Temerario I - El Dragón de Su Majestad (17 page)

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Authors: Naomi Novik

Tags: #Histórica, fantasía, épica

BOOK: Temerario I - El Dragón de Su Majestad
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Pero no había alternativa, no se podía tolerar una manifiesta falta de respeto, y Granby sabía perfectamente que su comportamiento era inaceptable. Laurence seguía alicaído cuando regresó al interior. Su humor mejoró sólo cuando descubrió al entrar al patio que Temerario se había despertado y le esperaba.

—Lamento haberte abandonado durante tanto tiempo —dijo Laurence al tiempo que se apoyaba contra su ijada y le daba unas palmadas, más para confortarse a sí mismo que para contentar al dragón—. ¿Te has aburrido mucho?

—No, en absoluto —dijo Temerario—. Se acercó mucha gente y estuvieron hablando conmigo. Algunos me tomaron medidas para un nuevo arnés. También he estado hablando con Maximus y me ha dicho que vamos a practicar juntos.

Laurence saludó con una inclinación de cabeza al Cobre Regio, que momentáneamente había abierto un ojo soñoliento al oír mencionar su nombre y que de inmediato lo volvió a cerrar.

—¿Tienes hambre? —preguntó Laurence después de volverse hacia Temerario—. Debemos levantarnos a primera hora para volar para Celeritas, el director de prácticas de la base —agregó—. Lo más probable es que no tengas tiempo de desayunar por la mañana.

—Sí, me gustaría comer —contestó Temerario, que no parecía nada sorprendido por tener a un dragón como director de prácticas.

Laurence se sintió un poco absurdo por su primera reacción de sorpresa ante la pragmática respuesta del dragón. Temerario, por supuesto, no veía nada extraño en aquello.

No se molestó en atarse del todo al arnés para el corto trayecto hasta el saliente, donde desmontó para permitir a Temerario cazar sin pasajero. El sencillo placer de verle remontar el vuelo y lanzarse en picado con tanta gracilidad le fue de gran ayuda para sosegar los pensamientos de Laurence. No importaba cómo reaccionaran los aviadores ante él, su posición estaba tan segura como ningún capitán de barco podía esperar. Había tenido experiencia a la hora de enfrentarse a hombres mal predispuestos si su tripulación llegaba a ese extremo, y el ejemplo de Martin al menos demostraba que no todos los oficiales iban a tener prejuicios contra él desde el principio.

Había otro motivo de consuelo. Laurence escuchó un murmullo entusiasta mientras Temerario caía en picado y levantaba del suelo una pesada vaca de pelaje enmarañado para luego sentarse a comérsela. Alzó la vista y vio asomar una hilera de pequeñas cabezas en las ventanas superiores.

—Ése es el Imperial, ¿verdad, señor? —le preguntó uno de los muchachos de pelo color arena y cara redonda.

—Sí, ése es Temerario —respondió.

Laurence siempre se había esforzado en la educación de los jóvenes a su cargo, lo que había permitido que su nave fuera considerada un lugar excelente para cualquier rapazuelo. Procedía de una familia numerosa y había tenido muchos camaradas en la Marina, por lo que había gozado de mucho trato con niños, con buenos resultados en su mayoría. A diferencia de muchos adultos, no se sentía del todo a disgusto en su compañía, incluso aunque fueran más jóvenes que la mayoría de sus guardiamarinas.

—¡Mira, mira, fantástico! —gritó otro más pequeño de pelo negro mientras señalaba con el dedo.

Temerario volaba casi rozando el suelo y recogía las tres ovejas que habían liberado para él antes de detenerse para volver a comer.

—Me atrevería a decir que tenéis más experiencia sobre el vuelo de dragones que yo. ¿Demuestra habilidad?

—Oh, sí —fue la respuesta general y entusiasta—. Los acorrala en un abrir y cerrar de ojos —contestó el muchacho de pelo color arena adoptando un tono profesional—, y se despliega bien, sin malgastar un batido de alas. Caray, es estupendo —agregó recuperando su condición de niño pequeño cuando el dragón echó las alas hacia atrás para atrapar la última vaca.

—Señor, aún no ha elegido a sus mensajeros, ¿verdad? —preguntó expectante el muchacho de pelo negro, lo cual despertó un clamor entre los demás.

Todos pregonaron su valía para que Laurence tuviera información suficiente cuando pidiera que asignaran a la tripulación del dragón a los cadetes más idóneos.

—No, e imagino que lo haré siguiendo el consejo de vuestros instructores —contestó con simulada severidad—, por lo que me atrevería a decir que deberíais prestarles toda vuestra atención en las próximas semanas. Listo, ¿ya has saciado el apetito? —preguntó cuando Temerario se reunió con él en el saliente, aterrizando al borde del mismo con un perfecto equilibrio.

—Oh, sí. Estaban muy ricas, pero estoy todo manchado de sangre. ¿Podemos ir a que me laves?

Laurence se dio cuenta tarde de que habían omitido ese detalle en la visita. Alzó la vista hacia los muchachos.

—Caballeros, he de pedirles una dirección para poder llevarle al lago a que se bañe.

Todos le clavaron las miradas con ojos redondos como platos.

—Nunca he oído que un dragón se bañe —apuntó uno.

—¿Se imagina intentando lavar a un Regio? —agregó el de pelo color arena—. Llevaría siglos. Por lo general, se lamen los hocicos y se limpian las garras, como los gatos.

—Eso no suena demasiado bien. Me gusta estar aseado aunque lleve mucho trabajo —dijo Temerario, que miraba a Laurence con desasosiego.

El contuvo una exclamación y dijo con serenidad:

—Lleva mucho trabajo, sin duda, pero así son muchas de las cosas que hay que hacer. Iremos al lago enseguida. Aguarda sólo un momento, Temerario. Voy a buscar algunos trapos.

—¡Yo le traigo algunos!

El chico de pelo color arena desapareció de las ventanas y el resto lo siguió de inmediato. Cinco minutos escasos más tarde, media docena de ellos irrumpió en el saliente con un montón de trapos mal doblados de cuya procedencia Laurence sospechó.

Los aceptó de todos modos y les dio las gracias con gravedad antes de encaramarse encima del dragón, tomó nota mentalmente del muchacho de pelo color arena. Tenía la clase de iniciativa que a él le gustaba y le pareció un oficial en potencia.

—Mañana podríamos traer nuestros arneses de fusilero para subir a bordo y ayudar —añadió el muchacho con expresión demasiado candida.

Laurence le observó y se preguntó si debería poner lieno a aquel desparpajo, pero en el fondo le encantaba su entusiasmo, por lo que se contentó con responder con voz firme:

—Ya veremos.

Permanecieron observando en el saliente. Laurence vio sus ávidos rostros hasta que el dragón giró al llegar al castillo y los perdió de vista. Una vez en el lago, dejó que Temerario nadara para limpiarse la mayor parte de la sangre y luego lo secó con especial mimo. Para un hombre que había crecido pisando cubiertas fregadas a diario con arena resultaba vergonzoso que los aviadores dejaran que los dragones se limpiaran ellos mismos.

—Temerario, ¿te rozan? —preguntó al tiempo que tocaba las cinchas.

—Ahora menos —respondió volviéndose para mirar—. Mi piel se endurece cada vez más, y las muevo un poco cuando me molestan. Entonces, noto el alivio enseguida.

—Amigo, me he cubierto de oprobio —dijo Laurence—. Nunca debí dejártelo puesto. De ahora en adelante, no lo llevarás ni un instante más de lo necesario para que volemos juntos.

—Pero ¿no son obligatorias, como tus ropas? —inquirió el dragón—. No quisiera que nadie pensara que no estoy educado.

—Te pondré una gran cadena alrededor del cuello, y eso servirá —contestó a Temerario al pensar en el collar de oro que lucía Celeritas—. No voy a hacerte sufrir por una costumbre que hasta donde logro entender es pura pereza. Y tengo intención de quejarme en términos enérgicos al próximo almirante que vea.

Cumplió lo dicho y le quitó el arnés a Temerario en cuanto aterrizaron en el patio. El dragón miró con cierto nerviosismo a los demás dragones, que los habían observado con interés desde el momento en que regresaron, con Temerario aún goteando agua del lago. Ninguno de ellos parecía sorprendido, sólo curioso. Temerario se relajó por completo y se tumbó sobre las cálidas losas después de que Laurence le quitara la cadena de oro y perlas y la envolviera en torno a una de sus garras, como si fuera un anillo.

—Es más agradable no llevarlo puesto. No me había dado cuenta de cuánto molestaba —le confesó a Laurence en voz baja.

Se rascó en un punto oscuro de su pelaje donde el roce de una hebilla había aplastado varias escamas hasta hacer una callosidad.

Laurence se entretuvo limpiando el arnés y lo acarició en señal de disculpa.

—Te pido perdón —dijo con remordimiento mientras miraba la zona irritada—. Voy a intentar encontrar un emplasto para esas marcas.

—Yo también me quiero quitar el mío —gorjeó de repente uno de los Winchesters, que bajó de un salto del lomo de Maximus para aterrizar delante de Laurence—. ¿Lo hará usted?, por favor.

Laurence vaciló. No le parecía correcto tocar la criatura de otro hombre.

—Creo que el único que te lo puede quitar es tu cuidador —respondió—. No deseo ofenderle.

—No viene desde hace tres días —explicó el Winchester con voz triste y dejó caer la cabeza.

El Winchester tenía el tamaño de un par de caballos de tiro y su hombro apenas si sobresalía por encima de la cabeza de Laurence. Al examinarlo más de cerca, vio en la piel marcas con regueros de sangre seca. Su arnés, a diferencia del de otros dragones, no parecía especialmente limpio ni bien cuidado; había manchas y remiendos muy toscos.

—Acércate y deja que te eche un vistazo —dijo Laurence en voz baja mientras retomaba los trapos, aún húmedos con el agua del lago, y comenzó a limpiar al pequeño dragón.

—Gracias —dijo el Winchester mientras se inclinaba felizmente hacia la tela. Luego, añadió con timidez—: Me llamo Levitas.

—Yo soy Laurence, y él, Temerario.

—Laurence es mi capitán —dijo Temerario con un dejo de beligerancia en el tono de su voz y enfatizando el posesivo.

Laurence alzó los ojos hacia él con sorpresa e interrumpió el proceso de limpieza para dar una palmada al costado de Temerario, que se dejó caer y contempló con los ojos entrecerrados cómo el antiguo marino terminaba de limpiar al pequeño dragón.

—¿Quieres que averigüe qué le ha pasado a tu cuidador? —le preguntó a Levitas con una última palmada—. Tal vez no se sienta bien, pero estoy seguro de que se recuperará pronto.

—Oh, no creo que esté enfermo —contestó Levita con aquella misma tristeza—. Pero la limpieza hace que ya me sienta mucho mejor —agregó mientras frotaba la cabeza contra el hombro de Laurence en gesto de gratitud.

Temerario emitió un murmullo de desaprobación y dobló las garras contra la piedra. Levitas voló directamente detrás de Maximus con un grito de alarma y se acurrucó de nuevo junto al otro Winchester. Laurence se volvió hacia Temerario y le dijo bajito:

—Vamos, ¿por qué esos celos? No te va a molestar que le limpie un poco cuando su cuidador no lo atiende.

—Eres mío —dijo con obstinación Temerario. Después de un momento, sin embargo, escondió la cabeza como si estuviera avergonzado y añadió con un hilo de voz—: Él sería más fácil de limpiar.

—No dejaría un centímetro de tu piel sin limpiar aunque tuvieras dos veces el tamaño de Laetificat —dijo Laurence—, pero tal vez vea mañana si a alguno de los chicos le gustaría lavarle.

—Oh, eso estaría bien —dijo Temerario, animándose—. No termino de comprender por qué no ha acudido su cuidador. Tú nunca te ausentarías tanto tiempo, ¿verdad?

—Nunca, a menos que me retuvieran por la fuerza —dijo Laurence.

Él mismo no lo entendía. Le parecía plausible que el hombre que enjaezaba a una criatura corta de luces no encontrara intelectualmente satisfactoria su compañía, pero lo menos que hubiera esperado era el afecto sencillo con el que James trataba a Volatilus, y aunque más pequeño, Levitas era sin lugar a dudas más inteligente que Volly. Tal vez eso explicara que hubiera menos hombres entregados al trabajo entre los aviadores que en las demás ramas del servicio, aunque dada la escasez de animales, era una verdadera lástima ver a un dragón reducido al abandono, lo cual forzosamente debía de afectar al rendimiento del animal.

Laurence se llevó consigo el arnés fuera del patio del castillo y se dirigió hacia uno de los grandes galpones donde trabajaba el personal de mantenimiento. Varios hombres seguían sentados enfrente de los barracones, fumando cómodamente, a pesar de ser ya última hora del día. Lo miraron con curiosidad, sin saludarlo, pero tampoco con una actitud hostil.

—Ah, usted debe de ser el cuidador de Temerario —dijo uno de ellos mientras extendía la mano para recoger el arnés—. ¿Se ha roto? Tendremos preparado un arnés como Dios manda para su dragón en unos cuantos días, pero entretanto lo podemos remendar.

—No, sólo necesita una limpieza —repuso Laurence.

—Aún no tiene un encargado de arneses. No nos pueden asignar como vuestro personal de tierra hasta que sepamos cómo se va a entrenar el dragón —explicó el hombre—, pero nos haremos cargo. Hollin, limpia un poco eso, ¿de acuerdo? —gritó para atraer la atención de otro hombre más joven que trabajaba una pequeña pieza de cuero dentro del barracón.

Hollin salió limpiándose la grasa en el mandil y tomó el arnés con unas manazas de apariencia capacitada.

—Enseguida lo tendrá. ¿Me dará algún problema el animal cuando se lo vuelva a poner?

—Eso no va a ser necesario, gracias. Está más cómodo sin arnés. Limítese a dejarlo junto a él —contestó Laurence con voz firme, ignorando las miradas que se ganaba con esas palabras—. Ah, el arnés de Levitas requiere también atención.

—¿Levitas? Bueno, hombre, yo diría que es su capitán quien debe hablar del tema con su tripulación—apuntó el primer hombre mientras chupaba la pipa con gesto pensativo.

Aquello era totalmente cierto. No obstante, era una respuesta decepcionante. Laurence dirigió una mirada prolongada y gélida, y dejó que el silencio hablara por él. El hombre se removió al sentirse algo incómodo bajo el escrutinio de aquella mirada.

—Si hay que reprenderles para que hagan su trabajo, se hace. Creía que tener la certeza de que el bienestar de un dragón corre peligro bastaría para que cualquier miembro de la Fuerza Aérea procurara remediar esa situación.

—Yo me encargaré cuando deje el arnés junto a Temerario —contestó apresuradamente Hollín—. No me importa. Es tan pequeño que lo haré en un periquete.

—Gracias, señor Hollín. Me alegra ver que no estaba en un error —dijo Laurence, que se dio la vuelta para regresar al castillo.

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