DeLavine soltó al fin mi voluntad. El pulso me latía con un ritmo salvaje y cuando el vampiro dejó de sostenerme de golpe, mis músculos sufrieron un inmenso espasmo y se quedaron sin fuerzas. Apenas consciente, me derrumbé en el suelo.
—Por ti, Peter —oí por encima de mí; empecé a meter los brazos bajo el cuerpo para poder apartar la cara del suelo. Mareada, conseguí apoyarme y sentarme al fin. El vampiro no muerto no me hacía ningún caso, rastreaba con la mirada el perímetro de la habitación. Ivy se había desenroscado del cuerpo masculino y se encontraba junto a las cortinas de la ventana con la cabeza inclinada mientras intentaba calmarse. Me golpeó la culpa y aspiré una bocanada de aire que era casi un sollozo.
—Hay unas cuantas cosas que quiero de esto —decía DeLavine, que al parecer había olvidado que yo estaba en el suelo—. Peter quiere que lo último que vean sus ojos sea la puesta de sol.
—Eso puede arreglarse —dijo Ivy en voz baja. Su voz seguía ronca y yo tuve que hacer caso omiso del recuerdo de aquella voz susurrando en mi oído. Con la cabeza gacha, gateé hasta Jenks, le tomé el pulso y le subí los párpados para ver si sus ojos se dilataban. Mi amigo estaba bien y yo me desplomé contra el sofá, me conformaba con seguir en el suelo. Ivy no quería mirarme y, con franqueza, yo tampoco quería que lo hiciera. ¿Cómo podría…? ¿Cómo podría pagarle algún día lo que había hecho?
—¿Arreglarse? —DeLavine cogió en brazos a
Rex
y se miró en sus ojos verdes. La gata fue la primera en apartar la vista—. No se trata de arreglar nada. Hazlo.
—Sí, DeLavine. —Ivy se giró y yo contuve un estremecimiento al ver el finísimo borde marrón de sus ojos. Estaban dilatados casi por completo y solo con verla allí de pie, respirando, vi que parecía a punto de abalanzarse sobre alguien, sujetarlo contra el suelo y darle un buen viaje.
A Peter parecía irritarle que Ivy estuviera cogiendo algo de su mentor que quería él y la futura sucesora de Peter estaba asustada, había visto su futuro, se había visto convertida en una simple fuente de sangre y recuerdos. Cuando Peter muriera, ella tendría solo el cascarón del hombre del que se había enamorado. Lo sabía, pero de todos modos estaba dispuesta a aceptar la situación.
—Me preocupa el posible daño que pueda sufrir su estructura facial —dijo DeLavine mientras ponía con suavidad a
Rex
en el suelo y se acercaba a Peter. No se notaba ni una insinuación de su lujuria por la sangre, pero yo la percibí hirviendo a fuego lento bajo su voz—. Los accidentes de tráfico pueden desfigurar en extremo y Peter ya ha sufrido suficientes indignidades.
Desde el suelo, vi a DeLavine recorrer con un dedo la mandíbula de Peter, una caricia posesiva y distante a la vez. Era nauseabundo. El mal humor de Peter se atemperó y sus modales se suavizaron.
—Sí, DeLavine —dijo Ivy—. Los amuletos minimizarán eso.
Ah, sí. Para eso habían ido al motel.
—Yo, esto… —Tuve una sacudida cuando los ojos de todos se posaron en mí—. Necesito un frotis de la boca de Peter para poder sensibilizar el amuleto de disfraz.
El hambre de Ivy era escalofriante. Al reconocer mi miedo, mi amiga se puso en movimiento y fue a la cocina, donde mis pertrechos para hacer hechizos estaban repartidos por todo el mostrador. Nick dio marcha atrás para apartarse de su camino. Con la cabeza agachada, mi amiga revolvió un poco y regresó junto a Petera grandes zancadas con un bastoncito de algodón envuelto en celofán. Habría querido mirar, al menos para asegurarme que Peter daba una muestra lo bastante espesa, pero DeLavine se estaba moviendo otra vez.
Me encogí hecha una bola cuando se dirigió a mí. Con los dedos estirados, tanteé en busca de la espada de Ivy y la atraje con torpeza del sitio donde la había dejado caer Jenks. Aquello no estaba bien, nada bien.
DeLavine me lanzó una mirada con las cejas alzadas y después me desechó mientras cogía el artefacto, que permanecía, solo y vulnerable, en la mesilla de noche. Me había mirado, pero esa vez había sido diferente. Me había visto, había calculado el riesgo y me había desechado, pero esa vez me había mirado como una posible amenaza y no un simple saco de sangre con patas. Me pregunté qué había cambiado.
—¿Esto es todo? —murmuró, desplazándose casualmente fuera del alcance de la espada.
Mis dedos se tensaron alrededor de la empuñadura, pero no creía que me hubiese estado vigilando solo por aquella arma.
Ivy se acercó, con el palo de fregona envuelto en plástico cogido en la mano. Parecía haber recuperado el control, y solo podía percibir un ligero resto de su ansia imparable en algunos movimientos muy sutiles.
—Lo destruiremos con Peter —dijo, pero DeLavine no la escuchaba, centrado completamente en la fea estatua que sostenía con la punta de los dedos.
—Es una maravilla —reflexionó en voz alta—. Han acabado tantas vidas por esto. Deberían haberla destruido cuando la desenterraron, pero alguien fue demasiado avaricioso… y ahora ha muerto. Yo soy… mucho más inteligente. Si no la puedo tener yo… que no la tenga nadie. —DeLavine se rasgó la punta del índice con el pulgar de su mano libre—. ¿Peter?
—¿Sí, DeLavine?
Aguanté el aliento mientras una gota de sangre brotaba. Con gran atención, el no muerto la dejó caer sobre la estatua. Me recorrió un escalofrío mientras la mojaba y dejaba en ella una mancha oscura.
—Asegúrate de que acaba destruida —ordenó DeLavine en voz baja. Me lanzó una mirada y sonrió, para mostrarme sus enormes colmillos.
—Sí, DeLavine.
Con una gran confianza, DeLavine dejó la estatua manchada. Mis labios se torcieron porque se me antojaba que el dolor que reflejaba el rostro de la figura se hacía más profundo. Volviéndose con una lentitud exagerada, el vampiro lanzó una mirada a través de la sala, y la posó sobre Nick, que estaba hecho un ovillo en la esquina de la cocina.
—Esto es repulsivo —comentó, y de pronto la habitación se me antojó como tal—. Esto es solo un agujero sucio, que apesta a emociones. Nos quedaremos en algún otro lugar, Peter. Nos vamos. Audrey hará los preparativos necesarios para conseguirte lo que necesitas cuando oscurezca.
Audrey, pensé lanzando una mirada a la mujer. Así que tenía nombre. Moví los pies para que DeLavine no me los pisase, y él siguió andando tranquilamente hacia la puerta. Recogió su abrigo. Peter se levantó lentamente; Audrey lo ayudaba con unos movimientos profesionales que se aseguraban de no dañarle la espalda. El vampiro renqueante cruzó su mirada con la mía; era evidente que quería decirme algo, pero DeLavine agarró su otro brazo, como si algo despertarse su preocupación… algo nacido de los recuerdos, no del amor, y lo acompañó hasta la puerta.
Ivy les abrió la puerta. DeLavine vaciló ligeramente en el umbral mientras Peter y Audrey seguían su camino al exterior.
Mi presa sobre la empuñadura se hizo más fuerte, pero no pude hacer nada mientras el vampiro se inclinaba para susurrarle algo a Ivy en el oído, mientras le rodeaba la cintura con un brazo, en actitud posesiva. Mi pulso se aceleró cuando vi que ella miraba al suelo. Mierda, nada de aquello era correcto. Ella asintió; yo me sentía como si le hubiese vendido a Ivy.
La puerta se cerró tras ellos y los hombros de Ivy se desplomaron.
—Ivy…
—Cállate.
Bajé la espada y alcé las rodillas hasta mi barbilla para dejarle espacio cuando se arrodillase junto a Jenks. Con su fuerza vampírica, lo levantó hasta recostarlo en el sofá, y lo sacudió.
—¡Jenks! —le gritó—. Abre los ojos. No te he golpeado tan fuerte.
El no respondió; su cabeza colgaba y su pelo rubio le caía sobre sus rasgos angulosos.
—Ivy, lo siento —intervine, sintiendo que la culpabilidad hacía que mi pulso palpitase con fuerza—. Tú… Oh, Dios, dile que has cambiado de idea y ya nos apañaremos.
Cerca de mí, Ivy me dedicó una mirada indescifrable, mientras seguía con las manos apoyadas sobre los hombros de Jenks. Su rostro oval estaba desprovisto de emociones.
—No me habría ofrecido si no estuviese dispuesta a llegar hasta el final.
—Ivy…
—¡Cállate! —exclamó ella, dejándome atónita—. Quiero hacerlo, ¿de acuerdo? No puedo tocar nada sin acabar matándolo, por lo que voy a dedicarme a las cosas que ya están muertas. ¡Voy a hacerlo por mí, no por ti! Voy a disfrutar con esto… ¡así que haz el favor de callarte de una puta vez, Rachel!
Con la cara enrojecida, abrí la boca. Ni se me había pasado por la cabeza que ella pudiese desear aquello.
—Pensaba… pensaba que solo compartías sangre con gente que…
Me callé. Ya no sabía qué pensar. ¿Estaba diciendo aquello para que yo me sintiese menos culpable o hablaba en serio? Parecía que supiese perfectamente lo que se traía entre manos, rodeando a DeLavine de aquella manera. No podía creerme que lo dijese en serio… no después de la confesión de hacía menos de una hora. Aparentemente las dos estábamos yendo hacia lugares a los que no queríamos acercarnos… yo hacia delante, ella hacia atrás.
—¿Ivy? —la llamé, pero ella ni me miró.
—Jenks —repitió ella, mientras unas manchitas de color aparecían en sus mejillas—. Despierta.
Su respiración se hizo más agitada, y no me sorprendió ver que sus suaves rasgos se crispaban de dolor. Con los ojos todavía cerrados, alzó un brazo hacia la cabeza. Nick había salido de la cocina y se había quedado de pie ante la televisión, con los brazos cruzados sobre su camiseta descolorida, como una rueda de repuesto sin ninguna utilidad.
Rex
tenía un día calmado, ronroneaba y se frotaba contra todos, contenta de que estuviésemos a su mismo nivel.
—Ay! —se quejó Jenks cuando las yemas de sus dedos encontraron el chichón y abrió los ojos de golpe—. ¡Me has golpeado! —gritó. Ivy lo soltó. Jenks cayó sobre el sofá, con la rabia brillando en sus ojos verdes hasta que me vio a su lado; seguramente mi aspecto era tan malo como mis sentimientos. Su mirada saltó a la mesa vacía, y siguió buscando hasta que encontró la estatua—. Joder, ¿qué me he perdido?
—Lo siento. —Ivy se puso en pie y le ofreció una mano, para ayudarle a levantarse—. Te habrían matado…
—¿Por eso le has golpeado y te has arriesgado a causarle una conmoción cerebral? Sí, aquello tenía mucho sentido.
Jenks me miró y yo reprimí el aliento al comprobar el terror en su mirada.
—¿Estás bien? ¿Te ha tocado?
—Claro que me ha tocado —respondí, poniéndome de pie de golpe y tambaleándome hasta encontrar mi punto de equilibrio—. Es un vampiro no muerto. No pueden mirar sin tocar. No pueden no tocar. Yo soy como un caramelito para vampiros, y todos desean chuparme.
—¡Que se vayan todos al infierno! —Jenks se alzó y se llevó la mano a la nuca, que seguramente le había dolido con aquel movimiento repentino—. Estúpido pixie. ¡Estúpido pixie de culo verde y musgoso! ¡Me has dejado inconsciente, Ivy!
—Jenks —protesté yo—, déjala en paz. —Pero el pixie no estaba enfadado con ella, sino consigo mismo.
—Vencido por una vampirita —continuó con grandes aspavientos—. Rache, coge la espada y atraviésame con ella. No sirvo para nada; vaya refuerzo de alas pegajosas he resultado. Soy tan inútil como un condón para pixies. Derribado por mi propia compañera. Cosedme el culo y haced que me tire los pedos por la boca.
Yo parpadeé, asombrada.
Rex
estaba jugueteando con mis pies; la cogí en brazos, ya que necesitaba algo que me diese un poco de confort. Ella saltó enseguida hasta el sofá, sobre Jenks, y se frotó contra su pierna. El pixie soltó un alarido cuando la gata le clavó las uñas y la gata corrió a esconderse bajo la cama.
—¡Mira! ¡Me ha hecho sangre! ¡Tu maldita gata naranja me ha arañado! ¡Estoy sangrando!
—¡
Rex
! —gritó Jax, que descendió de la parte superior de la cortina—. ¡Papá, la has asustado!
Rex
, ¿te encuentras bien? —Se abalanzó bajo la cama, tras la gata.
—Todo esto es demasiado inseguro —musité. Cansada, me tambaleé hasta la cocina para alejarme de Jenks, que se había derrumbado sobre la cama y se sostenía la pierna, como si
Rex
le hubiese alcanzado la arteria femoral. Me detuve de golpe antes de chocar contra Nick—. Hola, Nick —le saludé entre dientes, aunque dándole a la ka demasiada fuerza—. No te metas en medio; tengo mucho que hacer antes de matar a Peter y de que Ivy vaya a su gran cita.
Con su largo rostro teñido por la preocupación, respiró profundamente, como si cogiese fuerzas para contestar. No quería escucharlo. No le debía nada. Me sentía como si tuviese ochenta años, y lo rodeé entre tambaleos.
—Puedo ayudaros —acabó diciendo, y yo me senté de golpe en una de aquellas horrendas sillas de cocina, apoyé los codos sobre la mesa y me deslicé hacia delante. Estaba cansada, hambrienta, jodida. Había perdido completamente el control de mi vida. Ya no se trataba de misiones sencillas. No, tenía que salvar el mundo de mi antiguo novio ya mi socia de sí misma.
¿Qué
cojones? ¿Por qué no?
Ivy recogió las bolsas de donde las había dejado caer, en la puerta principal. En silencio, evidentemente avergonzada, las depositó en la mesa, haciendo un gran movimiento para dejar la muestra de Peter ante mí. Jenks había decidido ya que no estaba al borde de la muerte, y con su propia falta de movimiento hizo que le prestase atención.
De pie, primero miró el artefacto y después a Nick. Yo asentí, comprendiendo lo que quería. Con una lentitud programada, agarró la estatua y se movió adelante. Yo miraba a Nick desde detrás del telón que formaban los rizos que me caían ante los ojos.
Mi estómago dio un vuelco cuando vi que Nick observaba a Jenks, aunque aparentaba no hacerlo. La deseaba. Todavía quería robárnosla y venderla al mejor postor, aunque eso supusiese que yo tuviese que desaparecer para evitar que los hombres lobo me rastreasen y me matasen por ella. Todavía no sabía si llegaría a hacerlo o no, pero estaba considerándolo.
Maldito hijo de perra
.
Jenks depositó el artefacto manchado de sangre vampírica delante de mí y acercó las bolsas para satisfacer su curiosidad.
—¿Nébeda? —exclamó, sacándolo de la bolsa y abriéndolo.
—Es para
Rex
—intervino Ivy, sonando tímida.
Jenks esbozó una rápida sonrisa, y soltó un silbido. Jax salió zumbando de debajo de la cama a toda prisa.
—¡Nébeda! —exclamó el pequeño pixie, agarrando un puñado y alejándose de nuevo.