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Authors: Kim Harrison

Tags: #Fantástico, Romántico

Por un puñado de hechizos (62 page)

BOOK: Por un puñado de hechizos
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Jamás la había visto mostrar así sus sentimientos, pero tampoco iba a echarme atrás, aunque estuviera empezando a asustarme.

—Oh, venga ya, Ivy —dije y me aparté unos centímetros de ella—. Ayer quedó claro que puedes compartir sangre sin acostarte con alguien. —Me miró con la boca abierta y me puse roja—. De acuerdo, lo admito, las cosas no salieron muy bien, pero ¡por Dios! El asunto nos sorprendió a las dos. Solo tenemos que ir despacio. No tienes que tener relaciones sexuales para sentirte cerca de alguien y comprendida. Bien sabe Dios que yo me siento así contigo. Utiliza eso para contener tu hambre. —Me puse como un tomate bajo el frío aire nocturno—. ¿No es eso lo que es el amor?

Ivy continuó mirándome y ocultó sus emociones de nuevo tras sus ojos negros.

»Así que estuviste a punto de matarme —dije—. ¡Pero si te dejé yo! Lo importante es que te vi. Por un instante fuiste la persona que quieres ser: fuerte y cómoda con quien es y lo que necesita, ¡sin sentirse culpable y en paz consigo misma!

Ivy se puso pálida bajo la luz de la farola. Estaba aterrada. Incómoda, aparté la mirada para darle tiempo a ocultar sus emociones más puras.

—Me gustó poder ponerte en ese estado —dije en voz baja—. Es una sensación tremenda, estupenda. Mejor que la euforia. Quiero ponerte así otra vez. Me… me gustó verlo.

Ivy se me quedó mirando, su esperanza era tan frágil que dolía con solo verla. Había un brillo húmedo en sus ojos, pero no dijo nada, se limitó a quedarse allí sentada, con una postura rígida y temerosa.

—No sé si puedo hacerlo —admití, hablaba yo porque ella callaba—. Pero no quiero fingir que no pasó. ¿Podemos acordar que sí pasó e ir tocando de oído día a día?

Ivy respiró hondo y salió de su aparente trance.

—Pasó —dijo, le temblaba la voz—. No va a pasar otra vez. —Me incliné hacia delante para protestar pero ella me interrumpió con un rápido—: ¿Por qué no usaste tu magia para detenerme?

Sorprendida, me eché hacia atrás.

—No quería hacerte daño.

Ivy parpadeó muy rápido y supe que estaba intentando no llorar.

—¿Confiabas en que no te mataría, ni siquiera sin querer? —preguntó. Su rostro perfecto estaba de nuevo desprovisto de toda emoción, pero yo sabía que ese era el único modo que tenía de protegerse.

Recordé lo que Kisten había dicho una vez sobre los vampiros vivos, que ansían confianza casi tanto como ansían sangre, y asentí. Pero el recuerdo fue seguido por el miedo. También había dicho que Piscary la había pervertido, la había convertido en algo capaz de matar lo que amaba sin pensar para luego poder disfrutar con la desesperación de Ivy cuando acudiera a él, avergonzada y rota. Pero Ivy ya no era esa persona. Ya no.

—Confiaba en ti —susurré—. Sigo haciéndolo.

Se acercaba una furgoneta, los faros se reflejaron en su rostro y mostraron un rastro brillante de humedad.

—Por eso no podemos hacerlo, Rachel —dijo, y yo tuve miedo de que Piscary todavía la poseyera.

La furgoneta de reparto que se acercaba pasó junto a nosotros demasiado despacio. Una punzada de advertencia me dejó inmóvil y la observé sin que pareciese que lo hacía mientras aspiraba con fuerza el frío aire de la noche que olía a diesel. La furgoneta frenó durante demasiado tiempo y dudó al hacer el giro.

—Sí, ya lo he visto —dijo Ivy cuando arañé el cemento con los zapatos—. Deberíamos volver a la habitación. Peter estará aquí antes de que salga el sol.

Estaba poniendo fin a la conversación, pero yo no pensaba dejarla irse con tanta facilidad.

—Ivy —dije cuando me levanté y recogí mi bolsa, que había quedado junto a la suya—. Yo…

Ella se levantó de golpe y el movimiento me asustó, así que me quedé callada.

—No —dijo, sus ojos estaban negros bajo la luz de la farola—. No digas nada. Cometí un error. Solo quiero que todo vuelva a ser como antes.

Pero eso no era lo que yo quería.

28.

Había un coche que no conocía junto a la camioneta abollada de Nick cuando llegamos al aparcamiento del motel. Ivy conducía y vi que sus ojos lo examinaban todo antes de girar el volante y parar en un espacio vacío. Era un BMW negro con una pegatina de una agencia de alquiler. Por lo menos parecía negro, era difícil distinguirlo a la luz de las farolas. Con el motor todavía en marcha, Ivy lo miró, pero su mirada no traicionó nada. Yo pensé que Walter había cambiado de idea y me dispuse a salir.

—Espera —dijo Ivy y yo tensé el cuerpo.

En nuestra habitación, un rayo de luz se escapó por el hueco que dejó una cortina al apartarse. El largo rostro de Nick se asomó y al vernos, dejó caer la tela. Ivy apagó el motor y el rumor profundo murió y dejó solo el recuerdo de su eco.

—De acuerdo —dijo—. Ya puedes salir.

Yo habría salido incluso si hubiera sido Walter pero, aliviada, abrí la puerta de un tirón y me bajé de los asientos de cuero. Nuestra interrumpida conversación en la parada del tranvía me había dejado inquieta. La había dejado pensar que todo lo que tenía que hacer era decir no y todo quedaba arreglado, pero sabía que Ivy se dedicaría a revivir la conversación en su cabeza durante días enteros. Y cuando llegara el momento adecuado, yo pensaba volver a sacar el tema. Quizá con una caja de comida para llevar, curri rojo, por ejemplo.

Saqué las bolsas del maletero y sus suaves crujidos se mezclaron con el rumor agresivo de los ruidosos coches trucados que nos habían escoltado hasta el motel.

—Odio el plástico —dijo Ivy, después me cogió las bolsas y las enrolló para que dejaran de crujir.

Se abrió la puerta de nuestra habitación y yo guiñé los ojos al ver la luz.
Así que por eso Ivy siempre utiliza bolsas de lona
. No era porque tuviese una mentalidad especialmente ecológica, era que no hacían ruido.

La luz desapareció cuando Nick salió un momento y cerró la puerta con suavidad tras él. Los lobos callejeros del aparcamiento de enfrente dieron un par de acelerones y yo los saludé con gesto sarcástico. No me contestaron pero vi el destello de un mechero cuando encendieron un pitillo y se acomodaron a esperar.

Nick parecía bastante preocupado cuando salió a recibirnos con los ojos clavados en los hombres lobo. Su físico alto y descarnado todavía se encorvaba un poco y se apoyaba más en el pie izquierdo.

—Tus amigos vampiros están aquí —dijo, apartó los ojos de los lobos y tocó el BMW negro—. Vinieron volando de Chicago en una avioneta en cuanto se puso el sol.

Miré de repente la puerta de la habitación del motel y me paré en seco.
Genial
. Tenía la misma pinta que una mierda recalentada, como para que me vieran así.

—¿Qué están haciendo ya aquí? —pregunté, aunque no me dirigía a nadie en concreto—. No tienen que estar aquí hasta casi el amanecer. Todavía no tengo hecho ninguno de los hechizos.

Ivy también parecía molesta.

—Al parecer, querían tener un poco de tiempo para instalarse antes de la salida del sol —dijo mientras se pasaba las manos por los pantalones de cuero y se estiraba la cazadora.

Después le dio un golpe nada cortés a Nick en el hombro y pasó a su lado con un empujón. Yo la seguí sin hacer caso de Nick, que intentaba llamar mi atención. Jenks había estado quitándomelo de encima diciéndole que yo estaba cansada de tantos hechizos y la refriega con los hombres lobo. Mi ex no sabía que Ivy y yo habíamos tenido una pequeña cita con sangre y todo y pensé que me importaba una mierda lo que pensara aquel cabrón, me sentí culpable pero me alegraba a la vez que el cuello de la cazadora hiciera difícil distinguir los diminutos puntos que me habían dado.

Ivy entró sin más preámbulos, dejó las bolsas junto a la puerta y se acercó a las tres personas que había ante la mesa, junto a la ventana cubierta por las cortinas. Parecían completamente fuera de lugar en aquella habitación de techos bajos llena de camas y maletas, y habría sido obvio quién estaba al mando incluso si Ivy no se hubiera detenido delante del mayor y no hubiera hecho una elegante y suave inclinación que recordaba un poco a una estudiante de artes marciales con su instructor. El hombre sonrió y mostró una insinuación de dientes pero ningún afecto real.

Yo respiré hondo poco a poco. Aquello podría resultar un poco peliagudo. DeLavine era uno de los grandes señores vampiros de más rango de Chicago, y además lo parecía, vestido como iba con unos pantalones informales oscuros y una camisa de lino. Tenía el cabello de color arena bien cortado y peinado, un rostro juvenil y un cuerpo delgado que le daba un aspecto siempre joven. Era de suponer que era un hechizo lo que lo mantenía con el aspecto de una persona de treinta y muchos. Lo más probable era que estuviese arrugado y retorcido. Los vampiros por lo general se gastaban hasta el último penique de su primera vida y utilizaban una poción embrujada anual para parecer tan jóvenes como querían. Tenía unos ojos oscuros que solo mostraban una levísima dilatación de la pupila. Sentí una punzada en el cuello cuando su mirada se posó en mí por un instante antes de descartarme. Volvió a mirara Ivy, cosa que a mí me alivió y me cabreó a la vez; así que pensaba que yo era la sombra de Ivy. Qué rico, ¿no?

DeLavine estaba sentado como un rey rodeado por su séquito, con un vaso de agua en la mesa arañada que tenía a su lado y las piernas cruzadas con aire seguro. Sobre el respaldo de una silla vacía había un abrigo largo de cachemira muy bien doblado; todos los demás seguían con los suyos puestos. Tenía el aire de alguien que había decidido tomarse un rato librea pesar de su apretada agenda para llevar en persona a su hijo a la consulta del médico, y estaba esperando para ver cómo iban a ayudar a su pequeño a superar la varicela.

Estaba preocupado pero no angustiado. Me recordaba a Trent, pero allí donde Trent se movía según la lógica, era obvio que DeLavine se movía por hambre o por un sentido olvidado de la responsabilidad.
Rex
estaba sentada en medio de la habitación, delante de él, con la cabeza ladeada como si intentase averiguar quién era aquel hombre.

Estoy igual que tú, gatita.

Detrás de DeLavine había una vampira viva. La mujer estaba nerviosa, una emoción poco habitual en una vampira de sangre azul. Era delgada y elegante, lo que no dejaba de ser un truco porque era más bien grande por arriba y un poco jipi. Su cabello largo y liso, sin arreglar demasiado, tenía canas, aunque no parecía mayor que yo. Si no hubiera sido por su angustia, habría sido una mujer muy guapa. Sus ojos, de aspecto acosado, se movían sin parar y se posaron en mí con más frecuencia de la necesaria. Era obvio que no estaba muy cómoda con todo aquello. Había posado las manos en los hombros del segundo vampiro sentado. ¿
Peter
?

Estaba claro que estaba enfermo, estaba sentado como si intentara mantenerse erguido pero sin terminar de conseguirlo del todo. Sus vividos ojos azules resultaban sorprendentes en contraste con el cabello negro y la tez morena. El dolor se notaba en la tensión que transmitía su afable expresión y pude oler una hierba que debería haberse adquirido solo con receta médica pero que no era así porque los humanos no sabían que era un potentísimo analgésico cuando se mezclaba con levadura.

Sus pantalones de
sport
y su camisa informal parecían tan caros como los de su mentor pero, como el abrigo, le colgaban del cuerpo como si hubiera perdido mucho peso. Parecía en absoluto control de sus facultades mentales a pesar del calmante y su mirada se encontró con la mía con la expresión de alguien que acaba de ver a su salvador.

Lo que no me hizo gracia. Si las cosas iban según lo planeado, yo iba a matarlo.
Diferentes tonos de gris. Solo esta vez. Hay que salvar el mundo y todo eso
.

Nick se fue metiendo detrás de mí y se dirigió con movimientos furtivos a la cocina, donde se apoyó en el fregadero con los brazos cruzados; la bombilla que había encima de los fogones lo hacía parecer más demacrado todavía. Supuse que intentaba pasar desapercibido, aunque, de todos modos, nadie quería admitir su existencia.

Entre Nick y los vampiros estaba Jenks, sentado con las piernas cruzadas en el sofá, junto al artefacto. Yo había puesto aquel feo trasto bajo su responsabilidad y él se había tomado la tarea muy en serio. Tenía un aspecto extraño así sentado, pero el sesgo duro de sus ojos compensaba aquella imagen de niño bueno. El hecho de tener la espalda de Ivy sobre las rodillas también ayudaba bastante. Los vampiros no le hacían ningún caso. Si tenía suerte, tampoco me harían caso a mí.

—DeLavine —dijo Ivy con tono respetuoso, dejó caer la cazadora en la cama e inclinó la cabeza. Ivy tenía todo el aire de una mensajera bien considerada a la que había que tratar bien. El vampiro no muerto levantó una mano a modo de saludo y después, Ivy se volvió hacia Peter.

—Peter —dijo con tono más informal y le hizo un gesto para que no se levantara mientras le estrechaba la mano.

—Ivy Tamwood —contestó el vampiro enfermo con tono afable, su voz resonaba en aquel cuerpo estrecho y adelgazado por la enfermedad—. He oído hablar mucho de tus buenas obras. Gracias por recibirme.

¿
Buenas obras
?

Pensé, después recordé las búsquedas de personas desaparecidas que habían atestado la agenda de mi amiga durante los primeros tres meses de la existencia de nuestro despacho.

—Es un placer conocerte —continuó diciendo el enfermo al soltar la mano de Ivy—. Ya imaginarás el alboroto que organizaste en mi casa cuando llamaste. —Peter sonrió, pero vi también un matiz de miedo.

—Chss —lo riñó el vampiro no muerto al percibirlo, después le dio unos golpecitos en la rodilla—. Es un momento de dolor. Nada con lo que no hayas convivido toda tu vida. —Era la primera vez que había hablado y su voz transmitía un acento tan leve que solo se traicionaba en un suave alargamiento de las vocales.

Peter bajó los ojos y se le meció la cabeza. Tuve la sensación de que me iba poner enferma. Aquello no estaba bien. Yo no quería hacerlo. Ya desde el primer momento no había querido hacerlo. Podríamos encontrar otro modo.

—DeLavine, Peter —dijo Ivy y me hizo un gesto para que me adelantara—. Esta es mi socia, Rachel Morgan. Serán sus hechizos los que hagan funcionar esto.

No pude evitar notar que a la mujer que estaba tras ellos no le hacía nadie ningún caso y tampoco parecía preocuparle en absoluto. Me sentía como la muía de la dote pero me quité la gorra y me adelanté arrastrando los pies, consciente del pelo que llevaba, aplastado por la gorra, los vaqueros desvaídos y la camiseta con el letrero de «
Staff
». Por lo menos estaba limpia.

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