Read Trilogía de la Flota Negra 1 Antes de la Tormenta Online
Authors: Michael P. Kube-McDowell
—Me encantaría ir con usted, señor. Por lo que a mí respecta, Erredós puede caerse dentro de un lago de barro y oxidarse durante toda la eternidad —replicó Cetrespeó, logrando salir por fin del amasijo de lianas y contorneando un árbol para reunirse con Lando—. Pero el amo Luke me trajo aquí para que me ocupara de los aspectos administrativos del funcionamiento de la Academia Jedi, y no alteró esas instrucciones antes de irse.
—¿Qué dijo Luke cuando se fue?
—No nos dijo ni una palabra, general Calrissian. Se limitó a desaparecer en la noche. No he recibido ningún mensaje suyo, y no he sabido nada de él desde hace diecinueve días locales. ¿Tiene noticias del amo Luke, señor? ¿Se encuentra bien? ¿Ha venido a traernos nuevas instrucciones suyas?
Lando frunció los labios y reflexionó durante unos momentos antes de responder.
—Sí, Cetrespeó, traigo instrucciones nuevas para los dos —acabó diciendo—. Luke está perfectamente, pero ha decidido que necesitaba estar algún tiempo a solas para poder meditar y os ha asignado al Alto Mando de la Flota hasta que vuelva..., y el Alto Mando de la Flota os ha puesto a mis órdenes.
«Si pudiera haber localizado a Luke para hablar con él, estoy seguro de que el resultado final habría acabado siendo el mismo», se dijo Lando.
—Me alegra mucho saber que el amo Luke se encuentra bien, general Calrissian. Nadie ha sido capaz de decirme nada sobre él. Y no echaré de menos Yavin 4. Este lugar es tan húmedo que mis circuitos siempre se están oxidando. Míreme: cada vez que entro en esa jungla acabo cubierto de suciedad. Pero ¿está seguro de que debemos llevarnos a Erredós con nosotros?
—Me temo que sí, muchacho —dijo Lando, dándole unas palmaditas al androide en un hombro metálico—. Pero intenta verlo desde este punto de vista: tú sólo tienes que cargar con Erredós, pero yo he de cargar contigo y con Erredós. Si yo puedo hacerlo, tú también puedes.
Cetrespeó echó la cabeza hacia atrás y sus ojos emitieron un fugaz parpadeo luminoso.
—Señor, no entiendo...
—Ya te lo explicaré más tarde —dijo Lando, echando un vistazo a su cronómetro—. Y ahora, llama a Erredós. Andamos muy escasos de tiempo, y ésta no es nuestra última parada.
—Tendré que informar al amo Streen de nuestra marcha.
—Ya me he ocupado de eso —dijo Lando. Se acordó de las primeras mentiras, totalmente distintas a las que estaba empleando con Cetrespeó, que se había inventado para convencer a Streen de que dejara marchar a los androides. «Sigo sin ser capaz de acostumbrarme a que confíen en mí.
Bueno, he de reconocer que como camuflaje resulta todavía más eficiente de lo que me había imaginado...»—. Venga, hombre de hojalata. El
Dama Afortunada
nos está esperando.
Nubes de color cobre saturadas por los óxidos del gas tibanna se agitaban al otro lado de los ventanales de lo que en tiempos ya lejanos había sido el despacho de Lando Calrissian en la Ciudad de las Nubes de Bespin. En el interior, al igual que en el exterior, nada había cambiado desde que lo había visto por última vez. Las paredes y las estanterías a duras penas conseguían acoger la ecléctica colección de objetos que sólo un hombre muy rico o un contrabandista que hubiese recorrido toda la galaxia habrían podido llegar a acumular.
—Has hecho auténticas maravillas con este sitio —le dijo Lando al ciborg sentado detrás del que había sido su escritorio—. Bueno, supongo que nunca encontré el momento de hacer que me enviaran mis cosas, ¿eh?
—No me molestan —dijo Lobot. Las luces de actividad de la banda conectora que cubría su frente yendo de una oreja a otra estaban parpadeando velozmente—. Tu capacidad para enjuiciar las cuestiones subjetivas es superior a la mía. Todavía no he conseguido dominar los complicados cálculos de la decoración de interiores.
—Bueno, por lo menos tu buen gusto está lo suficientemente desarrollado como para reconocer que yo tengo muy buen gusto —dijo Lando con una sonrisa—. Aun así, y por muy espléndido que sea lo que le rodea, un hombre puede hartarse de ver lo mismo día tras día. ¿Cuándo saliste de aquí por última vez?
—Voy a dar paseos de inspección dos veces al día —respondió Lobot—. Para hacer un recorrido de inspección completo se requieren noventa y siete días.
—Permíteme que te plantee la pregunta de otra manera, Lobot. ¿Cuánto tiempo ha transcurrido desde la última vez en que interrumpiste tu conexión con los sistemas de la Ciudad de las Nubes?
Una expresión de perplejidad apareció en el rostro del ciborg y se desvaneció casi al instante.
—Nunca he interrumpido mi conexión con los sistemas administrativos.
—Tal como sospechaba —dijo Lando—, y ésa es la razón por la que estoy aquí. Trabajas demasiado, Lobot. Te mereces un cambio de paisaje..., unas vacaciones.
—¿Cómo puedo dejar sin administrador a la Ciudad de las Nubes?
—Tengo un secreto que contarte, Lobot: a la gente que trabaja para ti le encantará poder disfrutar de esa pequeña novedad.
Lobot frunció el ceño.
—Pero los sistemas necesitan ser supervisados y controlados continuamente, ya que de lo contrario entrarían en un ciclo de aleatoriedad.
—Pues entonces piensa en lo bien que te lo pasarás volviendo a dejarlos en condiciones cuando vuelvas —replicó Lando—. Y el viaje te sentará estupendamente. Si quieres que te sea sincero, Lobot, creo que no te iría nada mal hacer algunas prácticas de conversación. ¿Sigo siendo la única persona que sabe que puedes hablar?
—La obtención de datos a través de las conexiones directas resulta mucho más eficiente.
—La eficiencia está muy sobrevalorada, mi querido amigo —dijo Lando, recostándose en su sillón y cruzando las piernas hasta quedar cómodamente instalado con el tobillo sobre la rodilla—. Venga, venga... ¿Qué me contestas? Sabiendo lo mucho que te gusta trabajar, te he preparado unas vacaciones en las que tendrás montones de trabajo.
—¿De qué clase de trabajo se trata?
—No puedo decírtelo a menos que accedas a venir conmigo —replicó Lando, golpeando suavemente la insignia de su uniforme con las puntas de los dedos—. Tengo un nombramiento temporal en mi bolsillo, y también dispongo de todas las autorizaciones de seguridad necesarias. Lo único que puedo prometerte es que tendrás problemas mucho más interesantes que aquellos en los que estás trabajando ahora. Y la verdad es que tu ayuda me vendría muy bien, Lobot... Será como en los viejos tiempos.
Lobot se levantó y su mirada recorrió lentamente el despacho.
—Haremos un trato: mi ayuda a cambio de tus «cosas» —dijo por fin—. Quiero que se queden aquí en recuerdo de los viejos tiempos.
—Vaya, vaya... Estás hecho todo un negociante, ¿verdad? ¿Quién te ha estado enseñando el sutil arte del regateo?
—Tú —dijo Lobot. Cerró los ojos y bajó el mentón hasta dejarlo apoyado en el pecho. Todas las luces de su barra de conexión pasaron al verde, y después emitieron un fugaz destello rojo antes de apagarse. Lobot alzó la cabeza, abrió los ojos y miró a Lando—. Demasiado silencio.
—Pues entonces deja abiertos unos cuantos canales —dijo Lando, poniéndose en pie—. Llévate todo lo que necesites para sentirte a gusto.
Unas cuantas luces dispersas volvieron a encenderse en la barra de conexión de Lobot.
—Así está mejor —dijo—. Podemos irnos. ¿Cuál es mi rango? ¿Qué problemas necesitan soluciones?
—Te lo explicaré por el camino.
Los siete navíos que formaban la flotilla a la que se había asignado la misión de localizar al
Vagabundo
de Teljkon estaban en órbita alrededor del sexto planeta del sistema de Coruscant, donde les resultaría más fácil pasar desapercibidos. El
Dama Afortunada
fue el último en unirse a la formación y también era el más pequeño de ellos, salvo por un hurón automatizado que no necesitaba piloto enviado por Inteligencia. El yate de Lando parecía una mota de polvo comparado con la enorme mole del crucero
Glorioso
, desde el que Pakkpekatt dirigiría la misión.
—Veo montones de artillería de gran calibre, y eso no me gusta nada —dijo Lando, examinando la situación desde la cabina del
Dama Afortunada
—. Creía que nos enviaban para ser más listos que nuestra presa, no para derrotarla a cañonazos.
—El hecho de que el
Vagabundo
dejara incapacitada a una fragata con tan aparente facilidad puede haber dictado la elección de un crucero —dijo Lobot.
—Estoy seguro de que así ha sido —asintió Lando—. Pero esto empieza a tener bastante mal aspecto. —Alargó la mano hacia el comunicador—.
Glorioso
, aquí el general Lando Calrissian a bordo del
Dama Afortunada
. Solicito permiso para subir a bordo.
—Aquí el
Glorioso
, general Calrissian —dijo una voz que sonaba bastante juvenil—. Soy el teniente Harona, el oficial de servicio. Le estábamos esperando, señor. ¿Desea que le enviemos la lanzadera personal del capitán?
—Me temo que alguien ha cometido un pequeño error a la hora de interpretar las órdenes, teniente. No necesito un medio de transporte. Lo que necesito es una plaza de aparcamiento en su cubierta de vuelo.
Hubo una pausa llena de estática, que terminó cuando Harona carraspeó para aclararse la garganta.
—Me temo que tiene razón, general Calrissian. Ha habido una pequeña confusión. Nuestras cubiertas de vuelo están ocupadas por el equipo necesario para la misión y por nuestras dotaciones de cazas. No disponemos de espacio para el
Dama Afortunada
a bordo.
—Pues entonces hágale un hueco, teniente. A menos que quiera que nuestra velocidad máxima sea la que puede alcanzar un convoy de naves, que no es precisamente muy elevada. —Lando movió el interruptor de cierre del circuito y se volvió hacia Lobot—. Ahora averiguaremos si saben lo rápida que puede llegar a ser mi pequeña nave.
La segunda pausa fue más larga.
—Señor, el coronel Pakkpekatt sugiere que suba al
Glorioso
y permita que una tripulación enviada por el coronel lleve su yate de regreso a Coruscant.
—Aja —murmuró Lando—. Eso me indica que se les ha metido en la cabeza la idea de que soy un observador. —Volvió a mover el interruptor—. Teniente Harona, tenemos nuestro propio equipo para la misión a bordo. ¿Debo entender que me está diciendo que al coronel Pakkpekatt no le importa perder un día o dos más mientras usted se encarga de todos los arreglos necesarios para hacer el inventario del equipo y proporcionarnos el espacio de almacenamiento adecuado? En ese caso, póngame con su contramaestre y empezaremos a explicarle cuáles son nuestras necesidades...
—Eh... No, señor. El coronel preferiría no tener que esperar todo ese tiempo.
Lando volvió la cabeza hacia Lobot y le guiñó un ojo. «Ahora sí que los he pillado», pensó.
—Teniente, tal vez debería hablar directamente con el coronel Pakkpekatt.
Casi pudieron oír cómo el oficial de servicio se removía nerviosamente en su asiento.
—Señor, en estos momentos el coronel está muy ocupado preparando la partida y...
—Estoy seguro de ello. Le diré lo que vamos a hacer, teniente: puedo resolver su pequeño problema sin necesidad de molestar al coronel. Veo que la escotilla de su hangar Número Cinco está abierta. Avise de que vamos para allá y nos meteremos en ese hangar.
—General Calrissian, lo siento muchísimo, pero no puedo autorizarle a...
—¿Y entonces por qué me está haciendo perder el tiempo, teniente? —preguntó secamente Lando—. Vaya a buscar a su oficial superior y siéntelo delante de su comunicador. Quiero hablar con alguien que pueda tomar una decisión. Y cuando su oficial superior y yo hayamos acabado de resolver nuestro pequeño problema, cosa que deberíamos poder hacer en un par de minutos, voy a pedirle que lleve a cabo una revisión completa de sus procedimientos operativos y del personal de su puente. Quiero que averigüe cuál ha sido la razón por la que un general y la delegación que Operaciones de la Flota ha enviado a esta misión tuvieron que esperar mientras un oficial de servicio hojeaba el manual buscando una regla que seguir.
El silencio subsiguiente fue el más largo de cuantos se habían producido hasta aquel momento.
—
Dama Afortunada
, el Hangar Externo Número Cinco estará preparado para recibirles dentro de unos instantes. Prepárense para iniciar la secuencia de atraque automático.
—Gracias, teniente —dijo Lando—. Fin de la transmisión desde el
Dama Afortunada
.
—¡Le felicito, señor! —exclamó Cetrespeó con entusiasmo—. Parece un compromiso realmente excelente.
—No es un compromiso. He conseguido lo que quería —dijo Lando, iniciando la secuencia del atraque automático y levantándose del sillón de pilotaje—. No estaba dispuesto a renunciar a mi nave, y no quería que estuviera atracada en un hangar interior donde habría necesitado su permiso para poder utilizarla.
—Entonces has alcanzado todos tus objetivos —dijo Lobot.
—Oh, no. Sólo estamos empezando. Ahora tenemos que someter a esos chicos a un pequeño proceso de reeducación para que comprendan cuál es nuestro verdadero papel en esta misión —dijo Lando—. Preparaos para desembarcar. Voy a necesitaros a todos.
—Coronel Pakkpekatt, el general Calrissian desea hablar con usted.
El tono un tanto estridente de su voz indicaba con toda claridad el nerviosismo que sentía el alférez. Lando supuso que nunca habría estado en el puente de combate anteriormente, o que nunca había tenido razones para dirigirse al comandante de la misión..., eso suponiendo que le hubiera visto alguna vez.
El alférez fue el primer miembro de la tripulación con el que Lando se encontró después de haber pasado por la escotilla interior del Hangar Número Cinco, y había ordenado al joven técnico que los escoltara hasta donde estaba el coronel Pakkpekatt. Lando estaba bastante familiarizado con la estructura interna de los cruceros estelares de la clase Belarus, y tenía una cierta idea de dónde podía encontrar a Pakkpekatt. Pero ser escoltado y llevar a todo su séquito pisándole los talones le permitió hacer una entrada espectacular.
El anuncio del alférez hizo que varias cabezas se volvieran hacia ellos, pero la mayoría volvieron a concentrarse nuevamente en su quehacer después de haber echado un rápido vistazo a los recién llegados.
La excepción corrió a cargo de un hortek de dos metros de altura cuya coraza de placas óseas relucía con leves destellos de un rojo amarronado bajo la iluminación de combate del puente. El largo cuello del coronel Pakkpekatt giró para dirigir su cabeza hacia las siluetas que acababan de aparecer por la compuerta blindada posterior del puente, y la penetrante mirada de aquellos ojos que nunca parpadeaban se clavó en ellas con una intensidad casi hipnótica.