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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por un puñado de hechizos (65 page)

BOOK: Por un puñado de hechizos
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—¡Oh! ¡Y pastel! —se entusiasmó Jenks al descubrir la caja de medio kilo que había comprado para reemplazar la que había perdido—. ¿Es para mí? —preguntó, con sus ojos verdes brillantes.

Yo asentí, intentando calmar la rabia que sentía hacia Nick. Jenks se recostó entusiasmado sobre la encimera y abrió la bolsa. Hizo caso omiso del cuchillito de plástico, sacó un tercio del dulce y lo mordió. Ivy se lo quedó mirando, sorprendida, y yo me encogí de hombros. Masticando mientras canturreaba algo, Jenks acabó de vaciar las bolsas. Yo estaba medio muerta, Ivy se estaba prostituyendo para mantenerme a salvo… y Jenks estaba bien siempre que siguiese contando con algo de chocolate.

Las cosas en la diminuta cocina se estaban poniendo tensas, pero yo no quería que ninguno de ellos tuviese que irse. Yo me sentía fría, vulnerable, y la cercanía me ayudaba a distanciarme del papel que DeLavine había escrito para mí. Estaba temblando por dentro al pensar en lo que Ivy hacía por mí, en lo que estaba cayendo, y si se iban, mis dedos empezarían a desvelar lo que sentía.

—¿Rachel? —me llamó Nick—. ¿Puedo ayudarte?

Ivy se erizó, pero yo estiré el brazo por la mesa y le ofrecí un algodón.

—Necesito una muestra. Es un hechizo ilegal, pero no creo que te importe.

Con el rostro tenso por la frustración, lo cogió y se dio la vuelta mientras se pasaba el algodón por el interior de la boca. Recordaba lo que DeLavine había dicho sobre toda la gente que me había marcado; aquello había dejado en mí una sensación de vergüenza. No pertenecía a nadie. Pero al ver que Nick era incapaz de encontrar el confort que yo había logrado con mis amigos, sentí mis raíces inframundanas más fuertes.

Nick no lo comprendía… nunca lo haría. Yo había sido una idiota al creer que podía llegar a algo con él, aunque había demostrado que no tenía ningún problema en vender fragmentos de información sobre mía Al.

No quería mirarle mientras me pasaba el algodón, envuelto de nuevo con el plástico. Parecía que iba a decir algo, pero yo me volví hacia Ivy.

—A Piscary no le importará que ayudes a Peter, ¿verdad? —Con los ojos bajados, escribí el nombre de Nick en el paquete con un rotulador que rechinaba.

—No. —El sonido del agua que golpeaba en la cafetera emborronaba su voz— a Piscary no le importa ni una cosa ni la otra. Peter no es importante. Para nadie. No es importante para nadie, solo para su sucesora. Pero seguramente DeLavine dejará de prestarle atención cuando algo más excitante le distraiga.

¿
Algo como tú
?, pensé, pero no me atrevía decirlo en voz alta.

Ivy se dio la vuelta y su pelo se balanceó lo suficiente para mostrar los pendientes.

—Voy a hacer café. ¿Quieres uno?

No si tiene que estar lleno de azufre
. Maldición, qué cansada estoy.

—Por favor —le pedí, sintiendo la mirada de Nick sobre mí.

—¿Jenks? —le ofreció, mientras sacaba una pequeña taza de un hotel de debajo del armario.

Jenks levantó la mirada de la caja de pastel, vacilando antes de cerrarla y apartarla.

—No, gracias —declinó y empezó a revolver entre mis ingredientes para hechizos.

—Rachel —volvió a llamarme la atención Nick—. ¿No puedo dibujarte un pentagrama ni nada?

Ivy levanto la cabeza, y yo moví los dedos para indicarle que podía ocuparme de aquello.

—No —respondí escuetamente, acercándome el grimorio demoníaco y abriéndolo. Mis ojos saltaron al artefacto, y me pregunté si Nick habría contado con la oportunidad de substituirlo por una falsificación. No lo creía. No podían existir dos cosas tan feas.

—Ray-Ray… —insistió Nick, lo que hizo que Ivy cerrase el armario de un portazo.

—¿Qué demonios quieres? —le espetó ella con violencia, con sus ojos pardos fijos en él.

—Quiero ayudar a Rachel —respondió, tenso, un poco asustado.

Jenks bufó, hizo una bola con la bolsa vacía y la tiró.

—La mejor forma de ayudarla será muriéndote.

—No es mala opción —secundó Ivy.

No tenía ni el tiempo ni la energía necesaria para aquello.

—Necesito calma —pedí mientras notaba que la presión sanguínea se me elevaba—. Es lo único que necesito. Solo eso. Calma.

Nick dio un paso atrás, y cruzó los brazos sobre su camiseta desteñida, con lo que adquiría aspecto de estar completamente solo.

—De acuerdo. Yo… —vaciló, pasando la mirada de Ivy a Jenks, ambos a mi lado, ocupando toda la cocina para que él no pudiese entrar. Dejó escapar poco a poco el aliento que había estado aguantando, y sin acabar de decir lo que deseaba, se alejó, con movimientos llenos de frustración. Se dejó caer en la misma silla donde había estado sentado Peter, estiró sus largas piernas y se pasó la mano por el pelo, sin mirar hacia nada.

No me sentía mal por él. Me había vendido. La única razón por la que todavía no me había separado de él era porque los hombres lobo me perseguirían eternamente si no veían el objeto completamente destruido, y necesitaba a Nick para aquello. Y necesitaba que cooperase con nosotros.

Jenks sacó una silla de debajo de la mesa de la cocina y se sentó a mi lado. Yo parpadeé sorprendida al darme cuenta de que lo había colocado todo correctamente en tres montones.

—¿Necesitas ayuda? —preguntó. Ivy soltó una risita.

—¿Ayuda de un pixie? —se burló, con lo que Jenks se enfadó.

—De hecho —me apresuré a decir, antes de que empezase a insultarla—, ¿podrías llevarte a Nick? —No quería que presenciase la maldición de transferencia. Solo Dios sabía a quién se la podría vender. No podía invocarla sin mi sangre o la de un demonio, pero seguramente conseguiría algo de Ala cambio de la talla de mi ropa interior.

Jenks mostró una sonrisa traviesa, pero fue Ivy quien dio un golpe fuerte con la palma de la mano sobre la mesa.

—Ya me lo llevo yo. Quiero hablar con él. —Alcé la mirada, pero ella ya se había dado la vuelta—. Ven, cerebro de mierda —le ordenó mientras cogía su bolso y se dirigía a la puerta—. Rachel se ha olvidado algo, y como yo no tengo ni idea sobre magia de líneas luminosas, vendrás conmigo para asegurarnos que lo que compro es lo bueno. ¿Alguien quiere algo más?

El rostro de Nick mostraba una mirada desafiante, y yo le sonreí; era incapaz de detenerme.

—Cuidado con los hombres lobo —les recomendé. Tal vez aquello había sido malvado, pero yo era malvada. Preguntadles sino a los niños a los que tengo que echar siempre de mi cementerio. Ya podrían jugar al escondite en algún otro lugar.

—Se me han acabado los cepillos de dientes —indicó Jenks, que empezaba a trastear con la cafetera.

Ivy aguardó a que Nick se enfundase en el abrigo que había tenido guardado en su camioneta.

—Puedes usarlos más de una vez —respondió Ivy, igual que yo había hecho con anterioridad, y Jenks tiritó.

Nick se daba cuenta de que estábamos librándonos de él, abrió la puerta y salió. Ivy me dedicó una sonrisa traviesa, con los labios cerrados, y salió.

—No te tengo miedo —decía Nick mientras se cerraba la puerta y mi nivel de estrés descendía seis puntos.

—Tú café —me indicó Jenks, colocándolo ante mí.

¿
Me ha servido café
?

Miré la taza y luego a él.

—¿Le has puesto azufre?

Jenks se sentó en la silla que había a mi lado.

—Ivy me ha pedido que te lo pusiese, pero creo que estás lo bastante recuperada para decidir por ti misma.

Me volvió a subir la presión sanguínea al recordar mi reflejo en la tienda, y vacilé, sin saber si estaba comportándome como una idiota o como alguien inteligente. El azufre me mantendría alerta mientras realizaba los hechizos que necesitase, y aumentaría mi sangre hasta llegar a niveles normales. Cuando durmiese, me despertaría fresca, hambrienta, casi igual de bien que antes de que me mordiesen. Sin el azufre, realizaría los hechizos fatigada. Mis piernas temblarían cada vez que me pusiera de pie, y mi sueño acabaría conmigo despertando y sintiéndome como una mierda.

Pero usar magia negra o drogas ilegales solo para facilitarme la vida era como mentirme… una mentira que me hacía creer que tenía derecho a manipular las reglas, que vivía por encima de ellas.
No me convertiré en otro Trent
.

Dejé escapar un suspiro.

—No lo haré —dije en voz alta, y Jenks asintió, con ojos verdes preocupados. Aunque era evidente que no estaba de acuerdo con mi decisión, la había aceptado, lo que hacía que me sintiese mejor. Estaba a cargo de mi propia vida. Sí, yo. ¡Bieeeen!

—¿Qué hechizo haremos antes? —preguntó Jenks, tendiéndole a Jax una mano cuando el pixie voló hacia nosotros. Tenía un ala doblada y de ella caía polvo de hada, pero ni Jenks ni yo hicimos ningún comentario. Era genial ver que aquel pequeño pixie se interesaba en lo que su padre pensaba que era importante… incluso aunque el único motivo de que hubiese salido de debajo de la cama fuese porque
Rex
le había golpeado.

Pasé las páginas, nerviosa.

—No perdiste la estatua de hueso cuando perdiste el pastel, ¿verdad?

Jenks sonrió.

—Qué va. —Jax voló hasta la lámpara que colgaba por encima de nosotros mientras su padre se acercaba al cada vez más alto montón de bolsas apiladas al lado de la tele. Nunca había conocido un hombre que pudiese superarme yendo de compras, pero Jenks era todo un campeón. Intenté no mirarle cuando empezó a revolverlo todo, y volvió rápidamente a la cocina con dos cajas idénticas. Las depositó sobre la mesa, y mientras las abríamos nos vimos bañados por polvo de hada. La primera contenía un tótem tallado con un aspecto horripilante. Lo dejó de forma que se quedase mirando hacia mí y se puso a abrir la segunda—. Ni un rasguño —afirmó, con los ojos brillando de satisfacción.

Cogí la estatua en forma de lobo, y sopesé la frialdad del hueso. No era una mala elección para traspasarle la maldición de los hombres lobo. Recordé la avaricia de Nick, y mis ojos saltaron al tótem de Nick.

—Hum… ¿Nick la ha visto? —le pregunté, señalando la estatua del lobo.

Jenks bufó disgustado, y se inclinó hasta lograr sostener la silla en equilibrio sobre dos patas.

—No se la he enseñado, pero estoy seguro de que ha revuelto entre mis cosas.

Se estaba formando una nueva idea en mi mente, pero decidí no sentirme culpable por no confiar en Nick.

—Es una estatua genial —comenté, dejando sobre la mesa el lobo y recogiendo el tótem— a Matalina le encantará. Tendría que haberme comprado una para mí; hubiese quedado genial en la pecera del señor
Pez
.

Jenks dejó que la silla se apoyase de nuevo sobre cuatro patas.

—¿La pecera del
señor Pez
? —repitió con una mirada inquisitiva mientras yo fijaba mi vista en la puerta de la habitación. Jenks primero comprendió ya continuación se enfadó; quizás no tenía mucha idea de decoración de interiores, pero tampoco era idiota.

—Te preocupa que…

Hice un pequeño ruido, ya que no quería que dijese en voz alta que tenía miedo de que Nick robase la estatua del lobo, la mejor elección para enfocar en ella la maldición demoníaca. Pero las dos estaban hechas de hueso, así que…

—Claro —soltó de pronto Jenks, agarrando el tótem y situándolo en medio de la mesa—. La próxima vez que salga compraré uno para ti.

Solo había uno en la tienda, pero al darme cuenta de que había comprendido lo que le había querido decir, respiré lentamente y busqué la receta. Con el lápiz en una mano, incliné la cabeza y me coloqué bien un rizo suelto tras la oreja. Puedes engañarme una vez, pero a la segunda, prepárate para recibir una buena.

30.

Con calma me hice un pequeño masaje en el dedo índice para permitir que brotase la sangre que necesitaba para el último hechizo de inercia. Ya me empezaba a doler el dedo a causa de todos los hechizos que había invocado. No era como sacarme todo un frasquito de sangre e ir sacando gota a gota de allí, ya que si la sangre no acababa de salir del cuerpo, las enzimas que aceleraban el hechizo se fragmentarían y no obtendría ningún resultado. Había un montón de amuletos sobre la mesa, y este segundo par de hechizos de inercia eran un añadido un tanto culpable.

La sangre no quería salir, así que me apreté la yema con fuerza hasta que se formó una pequeña gota rojiza. Cayó sobre el primer amuleto, y seguí apretando hasta que otra gota se desplomó sobre el segundo. La sangre se filtró con una rapidez espeluznante, e hizo que el aire rancio de aquella habitación de motel se impregnase del olor del ámbar quemado. ¡Lo que hubiese dado por una ventana que se abriese!

Ámbar quemado en lugar de secoya. Aquello era la demostración palpable de que se trataba de magia demoníaca. ¿Qué estaba haciendo?

Lancé una mirada al dormitorio oscuro y tranquilo. La luz que se filtraba por entre las cortinas corridas me revelaba que era casi mediodía. Había estado despierta toda la madrugada, excepto por una cabezadita que había echado a medianoche. Era evidente que alguien me había hecho consumir azufre.
Malditos compañeros
.

Me froté el dedo pinchado con el pulgar, hasta que los restos de sangre quedaron convertidos en nada, y me estiré para colocar los amuletos idénticos con el resto, al lado de Jenks. Estaba sentado delante de mí, con la cabeza apoyada en la mesa, durmiendo. Un amuleto de dobles para Peter, otro para Nick, un de disfraz normal para Jenks.
Y dos juegos de amuletos de inercia
, pensé, al depositar los nuevos. Tras conocer a Peter, había empezado a modificar el plan. Nadie más lo sabía, solo yo.

El tintineo de los amuletos al chocar entre ellos no despertó a Jenks. Me senté lanzando un suspiro largo. La fatiga me hacía estar tensa, pero todavía no había acabado. Todavía tenía que modificar una maldición.

Me erguí completamente y recogí mi bolso con movimientos cuidadosos para no despertara Jenks. Él había hecho guardia mientras yo dormía, olvidando su habitual sueño de medianoche, y había acabado exhausto.
Rex
ronroneaba en su regazo, bajo la mesa, y Jenks tenía su suave mano tan estirada que estaba a punto de tocar el acuario en miniatura con monos de agua que había comprado en algún momento.

—Son mascotas perfectas, Rache —me había intentado convencer, con los ojos brillantes al imaginar lo que dirían sus hijos; yo solo esperaba que todos sobreviviésemos lo suficiente para preocuparnos sobre cómo llevarlos hasta casa.

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