Por un puñado de hechizos (57 page)

Read Por un puñado de hechizos Online

Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

BOOK: Por un puñado de hechizos
6.74Mb size Format: txt, pdf, ePub

Me eché hacia atrás con un tropezón. ¿Habían pasado por la tienda? ¡Maldita fuera! Eso era lo que yo me había temido. Aquello no era normal.

—¡Rachel! —gritó Jenks otra vez cuando el lobo sonrió para enseñar sus estupendos y maravillosos dientes y rodearme la muñeca con unos dedos manchados de grasa. Un gran error.

Gruñí y giré el brazo para cogerle a él también la gruesa muñeca. Levanté el pie derecho y con la deportiva lo golpeé en los riñones. Di un tirón, giré en redondo y utilicé su propio peso para lanzarlo al suelo, caí de rodillas para golpearle el codo con la rodilla levantada, le doblé el brazo hacia atrás y lo partí. El lobo gruñó cuando se le rompió el codo en varios pedazos.

Resoplé de satisfacción, lo solté y me levanté. ¿Dónde coño estaba mi pistola de hechizos?

La vi tirada en el asfalto y salí disparada a por ella.

—¡Eh! —grité; alguien me había cogido por un pie. Agité los brazos para interponerlos entre la cara y la calzada que se levantaba y choqué con el cemento. Conmocionada, me di la vuelta y me encontré con que el lobo que había derribado no estaba retorciéndose de dolor y sujetándose el brazo roto, ¡estaba usándolo!

—¡Maldito cabrón! —grité mientras le daba una patada en la cara—. ¡Suéltame!

Pero no me soltó, sino que aguantó con denuedo. Me recorrió una oleada de pánico cuando me di cuenta que estaban usando todo el potencial del círculo y que alguien estaba amortiguando su dolor. El lobo no hizo ningún caso de la nariz rota que le provoqué con el talón así que volvía golpearlo. Brotó la sangre y por fin me soltó pero no antes de colocarme una de esas malditas bridas en la bota.

—¡Maldito cabrón! —grité, cogí mi pistola como pude y le lancé un hechizo justo en la cara. Furiosa, me volví hacia los dos lobos que lo seguían y también les disparé.

Los tres se derrumbaron y yo me levanté con un estremecimiento, pero pude mantener otros tres a raya, me temblaban los brazos al ir apuntando uno por uno.

—¡Jenks! —grité, y de repente lo tuve justo detrás de mí. Pero qué bruja tan estúpida, coño. Hasta que me quitara aquella cosa de la bota, no podría hacer un círculo. Lo único que tenía era los cuatro hechizos de la pistola ya Jenks, cuya espalda se apretaba con suavidad contra la mía.

Olí el sudor del pixie, que me recordó por alguna razón a una pradera. Había perdido el amuleto de disfraz en algún momento y tenía los rizos rubios despeinados. El corte de la frente le estaba sangrando otra vez y tenía las manos manchadas de rojo. Mi rostro adquirió un tono ceniciento cuando me di cuenta que la sangre no era suya, sino de los cinco hombres lobo que había dejado inconscientes a golpes de tubería.

Brett se encontraba con Walter detrás de dos lobos militares, con las armas amartilladas y listas para abatirnos si no podían someternos de ningún otro modo. Tras ellos, el tráfico pasaba ya los espectadores curiosos los iban tranquilizando unos lobos de aspecto profesional con traje y corbata, supuse que lo explicaban diciendo que era el rodaje de una película o algo parecido. Detrás de nosotros, los lobos callejeros esperaban, no se acercaban pero estaban listos para caer sobre nosotros en cuanto alguien diera la orden.

Tragué saliva. Con la fuerza de cuatro alfas en la punta de los dedos, Walter los había empujado a un nivel de agresividad mucho más alto y con la falta de dolor, no habría forma de pararlos. Solo la idea de recuperar el foco había sido suficiente para unirlos de nuevo.

Increíble
, reflexioné; después cambié de postura la mano que sujetaba la pistola de hechizos mientras intentaba averiguar cómo podían servirme de mucha ayuda cuatro hechizos. Lo que pasaría si se hicieran de verdad con el foco era una pesadilla en potencia. Todos y cada uno de los lobos querrían un trozo. Los alfas acudirían en tropel y muy pronto las ciudades principales estarían librando sus propias guerras territoriales cuando los vampiros empezaran a eliminarlos, tras decidir que no les gustaban los lobos agresivos que no sentían dolor y que podían transformarse tan rápido como la magia de las brujas. Y con el foco vinculándolos, el círculo no se rompería. No me extrañaba que los vampiros hubieran ocultado aquella cosa tan fea.

—Jenks —jadeé, sabía que Ivy podía oírme—. Me han colocado una de esas bridas. Ya no puedo hacer un círculo para contenerlos. No podemos dejar que consigan el foco y yo no soy lo bastante fuerte como para mantener la boca cerrada si nos capturan.

Jenks me miró y después apartó los ojos. Apretó todavía más la cañería ensangrentada.

—¿Alguna idea?

—Pues no —jadeé, y cambié de postura— a menos que puedas contenerlos el tiempo suficiente como para que pueda quitarme esta maldita tira del pie.

Jenks sacó la navaja con un tintineo y me la pasó. Estaba manchada de sangre, me puse mala con solo verla.

—Te los quitaré de encima —dijo con una expresión lúgubre. Le devolví la navaja, sabía que él era más eficaz con ella que yo.

—Están diseñadas para ser resistentes a la manipulación. Va a hacer falta una cizalla.

Jenks cambió de postura y se apoyó en la puntera de los zapatos.

—Entonces seguimos luchando hasta que llegue Ivy.

—Pues sí —concordé; el miedo se asentó sin dificultad. Aquello pintaba mal. Muy mal.

Miré de golpea Brett, que estaba arrastrando los pies. Walter se había unido a él, el brillo salvaje de sus ojos nacía del dolor y la pena. Detrás de mí oí el sonido de los lobos callejeros que se quitaban unas cadenas de la cintura y el tintineo de las navajas que se abrían.

Maldita fuera, mierda puta. No quería morir así.

—¿Señorita? —dijo Brett arrastrando la palabra y desviando mi atención hacia él—. Le ahorraría a todo el mundo muchas molestias si tuviera la amabilidad de entregar el arma y venir con nosotros.

—¿Molestias? —le grité a mi vez, aunque solo fuera para liberar parte de la frustración acumulada—. ¿Para quién? —Paseé la mirada por los lobos que seguían llegando y rodeándonos. Ya había cinco alfas. Los lobos callejeros detrás de nosotros, los militares delante y los lobos de las tarjetas de crédito en los alrededores, manteniéndolo todo en perfecto orden y el tráfico pedestre en movimiento.

Se me hizo un nudo en el estómago cuando me di cuenta que tres de los lobos callejeros que estaban detrás del contenedor de escombros no estaban heridos sino transformándose. Se estaban transformando a plena luz del día. En una calle pública. Con la intención de hacerme pedazos. Y lo estaban haciendo muy rápido.

—Señorita. —Brett lo intentaba otra vez, se hacía el poli bueno o simplemente ganaba tiempo para los lobos que se estaban transformando—. Deje el arma en el suelo y dele una patada hacia mí.

—Vetea la mierda, Brett —dije con tono lúgubre—. He visto cómo tratas a tus invitados. Ahora ya sé lo que es y no te lo vas a llevar. ¡Y esto no es un arma, es una pistola!

Asustada y enfadada, apunté y le disparé.

Una sombra borrosa se interpuso de un salto entre los dos. Uno de sus hombres recibió el disparo en su lugar. El lobo chocó contra el suelo y paró con un resbalón, sin sentido incluso antes de que la cara se le hundiera en el suelo. Brett pareció conmocionado al ver que le había disparado de verdad y yo me encogí de hombros. En los alrededores, los espectadores, los muy estúpidos, batieron palmas, admirados. No podía creérmelo. Iban a hacerme pedazos al ritmo de las palmas.

Brett los miró y después frunció el ceño.

—Disparadle —dijo en voz baja—. Solo tenéis que dispararle en la pierna.

—Buen trabajo, Rache —murmuró Jenks.

Todo el mundo quitó los seguros con un chasquido. Giré en redondo. Me quedaban tres hechizos y quería a esos cabrones de cuatro patas dormidos antes de que terminaran de ponerse el traje de lobo. Hice caso omiso del caos y me limité a pegarles un tiro con tranquilidad a todos.

Los lobos callejeros que los rodeaban estallaron en una explosión de rabia. Di marcha atrás cuando se precipitaron hacia mí.

—¡No! —gritó Brett, colorado y haciendo gestos—. ¡Quitaos de en medio!

Jenks era un contorno borroso de movimiento, los golpes secos de la barra al encontrarse con la carne eran nauseabundos. El tintineo ocasional de metal contra metal resonaba cuando alguien lanzaba una cadena al follón. Mi primer pensamiento, que íbamos a morir, se convirtió en un alivio irónico. Mientras los lobos callejeros nos rodearan, la facción militar no podía disparar.

Uno de los lobos irrumpió en la defensa de Jenks y se abalanzó sobre nosotros. Cogí el brazo peludo que alguien tuvo la amabilidad de tenderme, giré y empujé con todas mis fuerzas. El lobo se apartó tambaleándose y aullando de dolor cuando le disloqué el hombro. Una sonrisa desagradable me invadió. El tipo lo había sentido. El vínculo se estaba rompiendo. ¡Estaban actuando de forma independiente y el círculo se estaba deshaciendo!

Escuché un crujido seco y di un salto. ¡Estaban disparando de todos modos! Un estallido más cercano de disparos me hizo darme la vuelta en redondo. Los lobos se replegaron, su agresión se deshizo en la nada cuando las manadas se dividieron. Con el corazón en la garganta, encontré a Jenks con el arma apuntada al cielo y una expresión salvaje en la cara. La facción militar más disciplinada no cedía terreno, pero a los lobos callejeros les entró el pánico. En un instante habían desaparecido, habían salido disparados y habían pasado junto a nosotros arrastrando a sus compañeros caídos, ya fueran peludos, con cuero o con poliéster.

—¡No os separéis! —gritó Walter desde detrás de una fila de hombres, pero ya era demasiado tarde—. ¡Malditos seáis! —maldijo—. ¡No os separéis! ¡No va a dispararos!

En el suave aire fresco y primaveral comenzó a oírse el sonido de unas sirenas.

—Por el diafragma de Campanilla, ya era hora —maldijo Jenks. Los lobos que quedaban también lo oyeron y empezaron a intercambiar miradas mientras jadeaban. La multitud que miraba empezó a deshacerse con pasos rápidos y las caras pálidas al darse cuenta que había sangre de verdad en el asfalto.

—¿Sabéis quién soy? —gritó Jenks, ensangrentado pero con la cabeza bien alta—. ¡Soy Jenks! —Cogió aire y sonrió—. ¡Bu!

Varios de los lobos bien vestidos dieron un salto y unos cuantos de los lobos militares se tocaron los tatuajes, como si quisieran que les dieran suerte o fuerza.

Walter se abrió camino a empujones hasta la parte de delante.

—¡No os separéis! —gritó cuando empezó a perder el control de la segunda manada—. Me hicisteis un juramento. ¡Lo jurasteis, maldita sea!

El macho alfa del traje le lanzó una mirada asesina. No dijo nada más, se limitó a darse la vuelta e irse. Su mujer lo cogió del brazo, recogió con un solo movimiento una de las bolsas y se dirigió a la entrada del amplio callejón. Ya no quedaba ningún espectador mirando y los dos se fundieron sin problemas con la multitud de turistas.

Encorvada y sin aliento, observé sin poder creérmelo el corro de lobos empresarios que se dispersaba. Después le dediqué una dulce sonrisa a Walter y levanté mi pistola de hechizos. Estaba vacía, pero eso él no lo sabía. Las sirenas se acercaron más. Si hubieran aguantado cinco minutos más, se habrían hecho con nosotros. No habían sido las sirenas, había sido su incapacidad para seguir juntos. Sin el foco, no podían aguantar juntos cuando las cosas se ponían peliagudas.

Colérico, Walter le hizo un gesto a Brett.

—¡Rache! —gritó Jenks.

Al menos media docena de armas se volvieron hacia nosotros. Solo había una cosa que hacer y la hice.

Lancé un gruñido y salté sobre Brett. Lo sorprendí y aunque él era con mucho mejor militar que yo, lo derribé, atacándolo no como una profesional sino como una nenaza que le rodeó las rodillas con los brazos. Caímos juntos al suelo y me revolví para poder sujetarlo mejor.

Le rodeé el cuello con el brazo y le retorcí un brazo de modo bastante doloroso. Y si bien él no habría sentido dolor alguno si los lobos hubieran estado todavía en un círculo, desde luego en ese momento lo sintió, fe.

—¡Diles que se retiren! —grité.

Brett se echó a reír pero el sonido se atragantó cuando le di un tirón.

—Ay —dijo, como si solo le estuviera retorciendo un dedo y no a punto de dislocarle el hombro—. Señorita Morgan, ¿qué coño se cree que está haciendo?

Oí entonces el camión de Nick.

—Salir de aquí a toda leche —dije, y tropecé cuando Jenks me ayudó a levantarme sin soltar al lobo. Fue tan incómodo como todas las huidas, pero nos las arreglamos. Nos apuntaba un corro de armas. Jenks ocupó mi lugar con una expresión muy fea en la cara cuando dobló el brazo y puso una navaja en la garganta de Brett.

—¿Has visto alguna vez un campo de batalla pixie? —le susurró al oído al hombre lobo y Brett perdió cualquier vestigio de buen humor que pudiera haber conservado. Pálido como un muerto, su pasividad era absoluta. Lo que ya en sí asustaba bastante.

El destello de una camioneta azul pasó a toda velocidad a nuestro lado.

—¡Demasiado lejos, Ivy! —gritó Jenks, se oyó entonces el chirrido de unos frenos seguido de inmediato por los cláxones y un motor revolucionado.

Me miré la cintura del pantalón y el teléfono, una necesidad absurda de echarme a reír me invadió. Ojalá no estuviéramos buscando red, la verdad.

Otro chillido de llantas y la camioneta azul de Nick se detuvo con un balanceo al final del callejón.

—Ha llegado mamá a recogernos, Jenks —gorjeé mientras cojeaba hasta la acera—. Ya cojo yo las bolsas.

Recogí una de las bolsas que había quedado por el medio, lo que contribuyó de algún modo a mantener la farsa. Mi pistola de hechizos estaba vacía pero no dejó de apuntara Walter, aunque el tipo estaba detrás de dos filas de hombres. El muy cobarde.

—Hola, Ivy —dije con tono cansado, tiré la bolsa a la parte de atrás de la camioneta y me subí detrás. Sí, era ilegal viajar en la parte de atrás, pero como de algún modo acabábamos de darles una paliza a tres manadas de hombres lobo, tampoco iba a preocuparme mucho por eso—. Gracias por recogernos.

Nick estaba en el asiento delantero, muy pálido. Me pasó unos alicates por la ventanilla.

—¡Eh, gracias! —dije, después me sobresalté cuando Brett cayó con un golpe seco a mi lado, como un saco de patatas. El hombre lobo estaba inconsciente, así que miré a Jenks con expresión inquisitiva cuando mi amigo lo siguió, y ha y que admitir que con bastante más elegancia.

Other books

Rumble by Ellen Hopkins
Touching Rune by S. E. Smith
Night Veil by Galenorn, Yasmine
Utterly Charming by Kristine Grayson
DoubleDown V by John R. Little and Mark Allan Gunnells
Everything in Between by Hubbard, Crystal