Un espia perfecto (39 page)

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Authors: John Le Carré

Tags: #Intriga

BOOK: Un espia perfecto
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–Voy a buscar a mamá -dijo ella, antes de que él pudiese hablar, y se volvió tan bruscamente que él pudo observar el cimbreo de su falda-. Mamá. Es un hombre. Es para ti -dijo, y con intensa censura pasó por delante de él rumbo a un colegio decente.

–Hola, Belinda -dijo Brotherhood-. Soy yo.

Al salir de la cocina, Belinda se encaminó directamente al pie de la escalera, respiró hondo y vociferó a una puerta cerrada.

–¡Paul! Baja inmediatamente, por favor. Ha venido Jack Brotherhood. Supongo que quiere algo.

Era lo que él sabía que ella gritaría, aunque no tan alto, porque Belinda siempre había reaccionado mal al principio y rectificado con bastante dulzura más tarde.

Estaban sentados en una sala de madera, en sillas bajas de mimbre que crujían como columpios cuando te movías. Sobre ellos se balanceaba, torcida, una gigantesca pantalla de lámpara de papel blanco. Belinda había preparado café en tazones moldeados a mano y lo había endulzado con azúcar natural. Bach sonaba aún desafiante en la cocina. Belinda tenía los ojos oscuros e iracundos por algún suceso de su infancia; a los cincuenta años, su cara continuaba dispuesta a afrontar otra disputa con su madre. Llevaba el pelo grisáceo recogido en un moño discreto y un collar de algo parecido a nuez moscada. Al andar se desplazaba dentro de su caftán como si lo odiara. Al sentarse extendía las rodillas y se rascaba los nudillos de una mano. Su belleza, sin embargo, se aferraba a ella como una identidad que intentase negar, y su sencillez desentonaba continuamente como un mal disfraz.

–Ya han estado aquí, por si no lo sabes, Jack -dijo-. A las diez de la noche, en realidad. Nos estaban esperando en la puerta cuando volvimos de la casa de campo.

–¿Quiénes?

–Nigel. Lorimer. Dos más que yo no conocía. Todos hombres, claro.

–¿Qué dijeron que querían? -preguntó Brotherhood, pero Paul le detuvo.

No era posible enfadarse con Paul. Sonreía de un modo muy juicioso a través del humo de su pipa incluso cuando se estaba comportando de un modo grosero.

–¿Pero qué es esto, Jack? -dijo, sacando la pipa de la boca y bajándola hasta convertirla en un micrófono de mano-. ¿Un interrogatorio sobre interrogatorios? No tenéis un estatuto político, Jack. Sólo sois un equipo de alquiler incluso bajo este gobierno, me temo.

–Posiblemente lo ignoras, pero Paul ha escrito extensamente sobre el auge de los servicios paramilitares bajo los conservadores -dijo Belinda con una voz que se esforzaba en ser áspera-. Lo sabrías si te tomaras la molestia de leer el
Guardian,
pero no lo lees. En el último le dieron una página entera.

–Así que jódete, Jack -dijo Paul, con la misma deferencia.

Brotherhood sonrió. Paul sonrió. Un viejo perro pastor entró en la sala y se acomodó a los pies de Brotherhood.

–Por cierto, ¿quieres fumar? -dijo Paul, siempre sensible a la atmósfera-. Me temo que Belinda no tolera los pitillos, pero puedo ofrecerte un elegante purito, si te mueres de ganas.

Brotherhood sacó uno de sus paquetes pestilentes y encendió un cigarrillo.

–Jódete tú también, Paul -dijo, en contrapartida.

Paul había medrado pronto en la vida. Veinte años antes había escrito obras prometedoras para teatros marginales. Las seguía escribiendo. Era alto, pero por fortuna poco atlético. Dos veces, que Brotherhood supiera, había solicitado su ingreso en la Casa. En ambas ocasiones había sido rechazado de plano, incluso sin la intervención de Brotherhood.

–Vinieron aquí porque estaban investigando a Magnus antes de darle un alto cargo, si lo quieres saber -dijo Belinda, de una tirada-. Tenían prisa porque querían ascenderle inmediatamente para que pudiera seguir trabajando.

–¿Nigel? -repitió Brotherhood con una risa incrédula-. ¿Nigel y Lorimer y dos hombres más? ¿Haciendo investigaciones a las diez de la noche? Has tenido en tu casa a la mitad del Whitehall secreto, Bel. No a un equipo de investigadores incapaces trabajando a medio sueldo.

–Es un puesto de categoría superior, así que la investigación tienen que hacerla funcionarios superiores -replicó Belinda, poniéndose colorada.

–¿Te dijo eso Nigel?

–¡Sí, me lo dijo! -respondió Belinda.

–¿Y te lo creíste?

Pero Paul había decidido que había llegado el momento de mostrar su temple.

–Vete a tomar por el culo, ¿quieres, Jack? -dijo-. Fuera de esta casa. Ya. Querida, no le contestes. Todo esto es demasiado teatral y estúpido. Vamos, Jack. Fuera. Puedes venir a tomar una copa cuando quieras, con tal de que llames antes. Pero no para estas bobadas. Lo siento. Fuera.

Había abierto la puerta y estaba agitando su manaza blanda como si achicara agua, pero ni Brotherhood ni el perro se movieron.

–Magnus ha saltado del barco -explicó Brotherhood a Belinda, mientras Paul adoptaba su expresión ceñuda de «puedo-ser-violento»-. Nigel y Lorimer os han vendido caca de la vaca. Magnus se ha fugado y se ha escondido mientras ellos fabrican contra él un caso como el gran traidor del mundo occidental. Yo soy su jefe y por lo tanto no estoy tan entusiasmado como ellos. Creo que se ha extraviado, pero no perdido, y me gustaría encontrarle antes y hablar con él. -Al dirigirse a Paul ni siquiera se molestó en volver la cabeza. Se limitó a levantarla lo suficiente para marcar la diferencia-. Le han puesto una mordaza a tu director por el momento, lo mismo que a los demás, Paul. Pero si Nigel se sale con la suya, dentro de unos días tus colegas vocearán a toda plana el matrimonio anterior de Belinda en sus columnas asquerosas y te sacarán una foto cada vez que vayas a la lavandería. Así que más vale que empieces a pensar cómo representar vuestro papel juntos. Entretanto tráenos más café y déjanos en paz durante una hora.

Sola, Belinda era mucho más fuerte que cuando estaba protegida por su compañero. Su semblante, aunque aturdido, se había relajado.

Sus ojos castaños miraban resueltamente a un punto situado a pocos centímetros, como para indicar que aunque no pudiera ver más lejos que los demás, su fe en lo que veía era dos veces más intensa. Se sentaron ante una mesa redonda del mirador, y la persiana cortaba en franjas el cartel del partido socialdemócrata.

–Su padre ha muerto -dijo Brotherhood.

–Lo sé. Lo he leído. Me lo dijo Nigel. Me preguntaron en qué medida podría haberle afectado a Magnus. Supongo que era una treta.

Brotherhood tardó un momento en responder.

–No del todo -dijo-. No. No totalmente, Belinda. Creo que están razonando que eso podría haberle trastornado un poco.

–Magnus siempre quiso que le salvara de Rick. Hice lo que pude. Intenté explicárselo a Nigel.

–¿Salvarle cómo, Belinda?

–Esconderle. Contestar al teléfono por él. Decir que estaba en el extranjero cuando no lo estaba. A veces pienso que por eso Magnus ingresó en la Casa. Como un escondrijo. Del mismo modo que se casó conmigo porque tenía miedo de correr ese riesgo con Jemima.

–¿Quién es Jemima? -preguntó Brotherhood, fingiendo ignorarlo.

–Una íntima amiga mía del colegio. -Frunció el ceño-. Demasiado íntima. -El ceño se suavizó y se tornó melancolía-. Pobre Rick. Sólo le vi una vez. Fue en nuestra boda. Apareció en medio de la fiesta sin haber sido invitado. Nunca he visto a Magnus más feliz. Por lo demás Rick era sólo una voz en el teléfono. Tenía una voz bonita.

–¿Magnus tenía otros escondrijos en aquella época?

–Te refieres a mujeres, ¿no? Puedes decirlo si quieres. Ya no me importa.

–Simplemente un sitio donde podría haberse escondido. Es todo. Una casita en el campo. Un antiguo compinche. ¿Dónde iría, Belinda? ¿Quién le alojaría?

Las manos de Belinda, ahora que las había desunido, eran elegantes y expresivas.

–Habría ido a cualquier parte. Era un hombre distinto todos los días. Venía a casa siendo una persona y yo trataba de acoplarme. A la mañana siguiente era otra. ¿Tú crees que lo hizo, Jack?

–¿Y tú?

–Siempre respondes a una pregunta con otra. Lo había olvidado. Magnus utilizaba el mismo truco. -Él esperó-. Prueba con Sef -dijo-. Sef siempre fue leal.

–¿Sef?

–Kenneth Sefton Boyd. El hermano de Jemima. «Sef es demasiado rico para mi sangre», solía decir Magnus. Eso quería decir que eran iguales.

–¿Magnus podría haber ido a verle?

–En caso de verdadero apuro.

–¿Podría haber ido a ver a Jemima?

Ella negó con la cabeza.

–¿Por qué no?

–Tengo entendido que ya no le gustan los hombres -dijo, y se ruborizó-. Es una mujer imprevisible. Siempre lo ha sido.

–¿Alguna vez has oído hablar de un tal Wentworth?

Ella movió la cabeza, pensando todavía en otra cosa.

–Desde aquella época -dijo.

–¿Y de Poppy?

–Aquella época acabó con Mary. Si existe una Poppy, mala suerte para Mary.

–¿Qué es lo último que has sabido de él?

–Eso mismo me preguntó Nigel.

–¿Qué le contestaste?

–Le dije que no había motivo para saber nada
de él
después de nuestro divorcio. Estuvimos casados seis años. No tuvimos hijos. Fue un error. ¿Por qué revivirlo?

–¿Era la verdad?

–No. Mentí.

–¿Qué estabas ocultando?

–Telefoneó. Magnus llamó.

–¿Cuándo?

–El lunes por la noche. Paul no estaba, gracias a Dios.

Hizo una pausa para oír el sonido de la máquina de escribir de Paul, que repiqueteaba tranquilizadoramente arriba.

–Tenía una voz rara. Pensé que estaba borracho. Era tarde.

–¿Qué hora?

–Debía de ser alrededor de las once. Lucy estaba todavía haciendo sus deberes. Por regla general no le dejo trabajar después de las once, pero estaba estudiando francés. Llamó desde una cabina.

–¿Con monedas?

–Sí.

–¿De dónde?

–No lo dijo. Sólo dijo: «Rick ha muerto. Ojalá hubiéramos tenido un hijo.»

–¿Nada más?

–Dijo que siempre se había odiado por casarse conmigo. Ahora se había reconciliado. Se entendía a sí mismo. Y me amaba por haberme esforzado tanto. Gracias.

–¿Es todo?

–«Gracias. Gracias por todo. Y por favor perdona las partes malas.» Después colgó.

–¿Le dijiste eso a Nigel?

–¿Por qué me preguntas continuamente eso? No pensé que fuera de su incumbencia. No quise decirle que Magnus había llamado una noche, borracho y sentimental, en el preciso momento en que estaban pensando en ascenderle. Lo tiene bien merecido por engañarme.

–¿Qué más te preguntó Nigel?

–Cosas de su carácter. Si alguna vez había tenido razones para suponer que Magnus podría haber simpatizado con el comunismo. Respondí que Oxford. Nigel dijo que eso lo sabían. Yo dije que en mi opinión la política universitaria no significaba mucho. Nigel estuvo de acuerdo. Preguntó si había sido excéntrico en algo. Inestable, alcohólico, depresivo. Respondí que no otra vez. Yo no consideraba que haber hecho una llamada borracho en catorce años constituyera embriaguez, pero aunque lo hubiera creído no iba a decírselo a cuatro colegas de Magnus. Me sentí protectora con él.

–Deberían haberte conocido mejor, Belinda -dijo Brotherhood-. A propósito, ¿tú le hubieras dado el puesto?

–¿Qué puesto? Has dicho que no había ninguno.

Estaba siendo brusca con él, sospechando tardíamente que él también hablaba con duplicidad.

–Quería decir: suponte que hubiese habido un puesto. Un cargo de alto nivel, de responsabilidad. ¿Se lo hubieras dado?

Ella sonrió. Muy hermosamente.

–Lo hice, ¿no? Me casé con él.

–Ahora eres más sensata. ¿Se lo darías hoy?

Ella se estaba mordiendo el dedo índice, con expresión indignada. Cambiaba de humor en cuestión de un momento. Brotherhood esperaba, pero no obtuvo respuesta y le hizo otra pregunta:

–¿Por casualidad te preguntaron algo sobre su época de Graz?

–¿Graz? ¿Te refieres a su servicio militar? Cielo santo, no se remontaron
tan
atrás.

Brotherhood movió la cabeza como diciendo que nunca podría estar a la altura de la perversidad del mundo.

–Graz es donde intentan decir que todo empezó. Bel -dijo-. Tienen una grandiosa teoría de que cayó en manos de ladrones mientras cumplía su servicio militar allí. ¿A ti qué te parece?

–Son absurdos -dijo ella.

–¿Por qué estás tan segura?

–Fue feliz allí. Cuando volvió a Inglaterra era un hombre nuevo. «Estoy completo -repetía-. Lo he conseguido, Bel. He recuperado mi otra mitad.» Estaba orgulloso de haber hecho tan buen trabajo.

–¿Describió el trabajo?

–No podía. Era demasiado secreto y demasiado peligroso. Sólo dijo que si yo lo supiera estaría orgullosa de él.

–¿Te dijo el nombre de alguna de las operaciones en las que tomó parte?

–No.

–¿Le dijo el nombre de alguno de sus agentes?

–No seas absurdo. Nunca haría eso.

–¿Mencionó a su oficial jefe?

–Dijo que era brillante. Todos eran brillantes para Magnus cuando eran hombres nuevos.

–Si te dijera Mangasverdes en voz alta, ¿te sonaría a algo?

–Significaría música tradicional inglesa.

–¿Has oído hablar de una chica llamada Sabina?

Ella negó con la cabeza.

–Él me dijo que yo era su primera mujer.

–¿Le creíste?

–Es difícil de decir cuando también es tu primer hombre.

Brotherhood recordó que con Belinda el silencio era siempre provechoso. Si sus embestidas tenían algo de cómicas, había siempre dignidad en las pausas entre ellas.

–O sea que Nigel y sus amigos se marcharon contentos -sugirió Brotherhood-. ¿Y tú?

El perfil de Belinda se destacaba contra la ventana. Él esperó a que la cara se irguiera o se volviera hacia él, pero no lo hizo.

–¿Dónde le buscarías tú? -dijo él-. Si estuvieras en mi caso.

Ella siguió sin moverse ni hablar.

–¿En algún sitio al lado del mar? Tenía esas fantasías, ya sabes. Las cortaba en rebanadas y daba un pedazo a cada persona. ¿Te dio una versión a ti? ¿Escocia? ¿Canadá? ¿La migración del reno? ¿Alguna mujer amable que le acogería? Necesito saberlo, Belinda. De verdad.

–No voy a hablar más contigo, Jack. Paul tiene razón. No tengo por qué.

–¿Al margen de lo que haya hecho? ¿Tampoco, quizá, para salvarle?

–No confío en ti. Sobre todo cuando eres cordial. Tú le inventaste, Jack. Él hubiera hecho cualquier cosa que le dijeras. Quién ser. Con quién casarse. De quién divorciarse. Si ha hecho algo malo, la culpa es tan tuya como suya. Fue fácil deshacerse de mí: simplemente me dio la llave y se fue a ver a un abogado. ¿Cómo se suponía que iba a deshacerse de ti?

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