Presa (24 page)

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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

BOOK: Presa
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—Pues alguien ha de saberlo —dije—. El enjambre ha sido diseñado. Las bacterias han sido incorporadas a él o no.

La oí suspirar, como si yo no acabara de entender.

Pero ¿qué no entendía?

—¿Habéis recuperado las partículas absorbidas en el compartimiento estanco? —pregunté—. ¿Conserváis el material del compartimiento?

—No. Todas las partículas del compartimiento se han incinerado.

—¿Ha sido eso una manera inteligente…?

—El sistema está configurado así, Jack. Como medida de seguridad. No podemos anular el procedimiento.

—De acuerdo. —Ahora me tocaba a mí suspirar. Así que no teníamos ejemplares de los agentes del enjambre para estudiarlos. Intenté incorporarme, pero Mae apoyó una mano en mi pecho con delicadeza para impedírmelo.

—Tómatelo con calma, Jack.

Tenía razón, porque sentado empeoró mi dolor de cabeza. Dejé caer los pies a un lado de la camilla.

—¿Cuánto tiempo he estado fuera?

—Doce minutos.

—Me siento como si me hubieran apaleado. —Me dolían las costillas cada vez que tomaba aire.

—Tenías graves problemas respiratorios.

—Todavía los tengo.

Cogí un pañuelo de papel y me soné. Salieron muchas partículas negras, mezcladas con sangre y polvo del desierto. Tuve que sonarme cuatro o cinco veces para despejarme la nariz. Arrugué el pañuelo e hice ademán de tirarlo. Mae tendió la mano.

—Dámelo.

—No, no importa…

—Dámelo, Jack.

Cogió el pañuelo y lo introdujo en una bolsita de plástico que luego cerró herméticamente. Fue entonces cuando me di cuenta de lo torpemente que funcionaba mi cabeza. Como era obvio, aquel pañuelo contenía precisamente las partículas que deseaba examinar. Cerré los ojos, respiré hondo y esperé a que remitiera un poco el palpitante dolor de cabeza. Cuando volví a abrir los ojos, el resplandor de la sala me pareció menos intenso, casi normal.

—Por cierto —dijo Mae—, acaba de telefonear Julia. Ha dicho que no está localizable, por algo relacionado con unas pruebas. Pero quería hablar contigo.

—Ajá.

Observé a Mae coger la bolsa con el pañuelo de papel y meterla en un bote. Enroscó la tapa con fuerza.

—Mae, si hay
E. coli
en el enjambre, podemos averiguarlo examinando eso ahora mismo. ¿No deberíamos hacerlo?

—Ahora no puedo. Lo haré en cuanto me sea posible. Tengo un pequeño problema con una de las unidades de fermentación y necesito los microscopios para eso.

—¿Qué clase de problema?

—Todavía no estoy segura. Pero en un depósito ha bajado el rendimiento. —Movió la cabeza en un gesto de negación—. Probablemente no es nada importante. Estas cosas pasan con frecuencia. El proceso de manufacturación es extraordinariamente delicado en todas sus fases, Jack. Mantenerlo en funcionamiento es como hacer malabarismos con cien bolas a la vez. Estoy desbordada.

Asentí. Pero empezaba a pensar que en realidad no examinaba el pañuelo porque ya sabía que el enjambre contenía bacterias. Simplemente no creía que le correspondiese a ella informarme. Y si era así, no me lo diría nunca.

—Mae, alguien ha de contarme qué está pasando aquí. No Ricky. Quiero alguien que me lo cuente realmente.

—Bien —respondió—. Me parece una excelente idea.

Así fue como acabé frente a un terminal de trabajo en una de aquellas reducidas habitaciones. El ingeniero de proyecto, David Brooks, estaba sentado a mi lado. Mientras hablaba, se arreglaba continuamente la ropa: se alisaba la corbata, se estiraba los puños de la camisa, se reacomodaba el cuello, se tiraba de las rayas del pantalón desde los muslos. Luego cruzaba el tobillo de una pierna sobre la rodilla de la otra, se ajustaba el calcetín, cruzaba el otro tobillo. Se sacudía de los hombros un polvo imaginario. Y después volvía a comenzar de nuevo. Era todo inconsciente, por supuesto, y con mi dolor de cabeza podría haberlo encontrado irritante. Pero no presté atención a eso, porque el dolor empeoraba a cada nuevo dato que me daba David.

A diferencia de Ricky, David tenía una mente muy organizada, y me lo contó todo, empezando por el principio. Xymos tenía un contrato para crear un enjambre microrrobótico que actuara como cámara aérea. Las partículas se fabricaron con éxito y tenían un buen rendimiento en espacios cerrados. Pero cuando se las probaba en el exterior, con viento, carecían de movilidad. Una fuerte brisa disgregó el enjambre de prueba. De eso hacía seis semanas.

—¿Probasteis más enjambres después? —pregunté.

—Sí, muchos. Durante las cuatro semanas siguientes, más o menos.

—¿No funcionó ninguno?

—Exacto, ninguno.

—Así pues, ¿todos esos enjambres originales desaparecieron, se los llevó el viento?

—Sí.

—Eso significa que los enjambres fugitivos que ahora vemos no tienen nada que ver con los enjambres de prueba originales.

—Así es.

—Son el resultado de una contaminación…

David parpadeó.

—¿Contaminación? —repitió—. ¿A qué te refieres?

—A los veinticinco kilos de sustancias expulsados al medio ambiente por el respiradero de escape debido a que faltaba un filtro…

—¿Quién ha dicho que eran veinticinco kilos?

—Ricky.

—No, no Jack —corrigió David—. Despedimos material durante días, quinientos o seiscientos kilos de contaminantes: bacterias, moléculas, ensambladores.

Así que Ricky había estado quitándole importancia a la situación una vez más. Pero no entendía por qué se tomaba la molestia de mentir sobre aquello. Al fin y al cabo, era solo un error, y como Ricky había dicho, un error del contratista.

—Muy bien —dije—. ¿Y cuándo visteis el primero de estos enjambres?

—Hace dos semanas —contestó David, asintiendo y alisándose la corbata.

Explicó que al principio el enjambre estaba tan desorganizado que cuando apareció por primera vez, pensaron que se trataba de una nube de insectos del desierto, mosquitos o cualquier otra cosa.

—Se quedó durante un tiempo, yendo de un lado a otro alrededor del laboratorio, y luego se marchó. Pareció un suceso aleatorio.

Un enjambre volvió a aparecer un par de días más tarde, continuó David, y esta vez estaba mucho más organizado.

—Presentaba un claro comportamiento de enjambre, la clase de movimiento que tú has visto. Así que no quedaba duda de que eran nuestras partículas.

—¿Y qué ocurrió entonces?

—El enjambre se movió por el desierto cerca del edificio, como la otra vez. Iba y venía. Durante los días siguientes intentamos controlarlo por radio, pero fue imposible. Y al final, pasada una semana, nos encontramos con que no arrancaba ningún coche. —Guardó silencio por un instante—. Salí a echar un vistazo y descubrí que todos los ordenadores integrados estaban averiados. Hoy día todos los automóviles llevan incorporados microprocesadores. Lo controlan todo, desde la inyección del combustible hasta la radio y el cierre de las puertas.

—¿Y esos ordenadores no funcionaban?

—No. En realidad los chips del procesador en sí estaban intactos. Pero los chips de memoria se habían erosionado. Habían quedado reducidos a polvo literalmente.

Mierda, pensé, y dije:

—¿Descubriste por qué?

—Claro. No fue un gran misterio, Jack. La erosión llevaba el sello característico de los ensambladores gamma. Eso ya lo sabes, ¿no? Verás, participan en el proceso de manufacturación nueve ensambladores diferentes. Cada ensamblador tiene una función distinta. Los ensambladores gamma dividen el carbono en capas de silicato. De hecho, cortan a un nanonivel, separando porciones de sustrato carbónico.

—Así que esos ensambladores cortaron los chips de memoria de los coches.

—Exacto, exacto, pero… —David vaciló. Actuaba como si yo no hubiera entendido lo esencial. Se tiró de los puños de la camisa y se arregló el cuello con un dedo—. Debes tener en cuenta, Jack, que estos ensambladores trabajan a temperatura ambiente. El calor del desierto incluso mejora su rendimiento. A más calor, más eficientes.

Por un momento no comprendí de qué hablaba. ¿Qué diferencia representaba que estuvieran a temperatura ambiente o bajo el calor del desierto? ¿Qué tenía eso que ver con los chips de memoria de los coches? Y por fin, de pronto, caí en la cuenta.

—Dios santo —dije.

David asintió con la cabeza.

—Sí.

David estaba diciendo que se había expulsado al desierto una mezcla de componentes, y que estos componentes —diseñados para autoensamblarse en la estructura de fabricación— también se autoensamblarían en el mundo exterior. El ensamblaje podía realizarse de manera autónoma en el desierto. Y obviamente eso estaba ocurriendo.

Enumeré los puntos uno por uno para asegurarme de que había entendido bien.

—El ensamblaje básico comienza con las bacterias. Se las ha manipulado para que se alimenten de cualquier cosa, incluso de basura, así que pueden encontrar en el desierto algo de que vivir.

—Así es.

—Lo cual significa que las bacterias se multiplican y empiezan a producir moléculas que se autocombinan formando moléculas de mayor tamaño. En poco tiempo hay ensambladores, y estos inician la etapa final de trabajo y crean nuevos microagentes.

—Eso es, eso es.

—Lo cual significa que los enjambres están reproduciéndose.

—Sí. Así es.

—Y los agentes individuales tienen memoria.

—Sí. Una pequeña cantidad.

—Y no necesitan mucha, esa es la clave de la inteligencia distribuida. Es colectiva. Así que tienen inteligencia, y como tienen memoria, pueden aprender con la experiencia.

—Sí.

—Y el programa PREDPRESA les permite solucionar problemas, y a la vez genera elementos aleatorios suficientes para que innoven.

—Exacto. Sí.

Me palpitaba la cabeza. Preveía ya todas las posibles consecuencias, y no eran buenas.

—Así que, por lo que me cuentas, este enjambre se reproduce, se automantiene, aprende con la experiencia, posee inteligencia colectiva y puede innovar para resolver problemas.

—Sí.

—Es decir que, a efectos prácticos, está vivo.

—Sí. —David asintió con la cabeza—. Al menos se comporta como si estuviera vivo. Funcionalmente actúa como si estuviera vivo, Jack.

—Es muy mala noticia —comenté.

—A mí me lo vas a contar —dijo Brooks.

—Me gustaría saber por qué ese enjambre no ha sido destruido hace tiempo.

David calló. Simplemente se alisó la corbata, visiblemente incómodo.

—Porque, como ves —continué—, estás hablando de una epidemia mecánica. A eso nos enfrentamos. Es exactamente como una epidemia bacteriana o una epidemia viral, salvo que se trata de organismos mecánicos. ¡Demonios, estamos ante una epidemia artificial!

David movió la cabeza en un gesto de asentimiento.

—Sí.

—Y está evolucionando.

—Sí.

—Y no está limitada por los ritmos biológicos de la evolución. Probablemente evoluciona mucho más deprisa.

Movió la cabeza en un gesto de asentimiento y dijo:

—Evoluciona más deprisa, sí.

—¿Mucho más deprisa, David?

Dejó escapar un suspiro.

—Bastante más deprisa. Esta tarde cuando vuelva será distinto.

—¿Volverá?

—Siempre vuelve.

—¿Y por qué vuelve? —pregunté.

—Intenta entrar.

—¿Por qué?

David se agitó inquieto.

—Solo tenemos teorías, Jack.

—Expónmelas.

—Una posibilidad es que se trate de un comportamiento territorial. Como sabes, el código inicial de PREDPRESA incluye el concepto de radio de acción, un territorio en el que se mueven los depredadores. Dentro de ese radio de acción se define una especie de base, que para el enjambre quizá esté dentro del laboratorio.

—¿Eso crees?

—En realidad, no. —Titubeó—. De hecho, la mayoría de nosotros creemos que vuelve en busca de tu mujer, Jack. En busca de Julia.

Día 6
11.42

Así fue como, con un severo dolor de cabeza, acabé telefoneando al hospital de San José.

—Con Julia Forman, por favor. —Deletreé el nombre a la operadora.

—Está en cuidados intensivos —contestó ella.

—Sí, ya lo sé.

—Lo siento pero no se permiten las llamadas directas.

—Póngame, pues, con el puesto de enfermeras.

—Un momento, por favor.

Esperé. Nadie contestó. Volví a llamar, hablé otra vez con la operadora y por fin conseguí acceder al puesto de enfermeras de la unidad de cuidados intensivos. La enfermera me dijo que Julia estaba en rayos X y no sabía cuándo regresaría. Respondí que supuestamente Julia ya debería haber vuelto. La enfermera insistió, un tanto malhumorada, en que veía la cama de Julia y podía asegurarme que Julia no estaba allí.

Dije que volvería a llamar.

Apagué el teléfono y me volví hacia David.

—¿Qué participación tenía Julia en todo esto?

—Nos ayudaba, Jack.

—Estoy seguro. Pero ¿cómo exactamente?

—Al principio, intentaba atraerlo —explicó David—. Necesitábamos el enjambre cerca del edificio para controlarlo por radio, y Julia nos ayudaba a mantenerlo cerca.

—¿Cómo?

—Bueno, lo entretenía.

—¿Qué?

—Supongo que podría llamarse así. Enseguida resultó evidente que el enjambre tenía una inteligencia rudimentaria. A Julia se le ocurrió la idea de tratarlo como a un niño. Salía con bloques de colores, juguetes. La clase de cosas que gustarían a un niño. Y aparentemente el enjambre respondió. Julia se entusiasmó con aquello.

—¿No era peligroso acercarse al enjambre por entonces?

—No, en absoluto. Era solo una nube de partículas. —David hizo un gesto de indiferencia—. El caso es que pasado un día más o menos decidió ir más allá y examinarlo formalmente. Ya sabes, examinarlo como haría un psicólogo infantil.

—Enseñarle, quieres decir.

—No. Su idea era examinarlo.

—David, el enjambre tiene inteligencia distribuida. Es una red. Aprenderá a partir de todo aquello que uno haga. Examinarlo es enseñarle. ¿Qué hacía Julia exactamente con el enjambre?

—Una especie de juegos, ya sabes. Colocaba tres bloques de colores en el suelo, dos azules y uno amarillo, para ver si el enjambre elegía el amarillo. Luego probaba con cuadrados y triángulos. Cosas así.

—Pero, David, todos sabíais que era un enjambre incontrolado, que evolucionaba fuera del laboratorio. ¿A nadie se le ocurrió salir a destruirlo?

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