lado de la calle.

Jenks emitió una especie de gorjeo y Jax salió de su escondrijo y aterrizó en su hombro.

—Sí —respondió Nick, bajando la cabeza—, pero por lo que ha podido oír Jax, creen que estoy modificando los tanques por si tengo que huira toda prisa —tragó saliva, con lo que su nuez se movió arriba y abajo—. Los he preparado para que exploten al impactar, pero también anularé ese dispositivo. Prepararé un interruptor que puedas accionar cuando salgas de allí.

Jenks lanzó una mirada a Ivy, se levantó y se dirigió a la puerta.

—Tenemos cuatro horas. Me aseguraré de que no explote hasta que quieras que lo haga.

—Sé lo que me hago —respondió Nick con una expresión sombría.

—¿Jax? —Con los hombros encorvados, Jenks no se detuvo al salir por la puerta—. Venga, vas a aprender a manipular una señal de radio.

Me sentía mejor al saber que Jenks también sabía manipular explosivos. Nick se removió, casi como si desease abrazarme pero no se atreviese, y siguió a Jenks al exterior. La puerta se abrió y pude ver a tres hombres lobo callejeros en la acera de enfrente, bostezando mientras se apoyaban en su coche y sostenían tazas de plástico llenas de café con sus garras. Aquella mañana había hecho frío, pero ahora que el sol ya se había alzado, parecían haber entrado en calor; la luz refulgía sobre sus hombros desnudos y sus tatuajes.

Ivy los miró con el ceño fruncido antes de lanzar una mirada a Nick, que se alejaba.

—Si Rachel sale herida, no tendrás que preocuparte de que los hombres lobo te maten, porque yo te encontraré antes, ladronzuelo.

Se me hizo un nudo en el estómago. Ella accedía. Estaba decidido. Yo iría con Peter cuando Jenks nos embistiera.

—No pasará nada —repetí, con el pulso acelerado—. Entre el airbag y el amuleto, será como viajar entre los brazos de Dios.

La puerta se cerró tras Nick, Jenks y Jax, y la luz del sol de la tarde se desvaneció como si nunca hubiese existido. Ivy se dio la vuelta y avanzó con pasos silenciosos hasta la habitación.

—¿Y si Dios quiere que vuelvas pronto a casa?

32.

Una bruja, una vampira y un pixie entran en un bar
, pensaba yo mientras me abría camino hacia el interior del Hogar de la Ardilla. Era pronto, el sol todavía no se había puesto cuando la puerta se cerró detrás de Jenks y nos dejó encerrados en aquel aire cálido que olía levemente a humo. Nick abrió enseguida la puerta para entrar tras nosotros.
Ahí viene el chiste
.

Ivy tenía los labios muy apretados mientras entraba en la sala de techos bajos y buscaba con la mirada a Audrey ya Peter. Era un viernes por la noche, y ya había gente. Desde la otra punta de la estancia, Becky, nuestra camarera, nos reconoció y nos saludó con la mano. Ivy respondió con una mirada vacía, que hizo vacilara la mujer.

—Aquí —indicó Ivy, señalando con la cabeza una mesa libre en el rincón más oscuro.

Me desabroché la chaqueta e hice que el brazalete de Kisten me descendiese por el brazo.

—Eres una embajadora del inframundo —le dije—. Haz un esfuerzo.

Ivy se volvió hacia mí, con sus angulosas cejas alzadas. Jenks soltó una risita mientras ella se esforzaba por obligar a las comisuras de sus labios a alzarse un poco. Se había maquillado ligeramente, como si hubiésemos salido a celebrar nuestra última cena, y parecía más depredadora que nunca con sus pantalones de cuero, su camiseta corta y sus botas. Jenks y ella habían ido en el Corvette de Kisten, ya que Ivy no quería volver a montarse en la furgoneta conmigo, y ella se pasaba una mano por el pelo corto para asegurarse que cada mechón seguía en su sitio. En sus lóbulos brillaron unos pendientes dorados; me pregunté por qué se los habría puesto.

Era evidente que no le alegraba mucho que Nick fuese quien estrellase el camión contra mí, pero su lógica le advertía que los cambios emocionales que había acometido yo no solo lo harían más verosímil, sino también más sencillo. Confiar en Nick nos preocupaba a las dos, pero a veces teníamos que dejara un lado la intuición. Normalmente era en estos casos cuando tenía problemas.

—Todavía no han llegado —comentó; al observar lo obvio, demostraba lo preocupada que estaba.

Jenks se ajustó el cuello de la chaqueta para esconder la tensión con una naturalidad estudiada.

—Hemos venido pronto —aseguró él a diferencia de Ivy, sabía manejar bien el nerviosismo. Sonreía a las mujeres que se volvían a mirarlo, y había bastantes que apoyaban los codos en la mesa y lo señalaban. Miré a Jenks; los motivos eran evidentes.

Con su altura era todo un espectáculo, sobre todo en aquellos momentos en que se erguía para mostrar toda su figura. Llevaba la chaqueta de piloto y tenía un aspecto estupendo con las gafas de sol y una de las gorras de los lobos puesta del revés… Dios, estaba buenísimo, aunque de forma un tanto inocente.

—¿Por qué no nos sentamos? —sugerí cuando empecé a sentirme incómoda al oír todas aquellas risitas.
¡Yuhuuu! ¡Han llegado las ninfómanas del inframundo! ¿Quién se ha traído el pastel de pistacho
?

Nos pusimos en movimiento e Ivy cogió a Nick por el codo.

—Vete a buscar un agua para Rachel y un zumo de naranja para mí —le dijo, sus dedos blancos lo apretaban más de lo que dictaba la buena educación o la necesidad—. Solo zumo de naranja. No quiero nada en él, ¿comprendido?

Nick se desprendió de su mano con una sacudida pero jamás lo habría conseguido si ella no se lo hubiera permitido. Nick frunció el ceño, se estiró el abrigo y fue a la barra. Sabía cuándo se estaban deshaciendo de él.

Nick encajaba bien allí y no era solo por el tema de humano se inframundanos. El bar estaba lleno de mujeres delgadas con poca ropa, mujeres regordetas con poca ropa, mujeres que nunca dejaban que sus copas tocaran la mesa y parecían viejas antes de tiempo con poca ropa, y hombres con camisas de lana y vaqueros que parecían desesperados. Vello facial opcional.
Oh, sí, un gran sitio para comer antes de dar el gran golpe
.

Quizá estuviera un poco deprimida.

Una mujer con un vestido rojo con un corte demasiado bajo para las caderas que tenía saludó a Jenks con la mano. Estaba junto a la máquina de karaoke y tuve que poner los ojos en blanco cuando en el trasto empezó a sonar
American Woman
. Jenks sonrió y se dirigió hacia ella hasta que Ivy lo detuvo y lo arrastró a la mesa.

La mujer de la máquina hizo un puchero. Ivy le lanzó una mirada que hizo que la cara de la mujer adquiriera un tono ceniciento. Su amiga se asustó y tiró de ella para llevarla a la barra, como si Ivy estuviera a punto de desangrarlas a las dos. Irritada por tanta ignorancia, me subí más el bolso por el hombro y me fui detrás de Ivy y Jenks.

Me estaban empezando a sudar los dedos, pero no podía soltar el bolso. Dentro estaba el foco antiguo y la estatua del lobo. El verdadero foco estaba metido entre los boxers de seda de Jenks, en el motel, aunque eso solo lo sabíamos Jenks y yo. Se lo habría dicho a Ivy, pero dejara Nick sin vigilancia no encajaba con su plan y yo no estaba por la labor de discutir con ella. Nick quería el foco y yo tenía que creer que era capaz de robar cualquier cosa que yo estuviera protegiendo.
Dios, por favor
, ¿
me demuestras que me equivoco
?

En mi bolso, junto con las dos falsificaciones estaba la mitad de mi maldición para mitigar la inercia. Nick tenía la otra mitad y la iba poner en la rejilla del camión Mack. Cuando se acercaran, las dos pociones harían efecto y amortiguarían mis movimientos. Nick tenía su propia maldición para mitigar la inercia junto con un amuleto de disfraz normal y los dos amuletos ilegales para convertirlo en el doble de Peter y viceversa a mí nunca se me ocurriría usarlos en Cincinnati, donde los porteros de los clubes utilizaban de forma habitual amuletos de comprobación de hechizos, pero allí podía salir impune. Estaba claro que la vida en las ciudades pequeñas tenía sus ventajas, pero tener que educara los nativos podría ser una tarea tediosa.

Ivy fue la primera en llegar a la mesa y, como era de esperar, cogió la silla con el respaldo apoyado en la pared. Jenks cogió la que había al lado y yo me senté de mala gana dándole la espalda a la sala después de apartarla con un golpe seco que pasó desapercibido con el ruido de la música. Deprimida, le eché un vistazo a la pared que tenía Ivy detrás. Estupendo. Iba a tener que pasarme toda la noche mirando un visón disecado que había clavado a la pared.

Se me puso de punta el vello de la nuca y me giré cuando los ojos de Ivy se posaron de repente en la puerta. Había llegado nuestra escolta de hombres lobo y parecían bastante más fuera de lugar que nosotros. Me pregunté cuánto tiempo sería Walter capaz de mantener las tres manadas unidas una vez que se destruyera el «foco». ¿Segundos, quizá? Brett estaba con ellos, magullado y moviéndose con lentitud. Walter debía de haberlo dejado en manos de la manada callejera como castigo. Era obvio que había caído muy bajo en la jerarquía y estaba sufriendo maltratos constantes.
Y qué culpa tengo yo
, pensé. Al menos estaba vivo.

Se acomodaron en la barra y yo le dediqué a Brett con todo mi sarcasmo el gesto de las orejitas de conejo, «besitos, besitos», antes de girarme para sentarme bien. Al ver que los humanos de alrededor se ponían rígidos y empezaban a murmurar, me alegré de que mi pequeño grupo de depravados sexuales ya hubiera sido aceptado.

La mirada casual que Jenks le echó a alguien a mi espalda me puso sobre aviso y me aparté cuando se adelantó Becky, muy afanosa. Nuestra camarera se quedó un paso más atrás de lo habitual, pero después de la bienvenida estelar de Ivy tampoco me extrañó. Había mucho ruido, y pensé que ojalá bajaran un poco la música. No oía nada por culpa del pop electrónico. Debía de ser la noche retro en el Hogar de la Ardilla.

—Bienvenidos de nuevo —dijo, parecía sincera aunque nerviosa—. ¿Qué os pongo? Por veinticinco pavos tenéis una pulsera y toda la cerveza de barril que podáis beber.

Maldita fuera, o era una cerveza muy buena o los parroquianos bebían como cosacos.

Ivy no estaba escuchando y Jenks le estaba poniendo ojitos a una de las mujeres que estaban jugando al billar. Se parecía a Matalina con el taco de billar en la mano y la faldita vaporosa que apenas le cubría el trasero cuando se inclinaba para tirar. Asqueada, le di unos golpecitos en la pantorrilla. ¿Pero qué les pasaba a los hombres?

Jenks dio un salto y yo le dediqué mi sonrisa más dulce.

—¿Podrías traernos un plato de patatas fritas? —pregunté y después pensé que si le pedía que les pusieran chile, nos iban a echar a patadas.

—Pues claro. ¿Algo más?

Jenks la miró por encima de las gafas de sol y se convirtió en puro sexo hecho hombre.

—¿Qué hay en el menú de postres, Becky? Necesito algo… dulce.

Ivy alzó una ceja y se volvió poco a poco hacia él. Intercambiamos unas miradas cuando aquella digna matrona se sofocó, no por lo que había dicho el pixie, sino por cómo lo había dicho.

—¿Pastel crujiente de melocotón? —lo animó Becky—. Está hecho de ayer así que la capa de arriba todavía está crujiente.

Jenks deslizó con cuidado un brazo por detrás de Ivy. Sin ninguna muestra aparente de emoción, la vampira le cogió la muñeca y se la puso en la mesa.

—Pon un poco de helado y caramelo encima y lo tienes vendido —sugirió Jenks, Ivy le lanzó una mirada irritada—. ¿Qué? —dijo con una sonrisa de suficiencia—. Voy a necesitar todo el azúcar que pueda conseguir para seguiros el ritmo señoritas.

Las cejas depiladas de Becky se alzaron todavía más.

—¿Algo más?

—¿Qué tal una de esas bebidas con guindas en espaditas? —dijo Jenks—. Me gustan esas espadas. ¿Puedes poner una guinda en una espada para cada uno de nosotros? —Su sonrisa se hizo más seductora y después se inclinó hacia Becky y escondió la muñeca. Creo que Ivy se la había magullado—. Me gusta compartir —dijo— y si estas dos no han quedado contentas cuando salga el sol, voy a ser hombre muerto.

Los ojos de la mujer salieron disparados hacia las dos. El labio de Ivy se crispó una vez, después su rostro se tornó inexpresivo y solo se pudo leer en él un vacío duro. Les seguí el juego e hice crujir los nudillos a modo de advertencia.

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