Anna vestida de sangre (11 page)

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Authors: Kendare Blake

BOOK: Anna vestida de sangre
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—Oye, Cas.

Mis ojos recorren el amasijo de restos hasta encontrar su cara, que está ladeada y unida todavía a la mitad derecha del cuerpo. Esa es la parte que conservó la espina dorsal. Trago salivo y me obligo a no mirar las vértebras al aire. Uno de los ojos de Mike se vuelve hacia mí.

—Solo duele un minuto —asegura, y luego se hunde en el suelo, lentamente, como aceite en una toalla. Mientras desaparece, su ojo continúa abierto, mirándome. Realmente podría haber seguido viviendo sin esta breve conversación. Contemplo la mancha oscura en el suelo, y me doy cuenta de que estoy conteniendo la respiración. Me pregunto a cuántas personas habrá matado Anna dentro de esta casa. Me pregunto si seguirán todos aquí, meras sombras de lo que fueron, y si Anna podrá levantarlos como marionetas, arrastrándolos hacia mí en diversos estados de descomposición.

Mantén el control
. No es el momento de dejarse invadir por el pánico. Es el momento de apretar el cuchillo y darse cuenta demasiado tarde de que algo se está acercando por detrás.

Veo un atisbo de pelo negro en torno a mi hombro, dos o tres mechones que se extienden y me hacen señas para que me aproxime. Me vuelvo y lanzo una cuchillada al aire, medio esperando que ella no esté ahí, que haya desaparecido en ese mismo instante. Pero no es así. Está flotando delante de mí, suspendida a escasos centímetros, o tal vez algo más, del suelo.

Dudamos un instante y nos observamos el uno al otro; mis ojos castaños miran fijamente los suyos, negrísimos. Si tuviera los pies en el suelo, mediría más o menos un metro cincuenta, pero como está flotando a unos quince centímetros de él, casi tengo que mirar hacia arriba. Escucho mi respiración dentro de mi cabeza. El sonido de su vestido goteando sangre sobre el suelo es suave. ¿En qué se ha transformado desde que murió? ¿Qué poder, qué ira le permitió convertirse en más que un simple espectro, volverse un demonio vengativo?

La hoja de mi cuchillo ha cortado el extremo de los mechones. Los cabellos caen suavemente y ella mira cómo se hunden en los tablones del suelo, igual que Mike hace un instante. Algo altera su frente, una tensión, una tristeza, y entonces me mira y enseña los dientes.

—¿Por qué has regresado? —pregunta. Yo trago saliva. No sé qué decir. Noto que estoy retrocediendo, aunque me obligo a no hacerlo.

—Te entregué tu vida, envuelta como un regalo —la voz que sale de su cavernosa boca es profunda y horrible. Es el sonido de una voz sin aliento. Aún conserva un ligero acento finlandés—. ¿Piensas que fue fácil? ¿Es que quieres morir?

Hay algo ilusionado en la manera en que pregunta la última parte, algo que añade agudeza a sus ojos. Baja la mirada hacia mi cuchillo con un extraño giro de la cabeza. Una mueca invade su cara; las expresiones se suceden de forma rápida, como ondas en un lago.

Entonces el aire que la rodea tiembla y la diosa que hay frente a mí desaparece. En su lugar, aparece una chica pálida con el pelo largo y oscuro. Sus pies están firmemente plantados en el suelo. Bajo los ojos para mirarla.

—¿Cómo te llamas? —pregunta y, como yo no respondo, añade—: Tú sabes el mío. Además, te he perdonado la vida. ¿No crees que es justo?

—Me llamo Teseo Casio —me oigo decir, incluso aunque estoy pensando que es un truco barato, y estúpido. Si cree que así evitará que la mate, está mortalmente equivocada, sin pretender hacer un juego de palabras. Sin embargo, es un buen disfraz, eso tengo que admitirlo. La máscara que lleva puesta tiene un rostro meditabundo y unos dulces ojos color violeta. Va vestida con un anticuado vestido blanco.

—Teseo Casio —repite.

—Teseo Casio Lowood —añado, aunque no sé por qué se lo estoy diciendo—. Pero todo el mundo me llama Cas.

—Has venido a matarme —camina a mi alrededor en un amplio círculo. Solo dejo que rebase mis hombros antes de volverme. De ninguna manera voy a permitirle que esté a mi espalda. Ahora muestra un aspecto muy dulce e inocente, pero conozco la criatura que aparecerá si le doy oportunidad.

—Eso ya lo hizo otra persona —digo. No voy a contarle el cuento de que estoy aquí para liberarla. Sería engañarla, tranquilizarla, tratar de que me facilite el trabajo. Y, además, es mentira. No tengo ni idea de dónde la mandaría y tampoco me importa. Solo sé que sería lejos de aquí, donde se dedica a matar gente para encerrarla en esta condenada casa.

—Es verdad, otra persona lo hizo —comenta, y luego gira la cabeza y la mueve bruscamente atrás y adelante. Por un instante, su pelo comienza a ondularse de nuevo, como serpientes—. Pero tú no puedes.

Sabe que está muerta. Un dato interesante. La mayoría no es consciente de ello. Muchos están simplemente enfadados y asustados, y son más la huella de una emoción —de un momento horrible— que un verdadero ser. Con algunos puedes hablar, aunque normalmente piensan que eres otra persona, alguien de su pasado. Su discernimiento me confunde; trato de ganar algo de tiempo hablando.

—Cariño, mi padre y yo hemos acabado con más fantasmas de los que puedes contar.

—Ninguno como yo.

Cuando dice estas palabras, su tono de voz deja traslucir algo que no llega a ser orgullo, pero se parece. Orgullo teñido de amargura. Permanezco callado, porque preferiría que no descubriera que tiene razón. Anna no se asemeja a nada que haya visto antes. Su fuerza parece ilimitada, así como los trucos con los que cuenta. No es el típico fantasma que se arrastra por ahí, fastidiado porque le han pegado un tiro. Es la propia muerte, horripilante e insensible e, incluso cuando se presenta cubierta de sangre y venas, no puedo evitar mirarla.

Pero no tengo miedo. Sea fuerte o no, lo único que necesito es un buen ataque. No es inmune a mi
áthame
y, si puedo acercarme a ella, desaparecerá en el éter sangrando, como todos los demás.

—Tal vez deberías ir a buscar a tu padre para que te ayude —dice. Yo aprieto el cuchillo.

—Mi padre está muerto.

Sus ojos transmiten algo. No puedo creer que sea remordimiento, o pena, pero lo parece.

—Mi padre también murió, cuando yo era una niña —comenta en voz baja—. Una tormenta en el lago.

No puedo permitir que continúe con este juego. Noto cómo algo en mi pecho se ablanda y deja de gruñir, completamente ajeno a mi voluntad. Su fuerza hace que su vulnerabilidad resulte más conmovedora. Esto no debería afectarme.

—Anna —digo, y vuelve bruscamente su mirada hacia mí. Saco el cuchillo y el brillo de la hoja se refleja en sus ojos.

—Vete —me ordena como una reina en su castillo muerto—. No quiero matarte. Además, por alguna razón, parece que no tengo que hacerlo. Así que márchate.

Las preguntas se agolpan en mi mente, pero permanezco en mi sitio con terquedad.

—No me marcharé hasta que no abandones esta casa y vuelvas bajo tierra.

—Yo nunca estuve bajo tierra —susurra entre dientes. Sus pupilas se están oscureciendo y el negro se extiende por sus ojos hasta que el blanco desaparece casi por completo. Las venas cubren sus mejillas y le llegan a las sienes y la garganta. La sangre brota de su piel y se derrama por todo su cuerpo, como una enorme falda que gotea hasta el suelo.

Lanzo una cuchillada y noto cómo mi brazo topa con algo pesado, antes de salir despedido contra la pared. Joder. Ni siquiera la he visto moverse. Ella sigue flotando en el centro de la habitación, donde yo estaba antes. Me duele mucho el hombro con el que he golpeado la pared. Y me duele mucho el brazo que ha chocado contra Anna. Pero soy bastante testarudo, así que me pongo en pie y me lanzo de nuevo hacia ella, esta vez sin mucha ambición, sin tratar de matarla, solo de cortar algo. A este punto, me conformaría con el pelo.

Lo siguiente que sé es que estoy de nuevo en el extremo opuesto de la habitación. Me he deslizado por el suelo sobre la espalda. Creo que tengo astillas hasta en los calzoncillos. Anna permanece inmóvil en el aire, mirándome cada vez con más resentimiento. El sonido de su vestido goteando sobre los tablones del suelo me recuerda a un profesor que tuve que se golpeaba lentamente la sien cuando se enfadaba realmente conmigo porque yo no estudiaba.

Me pongo de nuevo en pie, esta vez más lentamente. Espero que dé la sensación de que estoy planeando cuidadosamente mi próximo movimiento, y no de que me duele todo, como es el caso. Anna no trata de matarme, lo que empieza a fastidiarme. Me está zarandeando como al juguete de un gato. A Tybalt le parecería gracioso. Me pregunto si podrá verlo todo desde el coche.

—Basta ya —dice con voz cavernosa.

Corro hacia ella, pero me sujeta por las muñecas. Yo forcejeo, pero es como luchar contra cemento.

—Déjame que te mate —refunfuño con frustración. La rabia aflora a sus ojos. Por un instante pienso en el error que acabo de cometer, en que he olvidado lo que ella es en realidad, y que voy a terminar como Mike Andover. De hecho, mi cuerpo se encoge como para evitar acabar partido en dos.

—Nunca permitiré que me mates —exclama, y me lanza hacia la puerta.

—¿Por qué? ¿No crees que sentirías paz? —por millonésima vez me pregunto por qué soy incapaz de mantener la boca cerrada.

Me mira con los ojos entrecerrados, como si yo fuera idiota.

—¿Paz? ¿Después de lo que he hecho? ¿Paz, en una casa llena de chicos despedazados y extraños destripados? —coloca su rostro muy cerca del mío. Sus ojos negros están abiertos de par en par—. No puedo dejar que me mates —dice.

Entonces, empieza a gritar muy fuerte, tanto que podría hacer que mis tímpanos estallaran, y me lanza a través de la puerta principal, por encima de los escalones rotos, en dirección hacia la grava cubierta de malas hierbas del camino de acceso.

—¡Yo nunca quise estar muerta!

Ruedo por el suelo y levanto la vista justo a tiempo de ver la puerta cerrarse de un golpe. La casa parece tranquila y vacía, como si nada hubiera sucedido dentro de ella en un millón de años. Reviso mi cuerpo con cuidado y compruebo que tengo todos los miembros en su sitio. Luego me pongo de rodillas con esfuerzo.

Ninguno de ellos quería morir. No exactamente. Ni siquiera los suicidas que cambian de idea en el último minuto. Ojalá pudiera explicárselo, pero con habilidad, para que no se sintiera tan sola. Además, eso me ayudaría a no sentirme tan imbécil después de haber sido zarandeado como un esbirro anónimo de una película de James Bond. Vaya un asesino de fantasmas profesional que soy.

Mientras camino hacia el coche de mi madre, trato de recuperar el control. Porque voy a acabar con Anna, sin importar lo que ella piense. Primero porque nunca he fallado antes, y segundo porque en el momento en que me dijo que no podía dejar que la matara, sonaba como si deseara que pudiera hacerlo. Su consciencia la hace especial en más de un aspecto. Al contrario que los demás, Anna se arrepiente. Al frotar la zona dolorida de mi brazo izquierdo, me doy cuenta de que me voy a llenar de cardenales. A la fuerza no voy a poder acabar con ella. Necesito un plan B.

Capítulo once

Cuando mi madre me despierta a la mañana siguiente, me dice que me ha preparado un baño de hojas de té, lavanda y belladona. La belladona la ha añadido para suavizar mi carácter impetuoso, pero no me niego. Me duele todo el cuerpo. Es lo que tiene que la diosa de la muerte te vapulee por toda la casa durante la noche.

Mientras me sumerjo en la bañera, muy lentamente, con una mueca en el rostro, empiezo a pensar en mi siguiente movimiento. La cuestión es que me siento sobrepasado. No me ha sucedido muy a menudo, y nunca a este nivel. Pero en ocasiones, necesito pedir ayuda. Alcanzo el teléfono móvil de la encimera del baño y marco el número de un viejo amigo. De hecho, de un amigo de generaciones. Él conoció a mi padre.

—Teseo Casio —dice cuando descuelga. Yo sonrío. Nunca me llamará Cas. Mi nombre completo le resulta simplemente demasiado divertido.

—Gideon Palmer —respondo, y lo imagino al otro lado de la línea, en el extremo opuesto del mundo, sentado en una genuina casa inglesa con vistas a Hampstead Heath, en el norte de Londres.

—Hacía mucho tiempo que no sabía de ti —añade, y lo veo cruzando y descruzando las piernas. Casi puedo escuchar el susurro de su ropa de
tweed
a través del teléfono. Gideon es el típico caballero inglés de unos sesenta y cinco años, pelo blanco y gafas. Es el tipo de hombre que utiliza reloj de bolsillo y tiene largas estanterías del suelo al techo cubiertas de libros con una meticulosa capa de polvo. Cuando yo era pequeño, solía ayudarme a subir a la escalera corrediza para que le alcanzara algún libro raro sobre
poltergeists
o conjuros de amarre o cualquier otra cosa. Mi familia y yo pasamos un verano con él mientras mi padre cazaba un fantasma que rondaba por White Chapel, una especie de aspirante a Jack el Destripador.

—Dime, Teseo —dice—. ¿Cuándo prevés volver por Londres? Aquí hay multitud de cosas espeluznantes para mantenerte ocupado. Y varias universidades excelentes, todas ellas hasta los topes de encantamientos.

—¿Has estado hablando con mi madre?

Se ríe, pero está claro que lo ha hecho. Han mantenido una relación cercana desde que mi padre murió. Fue…, supongo que mentor es la palabra más adecuada, de mi padre. Cuando él murió, tomó un avión el mismo día que se enteró y nos consoló a mi madre y a mí. Ahora empieza con el rollo de cómo hay que hacer las solicitudes para el año próximo y que tengo bastante suerte de que mi padre arreglara lo de mi educación para que no tuviera que empantanarme con préstamos de estudio y ese tipo de historias. Realmente es una suerte, porque pedir una beca para alguien que se mueve tanto es inimaginable, pero lo interrumpo. Tengo asuntos más importantes y urgentes.

—Necesito ayuda. Estoy metido en un verdadero lío.

—¿Qué tipo de lío?

—Del tipo muerto.

—Por supuesto.

Me escucha mientras lo pongo al corriente sobre Anna. Luego me llega el sonido familiar de la escalera corrediza y unos suaves resoplidos mientras sube por ella para alcanzar algún libro.

—No es un fantasma corriente, eso está claro —comenta.

—Lo sé. Algo la ha vuelto más fuerte.

—¿La forma en que murió? —pregunta.

—No estoy seguro. Por lo que he oído, fue asesinada, como muchos otros. Degollada. Pero ahora su antigua casa está maldita y asesina a todo que el que pone el pie dentro, como una condenada araña.

—Ese lenguaje —me reprende.

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