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Authors: Kendare Blake

Anna vestida de sangre (12 page)

BOOK: Anna vestida de sangre
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—Lo siento.

—Con toda seguridad no es solo una aparición cambiante —murmura, en parte para sí mismo—. Y su comportamiento es demasiado controlado y deliberado para un
poltergeist…
—se calla y escucho cómo pasa páginas—. Estás en Ontario, ¿no es así? ¿La casa no estará sobre algún cementerio nativo?

—No creo.

—Vaya.

Pronuncia un par de vayas más antes de que yo sugiera que tal vez debería incendiar la casa sin más y ver qué sucede.

—No te recomendaría que lo hicieras —dice con severidad—. La casa podría ser lo único que la mantenga controlada.

—O podría ser el origen de su fuerza.

—Podría ser. Este asunto merece un poco más de investigación.

—¿Qué tipo de investigación? —sé lo que va a decir. Que no sea haragán, que salga ahí afuera y que haga trabajo de campo. Me recordará que mi padre nunca rehuía abrir un libro y luego refunfuñará sobre la juventud de hoy en día. Si él supiera.

—Vas a tener que encontrar un proveedor de material de ocultismo.

—¿Cómo?

—Hay que obligar a esa chica a que nos descubra sus secretos. Algo le ha… sucedido, algo le ha afectado y antes de que puedas exorcizar su espíritu de la casa, debes descubrir de qué se trata.

Esto no es lo que yo esperaba. Quiere que haga un conjuro. Pero yo no hago conjuros; no soy brujo.

—¿Y para qué necesito un proveedor de material de ocultismo? Mi madre lo es —miro mis brazos bajo el agua. Empiezo a notar un cosquilleo en la piel, pero siento los músculos descansados y veo, incluso a través del agua oscurecida, que los cardenales empiezan a desvanecerse. Mi madre es una magnífica bruja con las hierbas.

Gideon se ríe entre dientes.

—Bendita sea tu querida madre, pero ella no es proveedora de material de ocultismo. Es una bruja de magia blanca con mucho talento, pero no nos interesa para lo que hay que hacer aquí. Tú no necesitas un círculo con ramilletes de flores y aceite de crisantemo, sino patas de pollo, un pentagrama esotérico, algún tipo de agua o espejo de adivinación y un círculo de piedras consagradas.

—Y también un brujo.

—Después de todos estos años, confío en que tengas recursos suficientes para encontrar al menos eso.

Hago una mueca, pero dos nombres vienen a mi mente: Thomas y Morfran Starling.

—Déjame que termine de investigar esto, Teseo, y te mandaré un correo electrónico en un día o dos con el ritual completo.

—De acuerdo, Gideon. Gracias.

—De nada. Y, ¿Teseo?

—¿Sí?

—Entre tanto, acude a la biblioteca y trata de descubrir lo que puedas sobre cómo murió esa chica. El saber es poder, creo que no hace falta recordártelo.

Sonrío.

—Trabajo de campo. Está bien.

Cuelgo el teléfono. Gideon piensa que soy un mero instrumento, nada más que unas manos, un cuchillo y agilidad, pero la verdad es que he estado haciendo trabajo de campo, investigaciones, desde antes incluso de empezar a utilizar el
áthame
.

Después de que mi padre fuera asesinado, mi cabeza se llenó de preguntas. El problema era que nadie parecía tener respuestas. O, como yo sospechaba, que nadie quería darme esas respuestas. Así que empecé a buscarlas por mí mismo. Gideon y mi madre empaquetaron rápidamente nuestras cosas y nos mudamos de la casa de Baton Rouge en la que estábamos viviendo, pero no antes de que yo me las arreglara para hacer una visita a la ruinosa casa donde mi padre encontró su fin.

Era una construcción horrible y, aunque estaba enfadado, no me apetecía entrar. Si es posible que un objeto inanimado relumbre y gruña, entonces eso era exactamente lo que esa casa hacía. Mi mente de seis años vio cómo se apartaba las enredaderas, se limpiaba el musgo y enseñaba los dientes. La imaginación es algo maravilloso, ¿no es cierto?

Mi madre y Gideon habían despejado el lugar días antes, lanzando runas y encendiendo velas, asegurándose de que mi padre encontraba descanso, teniendo cuidado de que los fantasmas se hubieran marchado. Aun así, cuando subí a aquel porche, empecé a llorar. Mi corazón me decía que mi padre estaba allí, que se había escondido de ellos para esperarme a mí, y que en cualquier momento abriría la puerta con una magnífica sonrisa muerta. Sus ojos habrían desaparecido y tendría enormes heridas en forma de media luna en los costados y los brazos. Suena estúpido, pero creo que empecé a llorar con mayor intensidad cuando entré y él no estaba allí.

Respiro hondo y percibo el aroma del té y la lavanda. Me hace sentir de nuevo vivo. Al recordar aquel día, explorando aquella casa, noto cómo me palpita el corazón en los oídos. Al otro lado de la puerta, encontré signos de lucha y volví la cara. Quería respuestas, pero no deseaba imaginar a mi padre apaleado. No quería pensar que hubiera sentido miedo. Pasé junto a la agrietada barandilla y me dirigí instintivamente a la chimenea. Las habitaciones olían como a madera vieja, a podrido, y también se percibía el aroma de la sangre fresca. Ignoro cómo supe cuál era el olor de la sangre, ni por qué me acerqué sin vacilar a la chimenea.

Allí no había nada excepto carbón y cenizas con décadas de antigüedad. Y, entonces, lo vi. Solo un fragmento negro como el carbón, pero diferente. Más liso, llamativo y de mal agüero. Alargué la mano y lo saqué de entre las cenizas: una delgada cruz negra de unos diez centímetros de largo. En torno a ella había una serpiente negra cuidadosamente tejida con lo que, supe al instante, era pelo humano.

La seguridad que sentí al sostener aquella cruz fue la misma que me recorrió cuando tomé entre las manos el cuchillo de mi padre ocho años después. Aquel fue el momento en que lo supe con total seguridad. Cuando fui consciente de que aquello que corría por las venas de mi padre —cualquiera que fuera la magia que le permitía cortar la carne de los muertos y enviarlos fuera de nuestro mundo— también fluía por las mías.

Cuando le enseñé la cruz a Gideon y a mi madre y les conté lo que había hecho, se pusieron frenéticos. Esperaba que me tranquilizaran, que me acunaran como a un bebé y me preguntaran si estaba bien. En vez de eso, Gideon me agarró por los hombros.

—¡Nunca jamás vuelvas allí! —gritó, sacudiéndome con tal violencia que mis dientes chocaron entre sí. Me arrebató la cruz negra y nunca más la volví a ver. Mi madre se mantuvo alejada y lloró. Me asusté; Gideon nunca me había tratado de ese modo antes. Siempre se había comportado como un abuelo, dándome caramelos a hurtadillas y guiñándome un ojo, y cosas por el estilo. Aun así, acababan de asesinar a mi padre y yo estaba furioso. Pregunté a Gideon el significado de la cruz.

Él me miró con frialdad, echó la mano hacia atrás y me dio una bofetada tan fuerte que caí al suelo. Oí que mi madre gimoteaba, pero no intervino. Luego salieron los dos de la habitación y me dejaron allí. Cuando me llamaron para cenar, estaban sonrientes y tranquilos, como si nada hubiera sucedido.

Fue suficiente para sumirme en el silencio. Nunca saqué de nuevo el tema. Pero eso no significa que lo olvidara, y durante los últimos once años he estado leyendo, y aprendiendo, en cada lugar que he podido. La cruz negra era un talismán vudú. Pero todavía no he descubierto su significado, ni por qué estaba adornada con una serpiente hecha con pelo humano. Según las creencias populares, la serpiente sagrada se alimenta de sus víctimas devorándolas enteras. A mi padre le arrancaron trozos de carne.

El problema de esta investigación es que no puedo preguntar a las fuentes más fiables de las que dispongo. Me veo obligado a moverme con disimulo y a hablar en clave para mantener a mi madre y a Gideon en la ignorancia. Que el vudú sea una creencia desorganizada también dificulta las cosas. Parece que cada persona lo practica de una manera distinta y resulta casi imposible llevar a cabo un maldito estudio.

Tal vez debería preguntar de nuevo a Gideon, cuando acabe con este asunto de Anna. Ahora soy más mayor y tengo experiencia. No sería lo mismo esta vez. No obstante, aunque pienso esto, me sumerjo más en mi baño de hojas de té. Porque todavía recuerdo la sensación de su mano en mi mejilla y la furia en sus ojos, y me siento otra vez como si tuviera seis años.

* * *

Después de vestirme, llamo a Thomas y le pido que me recoja y me lleve a la tienda. Está deseoso de saberlo todo, pero consigo mantenerlo a raya. Hay cosas que debo contarle también a Morfran, y no quiero tener que repetirlas dos veces.

Me preparo para aguantar un sermón de mi madre y una especie de interrogatorio sobre la necesidad de llamar a Gideon, ya que sin duda escuchó nuestra conversación, pero mientras bajo las escaleras oigo voces. Dos voces femeninas. Una es de la mi madre; la otra, la de Carmel. Desciendo los escalones pisando con fuerza y aparecen ante mí, como uña y carne. Están sentadas en el salón en dos sillas adyacentes, inclinadas la una hacia la otra y charlando con una bandeja de galletas entre medias. Cuando tengo los dos pies a nivel del suelo, dejan de hablar y me sonríen.

—Hola, Cas —dice Carmel.

—Hola, Carmel. ¿Qué haces aquí?

Ella saca algo de su mochila.

—Te he traído los deberes de Biología. Es un trabajo por parejas. Pensé que podríamos hacerlo juntos.

—Qué amable, ¿verdad Cas? —dice mi madre—. Así no te retrasarás en tus estudios.

—Podríamos empezar ahora —sugiere Carmel, sujetando el papel.

Me acerco a ella, lo levanto y le echo un vistazo. No sé por qué es un trabajo en parejas. Se trata únicamente de buscar unas cuantas respuestas en el libro de texto. Pero mi madre tiene razón. No debería quedarme atrás. No importa qué otros asuntos de vital importancia tenga entre manos.

—Has sido muy amable —digo son sinceridad, incluso aunque exista algún motivo oculto. A Carmel le importa una mierda la Biología y me sorprendería que hubiera ido siquiera a clase. Me ha traído los deberes porque necesitaba una excusa para hablar conmigo. Quiere respuestas.

Miro a mi madre, que me está lanzando una mirada horrible. Trata de ver si los cardenales han mejorado. Se sentirá aliviada al saber que he llamado a Gideon. Cuando anoche llegué a casa, parecía que estaba medio muerto. Por un instante, creí que me iba a encerrar en la habitación y a sumergirme en aceite de romero. Pero mi madre confía en mí. Comprende lo que tengo que hacer. Y le agradezco ambas cosas.

Enrollo el papel con los deberes de Biología y lo golpeo sobre mi mano.

—Bueno, pues vámonos —le digo a Carmel, que se coloca la mochila al hombro y sonríe—. Toma otra galleta para el camino, querida —dice mi madre. Nos llevamos una cada uno Carmel un tanto dubitativa, y nos dirigimos hacia la puerta.

—No tienes que comértela —le digo a Carmel cuando estamos en el porche—. Las galletas de anís de mi madre tienen un sabor definitivamente peculiar.

Carmel se ríe.

—Comí una antes y casi no pude tragarla. Son como gominolas de serrín.

Sonrío.

—No le digas eso a mi madre. Ella misma inventó la receta y está muy orgullosa de ella. Se supone que traen suerte o algo así.

—Entonces, tal vez debería comérmela —mira la galleta un minuto largo, luego levanta los ojos y se fija en mi mejilla. Sé que tengo un enorme cardenal en el hueso—. Volviste a esa casa sin nosotros.

—Carmel.

—¿Estás loco? ¡Te podía haber matado!

—Y si hubiéramos ido todos, nos habría matado a todos. Escucha, simplemente quédate cerca de Thomas y su abuelo. Se les ocurrirá algo. Y mantén la calma.

Definitivamente, el viento hoy es frío, un primer indicio del otoño, entrelazándose en mi pelo con dedos de agua helada. Cuando miro calle arriba, veo el Tempo de Thomas avanzando lentamente hacia nosotros con una gigantesca pegatina de Willy Wonka. Este chaval conduce con estilo, y me hace sonreír.

—¿Nos reunimos en la biblioteca en una hora o así? —pregunto a Carmel.

Ella sigue mi mirada y ve acercarse a Thomas.

—De eso nada. Quiero saber qué está sucediendo. Si pensaste por un instante que me creería las tonterías que les contaron a Will y Chase anoche… No soy estúpida, Cas. Reconozco un intento de desviar la atención cuando lo veo.

—Sé que no eres estúpida, Carmel. Y si eres tan inteligente como creo, te mantendrás al margen y te reunirás conmigo en la biblioteca en una hora —bajo los escalones del porche y avanzo por el camino de acceso haciendo un pequeño gesto giratorio con los dedos para que Thomas no se detenga. Se acerca y reduce la velocidad lo suficiente para que yo abra la puerta del coche y salte dentro. Luego nos alejamos y dejamos a Carmel siguiéndonos con la mirada.

—¿Qué hacía Carmel en tu casa? —pregunta Thomas. En sus palabras hay más que unos leves celos.

—Quería que alguien me frotara la espalda y luego nos hemos estado dando el lote durante una hora más o menos —respondo, y luego le golpeo el hombro—. Thomas. Vamos. Ha venido a traerme los deberes de Biología. Nos reuniremos con ella en la biblioteca después de que hablemos con tu abuelo. Ahora cuéntame qué pasó con los chicos anoche.

—Le gustas, ¿sabes?

—Sí, bueno, pero a ti te gusta más —digo yo—. ¿Qué pasó? —está tratando de creerse que no estoy interesado en Carmel y que soy suficientemente amigo suyo como para respetar sus sentimientos por ella. Extrañamente, ambas cosas son ciertas.

Finalmente, suspira.

—Les contamos una buena bola, como tú me pediste. Fue un desmadre. De hecho, los convencimos de que si cuelgan sacos con azufre sobre sus camas, ella no será capaz de atacarlos mientras duermen.

—Madre mía. No hagáis que parezca demasiado increíble. Necesitamos mantenerlos ocupados.

—No te preocupes. Morfran preparó un buen espectáculo. Conjuró llamas azules y simuló que entraba en trance y todo. Les dijo que trabajaría en un conjuro de evanescencia, pero que necesitaría la luz de la siguiente luna llena para terminarlo. ¿Piensas que será tiempo suficiente?

Normalmente habría dicho que sí. Después de todo, no es problema localizar a Anna. Ya sé dónde está.

—No estoy seguro —respondo—. Regresé a la casa anoche y me pateó el culo por toda la habitación.

—Entonces, ¿qué vas a hacer?

—He hablado con un amigo de mi padre. Me dijo que tenemos que descubrir qué le está proporcionando tanta fuerza adicional. ¿Conoces a alguna bruja?

Me mira entrecerrando los ojos.

—¿Tu madre no es bruja?

—¿Conoces a alguna bruja de magia
negra
?

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