Read Anna vestida de sangre Online

Authors: Kendare Blake

Anna vestida de sangre (13 page)

BOOK: Anna vestida de sangre
2.68Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Se retuerce un poco y luego se encoge de hombros.

—Bueno, supongo que yo. No soy muy bueno, pero puedo crear barreras y conseguir que los elementos trabajen para mí y cosas así. Morfran sí es brujo, pero ya no practica mucho.

Gira a la izquierda y para junto al anticuario. A través del escaparate veo al perro negro entrecano, con la nariz pegada al cristal y el rabo golpeando el suelo.

Entramos y vemos a Morfran detrás del mostrador poniendo precio a un nuevo anillo, una pieza antigua y bonita con una gran piedra negra.

—¿Sabes algo sobre elaboración de conjuros y exorcismo? —le pregunto.

—Claro —responde sin levantar la vista del trabajo. Su perro negro ha terminado de dar la bienvenida a Thomas y se ha trasladado para descansar pesadamente sobre el muslo de Morfran—. Este lugar estaba jodidamente encantado cuando lo compré. En ocasiones aún lo está. Los objetos llegan aquí con sus propietarios aún pegados a ellos, si sabes a qué me refiero.

Miro alrededor de la tienda. Por supuesto. Los anticuarios deben de tener casi siempre un espectro o dos deambulando por ahí. Mis ojos se detienen en un gran espejo ovalado que descansa sobre un aparador de caoba. ¿Cuántos rostros se habrán mirado en él? ¿Cuántos reflejos muertos esperan en su interior y se susurran en la oscuridad?

—¿Puedes conseguirme algunas cosas? —pregunto.

—¿De qué tipo?

—Necesito patas de pollo, un círculo de piedras consagradas, un pentagrama esotérico y algún tipo de chisme de adivinación.

Me lanza una mirada asesina.

—¿Un chisme de adivinación? Suena bastante técnico.

—Todavía no tengo los detalles, ¿vale? ¿Me lo puedes conseguir o no?

Morfran se encoge de hombros.

—Puedo enviar a Thomas al lago Superior con una bolsa para que recoja trece piedras. No las hay más consagradas que esas. Las patas de pollo tendré que encargarlas y el chisme de adivinación, bueno, me apuesto lo que quieras a que se trata de un espejo de algún tipo o posiblemente un cuenco de visión.

—En un cuenco de visión se ve el futuro —dice Thomas—. ¿Para qué podría querer uno?

—En un cuenco de visión se ve lo que tú quieras —lo corrige Morfran—. Y respecto al pentagrama esotérico, creo que es excesivo. Quemar incienso o hierbas protectoras debería ser suficiente.

—Sabes a lo que nos estamos enfrentando, ¿verdad? —pregunto—. Ella no es un simple fantasma. Es un huracán. Por mí, no hay ningún problema en excederse.

—Escucha, muchacho. De lo que estás hablando no es más que una sesión de espiritismo falsa. Convocas al fantasma, lo encierras en el círculo de piedras y utilizas el cuenco de visión para conseguir respuestas. ¿No es así?

Asiento con la cabeza. Hace que suene muy sencillo. Pero para alguien que no sabe nada de conjuros y que la noche pasada fue apaleado como una pelota de goma, va a ser casi imposible.

—Tengo un amigo en Londres que está elaborando los detalles. Tendré el conjuro en unos días. Tal vez necesite algunas cosas más, depende.

Morfran se encoge de hombros.

—De todas maneras, el mejor momento para hacer un conjuro de amarre es durante la luna menguante —dice—. Eso te proporciona una semana y media. Tiempo más que suficiente —me mira con los ojos entrecerrados y adquiere un aspecto muy parecido al de su nieto—. Te está poniendo al límite, ¿verdad?

—No por mucho tiempo.

* * *

La biblioteca pública no es impresionante, aunque supongo que crecer entre las colecciones de libros polvorientos de mi padre y sus amigos me ha vuelto demasiado exigente. Sin embargo, cuenta con una sección bastante decente sobre historia local, que es lo que realmente importa. Como yo tengo que reunirme con Carmel y terminar con el asunto de los deberes de Biología, mando a Thomas al ordenador para que busque en la base de datos cualquier documento sobre Anna y su asesinato.

Encuentro a Carmel esperando en una mesa detrás de las estanterías.

—¿Qué hace aquí Thomas? —pregunta mientras me siento.

—Está buscando información para un trabajo —respondo, y me encojo de hombros—. Entonces, ¿de qué van los deberes de Biología?

Sonríe.

—Clasificación taxonómica.

—Qué lío. Y qué aburrido.

—Tenemos que hacer un cuadro que incluya desde el tipo hasta la especie. Nos ha tocado el cangrejo ermitaño y el pulpo —frunce el ceño—. ¿A qué familia pertenece el pulpo?

—Creo que a la de los cefalópodos —digo, girando hacia mí el libro de texto abierto. Deberíamos empezar, aunque sea lo último que me apetece hacer. Lo que me gustaría sería repasar periódicos con Thomas e investigar sobre nuestra chica asesinada. Desde donde estoy sentado, puedo verlo frente al ordenador, inclinado sobre la pantalla, haciendo clic frenéticamente con el ratón. De repente, escribe algo en un pedazo de papel y se levanta.

—Cas —escucho que dice Carmel, y por el todo de su voz deduzco que lleva un rato hablándome. Despliego mi sonrisa más encantadora.

—¿Sí?

—Te estaba preguntando si prefieres el pulpo o el cangrejo ermitaño.

—El pulpo —contesto—. Está buenísimo con un poco de aceite de oliva y limón. Ligeramente frito.

Carmel pone cara de asco.

—Eso es repugnante.

—No, no lo es. Solía comerlo mucho con mi padre en Grecia.

—¿Has estado en Grecia?

—Sí —respondo con actitud ausente mientras paso las páginas de los invertebrados—. Vivimos allí unos meses cuando yo tenía cuatro años. No recuerdo mucho más.

—¿Tu padre viaja mucho? ¿Por trabajo o algo así?

—Sí. O al menos lo hacía.

—¿Ya no viaja?

—Mi padre está muerto —odio contarle esto a la gente. Nunca sé exactamente cómo va a sonar mi voz al decirlo, y detesto la expresión de sorpresa que adquieren sus rostros cuando no saben qué responder. No miro a Carmel. Simplemente continúo leyendo sobre los distintos géneros. Ella dice que lo siente y me pregunta cómo sucedió. Yo respondo que lo asesinaron y entonces lanza un grito ahogado.

Estas son las reacciones adecuadas. Debería sentirme conmovido por su intento de mostrarse comprensiva. No es culpa suya que no sea así. Es solo que he visto esas expresiones y he escuchado esos gritos ahogados demasiadas veces. Ya no hay nada en la muerte de mi padre que me enfade.

De repente, me asalta la idea de que Anna sea mi último trabajo de preparación. Es increíblemente fuerte. Es lo más difícil a lo que puedo imaginar enfrentarme. Si la derroto, estaré preparado. Preparado para vengar a mi padre.

Este pensamiento me obliga a detenerme. La idea de regresar a Baton Rouge, a esa casa, ha sido siempre algo meramente abstracto. Una fantasía, un plan a largo plazo. Supongo que, a pesar de todas mis investigaciones sobre el vudú, parte de mí ha estado posponiendo el asunto. Después de todo, no he sido especialmente eficaz. Todavía desconozco quién mató a mi padre. Ignoro si sería capaz de invocarlo y, además, estaría solo. Llevar a mi madre no es una opción. No después de tantos años escondiendo libros y cerrando discretamente páginas de Internet cuando ella entraba en la habitación. Me hubiera castigado de por vida con solo saber lo que estaba pensando.

Un golpecito sobre mi hombro me trae de vuelta a la realidad. Thomas coloca un periódico delante de mí —una antigua publicación quebradiza y amarillenta que, sorprendentemente, le han dejado sacar de la vitrina—.

—Esto es lo que he podido encontrar —dice, y ahí está ella, en la primera página, bajo un titular que dice «Se encuentra a una muchacha asesinada».

Carmel se alza para conseguir una perspectiva mejor.

—¿Esa es…?

—Es ella —exclama Thomas con excitación—. No hay muchos artículos más. La policía se quedó atónita. Apenas interrogaron a nadie —Thomas tiene otro periódico en las manos; está rebuscando algo en sus páginas—. Lo último es su necrológica: «Anna Korlov, amada hija de Malvina, recibió sagrada sepultura el jueves en el cementerio Kivikoski».

—Thomas, pensé que estabas buscando información para un trabajo —comenta Carmel y él empieza a farfullar y a dar explicaciones. No me preocupo en absoluto de lo que dicen. Solo miro la fotografía de Anna, una muchacha viva, con la piel pálida y el pelo largo y oscuro. Casi no se atreve a sonreír, pero sus ojos parecen brillantes, curiosos y llenos de entusiasmo.

—Es una pena —suspira Carmel—. Era preciosa —alarga la mano para tocar el rostro de Anna, pero yo retiro sus dedos. Me está sucediendo algo y no sé lo que es. Esta muchacha a la que estoy mirando es un monstruo, una asesina. Pero, por alguna razón, esta muchacha me perdonó la vida. Observo con atención su pelo, que está sujeto con un lazo. Siento una sensación cálida en el pecho, pero mi cabeza sigue fría como el hielo. Creo que podría desmayarme.

—Oye, tío —dice Thomas y me sacude un poco el hombro—. ¿Qué te pasa?

—¿Eh? —murmuro sin saber qué decirle a él, o a mí mismo. Miro a lo lejos para hacer tiempo y veo algo que me obliga a apretar los dientes. Hay dos policías junto al mostrador de la biblioteca.

Avisar a Carmel y a Thomas sería estúpido. Mirarían instintivamente por encima de sus hombros y eso resultaría endemoniadamente sospechoso. Así que espero, mientras rasgo discretamente la necrología de Anna del quebradizo periódico. Ignoro el furioso comentario entre dientes de Carmel, «¡No puedes hacer eso!», y guardo el trozo de papel en mi bolsillo. Luego cubro prudentemente el periódico con los libros y las mochilas y señalo la fotografía de una sepia.

—¿Alguna idea de dónde va esto? —pregunto. Los dos me miran como si me hubiera vuelto loco, lo que resulta perfecto porque la bibliotecaria acaba de volverse y de señalar hacia nosotros. Los policías se están acercando a nuestra mesa, justo como imaginaba.

—¿De qué estás hablando? —pregunta Carmel.

—De la sepia —respondo con suavidad—. Y de que os mostréis sorprendidos, pero no demasiado.

Antes de que Carmel me haga cualquier pregunta, el estruendo de las pisadas de dos hombres pertrechados con esposas, linternas y armas resulta suficientemente ruidoso como para que mis compañeros se vuelvan. No veo la cara de Carmel, pero espero que no parezca tan humillantemente culpable como Thomas. Me apoyo en él; entonces traga saliva y se calma.

—Hola, chicos —dice el primer policía con una sonrisa. Es un tipo corpulento y con aspecto amable que mide unos ocho centímetros menos que Carmel y que yo. Toma las riendas de la situación mirando a Thomas directamente a los ojos—. ¿Estáis estudiando?

—S-sí —tartamudea Thomas—. ¿Sucede algo, agente?

El otro poli está husmeando nuestra mesa, mirando los libros de texto abiertos. Es más alto que su compañero, y más delgado, y tiene una nariz de halcón llena de poros y el mentón pequeño. Es feo con ganas, pero espero que no sea un miserable.

—Soy el agente Roebuck —dice el amable—, y este es el agente Davis. ¿Os importa si os hacemos unas preguntas?

Nos encogemos todos de hombros.

—¿Conocéis a un chico que se llama Mike Andover?

—Sí —dice Carmel.

—Sí —afirma Thomas.

—Un poco —digo yo—. Lo conocí hace unos días —esto es condenadamente desagradable. Están apareciendo gotas de sudor en mi frente y no puedo hacer nada para evitarlo. Nunca había tenido que hacer esto. Nunca me habían matado a nadie.

—¿Sabíais que ha desaparecido? —Roebuck nos mira a todos con atención. Thomas simplemente asiente con la cabeza; yo lo imito.

—¿Lo han encontrado ya? —pregunta Carmel—. ¿Está bien?

—No, no lo hemos encontrado. Pero según los testigos, vosotros dos estabais entre las últimas personas que lo vieron. ¿Os importaría contarnos qué sucedió?

—Mike no quería quedarse en la fiesta —dice Carmel con naturalidad—. Nos marchamos para dejarnos caer por otro sitio, aunque no sabíamos exactamente dónde. Will Rosenberg conducía. Dimos una vuelta por las carreteras secundarias de Dawson. Al poco rato, Will se paró en el arcén y Mike se bajó.

—¿Se bajó sin más?

—Estaba cabreado porque me había visto con Carmel —interrumpo yo—. Will y Chase intentaron calmarlo, pero él no quería escucharlos. Dijo que volvería a casa andando. Que quería estar solo.

—Eres consciente de que Mike Andover vive al menos a quince kilómetros de la zona de la que estás hablando —dice el agente Roebuck.

—No, no lo sabía —contesto yo.

—Intentamos detenerlo —continúa Carmel—, pero no nos hizo caso. Así que nos marchamos. Yo pensé que nos llamaría más tarde, y que tendríamos que ir a recogerlo. Pero no lo hizo —la sencillez de nuestra mentira resulta inquietante, pero al menos explica la culpabilidad claramente escrita en nuestras caras—. ¿Realmente ha desaparecido? —pregunta Carmel con voz alarmada—. Pensé… Esperaba que fuera solo un rumor.

Carmel nos vende la moto a todos y los polis se ablandan visiblemente ante su preocupación. Roebuck nos comenta que Will y Chase los llevaron hasta el lugar donde dejamos a Mike y que se está organizando una partida de búsqueda. Preguntamos si podemos ayudar, pero él agita la mano como diciendo que es mejor dejar ese trabajo a los profesionales. En unas horas, el rostro de Mike debería aparecer en todos los noticiarios y la ciudad entera debería haberse movilizado hacia el bosque con linternas y ropa impermeable para peinar la zona en busca de rastros. Pero, de algún modo, sé que no será así. Esto es todo lo que Mike Andover va a recibir. Una partida de búsqueda patética y unos cuantos policías haciendo preguntas. No sé por qué he tenido esta sensación. Algo en sus ojos, como si estuvieran andando medio dormidos, deseando acabar con todo esto para poder disfrutar de una comida caliente y de poner los pies sobre el sofá. Me pregunto si sentirán que aquí se está cociendo algo más grande de lo que pueden abarcar, si la muerte de Mike estará emitiendo desde la baja frecuencia de lo extraño y lo inexplicable, diciéndoles con un leve murmullo que dejen las cosas estar.

Después de unos cuantos minutos más, los agentes Roebuck y Davis se despiden y nosotros nos recostamos en las sillas.

—Ha sido… —empieza a decir Thomas, pero no acaba la frase.

Carmel recibe una llamada en el móvil y contesta. Cuando se aleja para hablar escucho que susurra cosas como «No lo sé» y «Estoy segura de que lo encontrarán». Cuando cuelga, veo que tiene los ojos cansados.

—¿Va todo bien? —le pregunto.

Sujeta el teléfono con cierta apatía.

BOOK: Anna vestida de sangre
2.68Mb size Format: txt, pdf, ePub
ads

Other books

The Downs by Kim Fielding
White Mare's Daughter by Judith Tarr
Bethany Caleb by Spofford, Kate
Jackson by Leigh Talbert Moore
The X-Club (A Krinar Story) by Zaires, Anna, Zales, Dima
The Hooded Hawke by Karen Harper
Moonlight Kin: A Wolf's Tale by Summers, Jordan
The Immortalist by Scott Britz
The Family by Jeff Sharlet