Anna vestida de sangre (10 page)

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Authors: Kendare Blake

BOOK: Anna vestida de sangre
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Eso ha sido cruel. Lo admito. Chase se pone inmediatamente pálido. Los últimos momentos de Mike están pasando por delante de sus ojos. Por un segundo, me ablando, pero las palpitaciones de la cabeza me recuerdan que trataron de matarme.

Junto a ellos, pero en la parte baja de la grada, Carmel se rodea el cuerpo con los brazos y aparta la mirada. Tal vez no debería estar tan enfadado. Pero qué digo, ¿es que Carmel se está burlando de mí? Por supuesto que tengo derecho a enfadarme. No me alegro de lo que le pasó a Mike. No habría permitido que sucediera si no me hubieran dejado fuera de combate de un golpe en la cabeza.

—¿Qué deberíamos decirle a la gente sobre Mike? —pregunta Carmel—. Nos van a hacer preguntas. Todo el mundo lo vio marcharse de la fiesta con nosotros.

—No podemos contarles la verdad —responde Will con tristeza.

—¿Y cuál es la verdad? —pregunta Carmel—. ¿Qué sucedió en esa casa? ¿Debo creer realmente que a Mike lo mató un fantasma? Cas…

La miro con ojos inexpresivos.

—Yo lo vi.

—Yo también lo vi —añade Chase, y da la sensación de que está a punto de vomitar.

Carmel sacude la cabeza.

—No es verdad. Cas está vivo. Mike, también. Esto es solo una retorcida broma que habéis ideado entre todos para vengaros de mí por haber roto con él.

—No seas tan egocéntrica —dice Will—. Yo vi cómo sus brazos atravesaban la ventana y lo arrastraban hacia dentro. Escuché a alguien gritar. Y luego vi la silueta de Mike partido en dos —me mira—. ¿Qué era lo que había allí? ¿Qué hay viviendo en esa casa?

—Era un vampiro, tío —balbucea Chase—. ¡Un vampiro vivo y de verdad!

No me molesto en mencionar que ningún vampiro es de verdad, ni está «vivo». Qué idiota. Lo ignoro por completo.

—No hay nada viviendo en esa casa. A Mike lo mató Anna Korlov.

—De eso nada, tío, no puede ser —dice Chase, atenazado por el pánico, pero no tengo tiempo para su fase de negación. Por suerte, Will tampoco está dispuesto a prestarle atención y le dice que se calle.

—Le diremos a la policía que estuvimos dando vueltas con el coche un rato. Que luego Mike se volvió loco al ver a Carmel y a Cas juntos y se bajó del coche. Ninguno de nosotros fue capaz de detenerlo. Dijo que volvería a casa andando y, como no estaba tan lejos, no nos preocupamos. Cuando hoy no apareció en el instituto, nos imaginamos que estaría con resaca —Will tiene los dientes apretados. Piensa con rapidez, incluso cuando no quiere hacerlo—. Tendremos que aguantar algunos días o semanas de partidas de búsqueda. A algunos nos harán preguntas. Y, luego, se darán por vencidos.

Will fija sus ojos en mí. No importa lo gilipollas que fuera Mike, era su amigo, y ahora Will Rosenberg está deseando borrarme del mapa. Si no hubiera nadie mirando, tal vez intentaría entrechocar los tacones tres veces, como Dorothy en
El Mago de Oz
o algo así para hacerme desaparecer.

Y tal vez tenga razón. Tal vez fuera culpa mía. Podría haber encontrado otra forma de llegar a Anna. Pero, al infierno con eso. Mike Andover me golpeó en la cabeza con un tablón y me tiró a una casa abandonada solo porque hablé con su ex novia. No merecía que lo partieran en dos, pero se estaba buscando una patada en los huevos, como poco.

Chase tiene la cabeza entre las manos y murmura lo mucho que se ha complicado todo y el fastidio que será mentir a los polis. Para él, resulta más sencillo centrarse en el aspecto no sobrenatural del asunto. Como para la mayoría de la gente. Esa actitud es lo que permite que cosas como Anna permanezcan en secreto durante tanto tiempo.

Will le toca el hombro y le pregunta.

—¿Qué hacemos con ella?

Por un segundo, pienso que se está refiriendo a Carmel.

—Tú no puedes hacer nada con ella —dice Thomas, hablando por primera vez en lo que parecen décadas y dándose cuenta de a quién se refiere Will antes que yo—. Está fuera de tu alcance.

—Mató a mi mejor amigo —exclama Will—. ¿Qué se supone que debo hacer? ¿Nada?

—Eso es —dice Thomas, acompañando sus palabras con un movimiento de los hombros y una sonrisa ladeada con los que se va a ganar un puñetazo en la cara.

—Bueno, tenemos que hacer algo.

Miro a Carmel. Tiene los ojos desencajados y tristes y el pelo rubio le cae en mechones sobre ellos. Es probablemente el aspecto más emo que jamás haya tenido.

—Si es real —continúa Carmel—, probablemente deberíamos. No podemos permitir que siga matando gente.

—No lo haremos —asegura Thomas para reconfortarla. Me gustaría tirarlo gradas abajo. ¿Es que no escuchó mi comentario de «ahora no es buen momento»?

—Oye —digo yo—. Lo que no vamos a hacer es montarnos todos en la furgoneta verde de Scooby-Doo y volver allí para sacarla con ayuda de los baloncestistas acróbatas de los Harlem Globetrotters. Cualquiera que entre de nuevo en esa casa está muerto. Y a menos que queráis terminar partidos por la mitad y mirando vuestras tripas en un montón sobre el suelo, será mejor que os mantengáis al margen —no quiero ser demasiado duro con ellos, pero es que esto es un desastre. Alguien a quien he implicado ha muerto, y ahora estos novatos quieren unirse a él. No sé cómo me las he arreglado para meterme en este embrollo. He liado las cosas demasiado deprisa.

—Yo voy a regresar —dice Will—. Tengo que hacer algo.

—Yo voy contigo —añade Carmel, y me mira como retándome a intentar detenerla. Obviamente olvida que hace menos de veinticuatro horas yo estaba mirando la cara surcada de venas oscuras de una muerta, así que no me impresiona su actitud desafiante.

—Ninguno de vosotros va a ir a ninguna parte —digo, y luego me sorprendo a mí mismo al agregar—: no sin estar preparados —miro a Thomas, que tiene la boca ligeramente entreabierta—. El abuelo de Thomas, Morfran Starling, es
medium
. Él conoce a Anna. Si vamos a hacer algo, debemos hablar primero con él —golpeo a Thomas en el hombro y él trata de adoptar una expresión facial normal.

—De todas maneras, ¿cómo matas algo como eso? —pregunta Chase—. ¿Clavándole una estaca en el corazón?

De nuevo, me gustaría comentar que Anna no es un vampiro, pero esperaré a que sugiera utilizar balas de plata para empujarlo gradas abajo.

—No seas estúpido —se burla Thomas—. Ella ya está muerta. No puedes matarla. Tienes que conseguir que se desvanezca o algo así. Mi abuelo lo ha hecho una o dos veces. Hay que utilizar un conjuro muy potente, velas, hierbas y otras cosas —Thomas y yo intercambiamos una mirada. De vez en cuando, este tío es realmente útil—. Puedo presentároslo. Esta noche, si queréis.

Will nos mira alternativamente a Thomas y a mí. Chase parece estar deseando no tener que fingir en todo momento que es un enorme idiota, pero es el papel que se ha buscado. Y Carmel simplemente tiene los ojos clavados en mí.

—De acuerdo —dice Will finalmente—. Nos reuniremos después de clase.

—Yo no puedo —digo rápidamente—. Cosas de mi madre. Pero iré a la tienda más tarde.

Bajan todos por las gradas con movimientos torpes —que es la única manera de bajar por unas gradas—. Thomas sonríe mientras se alejan.

—Bastante bien, ¿no? —sonríe—. ¿Quién decía que no soy telépata?

—Probablemente sea solo intuición femenina —respondo—. Asegúrate de que el viejo Morfran y tú les contáis algo convincente y que los mantenga ocupados.

—¿Tú dónde estarás? —pregunta Thomas, pero no le respondo. Sabe perfectamente dónde estaré. Con Anna.

Capítulo diez

Estoy de nuevo frente a la casa de Anna. La parte lógica de mi cerebro me asegura que se trata solo de una casa. Que es lo que guarda en su interior lo que la convierte en algo terrorífico, peligroso, que no es posible que se esté inclinando hacia mí, como si me acechara entre los hierbajos. Es imposible que esté intentando despegarse de sus cimientos para tragarme entero, aunque lo parezca.

Detrás de mí, escucho un leve bufido. Me vuelvo. Tybalt tiene apoyadas las patas delanteras en la puerta del conductor del coche de mi madre y mira a través de la ventanilla.

—Esto no es una broma, gatito —no sé por qué mi madre me ha obligado a traerlo. No me va a ayudar. Cuando se trata de utilidad, parece más un detector de humo que un perro de caza. Al regresar a casa después de las clases, le conté a mi madre dónde pensaba ir y lo que había sucedido (omitiendo la parte en la que casi me matan y uno de mis compañeros del instituto acabó partido en dos), pero ella debió de presentir que le estaba ocultando algo, porque llevo una nueva capa de aceite de romero en la frente y me ha obligado a traer el gato. En ocasiones, pienso que no tiene ni idea de lo que hago.

No me dijo mucho. Aunque siempre lo tiene ahí, en la punta de la lengua: pedirme que lo deje, recordarme que es peligroso y que hay gente que muere. Pero si yo no hiciera mi trabajo, morirían muchos más. Es la tarea que inició mi padre. Es para lo que nací, el legado que recibí de él, y esa es la verdadera razón por la que permanece callada. Ella creía en mi padre. Fue consciente de los riesgos, hasta el mismo día en que fue asesinado por lo que consideró otro fantasma más de una larga lista. Saco el cuchillo de la mochila y lo libero de su funda. Mi padre salió de casa una tarde con este cuchillo, igual que había hecho desde antes de que yo naciera. Y nunca volvió. Algo acabó con él. La policía nos visitó al día siguiente, después de que mi madre denunciara su desaparición. Nos dijeron que mi padre estaba muerto. Yo me escondí entre las sombras mientras ellos hacían preguntas a mi madre y finalmente un detective susurró sus secretos: el cuerpo de mi padre había aparecido cubierto de mordiscos; faltaban pedazos de su carne.

Durante meses, la espantosa muerte de mi padre invadió mis pensamientos. La imaginé de todas las maneras posibles. Soñé con ella. La dibujé sobre papel con un lápiz negro y pintura roja, figuras esqueléticas y sangre de cera. Mi madre trató de curarme, cantando constantemente y dejando las luces encendidas, intentando alejarme de la oscuridad. Pero las visiones y las pesadillas no cesaron hasta el día en que empuñé el cuchillo.

Por supuesto, nunca atraparon al asesino de mi padre, porque el asesino de mi padre ya estaba muerto. Así que sé perfectamente lo que estoy destinado a hacer. Mientras miro la casa de Anna no siento miedo, ya que Anna Korlov no va a acabar conmigo. Algún día regresaré al lugar donde mi padre murió y deslizaré su cuchillo por la boca de la cosa que lo devoró.

Respiro hondo dos veces. Mantengo el cuchillo a la vista; no hay necesidad de fingir. Sé que está ahí dentro, y que intuye que me estoy acercando. Puedo sentir su mirada. El gato me observa con sus ojos reflectantes desde el interior del coche, y siento también esos ojos mientras subo por el camino lleno de hierbajos en dirección a la puerta principal.

No creo que haya habido jamás una noche más tranquila que esta. No hay viento, ni bichos, ni nada. El ruido de la grava bajo mis pies resulta increíblemente fuerte. No sirve de nada tratar de moverse con sigilo. Es como ser el primero que se levanta por la mañana, cuando cada movimiento que haces suena tan fuerte como una sirena de niebla, sin importar lo silencioso que intentes ser. Me gustaría subir los escalones del porche dando pisotones. Me gustaría romper un tablón, arrancarlo y usarlo para derribar la puerta. Pero eso sería de mala educación y además, no necesito hacerlo. La puerta ya está abierta.

Hay una fantasmagórica luz grisácea que se filtra sin formar rayos. Parece que se mezclara con el aire oscuro, como una bruma luminosa. Aguzo los oídos pero no escucho nada; a lo lejos, creo oír el tenue traqueteo de un tren y me llega un crujido del cuero al apretar la mano contra el
áthame
. Franqueo la puerta y la cierro tras de mí. No quiero ofrecer la oportunidad a ningún fantasma de dar un portazo como en una película de serie B.

El vestíbulo está vacío y la escalera, también. El esqueleto de la lámpara destrozada cuelga del techo sin titilar y hay una mesa cubierta por una capa de polvo que, juraría, no estaba aquí anoche. Hay algo maligno en esta casa. Algo aparte de la presencia que obviamente la ronda.

—Anna —digo, y mi voz se desliza por el aire. La casa se traga mis palabras sin producir eco alguno.

Miro hacia la izquierda. No hay nada en el lugar donde Mike Andover murió, a excepción de una mancha oscura y aceitosa. Es lo único que queda de él. No tengo ni idea de lo que Anna ha hecho con su cuerpo y, para ser sincero, prefiero no pensar en ello.

Nada se mueve y no me apetece esperar, aunque tampoco quiero encontrarme con ella en la escalera. Dispone de demasiada ventaja al ser tan fuerte como una diosa vikinga, una no muerta que ha recobrado la vida, y todo eso. Me adentro más en la casa, avanzando con cuidado entre los muebles desperdigados y polvorientos. Me asalta el pensamiento de que tal vez esté esperándome tumbada y que el sofá desvencijado no sea en absoluto un sofá desvencijado, sino una chica muerta cubierta de venas. Estoy a punto de clavar mi
áthame
en él, por si acaso, cuando escucho que algo se arrastra detrás de mí. Me vuelvo.

—Madre mía.

—¿No sucedió hace tres días ya? —me pregunta el fantasma de Mike Andover. Se encuentra de pie, cerca de la ventana a través de la que Anna lo arrastró. Está de una pieza. Esbozo una sonrisa vacilante. Parece que la muerte lo ha vuelto más ingenioso. Sin embargo, parte de mí sospecha que lo que estoy viendo no es en realidad Mike Andover. Es simplemente una mancha del suelo que Anna ha hecho que se levante y ande y hable. Aunque, por si acaso no es así…

—Siento lo que te ocurrió. Se suponía que no debía suceder.

Mike ladea la cabeza.

—Nunca se supone que vaya a suceder. O siempre debería suponerse. No importa.

Sonríe. No sé si está tratando de ser amable, o irónico, pero definitivamente resulta espeluznante. Sobre todo cuando se detiene de forma abrupta.

—En esta casa hay algo maligno. Una vez que estás dentro no puedes abandonarla jamás. No deberías haber vuelto.

—Tengo un asunto que resolver aquí —digo yo. Trato de ignorar la idea de que nunca podrá marcharse. Es demasiado terrible y demasiado injusta.

—¿Lo mismo que tenía que hacer yo? —pregunta con un leve gruñido. Antes de que pueda responderle, unas manos invisibles lo parten en dos en una recreación exacta de su muerte. Retrocedo y golpeo una mesa o algo así con las rodillas. No sé qué es y tampoco me importa. La impresión de verlo desmoronarse de nuevo en dos espeluznantes charcos distrae mi atención de los muebles. Me digo a mí mismo que ha sido un truco barato y que he visto cosas peores. Trato de calmar mi respiración. Luego, escucho de nuevo la voz de Mike desde el suelo.

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