Un espia perfecto (41 page)

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Authors: John Le Carré

Tags: #Intriga

BOOK: Un espia perfecto
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–Sí, señor.

–Bien. Vamos a invertirlo por un momento, ¿de acuerdo? Si usted estuviese incriminando a un hombre, ¿no es eso exactamente lo que haría usted también?

–Actualmente no -responde Artelli, serenamente-. Y tampoco en el 81 y el 82. Quizá sí diez años antes. No en los ochenta.

–¿Por qué no?

–No sería tan tonto. Todos sabemos que es una práctica habitual del espionaje seguir transmitiendo aunque el receptor no esté escuchando. Tengo la impresión de que… -Se detiene-. Quizá debería dejar esto al señor Lederer -dice.

–No, dígaselo usted mismo -ordena Wexler sin levantar la vista.

La brusquedad de Wexler no es inesperada. Es una característica de estas reuniones, conocida por todos los presentes, que una maldición, cuando no una prohibición explícita, impida usar el nombre de Lederer. Lederer es su Casandra. Nadie pidió jamás a Casandra que presidiera una asamblea sobre limitación de daños.

Artelli es un jugador de ajedrez y se toma su tiempo.

–Las técnicas de comunicación que nos encomendaron observar aquí estaban anticuadas incluso en la época de su utilización. Percibes una impresión. Un olor. Un olor a viejo. Una sensación del largo trato, de un ser humano con otro. Quizá de años.

–Esos son argumentos
muy
capciosos -exclama Nigel, bastante enfadado, y continúa sentado muy derecho antes de inclinarse hacia su jefe, quien parece estar intentando negar y asentir con el mismo movimiento de cabeza.

Mountjoy dice: «Muy bien.» Un par de directores regionales de Brammel están produciendo sonidos similares de corral. Hay hostilidad en el aire, y se está gestando a escala nacional. Brotherhood no dice nada, pero se ha sonrojado. Lederer ignora si alguien aparte de él lo ha notado. Se ha sonrojado, ha bajado el puño y durante un segundo parece haber bajado totalmente la guardia. Lederer le oye rezongar «camelos», pero no oye el resto porque Artelli ha decidido proseguir.

–Nuestro descubrimiento más importante, con todo, se refiere a los tipos de código en esas transmisiones. En cuanto tuvimos noticia de un sistema de tipos más antiguo, sometimos las transmisiones a diferentes métodos analíticos. Del mismo modo que no te pones a buscar inmediatamente un motor de vapor dentro del capó de un Cadillac. Decidimos leer los mensajes a partir del supuesto de que los leía un hombre o una mujer que pertenece a una determinada generación de adiestramiento y que no puede o no se atreve a almacenar materiales modernos de lenguaje cifrado. Buscamos claves más elementales. Buscamos en particular pruebas de textos no fortuitos que sirvieran de base para la transposición.

«Si alguien aquí entiende lo que está diciendo, no lo demuestra», piensa Lederer.

–Al poner esto en práctica, empezamos a detectar al momento una progresión en la estructura. Por ahora sigue siendo álgebra. Pero ahí está. Es una lógica progresión lingüística. Quizá sea un fragmento de Shakespeare. Quizás una canción infantil hotentote. Pero emerge una pauta basada en el texto continuo de algún análogo semejante. Y ese análogo es, en efecto, el libro de claves de esas transmisiones. Y pensamos -quizá sea un poco místico- que el análogo es… bueno, como un vínculo entre el campo y la base. Lo vemos como si tuviera casi una identidad humana. Lo único que necesitamos es una palabra. Preferente, pero no necesariamente la primera. Después de lo cual, identificar el resto del texto es sólo cuestión de tiempo. Entonces leeremos con toda claridad esos mensajes.

–¿Y cuándo será eso? -preguntó Mountjoy-. Hacia 1990, supongo.

–Podría ser. Podría ser esta noche.

De repente se puso de manifiesto que Artelli quería decir más de lo que estaba diciendo. Lo hipotético se había vuelto específico. Brotherhood es el primero en captar su insinuación.

–¿Por qué esta noche? -dice-. ¿Por qué no en 1990?

–Hay una cosa muy curiosa en el conjunto de las transmisiones checas -confiesa con una sonrisa-. Es como si estuvieran lanzando material al azar por todas partes. Como ayer por la noche, en que Radio Praga emitió una llamada espectral por todo el mundo utilizando a un falso profesor inexistente. Como un grito de auxilio a alguien que sólo está en condiciones de recibir un anuncio verbal. Durante veinticuatro horas, además, captamos llamadas como de primero de mayo, por ejemplo una transmisión de alta velocidad de la embajada checa aquí en Londres. Desde hace cuatro días han estado colando señales de gran velocidad en los programas principales de la BBC. Es como si los checos hubiesen perdido a un niño en el bosque y estuvieran gritando mensajes que acaso pudieran llegarle.

Antes incluso de que la voz sin eco de Artelli se hubiese extinguido, Brotherhood estaba ya hablando.

–Pues
claro
que hay una transmisión de Londres -declara con vehemencia, apoyando el puño en la mesa, como en un gesto de desafío-. Pues claro que los checos la están enviando. Por Dios, ¿cuántas veces tenemos que decírselo? Hace dos malditos años que ha habido transmisiones checas en cualquier parte del globo donde Pym pone el pie y que, naturalmente, coinciden con sus movimientos. Es un juego de radio. Así es como se juega cuando se está incriminando a un hombre. Persistes y repites y esperas hasta que el otro pierde los nervios. Los checos no son idiotas. A veces pienso que nosotros sí.

Sin incomodarse, Artelli dirige a Lederer su sonrisa retorcida como diciéndole: «A ver si

puedes impresionarles.» En eso Lederer se permite un recuerdo improcedente de su mujer, Bee, extendida encima de él, en todo su esplendor desnudo, haciéndole el amor como todos los ángeles del cielo.

–Sir Michael, tengo que empezar por el otro extremo -dijo Lederer prontamente, en un exordio preparado que se dirige a Brammel-. Si no tiene inconveniente, señor, tengo que remontarme a Viena, hace tan sólo diez días, y desde allí a Washington.

Nadie le mira. Empieza por donde quieras, le estaban diciendo, y acaba de una vez.

Un Lederer distinto se ha desatado en su fuero interno y él recibe con placer esta versión de sí mismo. «Soy el cazador de recompensas que se mueve sigiloso entre Londres, Washington y Viena, con Pym perpetuamente en mi punto de mira. Soy el Lederer que, como Bee se quejaba a voz en cuello cuando estuvimos a salvo de micrófonos, se acostaba con Pym todas las noches, despertaba sudando de dudas en las horas veleidosas y despertaba de nuevo por la mañana con Pym más firmemente instalado entre Bee y yo: «Te atraparé, chico. Te agarraré.» El Lederer que durante los últimos doce meses -desde que el nombre de Pym empezó a parpadearme desde la pantalla del ordenador- le ha perseguido primero como una abstracción y luego como a un tipo estrafalario. Ha posado con él en comités falsos como su colega serio y admirativo. Ha compartido
picnics
alegres y ebrios con la familia Pym en los bosques de Viena, y a continuación he corrido a mi escritorio y me he puesto a trabajar con renovado vigor para desguazar lo que acabo de gozar. Es el Lederer que con excesiva facilidad se encariña de aquello mismo a lo que luego castiga por tenerle sujeto; el Lederer que agradece cada sonrisa tiesa y palmadita de aliento fortuita del gran Wexler, mi jefe, para volverse contra él diez minutos más tarde, satirizarle, degradarle en mi mente recalentada y castigarle por ser otra decepción más para mí.

No importa que yo tenga veinte años menos que Pym. Reconozco en Pym lo mismo que reconozco en mí: un espíritu tan excéntrico que incluso mientras estoy jugando una inocente partida de
scrabble
con los chicos, puede oscilar entre las opciones de suicidio, violación y asesinato. «¡Es uno de los
nuestros,
por Cristo bendito!» -quiere gritar Lederer a los potentados soñolientos que le rodean-. No uno de vosotros. Uno de los
míos.
Los dos somos un par de sicópatas energúmenos. Pero por supuesto no grita esto ni ninguna otra cosa. Habla cuerda y juiciosamente de su computadora. Y de un hombre llamado Petz, también llamado Hampel y Zaworski, que viaja casi tanto como Lederer y exactamente lo mismo que Pym, pero que se toma más molestias que ellos dos para ocultar sus huellas.

Antes, no obstante, con la misma voz perfectamente equilibrada y desapasionada, Lederer describe la situación como estaba en agosto, cuando quedó bilateralmente convenido -Lederer lanza una mirada respetuosa hacia su héroe Brotherhood- que debía abandonarse el caso Pym y disolverse el comité.

–Pero no se abandonó, ¿verdad? -dice Brotherhood, sin molestarse esta vez en avisar de su interrupción-. Mantuviste una vigilancia de su casa y apostaría que también dejaste otros contadores en marcha.

Lederer mira de soslayo a Wexler. Éste se mira ceñudo las manos para decir «no me metas… ah… en esto». Pero Lederer no tiene intención de parar esta pelota, y aguarda groseramente a que la detenga Wexler.

–La resolución por nuestra parte, Jack, fue que debíamos capitalizar la… apropiación existente de recursos -dice Wexler con desgana-. Optamos por una reducción gradual de… ah… una disminución progresiva y nada abrupta.

En el silencio que sigue, Brammel esboza una sonrisa deportiva.

–¿Entonces quiere decir que mantuvo la vigilancia? ¿Es eso lo que está diciendo?

–Sobre una base limitada únicamente, a un ritmo muy lento, muy mínimo en todos los niveles, Bo.

–Yo creía más bien que acordamos retirar al instante nuestros sabuesos, Harry. Sin duda nosotros cumplimos nuestra parte del trato.

–La… ah… Agencia decidió respetar el espíritu de ese pacto, Bo, pero también a la luz de lo que se juzgó operativamente conveniente teniendo en cuenta… ah… todos los hechos e indicadores conocidos.

–Gracias -dice Mountjoy, y tira su lápiz como un hombre que se niega a comer.

Pero esta vez Wexler devuelve el mordisco, y sabe hacerlo:

–Creo que comprenderá que su gratitud es merecida, señor -replica, y coloca los nudillos combativamente contra la punta de su nariz.

–El caso de Hans Albrecht Petz, prosigue Lederer, surgió hace seis meses en un contexto que a primera vista no tenía nada que ver con el caso contra Pym. Petz era simplemente otro periodista checo que había aparecido en una conferencia Este-Oeste celebrada en Salzburgo y había sido valorado como una cara nueva para los cazatalentos. Un hombre más viejo, retraído pero inteligente, detalles de su pasaporte filtrados. Lederer sometió su nombre a vigilancia y encargó a Langley una investigación rutinaria de su historial. Langley transmitió «ningún antecedente adverso», pero advirtió que era irregular que un hombre de la edad y profesión de Petz no se hubiese hecho notar hasta entonces. Un mes más tarde Petz reapareció en Linz, supuestamente para informar de una feria agrícola. No alternó con otros periodistas, no intentó congraciarse, rara vez fue visto en las carpas de lona y no aportó nada. Cuando Lederer encomendó a sus lectores de prensa que cribaran los periódicos checos en busca de crónicas redactadas por Petz, lo máximo que encontraron fueron dos párrafos en el
Granjero socialista,
firmados por H. A. P., sobre las limitaciones de los tractores pesados occidentales. Entonces, cuando Lederer estaba dispuesto a olvidarse de él Langley le suministró una identificación positiva. Albrecht Petz era la misma persona que Alexander Hampel, un oficial del espionaje checo que recientemente había asistido a una conferencia de periodistas no alineados en Atenas. No abordar a Petz-Hampel sin autorización. Permanezca a la espera de más información.

Al oírse a sí mismo decir «Atenas», Lederer tiene la impresión de que la presión atmosférica ha disminuido en la sala de seguridad.

–¿En Atenas
cuándo
? -refunfuña Brotherhood, con tono irritado-. ¿Cómo podemos seguir esta historia sin fechas?

Su propio pelo se convierte de pronto para Nigel en una gran preocupación. Una y otra vez moldea los cuernos grisáceos de encima de una oreja con la punta inmaculada de sus dedos, al propio tiempo que muestra un ceño dolorido.

Wexler interviene de nuevo, y Lederer comprueba con placer que está empezando a desprenderse de su timidez y respeto.

–La conferencia de Atenas se celebró del 15 al 18 de julio, Jack. Hampel fue visto solamente el primer día. Conservó su habitación de hotel las tres noches pero no durmió en ella ninguna. Pagó en metálico. Según los registros griegos llegó a Atenas el 14 de julio y nunca abandonó el país. Lo más probable es que saliera con un pasaporte distinto. Parece ser que voló a Corfú. Las listas de vuelo griegas son tan caóticas como de costumbre, pero parece ser que voló a Corfú repite-. Para entonces ya empezamos a interesarnos mucho por este hombre.

–¿No nos estamos adelantando? -dice Brammel, cuyo sentido del orden nunca es más agudo que en los momentos de crisis-. Maldita sea, Harry, es el mismo juego de siempre. Es culpabilidad por coincidencia. No es distinto de lo de la radio. Si
nosotros
quisiéramos incriminar a un hombre, haríamos el mismo juego con ellos. Cogeríamos a un miembro antiguo de la Casa, un poco en descrédito pero nada deshonrado, y le haríamos ir a la par de los movimientos de un pobre diablo hasta que el adversario diga: «Caramba, nuestro hombre es un espía.» Que ellos se peguen un tiro en el pie. Es facilísimo. Muy bien. Hampel sigue la pista de Pym. Pero ¿qué nos demuestra que Pym colabora activamente?

–En aquel momento preciso nada, señor -confiesa Lederer con falsa humildad, interviniendo en nombre de Wexler-. Pero para entonces habíamos descubierto un lazo retrospectivo entre Pym y Albrecht Petz. En la fecha de la conferencia de Salzburgo, Pym y su mujer asistían a un festival de música allí. Petz se hospedaba a unos doscientos metros del hotel de los Pym.

–Otra vez la misma historia -dice Brammel, obcecadamente-. Es un montaje. Se ve a la legua. ¿No te parece, Nigel?

–Es realmente endeble -dice Nigel.

Nuevamente la presión atmosférica. Quizá las máquinas matan el oxígeno además del sonido, piensa Lederer.

–¿Tiene inconveniente en decirnos la fecha en que salió a relucir esa pista de Atenas? -pregunta Brotherhood, aferrado aún a la cronología.

–Hace diez días, señor -responde Lederer.

–Han sido más lentos que un caracol para avisarnos, ¿no?

Cuando está furioso, Wexler encuentra las palabras más rápido:

–Verás, Jack, nos disuadía bastante la idea de presentaros prematuramente una nueva serie de coincidencias de computadora.

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