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Authors: Michael Crichton

Tags: #Tecno-Thriller

Presa (21 page)

BOOK: Presa
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—¿Qué intentan hacer? —pregunté.

—Entrar —contestó Ricky.

—¿Por qué?

—Tendrás que preguntárselo a ellos. Pero ayer uno…

De un grupo de cactus cercano al edificio salió de repente un tapetí y se echó a correr por el desierto. Inmediatamente los tres enjambres giraron y fueron en su persecución.

Ricky cambió la imagen del monitor. De nuevo teníamos una vista a ras de suelo. Las tres nubes convergían en el aterrorizado tapetí, que corría rápidamente, un borrón blancuzco en la pantalla. Las nubes lo seguían a sorprendente velocidad. El comportamiento era evidente: estaban cazando.

Sentí por un instante un orgullo irracional. PREDPRESA funcionaba perfectamente. Aquellos enjambres bien podrían haber sido leonas tras una gacela, tan resuelto era su comportamiento. Los enjambres giraron bruscamente y luego se separaron, cortando la huida al tapetí a izquierda y derecha. Sin duda el comportamiento de las tres nubes parecía ordenado. En ese momento estaban cercando a la presa.

Y súbitamente uno de los enjambres se abatió y envolvió al tapetí. Los otros dos se precipitaron sobre el animal segundos después. La nube de partículas resultante era tan densa que ya apenas podía verse al tapetí. Aparentemente había rodado y estaba cara arriba, porque vi las patas traseras sacudiéndose espasmódicamente en el aire, por encima de la propia nube.

—Están matándolo —comenté.

—Sí —dijo Ricky, asintiendo con la cabeza—. Exacto.

—Pensaba que era un enjambre cámara.

—Sí, bueno…

—¿Cómo lo matan?

—No lo sabemos, Jack. Pero es una muerte rápida.

Arrugué la frente.

—¿Así que ya habéis visto esto antes?

Ricky titubeo, se mordió el labio. Mantuvo la mirada fija en la pantalla, sin contestar.

—Ricky, ¿ya habéis visto esto antes?

Dejó escapar un largo suspiro.

—Sí. Bueno, ayer fue la primera vez. Ayer mataron a una serpiente de cascabel.

Pensé: «Ayer mataron a una serpiente de cascabel».

—¡Por Dios, Ricky! —exclamé.

Recordé la conversación de los hombres del helicóptero sobre los animales muertos. Me pregunté si Ricky me contaba todo lo que sabía.

—Sí.

El tapetí ya no pataleaba. La única pata visible temblaba con ligeras convulsiones, hasta que por fin quedó inmóvil. La nube se arremolinó a baja altura en torno al animal, elevándose y descendiendo ligeramente. Esto se prolongó durante casi un minuto.

—¿Qué hacen ahora? —dije.

Ricky movió la cabeza en un gesto de negación.

—No estoy seguro. Pero también esto lo habían hecho antes.

—Casi parece que estén comiéndoselo.

—Lo sé —dijo Ricky.

Naturalmente eso era absurdo. PREDPRESA no era más que una analogía biológica. Mientras observaba aquella nube palpitante, se me ocurrió que ese comportamiento podía representar un bloqueo del programa. No recordaba exactamente qué pautas habíamos escrito para unidades individuales una vez alcanzado el objetivo. Los auténticos depredadores, claro está, devoraban a su presa, pero no existía un comportamiento análogo para estos microrrobots. Así que quizá la nube simplemente se arremolinaba confusamente. En tal caso, pronto debía empezar a moverse otra vez.

Normalmente, cuando un programa de inteligencia distribuida se bloqueaba, era un fenómeno pasajero. Tarde o temprano, influencias ambientales casuales inducían a actuar a suficientes unidades para que todas actuaran también. Luego el programa empezaba a funcionar de nuevo. Las unidades reanudaban la búsqueda del objetivo.

Este comportamiento se asemejaba poco más o menos a lo que uno veía en una sala de congresos una vez concluida la conferencia. El público permanecía allí un rato, desperezándose, charlando, saludando amigos, recogiendo los abrigos y demás pertenencias. Solo unos cuantos se marchaban en el acto, y la masa principal no les prestaba atención. Pero después de irse determinado porcentaje de los asistentes, los restantes dejaban de entretenerse y empezaban a salir rápidamente. Era una especie de desplazamiento de la atención.

Si yo estaba en lo cierto, vería algo semejante en el comportamiento de la nube. Los remolinos perderían su aspecto coordinado; se elevarían en el aire grupos dispersos de partículas. Solo entonces se movería la nube principal.

Eché un vistazo al reloj del ángulo del monitor.

—¿Cuánto tiempo lleva así?

—Unos dos minutos.

Eso no era demasiado tiempo para un bloqueo, pensé. Cuando escribíamos PREDPRESA, utilizamos en cierto punto el ordenador para simular un comportamiento coordinado de agentes. Después de un bloqueo siempre reiniciábamos, pero al final decidimos esperar para ver si el programa realmente se había bloqueado de manera permanente. Descubrimos que el programa podía bloquearse hasta doce horas seguidas antes de reactivarse y volver a la vida. De hecho, ese comportamiento interesaba a los neurocientíficos porque…

—Ya se ponen en marcha —dijo Ricky.

Y así era. Los enjambres empezaban a elevarse apartándose del tapetí muerto. De inmediato vi que mi teoría era errónea. No había grupos dispersos de partículas. Las tres nubes ascendieron juntas, de manera homogénea. El comportamiento parecía totalmente controlado y en absoluto fortuito. Las nubes giraron por separado durante un momento y luego se fundieron en una sola. El sol se reflejó con destellos plateados. El tapetí yacía inmóvil sobre el costado.

Y a continuación el enjambre se alejó velozmente y se adentró en el desierto. Dirigiéndose hacia el horizonte, se volvió cada vez más pequeño. Al cabo de unos instantes había desaparecido.

Ricky me observaba.

—¿Tú qué opinas?

—Tenéis un nanoenjambre robótico en fuga, que algún idiota ha dotado de autoabastecimiento de energía y autonomía.

—¿Crees que podemos recuperarlo?

—No —contesté—. Por lo que he visto, no existe la menor posibilidad.

Ricky suspiró y sacudió lo cabeza desesperado.

—Pero sin duda podéis deshaceros de él —añadí—. Podéis matarlo.

—¿Podemos?

—Por supuesto.

—¿De verdad? —Se le iluminó el rostro.

—Por supuesto. —Y así lo pensaba. Estaba convencido de que Ricky exageraba el problema. No lo había pensado a fondo. No había hecho todo lo posible.

Tenía la certeza de que podía destruir en poco tiempo el enjambre fugitivo. Esperaba dar por zanjado el asunto al amanecer del día siguiente, como mucho.

Tan escasa era la comprensión que tenía de mi adversario.

Día 6
10.11

Pensando en retrospectiva, tenía razón respecto a una cosa: era de vital importancia saber cómo había muerto el tapetí. Naturalmente conocía ya la razón. Sabía también por qué había sido atacado el tapetí. Pero ese primer día en el laboratorio no tenía la menor idea de qué había ocurrido. Y no habría podido adivinar la verdad.

Ninguno de nosotros podría, en aquel punto.

Ni siquiera Ricky.

Ni siquiera Julia.

Hacía diez minutos que los enjambres se habían ido y estábamos todos de pie en el cuarto de almacenamiento. Todo el grupo se había reunido allí, tenso y ansioso. Me observaron mientras me prendía un radiotransmisor en el cinturón y me colocaba unos auriculares en la cabeza. Los auriculares iban acoplados a unas gafas de sol con una videocámara montada junto al ojo izquierdo. Tardamos un rato en conseguir que el videotransmisor funcionara correctamente.

—¿En serio vas a salir? —preguntó Ricky.

—Sí —contesté—. Quiero saber qué le ha pasado a ese tapetí. —Me moví hacia los otros—. ¿Quién viene conmigo?

Nadie se movió. Bobby Lembeck, con las manos en los bolsillos, fijó la mirada en el suelo. David Brooks parpadeó rápidamente y desvió la vista. Ricky se examinaba las uñas. Miré a Rosie Castro a los ojos. Negó con la cabeza.

—Ni por asomo, Jack.

—¿Por qué no, Rosie?

—Tú mismo lo has visto. Están cazando.

—¿Ah, sí?

—Desde luego eso es lo que parece.

—Rosie, no es esto lo que aprendiste conmigo —dije—. ¿Cómo pueden cazar los enjambres?

—Todos lo hemos visto. —Echó el mentón al frente en actitud obstinada—. Los tres enjambres, cazando, coordinados.

—Pero ¿cómo? —insistí.

Aparentemente confusa, frunció el entrecejo.

—¿Qué estás preguntándome? No hay ningún misterio. Los agentes se comunican. Cada uno de ellos puede generar una señal eléctrica.

—Exacto —dije—. ¿Una señal de qué intensidad?

—Bueno… —Se encogió de hombros.

—¿De qué intensidad, Rosie? No puede ser mucha. El agente tiene solo una centésima parte del grosor de un cabello humano. No puede generar una señal muy intensa, ¿verdad?

—No…

—Y la radiación electromagnética disminuye en proporción al cuadrado del radio, ¿no?

Todos los estudiantes aprendían ese principio en las clases de física de secundaria. A medida que aumentaba la distancia respecto a la fuente electromagnética, se desvanecía la fuerza cada vez más deprisa.

Y eso implicaba que los agentes individuales solo podían comunicarse con sus vecinos inmediatos, con agentes muy próximos a ellos. No con otros enjambres a veinte o treinta metros de distancia.

Rosie arrugó aún más la frente. Ahora todos cruzaban inquietas miradas con expresión ceñuda.

David Brooks carraspeó.

—Y entonces, Jack, ¿qué hemos visto?

—Una ilusión —respondí con firmeza—. Habéis visto tres enjambres actuando de manera independiente y os ha parecido que estaban coordinados. Pero no es así. Y estoy casi seguro de que muchas otras cosas que creéis acerca de estos enjambres tampoco son verdad.

Había muchos aspectos que no comprendía acerca de los enjambres, y cosas a las que no daba crédito. No creía, por ejemplo, que los enjambres se reprodujeran. Pensaba que Ricky y los demás debían de estar muy nerviosos para concebir algo así. Al fin y al cabo, los veinticinco kilos de emanaciones que se habían liberado en el medio ambiente podían corresponderse fácilmente con los tres enjambres que habíamos visto… y otras varias docenas más. (Según mis cálculos, cada enjambre se componía aproximadamente de un kilo y medio de nanopartículas. Ese era poco más o menos el peso de un enjambre de abejas grande.)

En cuanto al hecho de que estos enjambres actuaran con un objetivo, no era en absoluto preocupante; era el resultado previsto de la programación a bajo nivel. Y no creía que los enjambres estuvieran coordinados. Sencillamente no era posible, porque los campos eran demasiado débiles.

Tampoco creía que los enjambres tuvieran la capacidad de adaptación que Ricky les atribuía. Había visto demasiadas demostraciones de robots realizando una tarea —como, por ejemplo, colaborar para empujar una caja por una habitación— que los observadores tomaban por comportamiento inteligente, cuando de hecho los robots eran estúpidos, estaban programados mínimamente y cooperaban por casualidad. Gran parte del comportamiento parecía más inteligente de lo que era. (Como Charley Davenport decía, «Ricky debía dar gracias a Dios por eso».)

Y por último no creía que los enjambres fueran peligrosos. No pensaba que una nube de nanopartículas de un kilo y medio pudiera representar una gran amenaza para nada, ni siquiera para un tapetí. No tenía ni mucho menos la certeza de que lo hubieran matado. Me parecía recordar que los tapetíes eran criaturas nerviosas, propensas a morir de miedo. O quizá las partículas habían penetrado en la nariz y la boca, obstruyendo los conductos respiratorios y asfixiando al animal. De ser así, la muerte era accidental, no intencionada. Le veía más sentido a la posibilidad de una muerte accidental.

En resumen, opinaba que Ricky y los demás habían malinterpretado lo que veían. Se habían asustado.

Por otra parte, debía admitir que me inquietaban varias preguntas sin respuesta.

La primera, y más evidente, era por qué el enjambre había escapado a su control. El enjambre cámara original estaba diseñado para controlarse mediante un transmisor de radiofrecuencia dirigido hacia él. Ahora, en apariencia, el enjambre no atendía las órdenes transmitidas por radio, y no entendía por qué. Sospechaba que se trataba de un error de fabricación. Probablemente las partículas se habían creado de manera incorrecta.

En segundo lugar, estaba la duda de la longevidad del enjambre. Las partículas individuales eran en extremo pequeñas y estaban sujetas a deterioro a causa de los rayos cósmicos, la descomposición fotoquímica, la deshidratación de sus cadenas proteicas y otros factores medioambientales. En los rigores del desierto, todos los enjambres deberían haberse consumido y muerto de «viejos» muchos días atrás. Pero no había sido así. ¿Por qué no?

En tercer lugar, estaba la cuestión del aparente objetivo del enjambre. Según Ricky, los enjambres volvían una y otra vez al edificio principal. Ricky creía que intentaban entrar. Pero ese no parecía un objetivo lógico para los agentes, y yo quería comprobar el código del programa para ver qué lo causaba. Sinceramente, sospechaba que había un fallo en el código.

Y por último quería saber por qué habían perseguido al tapetí, ya que PREDPRESA no programaba las unidades para convertirse en depredadores literales; simplemente utilizaba como modelo a los depredadores para mantener a los agentes concentrados y orientados a un objetivo. Por alguna razón, eso se había alterado, y ahora daba la impresión de que los enjambres cazaban realmente.

Probablemente eso también era un fallo en el código.

Desde mi punto de vista, todas estas incertidumbres se reducían a una única pregunta central: ¿Cómo había muerto el tapetí? No creía que lo hubieran matado. Sospechaba que la muerte del tapetí era accidental, no intencionada.

Pero era necesario comprobarlo.

Me ajusté los auriculares, con las gafas de sol y la videocámara montada junto al ojo izquierdo. Cogí la bolsa de plástico para introducir el cuerpo del tapetí y me volví hacia los demás.

—¿Me acompaña alguien?

Siguió un incómodo silencio.

—¿Para qué es la bolsa? —preguntó Ricky.

—Para traer al tapetí.

—Ni hablar —dijo Ricky—. Si quieres salir, es asunto tuyo. Pero no traigas aquí a ese tapetí.

—No hablas en serio.

—Sí hablo en serio. Jack, este es un ambiente aséptico de nivel seis. Ese tapetí está sucio. No puede entrar.

—De acuerdo. Si es así, podemos dejarlo en el laboratorio de Mae y…

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