Se metió en una caverna. Una corriente de aire. Fue a dar a una habitación donde dos figuras, hechas un montón de sombras, yacían, susurrando, y salió corriendo lleno de pánico. Orinó al final del pasillo y volvió apresuradamente al cuarto de Lou, encontrándose al fin en un silencioso tramo de escalera, en lo alto de la casa; extendió una mano, pero la baranda estaba rota y nada impedía allí una larga caída hasta el suelo a través de un hueco retorcido cuyo eco duplicaría su grito, sacando de sus agujeros en la pared a las familias que dormían o se retorcían, a las figuras susurrantes, a los ciegos que transforman el día en noche. Perdido en el túnel, cerca del techo, tocó con los dedos las paredes húmedas, buscando una puerta; encontró una manija y la agarró con fuerza, pero se quedó con ella en la mano. Lou lo había conducido por un pasillo más largo. Recordaba la cantidad de puertas; había tres a cada lado. Bajó corriendo el tramo de la baranda rota, entró en otro pasillo y arrastró la mano sobre la pared. Contó tres puertas. Abrió la tercera, caminó en la oscuridad, tanteó a la izquierda buscando la llave de la luz. Al encender vio una cama, un aparador y una cómoda, y una palangana en un rincón. No había botellas ni vasos. Ni fotografía de Lou. La colcha de la cama era roja. No pudo recordar el color de la colcha de Lou.
Dejó la luz encendida y abrió la segunda puerta, pero una voz desconocida de mujer gritó, medio dormida.
—¿Quién anda ahí? ¿Eres tú, Tom? Tom, enciende la luz.
Buscó una raya de luz debajo de la próxima puerta, y se detuvo tratando de oír voces. La mujer seguía gritando desde la segunda habitación.
—Lou, ¿dónde estás? —gritó a su vez—. ¡Contesta! ¡Contesta!
—¿Lou? ¿Qué Lou? ¡Aquí no hay ninguna Lou! —dijo una voz de hombre a través de la puerta abierta de la primera habitación a oscuras, a la entrada del pasillo.
Bajó corriendo otro tramo de escalera y contó cuatro puertas con su mano rasguñada. Una puerta se abrió y una mujer en camisón asomó la cabeza. Más abajo apareció la de un niño.
—¿Dónde vive Lou? ¿Usted sabe dónde vive Lou?
La mujer y el niño lo miraron fijamente sin responder.
—¡Lou! ¡Lou! ¡Se llama Lou! —se oyó gritar—. ¡Vive aquí, en esta casa! ¿Usted no sabe dónde?
La mujer agarró al chico por el pelo y lo metió adentro. El muchacho se agarró a la puerta. La mujer sacó un brazo y le golpeó la mano con el manojo de llaves. La puerta se cerró de golpe.
Al otro lado del pasillo apareció una mujer joven con un pequeño envuelto en un chal, y le tiró de la manga al pasar junto a ella.
—¿Lou cuánto? ¡Me ha despertado al niño!
—No conozco su otro nombre. Está con mistress Franklin y Mr. O'Brien.
—Me despertó al niño.
—Entra y búscala en la cama —dijo una voz desde la oscuridad, detrás de la mujer.
—Me ha despertado al niño.
El muchacho corrió por el pasillo, llevándose una mano, húmeda, a la boca. Cayó contra la baranda del último tramo de la escalera. Una vez más oyó en su cabeza la voz de Lou susurrándole que volviera, cuando la planta baja se alzó, como un ascensor lleno de muertos, hacia la baranda. «¡Pronto, pronto! ¡No puedo, no esperaré; me están asesinando la noche nupcial!»
Mareado, trepó por la escalera podrida, peligrosa, hasta el pasillo donde había dejado una luz encendida en una habitación del fondo. La luz estaba apagada. Golpeó en todas las puertas, murmurando su nombre. Golpeó más fuerte, y gritó, y una mujer con camisón y sombrero lo echó del pasillo con un bastón.
Durante largo tiempo aguardó en la escalera, aunque ya no había amor que esperar, ni otra cama que no fuera la suya, a muchas millas de distancia, y sólo el día, ya próximo, para recordar su descubrimiento. Alrededor de él, los habitantes de la casa, después de haber sido molestados, volvían a dormir. Entonces salió del edificio al vasto espacio, bajo las grúas inclinadas y la escalera. La luz de la única lámpara mortecina, en su círculo herrumbroso, caía sobre las pilas de ladrillos, de madera rota, de polvo; sobre todo lo que en un tiempo habían sido casas donde la modesta y casi desconocida, pero inolvidable gente del pueblo, había vivido y amado, y muerto, y perdido siempre.
DYLAN THOMAS, poeta, escritor de cuentos y dramaturgo galés, famoso por su brillante imaginería verbal y por su canto a la belleza natural. Thomas nació en Swansea, Gales, el 27 de octubre de 1914, hijo de un profesor de escuela. Terminados los estudios de enseñanza media, marchó a Londres, donde en 1934 publicó su primer libro de poemas,
Dieciocho poemas
, en el que a pesar de su juventud mostró un excepcional talento tanto en sus imágenes como en la dicción poética.
Retrato del artista cachorro
(1940) es un grupo de apuntes autobiográficos, y
Aventuras en el tráfico de pieles
(publicada póstumamente en 1954) contiene una novela inacabada y otros escritos en prosa. Durante la II Guerra Mundial escribió guiones para películas documentales. Después de la guerra trabajó como comentarista radiofónico de la BBC (British Broadcasting Corporation). La obra de teatro para voces
Bajo el bosque lácteo
(publicada póstumamente en 1954) la escribió para la radio.
Sus últimos años se vieron ensombrecidos por su creciente inquietud y sus relaciones tempestuosas con su esposa Caitlin. Murió en Nueva York el 9 de noviembre de 1953 a causa de su alcoholismo y una sobredosis de medicinas.